Goma de borrar (12 page)

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Authors: Josep Montalat

BOOK: Goma de borrar
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Esa tarde trabajando no pudo quitarse de su mente la imagen del sexo de Sindy y por la noche incluso soñó que buceaba en el mar y todas las almejas que se distinguían sobre la arena del fondo se iban abriendo a su paso mostrándole la visión de carnosos sexos.

El fin de semana llegó Mamen de su estancia en Irlanda y se instaló con sus padres, que estaban pasando unos días de vacaciones en Canyelles dado que preferían el tranquilo mes de septiembre al habitual de agosto. El viernes, después de cerrar el restaurante, se encontraron en el Daikiri, el mismo
pub
donde habían tomado el éxtasis, que aquel verano se había puesto de moda. Estaba con Belén, Gus, Tito y otros chicos y chicas.

El reencuentro fue muy emotivo. Sobretodo para Mamen que se llevó a Cobre a un apartado y lo besó apasionadamente. Luego le dijo que cerrara los ojos y puso en sus manos un obsequio envuelto en un papel brillante. Era un hermoso llavero plateado en el que se veía el escudo irlandés. Ella le hizo reparar en una inscripción grabada en su reverso en la que se leía: «
I Love You. Mamen
». Más tarde, fueron todos a la cercana discoteca Chic. Mamen le pidió a un chico que trabajaba en la entrada que le hiciera un pase VIP para Cobre; le tomaron a éste sus datos personales y le aseguraron    que la semana siguiente podría recogerlo.

En la discoteca, se encontró con Santi en las escaleras. Estaba sin su novia Marta. Se lo presentó a Tito y los tres juntos fueron a hacerse una raya reglamentaria. Tito le dijo que esa cocaína era buenísima y le compró el gramo que tenía previsto vender y Santi, un poco después, le compró el medio gramo que había «fabricado».

Cerca de las cuatro, salió de la discoteca con Mamen y fueron a su apartamento de Empuriabrava en dos coches. Durante la semana lo había adecentado en previsión de esta primera visita de su reciente ligue. La chica fue al baño y regresó desnuda. Ante aquella inesperada visión, Cobre manifestó su pericia en concentrar el flujo sanguíneo en un lugar muy alejado del cerebro, y recordando el sueño erótico que había tenido aquella semana se deleitó con el sexo de la chica en su boca y después con mucho ímpetu hicieron el amor primero en una butaca del comedor y después repitieron en su habitación. A las seis, Mamen, con mucha pereza, tuvo que marcharse a dormir a Canyelles, a casa de sus padres.

La noche siguiente, Mamen y toda su pandilla fueron a cenar a El Pollo Feliz. Hacía un poco de frío para estar al aire libre, pero después de algunas botellas de vino nadie se acordó de eso. Acabada la cena, el grupo se fue y Mamen aguardó a que Cobre cerrase el restaurante y lo acompañó a su apartamento para que se duchase y se cambiase de ropa. Él no le había dicho que tomaba cocaína; por lo que sabía, sus amigos tampoco se lo decían a sus compañeras, con lo cual no pudo prepararse la raya que tenía por costumbre tomarse antes de salir y tuvo que esperar a hacérsela en los servicios del Daikiri.

Llegaron al Chic pasadas las tres de la madrugada. Allí, Gus, el amigo de Tito, le pidió si podía venderle algo de «farlopa». No tenía previsto desprenderse del gramo que le quedaba, pero como le sobraba del que había empezado y ya tenía el trato hecho con Johan, se lo vendió. Al cierre de la discoteca, sus amigos le pidieron que comprase cocaína a su excelente proveedor para tener para el fin de semana siguiente, ya que a todos les gustó mucho. Para incrementar la demanda y llegar a los diez gramos mínimos que había exigido Johan, Cobre les advirtió que a su contacto se le estaba terminando y que quizás no volviera a tener de la misma calidad. Tito y Gus encargaron tres gramos cada uno y Santi dos.

Luego, acompañó en su coche a Mamen hasta la casa de sus padres. Al llegar, ella le indicó que siguieran más arriba hasta un pequeño descampado con vistas al mar donde estacionaron el Panda. Hicieron el amor dentro del vehículo, a la luz de la luna que asomaba frente a ellos. Cobre, exhausto, se acostó en su cama al amanecer.

Al día siguiente, se levantó tarde y llegó al restaurante, cerca de la una y media del mediodía. David no dijo nada por el retraso, no había mucha gente y Cobre se sintió aliviado. Se sentía cansado, dos noches de marcha, más el trabajo del sábado, hacían ya mella en su físico. Resultó ser un domingo bastante flojo de caja. Al principio, cuando inauguraron el restaurante, habían previsto cerrar el último domingo de septiembre, pero en aquella tranquila tarde, los dos amigos sentados en una de las mesas, sin apenas clientes para servir, decidieron que el domingo siguiente darían por terminada la temporada. Hicieron planes para tomarse unos días de vacaciones. Debía ser algún lugar donde hiciera buen tiempo, ya que después de haber trabajado todo el verano tenían ganas de «sol y playa». Cobre pensaba en las Islas Canarias, por razones de calidad y sobre todo de precio. Para convencer a su amigo, le habló de la gran cantidad de extranjeras que iban a aquellas islas en busca del sol que no tenían en sus latitudes y lo muy interesadas que estaban en la recolección de «plátanos».

La semana transcurrió tranquila. El miércoles llamó a Johan y quedaron en verse al día siguiente. Por la mañana cogió dinero antes de ir al trabajo, cien mil pesetas, y por la tarde se presentó en la casa del holandés. Sindy no estaba. Probó la cocaína de la calidad inferior, la de la bolsa más grande y no le pareció mal. Compró diez gramos que pagó a ocho mil pesetas cada uno, que serían para la venta y también compró dos gramos de la calidad superior que pagó a diez mil pesetas, que iban a ser para su autoconsumo. En total, cien mil. Tenía previsto vender la cocaína de ocho mil a doce mil, y también pensó hacer un «milagro» y convertir los diez gramos en once, escatimando un poco en cada uno de ellos. En total, aquella transacción le iba a reportar una ganancia de cuarenta y cuatro mil pesetas que le iban a ir de perilla para comprarse algo de ropa.

Ese fin de semana vendió lo acordado a sus amigos, que no notaron demasiado la bajada de calidad. Vendió también sin problemas los otros tres gramos que no tenían cliente asignado. Le resultó fácil colocársela a tres conocidos. Los invitó primero a una raya de su papela, la de la mejor cocaína, y luego les colocó la otra.

Y, por supuesto, también estuvo con Mamen. Se encontró con ella en la discoteca Chic de Roses. Esa noche Belén, su amiga de Barcelona, que hacía una semana había cortado con Gus, se enrolló con Tito. El veraneo de los padres de Mamen había terminado y la chica le pidió pasar la noche con su recién estrenado novio en su casa de Canyelles Petites. Cuando la discoteca cerró, los cuatro se fueron hacia allá. Ya en la cama, intentando dormir, hicieron bromas sobre el trasiego que se oía en la habitación vecina.

—Caray con Tito —comentó Mamen, oyendo el inconfundible ruido que hacía la cama en la habitación de al lado.

—Se está resarciendo de todo este tiempo sin salir con nadie —dijo Cobre.

—Va a dejar a Belén hecha polvo.

—Sí, nunca mejor dicho —ironizó Cobre, haciéndola reír—. Debía de pasar hambre.

—Pues ahora está aprovechando bien la salchicha —añadió ella, riéndose de nuevo.

A Mamen le encantaba que Cobre tuviera sentido del humor y poder compartir con él este tipo de diálogos.

El Pollo Feliz se cerró el domingo acordado. Los planes para ir a Canarias estaban en marcha y Gaspar se apuntó a acompañarlos y así de paso hablarían de los números del restaurante. Por lo que conocían de las Islas Canarias fruto de su pasado servicio militar, decidieron ir a Gran Canaria y poder tumbarse en verdaderas playas. Cobre le explicó a David que las playas de Tenerife eran muy pequeñas y de arena negra. Con este argumento, de paso, podrían conocer esta isla.

En los primeros días de la semana siguiente, los dos socios tuvieron que arreglar algunos asuntos pendientes del restaurante, pero finalmente el jueves al mediodía lo cerraron definitivamente colocando unos candados en la puerta metálica de la entrada.

—Bueno, se acabó —dijo Cobre—. Una semanita justa y nos largamos. Gaspar me ha dicho que ya tiene reservado su vuelo desde Bilbao.

—Estará contento. Tiene un nuevo negocio en marcha y le van a salir las vacaciones gratis —comentó David.

—Sí, ahora pienso que podríamos haber evitado tenerlo como socio, pero no teníamos tan claro lo de pedir más dinero.

Aquella tarde Cobre compró una buena cantidad de cocaína a Johan y el viernes se acercó a Barcelona, donde cenó con Mamen y pasaron la noche juntos, en casa de sus padres, que estaban en Roses. A la mañana siguiente se despidieron, ya que ella iba a quedarse en Barcelona todo el fin de semana para el examen que tenía el martes. Cobre se fue a Hospitalet de Llobregat, a ver a sus padres y pasar un par de días con ellos. Hacía dos meses que no los veía, desde el fin de semana que vinieron a ver el restaurante a primeros de julio, pero el motivo principal de la visita era que pensaba aprovechar para colocar parte de la cocaína que llevaba a las amistades que tenía allí y ganarse un dinero extra para sus vacaciones.

El sábado por la noche salió de marcha por su zona de siempre. Encontró a algunos conocidos a los que ofreció la cocaína de calidad mediana, previa «degustación» de la suya, que como siempre era mejor, por lo que picaron. La noche del domingo conoció a una chica que revelaba un sugerente cuerpo y que le estuvo «tirando los tejos». Pensó en Mamen y, aunque por un instante también pensó que en la variedad estaba el gusto, resistió la incitación de la chica y se centró en la venta de la cocaína hasta que tres gin-tonics y unas rayas más tarde, volvió a tropezarse con ella. Cobre no era el tipo de persona que se dejaba arrastrar por sus bajos instintos, sino que siempre iba por delante de ellos y la delantera que mostraba la fémina no hizo variar su forma de ser, aceptando la invitación de ir a terminar la fiesta a su piso. Su marido era director de una caja de ahorros catalana en Madrid y había salido unas horas antes en el Puente Aéreo. En la casa había un perro grande, un pastor alemán, que no le hizo mucha gracia. Mientras la chica iba en busca de unas bebidas, él preparó en la mesa del comedor un par de rayas. Después de tomarlas y de beber algunos sorbos de cerveza, fueron directamente a la cama. El perro se coló en la habitación detrás de ellos. Cobre quiso echarlo fuera, pero a la chica le dio pena.

—¿Te importa si mira? —le preguntó.

CAPÍTULO 6

Viaje a Canarias

El lunes por la noche, ya en Empuriabrava, al hablar por teléfono con Mamen para desearle que le fuera bien el examen, Cobre tuvo algún remordimiento por su infidelidad, sobre todo porque ella le había dicho que lo quería mucho y que iba a pensar mucho en él las dos semanas que iban a estar sin verse. No obstante, consideró bien aprovechado el fin de semana transcurrido en Hospitalet, pues le presentaron a un chico llamado Bartolo, con el que hizo tratos para venderle quince gramos de cocaína.

Al día siguiente, aparte de los preparativos para el viaje a Canarias, volvió a visitar a Johan, y junto al pedido para sus socios, que querían ir bien surtidos a las Islas Afortunadas, adquirió la droga para su cliente. El miércoles antes de coger el avión, con la excusa de recoger unas ropas en su casa, hizo que David se desviara de la ruta hacia el aeropuerto, lo hizo entrar a Hospitalet y entregó la mercancía a Bartolo en las mismas escaleras del piso de sus padres; al salir le dijo a su amigo que no había encontrado la ropa que buscaba.

Llegaron a Canarias una hora y media más tarde que Gaspar, que los esperaba en el aeropuerto. Nada más salir con sus maletas puestas sobre un carro, Cobre lo vio, vestido como un típico turista, con una camisa a «
tutti colori
» y unos pantalones blancos.

—¡Míralo, allí está! ¡Jondia! Qué pinta de marica tiene con la ropa que se ha puesto.

Los tres se saludaron efusivamente.

—Oye, Gaspar, ¿en el País Vasco cómo llamáis a los maricones? —preguntó Cobre.

—Nosotros no los llamamos, vienen solos. ¿Qué tal, Cobre? —le respondió su amigo, rápido de reflejos, abrazándolo de nuevo.

—Siempre igual, no cambiarás nunca —acabó diciéndole Cobre, entre risas.

Se dirigieron al mostrador de Europcar, donde alquilaron un
buggy
descapotable rojo que rápidamente localizaron en el parking y sin ninguna otra demora se dirigieron hacia el sur, a Playa del Inglés, donde tenían reservado el hotel. Gaspar conducía. El sol canario de la tarde les daba de pleno y les alegró.

—¡¡¡Uah!!! ¡Por fin, vacaciones! —gritó Cobre, levantándose de su asiento, con los dos brazos en alto.

—Ostras, sí. Por fin —exclamó también David desde el asiento de atrás, imitando a su amigo.

Enseguida se encontraron circulando por la autopista. El pelo se les revolvía con la velocidad.

—Paremos para comprar unas gorras —sugirió David, que iba atrás.

El
buggy
giró en dirección a una urbanización turística que se dibujaba a lo lejos, junto al mar. Compraron las gorras, unas cervezas y se hicieron preparar unos bocadillos. Fueron a sentarse con la merienda en un poyo que separaba la plaza de la zona de paseo.

—Está buenísimo —dijo David.

—Más buenas están esas que vienen por ahí corriendo —señaló Cobre a unas chicas extranjeras que corrían por el paseo, en dirección hacia ellos.

Los tres permanecieron observándolas acercarse con sus visibles pechos bamboleándose rítmicamente al compás de sus pasos.

—Éstas en vez de hacer
footing
, hacen
teting
—declaró Gaspar haciendo reír a sus amigos—. ¡¡Guapas!! —les gritó el vasco al pasar—. Os gusta correr y a nosotros corrernos —añadió de lejos, haciendo reír de nuevo a todos.

—¡Vas lanzado, eh! ¿Qué no follas bastante con tu Susana? —le preguntó Cobre.

—La he dejado servida para quince días. La inactividad sexual produce cuernos.

—Menos mal que hemos comprado las gorras. Sentado detrás del coche se notaba mucho la velocidad y parecía que me arrancaba el cabello. Un poco más y me quedo calvo —dijo David, acariciándose el pelo con la mano.

—Bueno, dicen que los calvos tienen más potencia sexual —comentó Cobre.

—La calvicie puede que sea un símbolo de virilidad, pero nos reduciría las oportunidades de comprobarlo —agregó Gaspar, como siempre rápido en sus apreciaciones.

—Sí, más vale prevenir que curar —dijo David, encasquetándose la gorra.

—No, más vale prevenir que currar —rectificó Gaspar.

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