Gataca (44 page)

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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Thriller, Intriga, Poliiciaca

BOOK: Gataca
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—¿Sólo el sarampión? ¿Está seguro?

—No diga «sólo el sarampión». Es un virus muy agresivo que ha llegado a causar estragos entre la población y que, cuando provoca la muerte, comporta sufrimientos terribles. Respecto a mi certeza… Diría que estoy seguro en un 95 por ciento. Los síntomas concuerdan. Aunque la erupción cutánea no sea evidente, pueden verse las manchas de Köplick y los ojos llorosos, muy oscuros porque deben de estar enrojecidos. Además, una de las características de la enfermedad es que, en los casos más graves, provoca hemorragias internas que hacen que el enfermo sangre por la nariz, la boca y el ano. Como es el caso. Y vista la virulencia de la enfermedad, puedo garantizar que esa población jamás se había enfrentado al virus. Sus sistemas inmunitarios fueron incapaces de reaccionar frente a la agresión. Simplemente no lo reconocieron.

Miró a Sharko con una mirada muy seria que, sumada a sus ojos oscuros, adquirió un aspecto funesto.

—Recuerda la historia de las vacas y los bebedores de leche. Esto es igual, y siempre es el mismo principio. Los virus del sarampión, la viruela, las paperas o la difteria se incubaron primero en animales domésticos. Luego mutaron y adquirieron la capacidad de infectar a los humanos. Eso les resultó muy ventajoso y, por lo tanto, fue favorecido por la selección natural. Las grandes densidades de población los nutrieron y los propagaron en el Nuevo y el Viejo Mundo, y al mismo tiempo desarrollaron mecanismos inmunitarios para no morir sistemáticamente. Los virus y los humanos han cohabitado a lo largo de una escalada armamentística. Diría que casi se han «autoalimentado» y han recorrido juntos los siglos.

—¿El virus que exterminó a esta tribu procedía pues de un individuo «civilizado», si puede decirse así?

—Sobre eso no hay duda. Hoy, el hombre es el único portador posible del sarampión. El virus estaba dentro de él, en su organismo, como puede estarlo en este momento en el suyo. Sólo que usted no lo sabe, gracias a un sistema inmunitario eficaz y a las vacunas que debieron aplicarle, que lo convierten en inofensivo.

Chénaix extrajo el DVD del lector y se lo devolvió al comisario.

—Que yo sepa, jamás se ha filmado una epidemia de sarampión tan virulenta y mortal. A principios de los años sesenta era imposible hallar sociedades, incluso primitivas, con unos adultos carentes de anticuerpos como para que se produjera semejante hecatombe. Así que la conclusión que se impone es que, antes de la fecha en que se rodaron estas imágenes, esa civilización no se había encontrado jamás con el hombre moderno, puesto que nunca había sido víctima del sarampión, ni siquiera miles de años antes. Es probable que quien filmó la película fuera el primer extranjero al que vieran, y eso desde hacía siglos. Se trata, pues, de una tribu extremadamente aislada.

Al fin, el forense se puso en pie e invitó a ambos policías a que hicieran lo mismo. Apagó la pantalla.

—Personalmente, eso es cuanto puedo deducir.

—Ya es mucho. Dime, ¿conoces a Jean-Paul Lemoine, el especialista en biología molecular del laboratorio de la policía científica de París?

—Sí, por supuesto, él y su equipo se ocupan de la mayoría de los análisis biológicos que pedimos aquí. Ellos analizarán el cerebro de Lambert. ¿Por qué?

Sharko abrió su bolsa y le tendió las tres hojas de datos escritos por Daniel.

—¿Puedes decirle que eche un vistazo a esto lo antes posible?

—¿Una secuencia de ADN? ¿Qué representa?

—Ésa es la pregunta.

El médico suspiró.

—Estás abusando. Por lo menos eres consciente de ello, ¿verdad?

Sharko tendió la mano con una sonrisa.

—Gracias, de nuevo. Y no olvides…

—No lo he olvidado. No has estado aquí.

41

Una vez en la calle, los policías respiraron profundamente, como al salir a la superficie tras una inmersión submarina. Nunca el ruido de un coche, que pasó ante ellos a toda velocidad, fue tan tranquilizador. Todo se abatía sobre sus hombros, incluso el peso del aire. Sharko avanzó hasta el borde del Sena y, con las manos en los bolsillos, observó los centelleos ambarinos que lo saludaban. Alrededor de él, París se acurrucaba bajo la gruesa manta luminosa. En el fondo de sí mismo, amaba aquella ciudad tanto como la detestaba.

Discretamente, Lucie se puso a su lado y le preguntó:

—¿En qué piensas?

—En muchas cosas, pero sobre todo en esa historia de la Evolución y la supervivencia. En esos genes que desean propagarse a cualquier precio hasta el extremo de llegar a matar a su propio portador en el intento.

—¿Cómo los machos de las mantis religiosas?

—Las mantis religiosas, los abejorros o los salmones. Incluso los parásitos, los virus se mueven por esa lógica, nos colonizan para seguir existiendo, con la inteligencia que ya les conocemos. ¿Sabes?, le doy vueltas a eso de la carrera armamentística. Me recuerda a un fragmento de la segunda parte de
Alicia en el país de las maravillas, A través del espejo
. ¿Has leído a Lewis Carroll?

—No, nunca. Mis lecturas, por desgracia, eran algo más lúgubres.

Lucie se aproximó más a él y sus hombros prácticamente se rozaban. Sharko miraba fijamente al horizonte, sus pupilas se habían dilatado. Su voz era dulce, límpida, en contradicción con toda aquella violencia que los aplastaba un poco más a cada minuto que pasaba.

—En un momento dado, Alicia y la Reina de Corazones se lanzan a la carrera y Alicia le pregunta: «Es extraño, Reina de Corazones, ¿por qué corremos muy deprisa y el paisaje a nuestro alrededor no cambia?». Y la Reina le responde: «Corremos para quedarnos en el mismo sitio».

Calló un instante y luego miró a Lucie a los ojos.

—Somos como cualquier otra especie, como cualquier organismo: hacemos lo que haga falta para sobrevivir. Tú y yo, el antílope de la sabana, el pez en el fondo del océano, el pobre, el rico, el negro o el blanco, todos corremos para sobrevivir, desde el principio. Sean cuales sean las tragedias que nos hagan caer al suelo, siempre volvemos a ponernos en pie y volvemos a correr para alcanzar ese paisaje que desfila demasiado deprisa. Y cuando finalmente recuperamos el retraso, ese maldito paisaje acelera de nuevo, obligándonos a adaptarnos y a correr aún más deprisa. Si uno no lo consigue, si nuestra mente no consigue azuzarnos para seguir corriendo, nuestra carrera armamentística se detiene y nos morimos, eliminados por la selección natural. Es así de sencillo.

Su voz vibraba con tal emoción que Lucie sintió que las lágrimas le humedecían los ojos. Pensaba en los gemelos de su familia. En esa carrera desenfrenada por la supervivencia; ella había actuado como los bebés del tiburón, devoró a su propia gemela en el vientre de su madre porque, tal vez, sólo había espacio para una de ellas dos, la más competitiva en este mundo. Recordó a la hermana de su propia madre, muerta a causa de una granada, mientras su madre logró sobrevivir e incluso dio vida… Tantos y tantos misterios y preguntas que tal vez jamás tendrían respuesta.

Sin pensárselo dos veces en esta ocasión, Lucie lo abrazó.

—Hemos pasado por los mismos sufrimientos, Franck, y los dos hemos seguido corriendo, cada uno por su lado. Hoy, sin embargo, corremos juntos. Eso es lo más importante.

Se apartó un poco y Sharko recogió con la punta de los dedos la lágrima que ella no pudo contener y observó atentamente aquel pequeño diamante de agua y sal. Inspiró profundamente y se limitó a decir:

—Sé a qué fue Éva a Brasil, Lucie… Lo comprendí en los primeros minutos de la película.

Lucie lo miró sorprendida.

—Pero ¿por qué…?

—¡Porque tengo miedo, Lucie! Tengo miedo de lo que nos espera al final del camino, ¿lo entiendes?

Le dio la espalda y se acercó más a la orilla, como si se dispusiera a saltar. Miró la otra orilla, mucho rato, en silencio. Luego, con una dolorosa inspiración, dijo:

—Y, sin embargo… Allí es donde tu mente te empuja, Lucie. Para saber, por fin.

Cogió el teléfono móvil y marcó un número. Al otro extremo de la línea, alguien respondió. Sharko se aclaró la voz antes de hablar.

—¿Clémentine Jaspar? Soy el comisario Franck Sharko. Sé que es muy tarde, pero me dijo que podía llamarla cuando quisiera. Necesito hablar con usted.

42

Por el camino, Sharko no dijo palabra. Lucie lo miraba conducir, y veía los músculos de su cuello y de sus mandíbulas en tensión bajo la piel. Sabía, en el fondo, en qué estaba pensando. En las respuestas que obtendrían por boca de la primatóloga. Unas palabras que los precipitarían, a ambos, tras los pasos de Éva Louts, lejos, muy lejos de allí. A un lugar que Sharko temía mucho.

Clémentine vivía a pocos kilómetros del centro de primatología, en una casa en las afueras de Meudon-la-Forêt. Si bien la vivienda no parecía muy grande, el terreno, perfectamente arbolado, ocupaba miles de metros cuadrados. Aquí y allá, unos farolillos vertían la energía solar acumulada a lo largo del día y creaban agradables oasis azulados entre los árboles. Clémentine Jaspar sin duda había querido recrear un ambiente que le recordase a un país lejano.

Vestida con una túnica amplia y de vivos colores, la primatóloga los recibió en una gran terraza con muebles de teca y una tenue iluminación. Cuando se disponía a sentarse, Lucie se llevó la sorpresa de ver que un mono abría la puerta acristalada y se acercaba a ella.

—¡Oh, Dios mío!

Con sus hábiles manazas,
Shery
cogió un vaso lleno de té helado que había sobre la mesa y aspiró ruidosamente el líquido con una pajita. Clémentine Jaspar dirigió una mirada embarazada a Sharko, que contemplaba la escena con ojos de niño.

—Había cerrado la puerta, pero… Miren, confío en su discreción respecto a la presencia de
Shery
en mi casa. Sé que está prohibido, pero después de lo sucedido, no puedo dejarla sola en el centro.

—No se preocupe. Confiamos igualmente en su silencio respecto a nuestra visita. Digamos que es una visita oficiosa. La investigación oficial ha tomado otros derroteros, pero nosotros estamos convencidos de que las respuestas se hallan en otro sitio.

La científica asintió. Tras vaciar el vaso en un tiempo récord,
Shery
se dirigió tranquilamente hacia el jardín y se instaló junto a uno de los farolillos, sentada como un buda que meditara. Miró a los invitados con una inmensa sabiduría en sus ojos.

—Mañana lloverá —dijo Jaspar—.
Shery
siempre hace eso la víspera de un día lluvioso. Es el mejor barómetro.

—Le gustaría mucho a mi hija —dijo Lucie, divertida.


Shery
adora a los niños. Venga un día con su hija, y podrán pasar el día juntas.

—¿Lo dice en serio?

—En serio.

Jaspar ofreció té helado a sus invitados. Lucie la observaba desplazarse y captaba las miradas cómplices entre ella y su animal. Se dijo que nadie está hecho para vivir solo en este planeta, que la gente siempre tiene que aferrarse a algo: un amigo, un perro, un mono, unas locomotoras en miniatura… Sorbió en silencio su bebida, pensando en su hijita, que debía de reclamarla. Lucie se preguntó si había llegado a hablar con ella una sola vez por teléfono desde que se marchó del apartamento de Lille. Sintió una gran vergüenza.

La temperatura exterior aún era agradable y la brisa de final de verano aliviaba los párpados pesados. La primatóloga preguntó por los avances de la investigación y Sharko se apresuró a responder.

—Se estrecha el cerco, pero aún necesitaremos su ayuda o sus conocimientos. Y no quería pedírselo por teléfono.

Se inclinó un poco hacia delante, con las manos extendidas al frente.

—Veamos: ya sabemos todos que Éva Louts investigaba la violencia en el mundo y a lo largo del tiempo. Fue a una de las ciudades más peligrosas del planeta para buscar en los archivos criminales, se entrevistó con varios homicidas zurdos que habían cometido asesinatos horribles, y con la ayuda de documentos y fotografías investigó a bárbaros, pueblos que siempre derramaron sangre. Estudió todos esos casos extremos con un único objetivo: verificar la correlación entre lateralidad y violencia.

Jaspar asintió, intrigada por el planteamiento. Sharko prosiguió su explicación, sorprendiéndose a sí mismo por sus conocimientos de biología evolutiva cuando, apenas unos días antes, era lego en la materia.

—En el Jardin des Plantes usted me dijo que, en nuestros días, ser zurdo ya no constituye una ventaja para los individuos violentos o surgidos de un entorno propicio a la violencia, dada la modernidad de nuestra sociedad y de las armas de fuego.

—Ésa era la explicación que Éva aventuraba, sí.

—… Y tuvo una gran decepción cuando pudo constatarlo en México, afirmó usted.

—Lo supongo, en efecto. Como cualquier investigador, debía de soñar con concretar sus descubrimientos mediante la observación de una cifra importante de zurdos. Constatar con sus propios ojos la prueba formal, viviente, de su teoría, para poder exponerla al mundo. Desgraciadamente, esos criminales mexicanos eran tan zurdos como usted o como yo.

—Sin embargo, Éva no arrojó la toalla. Tras fracasar en México, fue a buscar en otro sitio. En las tierras vírgenes de la Amazonia…

Dejó unos segundos de silencio. Las dos mujeres lo miraban con intensidad.

—En cuanto vi la película, comprendí de inmediato que había ido a la selva en busca de la violencia más pura. Una violencia aislada de toda civilización, de cualquier influencia humana. Una violencia ancestral, que seguiría existiendo en el seno de una tribu primitiva. ¿Iba a encontrar allí a sus zurdos?

Lucie se llevó la mano a la boca, como si la evidencia la sorprendiera también a ella. Jaspar, mientras, sorbía su bebida y reflexionaba, y acabó por asentir con convicción. Sus ojos brillaban.

—Su razonamiento se sostiene, aunque no me guste demasiado la expresión «tribu primitiva», puesto que han evolucionado tanto como nosotros. Las tribus aborígenes no están «contaminadas» por el mundo moderno con sus fábricas, guerras y tecnología. Sus árboles no se tiñen por culpa de la polución y allí la especie de las mariposas del abedul dominante es, sin duda, la blanca. Cualquier etnólogo puede decírselo: estudiar esas tribus es una manera de remontar realmente el curso del tiempo, porque los genomas han evolucionado de otra manera, y el suyo está más cerca de los primeros
sapiens
que el nuestro. Probablemente han conservado antiguos genes prehistóricos y no han adquirido otros.

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