—Puede marcar el compás.
—Pero es un acto innecesario al silbar. Golpear el suelo con el dedo gordo del pie no es la acción en sí, sino una respuesta a tal acción, y, sin duda, todas las partes de Gaia responderán a mi emoción, de alguna manera, tal y como yo respondo a las suyas.
—Supongo que no debo sentirme aturrullado por esto —dijo Pelorat.
—En absoluto.
—Pero me da una extraña sensación de responsabilidad. Cuando trato de hacerte feliz, resulta que estoy tratando de hacer feliz hasta el último organismo de Gaia.
—Hasta el último átomo; pero lo haces. Añades algo al sentimiento de gozo comunal que yo te dejo compartir brevemente. Supongo que tu contribución es demasiado pequeña para que pueda ser medida con facilidad, mas está allí, y el hecho de saberlo debería aumentar tu alegría.
—Ojalá pudiese estar seguro —dijo Pelorat —de que Golan se encuentra lo bastante atareado con sus maniobras a través del hiperespacio para permanecer en la cabina-piloto durante un buen rato.
—Deseas una luna de miel, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces, coge una hoja de papel, escribe «Refugio de Luna de Miel», fíjalo en la parte exterior de la puerta y si él desea entrar, el problema será suyo.
Pelorat hizo lo que ella le decía, y fue en el transcurso de las agradables operaciones que siguieron cuando la
Far Star
dio el Salto. Ni Pelorat ni Bliss detectaron la acción. No la habrían notado aunque hubiesen prestado atención.
Sólo habían pasado unos pocos meses desde que Pelorat había conocido a Trevize y salido de Términus por primera vez. Hasta entonces, durante el más de medio siglo de su vida (en términos galácticos), había permanecido completamente atado al planeta.
Pero en aquellos meses se había convertido, según él creía, en un viejo lobo del espacio. Había visto tres planetas: el propio Términus, Sayshell y Gaia. Y en la pantalla tenía el cuarto, aunque a través de un aparato telescópico controlado por el ordenador, Comporellon.
Y una vez más, la cuarta, se sintió vagamente desilusionado. De alguna manera, seguía teniendo la impresión de que, al mirar un mundo habitable desde el espacio, tendría que ver el perfil de sus continentes dentro del mar circundante; o, si era un mundo seco, el perfil de sus lagos dentro de la circundante masa de tierra.
Nunca ocurría así.
Si un mundo era habitable, tenía una atmósfera además de una hidrosfera. Y si había aire y agua, también nubes; y con éstas, la vista quedaba oscurecida. Una vez más, se encontró mirando unos torbellinos blancos, con ocasionales atisbos de un azul pálido o de un pardo herrumbroso.
Se preguntó con tristeza si alguien sería capaz de identificar un mundo a partir de la imagen proyectada sobre una pantalla, desde una distancia de trescientos mil kilómetros. ¿Cómo distinguir un remolino de nubes de otro?
Bliss miró a Pelorat con cierta preocupación.
—¿Qué te pasa, Pel? Pareces triste.
—Encuentro que todos los planetas parecen iguales vistos desde el espacio.
—¿Y qué, Janov? —dijo Trevize—. También lo parecen todas las costas de Términus, cuando están en el horizonte, a menos que —sepas lo que estás buscando: un picacho en particular, o un islote con una forma característica…
—Supongo que sí —admitió Pelorat, visiblemente contrariado—; pero, ¿qué se puede buscar en una masa móvil de nubes? Y aunque lo intentase, quizá pasara al lado oscuro antes de que pudiera decidirlo.
—Observa con un poco más de atención, Janov. Si te fijas en la forma de las nubes, verás que tienden a seguir un rumbo que circunda el planeta y que giran alrededor de un centro. Ese centro se halla, más o menos, en uno de los polos.
—¿Cuál? —preguntó Bliss interesada.
—Ya que, en relación con nosotros, el planeta está girando en la dirección de las agujas del reloj, nos encontramos mirando, por definición, hacia el polo sur. Y como el centro parece estar a unos quince grados del terminador, la línea de sombra del planeta, y el eje planetario se halla inclinado veintiún grados en relación a la perpendicular de su plano de rotación, estamos a mediados de la primavera o a mediados del verano, dependiendo de que el polo se aleje o se acerque al terminador. El ordenador puede calcular su órbita y comunicármela a no tardar si se lo pregunto. La capital se halla en el lado norte del ecuador, por lo que allí deben estar a mediados de otoño o a mediados de invierno.
Pelorat frunció el ceño.
—¿Puedes saber todo esto? —Miró la capa de nubes, como si ésta pudiese y debiese hablarle; pero, por supuesto, no lo hizo.
—No sólo esto —respondió Trevize—. Si miras hacia las regiones polares, no observarás desgarrones en la capa de nubes como puedes verlos en las zonas apartadas de los polos. En realidad, sí que los hay, pero ves hielo a través de ellos, de modo que todo aparece blanco.
—Ya —dijo Pelorat—. Supongo que esto es normal en los polos.
—En los de los planetas habitables, sí. Los planetas sin vida pueden carecer de aire o de agua, o pueden tener ciertas señales demostrativas de que las nubes no son de agua o que el hielo no es de agua. Como este planeta carece de tales señales, podemos saber que nos encontramos ante nubes de agua y hielo de agua.
»Lo siguiente que advertimos es el tamaño de la zona blanca compacta del lado iluminado del terminador, y el ojo experimentado observa en seguida que resulta más grande de lo normal. Además, se puede detectar cierto resplandor anaranjado, aunque muy débil, en la luz reflejada, y eso significa que el sol de Comporellon es bastante más frío que el de Términus. Aunque Comporellon se halla más próximo de su sol que Términus del suyo, no lo está lo bastante cerca para compensar la baja temperatura del planeta. Por consiguiente, Comporellon es un mundo frío en relación con los otros mundos habitables.
—Lo lees como en un libro abierto, viejo —exclamó Pelorat con admiración.
—No te impresiones demasiado —dijo Trevize, sonriendo afectuosamente—. El ordenador me ha dado las estadísticas útiles del planeta, incluida su temperatura, ligeramente inferior a la normal. Resulta fácil deducir de ello algo que ya sabemos. En realidad, Comporellon se encuentra casi entrando en una edad del hielo, y ya estaría en ella si la configuración de sus continentes fuese más adecuada para tal condición.
Bliss se mordió el labio inferior.
—No me gusta un mundo frío.
—Tenemos ropas de abrigo —dijo Trevize.
—Da lo mismo. Los seres humanos no estamos adaptados al tiempo frío. No tenemos espesas capas de pelos o de plumas, ni una gruesa capa subcutánea de grasa. El hecho de que un mundo tenga el clima frío parece indicar cierta indiferencia por el bienestar de sus componentes.
—¿Es Gaia un mundo uniformemente templado? —preguntó Trevize.
—En su mayor parte, sí. Hay algunas zonas frías para plantas y animales adaptados a ese medio, y algunas zonas cálidas para las plantas y los animales adaptados al calor, pero casi todas sus partes son siempre templadas, nunca demasiado calientes o frías para los seres intermedios, entre los que, naturalmente, se encuentran los humanos.
—Los seres humanos, desde luego. Todas las partes de Gaia viven y son iguales a este respecto, pero algunos, como los seres humanos, son, eso resulta evidente, más iguales que otros.
—No seas tan fatuamente sarcástico —dijo Bliss, con una pizca de irritación—. El nivel y la intensidad de la conciencia son importantes. El ser humano es una porción de Gaia más útil que una roca del mismo peso, y las propiedades y funciones de Gaia, como conjunto, tienden, necesariamente, a favorecer al ser humano, aunque no tanto como en vuestros mundos aislados. Más aún, hay veces en que favorece a otros sectores, cuando resulta necesario para Gaia en su totalidad. Incluso puede, a largos intervalos, favorecer al interior rocoso. También esto requiere atención, para que todas las partes de Gaia no sufran. No deseamos erupciones volcánicas innecesarias, ¿verdad?
—No —dijo Trevize—. No, si son innecesarias.
—No te sientes impresionado, ¿verdad?
—Mira —dijo Trevize—. Nosotros tenemos mundos que son más fríos de lo normal y otros más cálidos: mundos que son bosques tropicales en gran parte, y mundos cubiertos por vastas sabanas. No hay dos mundos iguales, y cada uno de ellos es bueno para los que están habituados a él. Yo estoy acostumbrado a la relativa suavidad del clima de Términus el cual hemos moderado hasta hacerlo parecido al de Gaia, pero me siento contento de poder salir de allí, al menos de forma temporal, para ver algo diferente. Tenemos algo que Gaia no tiene, y es la variedad. Si Gaia se expande por la Galaxia, ¿supondrá eso que todos los mundos que la configuran tendrán que convertirse en templados? La igualdad resultará insoportable.
—Si es así —dijo Bliss—, y si la variedad parece deseable, ésta será mantenida.
—Digamos como una merced del comité central, ¿no? —preguntó Trevize con sequedad—. Y sólo en la medida en que éste pueda soportarlo. Yo preferiría dejárselo a la Naturaleza.
—Pero vosotros no lo habéis dejado a la Naturaleza. Todos los mundos habitables de la galaxia han sido modificados. Cada uno de ellos fue considerado incómodo para la Humanidad en su estado natural, y fue modificado hasta que su clima se suavizó todo lo posible. Si ese mundo al que nos dirigimos es frío, estoy seguro de que ello se debe a que sus moradores no han podido calentarlo más sin incurrir en inaceptables dispendios. Y aun así, los lugares que habitan actualmente podemos estar seguros de que son calentados de manera artificial. Por consiguiente, no te jactes tanto de dejarlo todo en manos de la Naturaleza.
—Supongo que lo dices por Gaia —dijo Trevize.
—Yo hablo siempre por Gaia. Yo soy Gaia.
—Entonces, si Gaia está tan segura de su propia superioridad, ¿qué falta os hacía contar con mi decisión? ¿Por qué no habéis seguido adelante sin mi?
Bliss guardó silencio, como para ordenar sus pensamientos.
—Porque no es prudente confiar demasiado en uno mismo —dijo después—. Como es lógico, vemos nuestras virtudes con más claridad que nuestros defectos. Estamos ansiosos por hacer lo que es bueno; no necesariamente lo que nos lo parece, sino lo que objetivamente lo es, si es que la bondad objetiva existe. Tú pareces estar más cerca de ella que nosotros, y por eso nos dejamos guiar por ti.
—Tan objetiva es —replicó Trevize con tristeza —que ni siquiera soy capaz de comprender mi propia decisión y tengo que buscar su justificación.
—La encontrarás —dijo Bliss.
—Así lo espero.
—En realidad, viejo amigo —intervino Pelorat—, me parece que Bliss ha triunfado con bastante facilidad en esta discusión. ¿Por qué no reconoces el hecho de que sus argumentos justifican tu decisión de que Gaia es la ola del futuro para la Humanidad?
—Porque yo desconocía estos argumentos cuando tomé mi decisión —respondió Trevize—. Ignoraba todos esos detalles acerca de Gaia. Además, otra cosa influyó en mi, al menos de forma inconsciente; algo que no depende de los detalles de Gaia, sino que tiene que ser más fundamental. Es lo que debo descubrir.
Pelorat levantó una mano apaciguadora.
—No te enfades, Golan.
—No me enfado. Sólo me encuentro bajo una tensión bastante insoportable. No quiero ser el foco de la galaxia.
—No te censuro por ello, Trevize —dijo Bliss—, y lamento de veras que tu propio carácter te haya obligado a esto en cierto modo. ¿Cuándo aterrizaremos en Comporellon?
—Dentro de tres días —respondió Trevize —y sólo después de detenernos en una de las estaciones de entrada situadas en órbita a su alrededor.
—No debería haber ningún problema ahí, ¿verdad? —dijo Pelorat.
Trevize se encogió de hombros.
—Esto dependerá de la cantidad de naves que se acerquen al planeta, del número de estaciones de entrada que existan y, sobre todo, de las normas particulares que permitan o rechacen la admisión. Estas normas cambian de vez en cuando.
—¿Qué significa eso de rechazar la admisión? —preguntó Pelorat indignado—. ¿Cómo pueden negarse a recibir a unos ciudadanos de la Fundación? ¿No forma parte Comporellon de los dominios de la Fundación?
—Pues sí…, y no. Existe una delicada cuestión legal a ese respecto, y no estoy seguro de cómo la interpreta Comporellon. Supongo que existe la posibilidad de que nos nieguen la entrada, pero creo que esta posibilidad es bastante remota.
—¿Qué haremos si nos rechazan?
—No lo sé —dijo Trevize—. Esperemos a ver lo que ocurre antes de hacer planes para tal contingencia.
Ya se encontraban lo bastante cerca de Comporellon para que éste apareciese ante ellos como un globo de gran tamaño sin necesidad de ampliación telescópica. Cuando la ampliación fue hecha, pudieron ver las estaciones de entrada. Estaban mucho más lejos del planeta que la mayoría de las otras estructuras que había en órbita a su alrededor, y se hallaban bien iluminadas.
Como la
Far Star
llegaba de la dirección del polo sur del planeta, la mitad de la esfera de éste aparecía constantemente iluminada por el sol. Las estaciones de entrada en la mitad donde era de noche se veían con más claridad, como chispas de luz. Aparecían espaciadas con regularidad formando un arco alrededor del planeta. Seis de ellas eran visibles (debía haber otras seis en el lado iluminado) y todas giraban alrededor del planeta a idéntica velocidad regular.
—Hay otras luces más cercanas al planeta. ¿Qué son? —dijo Pelorat, un poco asombrado ante aquella visión.
—No lo conozco con detalle —respondió Trevize —y por eso no puedo aclarártelo. Podrían ser fábricas o laboratorios u observatorios puestos en órbita, o incluso ciudades-naves pobladas. En algunos planetas, prefieren mantener oscurecidos todos los objetos en órbita, a excepción de las estaciones de entrada. Tal es el caso, por ejemplo, de Términus. Por lo visto, Comporellon se rige por un principio más liberal.
—¿A qué estación de entrada nos dirigiremos, Golan?
—Eso dependerá de ellos. Yo he enviado la solicitud de aterrizaje en Comporellon, y tienen que contestarnos diciéndonos a qué estación de entrada debemos ir, y cuándo. Supongo que estará en función de la cantidad de naves que estén tratando de entrar en este momento. Si hay una docena de ellas haciendo cola en cada estación, no tendremos más remedio que armarnos de paciencia.
—Sólo he estado dos veces a distancias hiperespaciales de Gaia antes de ahora, y ambas fueron cuando me encontraba en Sayshell, o cerca de allí. Nunca había estado a esta distancia —dijo Bliss.