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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Thriller, Intriga, Poliiciaca

Gataca (45 page)

BOOK: Gataca
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Lucie y Sharko se miraron: los elementos se imbricaban lógicamente en sus mentes. Al fin, la investigación se sostenía en tres pilares: en primer lugar, el cromañón; en segundo, Carnot y Lambert. Y entre uno y otros, como un eslabón evidente, las tribus primitivas, verdadero vínculo entre la prehistoria y el mundo moderno. Una bisagra humana entre el pasado y el presente.

Con gesto firme, el comisario sacó el DVD y lo depositó sobre la mesa.

—Esto es exactamente lo que buscamos: una tribu amazónica que fue descubierta en los años sesenta. Su población fue diezmada por una epidemia de sarampión. Se trata de una tribu que para sobrevivir y conquistar los territorios debe, o probablemente debía combatir con sus vecinos con las manos desnudas o con armas blancas. Una tribu que, en el pasado y tal vez aún hoy, sería considerada como la más violenta y sanguinaria que jamás haya existido en la Amazonia o incluso en el mundo. Éva Louts fue a Latinoamérica en busca de esa tribu, en busca de sus famosos zurdos.

Le tendió el DVD, le explicó su sórdido contenido y concluyó.

—Louts sabía de la existencia de esa comunidad y sabía dónde hallarla. Por lo tanto, tiene que haber constancia de ese pueblo en algún lugar. ¿Puede ayudarnos a localizarlo rápidamente?

La científica se puso en pie y fue a buscar un papel en el que anotó los principales datos enunciados por el comisario.

—No sé mucho de eso y no puedo darles una respuesta, pero tengo un amigo antropólogo. Mañana a primera hora me pondré en contacto con él y les llamaré de inmediato.

—Perfecto.

Los ex policías acabaron sus bebidas, mientras hablaban del caso y de qué futuro habría tenido Éva en un mundo en el que no existiera el crimen.

Pero un mundo así no está a la vuelta de la esquina.

Por fin, se pusieron en pie y se despidieron de su anfitriona.

Al salir al jardín, Lucie miró al gran simio y admiró la sabiduría de aquel animal que miraba las estrellas como si en ellas buscara el rastro de los suyos. Se dijo que los humanos éramos únicos ya que poseíamos unas características positivas de las que carecían los otros seres, incluso aquel mono, pero únicos igualmente por nuestros siniestros comportamientos: genocidio, tortura, exterminio de otras especies… ¿Toda aquella maldad podía quedar compensada por el bien que éramos capaces de hacer?

Antes de volver al coche, puso una mano sobre el hombro de Sharko.

—Gracias por todo lo que estás haciendo.

Él la miró a la cara y esbozó una sonrisa que se desvaneció rápidamente.

—Yo no quería venir aquí, no quería que conocieras lo que había descubierto. Ahora ya se ha abierto la caja de Pandora y sé que tu cuerpo y tu alma te llevarán hasta allí, cueste lo que cueste. Pero si debes hacerlo, quiero ir contigo. Te acompañaré a Brasil. Iré contigo al fin del mundo.

Ella lo abrazó.

Él cerró los ojos cuando ella lo besó en los labios.

Y sus sombras se alargaron entre los árboles.

Las sombras de dos amantes malditos.

43

Habían corrido mucho para dar alcance al paisaje.

Porque los dos querían sobrevivir.

Y vivir.

Vivir a través de la muerte que los había separado.

Abrazados uno al otro en la cama, Lucie y Franck saboreaban cada segundo después de hacer el amor, porque pronto el tiempo se aceleraría una vez más. Como en
A través del espejo
, tendrían que levantarse entonces y correr, correr sin respirar, sin volver la vista atrás. Correr para, tal vez, no detenerse ya jamás.

Así que disfrutaban de los gestos de ternura, se perdían en sus miradas, se sonreían, constantemente, como si pretendieran encerrar, en ese segmento de la Evolución tan corto, la suma de cuanto habían perdido. Un segundo no es nada a escala de la humanidad, pero cada segundo posee la magia de ser único.

Por fin, las primeras palabras brotaron de los labios de Lucie. Su aliento era tibio y su cuerpo desnudo ardía.

—Quiero que esta vez nos quedemos juntos para siempre, pase lo que pase. No quiero volver a separarme de ti jamás.

Sharko tenía la vista clavada en las cifras del despertador. Eran las 3:06. Apartó el aparato para no ver los malditos números que se le aparecían cada noche. Basta de 3:10, basta de gritos en su cabeza. Había que hacer borrón y cuenta nueva con el pasado. Tratar de reconstruirse.

Con ella.

—Yo también quiero. Era mi más profundo deseo, pero ¿cómo podía creer que aún fuera posible?

—Siempre lo has creído. Por eso guardaste mi ropa en tu armario, protegida con unas bolitas de naftalina. Te deshiciste de tus trenes, pero no de mi ropa.

Ella acarició sus costillas marcadas, sus caderas moldeadas por tan honda desesperación. Luego su mano remontó amorosamente hacia sus pectorales, el mentón, las mejillas.

—Tu caparazón se ha roto, pero te ayudaré a reconstruirlo. Tendremos tiempo para ello, tú y yo.

—Yo estoy dañado por fuera, pero tú por dentro. Yo también, Lucie, te ayudaré a reconstruirte…

Lucie suspiró y apoyó su oreja sobre el pecho de Sharko, a la altura de su corazón resquebrajado.

—¿Sabes?, cuando seguí al biólogo en Lyon y me encontré cara a cara con ese joven que me amenazaba con un casco de botella, yo… estuve a punto de matarlo porque se rió al ver la foto de mis hijas. Le puse el cañón de un arma contra la sien y estaba dispuesta apretar el gatillo. Dispuesta incluso a abandonar a Juliette para pegarle un tiro entre los ojos.

Sharko no se movía y la dejó hablar.

—Creo que volqué sobre él toda la violencia que no pude expresar contra Carnot. Aquel pobre chaval era como un catalizador, un pararrayos. Esa violencia se hallaba en mi interior, en ese maldito cerebro reptiliano del que hablaba el forense. Todos la llevamos dentro de nosotros porque todos fuimos cazadores como los cromañones. Esta historia me ha permitido entender que… que dentro de mí hay restos de… de algo ancestral, animal probablemente, tal vez más que en otras madres.

—Lucie…

—Di a luz a mis hijas, las he criado como he podido, he hecho como cualquier especie viva: propagar la vida. Pero no las he amado como hubiera debido hacerlo en mi condición de ser humano. Habría tenido que estar junto a ellas, siempre. No estamos aquí sólo para hacer guerras, odiarnos los unos a los otros o perseguir a asesinos. También estamos aquí para amar… Y ahora quiero amar a Juliette. Quiero abrazar a mi hija pensando en el futuro y ya no en el pasado.

Sharko apretó los dientes, tenía que controlar la emoción que se apoderaba de él. Lucie vio que se estremecían sus sienes. Él trataba de hablar, pero sus labios estaban inmovilizados definitivamente. Lucie sintió su malestar y le preguntó:

—¿Lo que te acabo de explicar te incomoda? ¿Te doy miedo?

Un largo silencio. Al fin, Sharko sacudió la cabeza.

—Quisiera poder hablarte de una cosa, pero no puedo. No me pidas más, por favor. Dime sólo que podrás vivir con alguien que tiene secretos. Alguien a quien le gustaría dejar a sus espaldas cuanto ha vivido, que desearía vislumbrar por fin un rayo de sol. Necesito saberlo. Es importante para mí, para el futuro.

—Todos tenemos secretos. Lo acepto sin ningún problema. Franck, quiero decirte que, el año pasado, nuestra ruptura violenta… Yo no estaba en un estado normal. Mis hijas habían desaparecido y… Siento mucho haberte echado de aquella manera.

—Calla…

La besó en los labios, se tumbó de lado y apagó la lámpara.

Al volver a colocar el despertador en su lugar, la pantalla luminosa indicaba las 3:19.

Cerró los ojos y, a pesar de que se sentía bien, sereno, no logró conciliar el sueño.

Sentía ya el aliento nauseabundo de la selva pegarse a su rostro.

44

Lucie despertó con el olor a leche caliente y a cruasanes. Se desperezó, se cubrió con la primera ropa que encontró y fue a la cocina, donde Sharko la esperaba, ya listo. Vestía una bonita camisa blanca y su eterno traje y olía bien. Lucie lo besó en los labios antes de sentarse ante el desayuno que la aguardaba.

—Hacía tiempo que no comía cruasanes —confesó.

—Hacía tiempo que no salía a comprarlos…

A Lucie le gustaba recuperar aquellos gestos simples, compartidos, que casi había olvidado. Mojó el cruasán en la leche, a la que había añadido un poco de cacao. Quiso consultar su teléfono móvil, pero se había quedado sin batería. Vio que Sharko, que se había quedado de pie frente a ella, manipulaba nerviosamente su móvil entre los dedos. Sólo había tomado un café y unas galletas.

—¿Qué sucede?

—Le he pedido a un colega de estupefacientes la dirección de uno de los miembros de la familia Lambert.

—¿Y?

—Tengo la de la hermana, vive en el distrito IV. He llamado y ha contestado el abuelo. Están todos destrozados, y el hombre no quería hablar conmigo. No entiende por qué los acosan. Los colegas ya estuvieron allí ayer y, de momento, lo que los Lambert necesitan es paz. En resumidas cuentas, me ha colgado.

Lucie le dio un bocado a su cruasán.

—De acuerdo. Acabo el desayuno, voy al baño y vamos para allá.

Una decena de personas de rostros tristes estaban reunidas en un gran apartamento situado en la cuarta planta de un edificio haussmanniano, cerca de la isla de la Cité. Un lugar de categoría, que debía de tener un alquiler desorbitado. Lucie y Sharko se habían quedado en el umbral de la puerta de entrada, frente a un hombre de entre sesenta y cinco y setenta años, bigote gris bien cortado, vestido con traje negro y con una expresión severa en el rostro. A su espalda, la familia estaba de luto, aún bajo el impacto de la noticia, sin duda incapaz de comprender la carnicería de la casa de Fontainebleau. Ojos enrojecidos, hinchados, se volvían hacia ellos.

El del bigote, que ya había hablado con Sharko por teléfono, no tardó en iniciar las hostilidades.

—¡Déjennos en paz de una vez! Policías o no, ¿no ven que aquí no pintan nada?

Se disponía a cerrar la puerta, pero Lucie se interpuso.

—Escúcheme, caballero. Comprendemos su dolor pero seremos muy breves. Creemos que su nieto no era totalmente responsable de sus actos y queríamos hablarlo con usted.

Lucie sopesó las palabras. Se puso en el lugar de aquel hombre e imaginó qué reacción habría tenido ella si le hubieran anunciado que el asesino de Clara no era responsable de sus actos. Era probable que hubiera destripado a su interlocutor. Por otro lado, la situación en aquel caso era un poco diferente: el asesino de su hijo era su propio nieto.

—¿Que no era responsable? ¿Qué significa eso?

La voz no era del abuelo, sino que procedía de detrás de él. Una joven apareció junto a la puerta. Debía de tener unos veinte años y parecía muy debilitada. Lucie vio su vientre redondo e hinchado: estaba embarazada, y a punto de salir de cuentas.

—No te preocupes por eso, Coralie —dijo el del bigote—. El señor y la señora ya se iban.

—Quiero saber qué tienen que decir. Déjame, abuelo.

Apretando los dientes, el hombre les franqueó el paso. La joven tuvo que apoyarse en la puerta, ligeramente titubeante. Su abuelo la sostuvo y dedicó una mirada fría a los policías.

—Su hijo tiene que nacer dentro de menos de dos semanas, por Dios. ¿Pretenden interrogarla? De acuerdo, pero me quedaré con ella. Sobre todo no intenten traumatizarla aún más con sus preguntas.

La chica llevaba una cadena de oro con un crucifijo por encima de su traje oscuro. Se frotó la nariz con un pañuelo y habló con un hilo de voz, casi inaudible.

—Félix… Félix era mi hermano.

Lucie le pasó una mano por el hombro y la condujo a un lugar más amplio, cerca del hueco de la escalera, donde había algunas sillas apiladas. Sharko y el abuelo se quedaron apartados. El del bigote se apoyó en la barandilla, con la cabeza entre las manos. Suspiró. Por su parte, Sharko se dio cuenta de que aquel hombre pronto sería bisabuelo y apenas debía de tener setenta años. Sin aquella tragedia, hubiera dejado una hermosa familia tras de sí.

Coralie se dejó caer lentamente en una silla. Toqueteaba su colgante con los dedos, inconscientemente.

—¿Cómo… cómo puede decir que Félix no era responsable de lo que ha hecho? Ha… ha matado a mi padre y ha asesinado a dos personas a sangre fría.

Sharko permaneció al margen y dejó que hablara Lucie. Sintió que Coralie Lambert confiaría más en otra mujer que pudiera compartir su sufrimiento. Por otro lado, Lucie era consciente de que, sobre todo, no debía hablar de la autopsia ni de sus descubrimientos, ya lo había hablado con Sharko antes de subir allí. Hablar sobre ello podía provocar un incendio y el del bigote, que vigilaba a su nieta, sería capaz de llamar a los investigadores y a los forenses y Sharko y ella quedarían definitivamente fuera de juego. Debían seguir siendo neutros, invisibles.

—De momento no es más que una hipótesis —dijo Lucie, para no mojarse—. Su hermano parecía sano y equilibrado. No tenía antecedentes de violencia. Llevar a cabo repentinamente actos de semejante crueldad, que generan tanta incomprensión, puede tener en algunos casos una causa psiquiátrica o neurológica que se remonte muy lejos.

—Nunca hemos tenido ese tipo de pr…

Sharko interrumpió al abuelo, que ya trataba de inmiscuirse.

—Deje hablar a mi colega y cállese, por favor.

El hombre cerró la boca. Lucie prosiguió:

—Debemos indagar todas las pistas. Que usted sepa, ¿su hermano tenía algún problema de salud?

Lucie avanzaba a ciegas, pues no sabía nada de la vida de Félix Lambert, pero esperaba suscitar así reacciones en su interlocutora.

—No. Félix y yo siempre nos hemos llevado bien, crecimos juntos hasta los dieciocho años. Tengo un año más que él y puedo asegurarle que tuvimos una infancia feliz, sin problemas.

Sus palabras se prolongaban con sollozos entrecortados.

—Félix siempre estuvo… perfectamente equilibrado, lo que ha sucedido es incomprensible. Últimamente, estaba acabando sus estudios para ser arquitecto. Tenía… tenía tantos proyectos…

—¿Aún se veían a menudo?

—Una vez al mes, ¿quizá? Es cierto que últimamente no nos hemos visto mucho. Se sentía… en baja forma y se quejaba de cansancio y de dolores de cabeza.

Lucie recordó el estado de su cerebro, una verdadera esponja. ¿Acaso podía ser de otra manera?

—¿Y vivía con sus padres?

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