Authors: Ed Greenwood
Entonces llegó Jhessail cogiéndose la túnica con las manos mientras se acercaba corriendo a la cabeza de un nutrido grupo de guardias.
—¿Shandril? —exclamó—. ¿Florin? ¿Mourngrym?
Merith iba a su lado con la espada desenvainada.
—Remedios, necesitamos —dijo Rathan—. El momento de la violencia ya ha pasado —y levantó la mirada—. Envía a cuatro guardias al templo en busca de Eressea... Ya no me queda más poder para curar ahora y Mourngrym todavía lo necesita.
Jhessail giró sobre sus talones para transmitir las órdenes del clérigo y luego se volvió otra vez hacia todos ellos:
—¿Qué ha ocurrido?
—Otro mago. éste vino volando e invisible. Shandril lo tocó con su fuego mágico por pura casualidad cuando yo le pedía que comprobara sus poderes. él ha herido a Florin y Mourngrym con un rayo de su varita. Shandril lo ha chamuscado, pero no lo ha matado, y él se ha trasladado —explicó Rathan.
Jhessail miró a Shandril y suspiró.
—¿No lo mataste? —preguntó.
Shandril sacudió la cabeza mirándola a los ojos.
—No podía —dijo—. Era... horrible. ¿Quién sabe? Puede que no pretendiera hacerme ningún daño.
—No puedo reprochártelo —dijo Jhessail comprensivamente—. Sin embargo, quiero que recuerdes esto: cuando combatas magia contra magia, apunta a matar... y procura terminar el trabajo. Un enemigo que escapa volverá a tomar su venganza.
—Sí —dijo Shaerl con los ojos brillantes—. ¡Un hombre que se ha atrevido a derribar a mi señor vive todavía! No te culpo, Shandril. Debe de ser terrible albergar semejante muerte dentro de ti, siempre sabiendo que puedes matar. Sin embargo, si ese hombre se hallara a mi alcance ahora mismo, yo no vacilaría en tirar a matarlo. Quien es capaz de hacer daño a mi Mourngrym, no se merece vivir.
Mientras ella hablaba, oyeron un ruido de pies que se aproximaban a la carrera. Un guardia remontó la cima de las escaleras voceando:
—¡Lord Mourngrym!
¡Lady Shaerl!
Shaerl se volvió:
—¿Qué sucede?
—Mi señora, ¡el prisionero se ha ido! Lo teníamos en la celda, y estaba maniatado... Sin embargo, ¡ha desaparecido ante nuestros propios ojos!
—¿Culthar? —preguntó Shaerl—. ¿Cómo ha podido suceder tal cosa? —dijo volviéndose a Jhessail. Y después miró de nuevo al guardia tras el tranquilo asentimiento de la maga—. Gracias. No sois culpables. Vuelve a tu puesto.
El guardia saludó con la cabeza y se marchó.
Jhessail se encogió de hombros:
—Un anillo teletransportador, quizás, o incluso una piedra de criminales. Debe de haber otros medios mágicos que Elminster y yo no conocemos todavía. Todo ello requeriría ayuda exterior. Los zhentarim, tal vez, o los sacerdotes de Bane. Sin duda, él era los ojos de alguien aquí en la torre —y extendió sus manos con una sombra de sonrisa—. Se están congregando todos los cuervos.
Shaerl dio un suspiro:
—Sí, me estoy cansando de ello.
Rathan levantó la mirada:
—¡Te estás cansando de ello! ¿Y qué hay de nosotros, los que curamos?
—Ah, pero vosotros tenéis la ayuda divina —dijo Mourngrym débilmente desde el suelo—. Procura ver a Florin también —añadió el señor del Valle de las Sombras—. Lo necesito sano y alerta.
El hombre que había rehusado el dominio del Valle de las Sombras, y conducía a los caballeros desde sus primeros días, se recostaba contra la pared en doloroso silencio.
—Florin —lo llamó Jhessail acercándose a él—, ¿estás malherido?
—Cómo de costumbre —respondió Florin con tono resignado, y luego bajó la voz para que sólo ella pudiese oír sus siguientes palabras, tan apagadas que apenas eran audibles—: Me temo que me estoy haciendo demasiado viejo para esta batalla constante, Jhess. Ya no es la emoción que solía sentir.
—Oh, no, nada de eso —dijo con viveza Jhessail poniéndole un brazo alrededor de sus hombros—. Ahora no. Te necesitamos —y lo sostuvo con dificultad hasta que estuvo sentado contra la pared—. Te sentirás mucho mejor una vez que te hayan curado.
Merith se les unió. Florin movió su cabeza en agradecimiento y se desmayó.
Jhessail dejó reposar su cabeza sobre su hombro y dijo a su esposo:
—Querido, corre por favor a la caja fuerte y trae una de nuestras pócimas. Está más malherido de lo que pensaba.
Al ver esto, Shandril volvió la cara hacia la pared y apoyó la frente sobre el brazo:
—Yo... yo... debemos dejaros. Siempre resultáis heridos por nuestra causa; un ataque tras otro. ¡Sois mis amigos! No puedo haceros esto a vosotros, día tras día, con magos que atacan y todo... —y rompió a llorar.
—¿Tenemos que soportar todo este lloriqueo? —se quejó Rathan —. ¡Es tan malo como todas las luchas! O peor... ¡uno puede acabar con la lucha matando a su enemigo!
Narm intentó levantarse para defender a su dama, pero Rathan lo empujó de nuevo hacia abajo con dos fuertes dedos:
—¡No empieces! Todavía no estás curado del todo, ni mucho menos. No voy a permitir que andes por ahí precipitándote y cayendo herido, y que luego te pongas a impartir sentencias de sabio mundano y a llorar por todas partes. Ni hablar, ¿me oyes? Permanece tumbado y espera. Ya veremos si luego me sobra tiempo para escuchar todas esas tonterías.
Merith se acercó a Shandril y le hizo cosquillas suavemente en un costado hasta que, exasperada, la joven se volvió de la pared. Entonces, él la recogió entre sus brazos y le besó su rostro bañado en lágrimas:
—Nada, nada, mi pequeña; no tienes por qué sentirte avergonzada ni preocupada por nosotros. Es un duro camino el que recorres; el camino del aventurero. ¿No quieres recorrerlo con nosotros? Con amigos, no resulta tan solitario ni tan duro.
—Ooh, Merith —exclamó Shandril y sollozó sobre su hombro.
Merith la llevó hasta donde se sentaban Florin y Jhessail y la sentó sobre su propio regazo delante de ellos. Florin y Jhessail la miraron los dos con sonrisas.
—No debes llorar así —la reprendió Jhessail—. ¿Acaso llora el halcón porque tiene alas? ¿Y llora el lobo porque tiene dientes? Hacemos cuanto podemos con nuestro arte y nuestra habilidad con las armas. ¿Es acaso distinto tu fuego mágico? Utilízalo como lo creas conveniente, y no te sientas responsable de los ataques que otros lanzan contra ti o contra este lugar. Nosotros no te culpamos por ello.
Luego estiró el brazo y dio una palmadita en la rodilla de Florin:
—Bajemos al gran salón en cuanto Eressea haya terminado con su cura —dijo Jhessail—, y veamos si hay algo de comer y beber. La violencia siempre me da hambre.
En una torreta que sobresalía de la cara interior de las murallas del castillo de Zhentil, Ilthond yacía sobre el suelo familiar de su pequeña cámara circular. Yacía tendido en medio del círculo pintado al que había estado practicando sus traslaciones una y otra vez, y lanzaba lastimeros quejidos. Nadie había allí que pudiese verlo u oírlo; estaba solo y detrás de tres puertas ocultas y cerradas con llave. El dolor lo atormentaba en oleadas de roja agonía, como un hombre que luchara en una playa con el rompiente. Ilthond se arrastró entre las olas hacia el armario donde guardaba sus pócimas. Se preguntaba vagamente si aún estaría a tiempo.
—Este asunto está colmando mi paciencia —dijo Elminster malhumorado— ¡Os dejo unos minutos y ya estáis luchando contra otro mago que intenta robar el fuego mágico para sí! Está bien, entonces no os dejaré más... Os quedaréis en mi torre los dos, con mi escriba Lhaeo y conmigo.
»Para mantener alejados a todos esos merodeadores que pretenden apoderarse del fuego mágico, Illistyl y Torm os personificarán y permanecerán en una tienda con Rathan en la Colina de los Arpistas. Merith, tú y Lanseril guardaréis estrecha vigilancia en torno a ellos. Y ahora pásame ese vino que envuelves tan amorosamente con tus brazos, Rathan, y dejémonos de discusiones y chácharas interminables; el asunto está zanjado.
—Me alegro de ello —dijo Florin escuetamente—. ¿No hay ninguna tarea para Jhessail o para mí?
—¿Eh? ¡Vigilar, por todos los dioses! Alguien tiene que vigilar cuanto suceda en el valle y combatir a los ejércitos del castillo de Zhentil si se lanzan al ataque. ¡Vosotros dos habréis de encargaros de eso!
Hubo risas ahogadas y luego un bostezo. Los ojos de Shandril estaban casi cerrados.
—Cariño —dijo Narm sacudiéndola con suavidad—. ¿Tienes sueño?
—Claro que tengo sueño —respondió ella adormilada—. Nos íbamos a la cama cuando todo este alboroto comenzó, ¿no te acuerdas?
—¡A la cama, pues! —dijo Elminster con tono gruñón—. Iremos todos juntos a mi torre... y después aseguraos de que volvéis todos aquí, excepto vosotros dos. ¡No quiero empezar a tropezar por la mañana con un montón de caballeros roncando!
—A este paso —respondió Lanseril—, no vas a andar muy equivocado. Vas a tropezarte con un montón de caballeros roncando cuando el sol esté alto ya.
Y, entre risas, salieron todos al aire de la noche.
—¿Manteniéndote despierto, Rold? —preguntó con aire jovial uno de sus compañeros en el desayuno a la mañana siguiente.
El cuarto de guardia estaba salpicado de guantes, yelmos y espadas en sus fundas mientras sus dueños apuraban lo último de su pan frito con tomates y panceta. El viejo veterano bostezó otra vez.
—Desde luego —dijo—, me alegro de que el joven señor y su señora ya no estén en la torre. Sin ánimo de ofenderlos, entiéndeme. Sólo que así tendré más posibilidades de dormir cuando esté fuera de servicio.
—Menos magos siniestros y asesinos escondiéndose en cada vestíbulo y alcoba y fisgando por todas las ventanas, quieres decir —asintió otro guardia de voz aguda mientras se abrochaba el talabarte.
—Así es, Kelan. Menos arte que no sepamos cómo combatir... y menos traición dentro de la casa.
Un breve silencio se hizo tras las palabras del veterano. Entonces Kelan habló a todos en voz baja:
—¿Quién creéis que habrá comprado a Culthar? ¿Qué le ofrecerían para que se atreviera a echar el guante a alguien que podía freírlo hasta los huesos en un solo instante?
—¿Quién puede saber el precio de otro hombre? —respondió Rold en el mismo tono de voz. Varios guardias asintieron con la cabeza. El veterano añadió—: Dudo que necesitara mucha persuasión. Creo que era ya leal a alguien o a algún grupo de fuera del valle, y ellos se limitaron a decirle que hiciese esto para ellos.
—¿Qué grupo? —fue la pregunta directa mientras se colocaban las espadas en sus vainas y los talabartes en torno a las caderas. Rold se encogió de hombros.
—Eso no lo sé... o iría a pedirle a lord Mourngrym que me dejara ir tras ellos. No, no os riáis. Siempre es más fácil para el temperamento de uno, cuando no para el pellejo, moverse y atacar en lugar de aburrirse y quedarse frío en un puesto de guardia, sin saber nunca dónde y cuándo golpea una espada... o, lo que es peor, una magia que no puedes evitar ni contrarrestar.
—¿Adónde se han ido, entonces? —preguntó uno de los guardias más jóvenes; uno tardío en levantarse, con los ojos todavía soñolientos y el plato del desayuno en la mano. Rold se echó a reír.
—Procura no llegar tarde a tu propio funeral alguna mañana, Raeth —le dijo—. El joven señor y la señora acamparán fuera en la Colina de los Arpistas con Rathan Thentraver, practicando el lanzamiento de ese fuego mágico allí donde no se puedan chamuscar las finas alfombras de lord Mourngrym. La mayoría de los caballeros patrullarán por el valle y fuera, en otros valles, bajo las instrucciones de Elminster.
—Ah, las cosas estarán una pizca más tranquilas, pues, durante algunos días —dijo Raeth con cierta satisfacción. Muchos de los guardias más viejos se rieron.
—¿Eso crees? —le preguntó Kelan—. ¡Hay una buena carrera a través del bosque, con la armadura completa, hasta la Colina de los Arpistas!
Rold todavía se estaba riendo cuando sonó la campana y todos se apresuraron a ocupar sus puestos. Raeth, con la boca llena de panceta, no se reía.
—Éste es un plan descabellado —gruñó Rathan—. Sólo podría haber sido cosa de Elminster. —Y, mientras supervisaba las tiendas, el escogido de Tymora imploró—: Señora, socórreme. Creo que voy a necesitar toda tu ayuda.
—Divertido, ¿no te parece? —le dijo Torm—. Me está gustando esto.
—Tú tienes extrañas aficiones —gruñó Rathan—. Ni siquiera puedes disfrutar de tu señora cuando ella lleva la forma de Shandril en todo momento.
Torm sonrió de oreja a oreja:
—¿Ah, no? ¿Y eso va a impedírmelo? ¿Cómo es eso? —Y, levantando con picardía las cejas, añadió—: Además, yo parezco Narm en el presente.
—Mariposón desvergonzado —rugió Rathan. Luego echó una mirada a los árboles a su alrededor—. Me pregunto cuándo vendrá el primer ataque.
—Justo mientras estás ahí —respondió Torm—, si continúas mascullando agriamente sobre la sabiduría de Elminster y el peligro en el que, estúpido de ti, te has metido de cabeza. De modo que entra y reza a la Señora para que te conceda el arte curativo. Sin duda lo vamos a necesitar bien pronto.
—Sí; ahí llevas razón, desde luego —asintió Rathan sombrío—. ¿No hay vino por aquí? —y echó una ojeada dentro de las tiendas.
Illistyl sonrió desde las profundidades de una de ellas con su nueva imagen de Shandril. Se movió con la suave inocencia de ésta, abandonando su habitual contoneo desafiante.
—No —respondió Torm al clérigo con prontitud—. Parece que lo hemos dejado atrás, en la torre. Una tragedia, estoy de acuerdo.
—Desde luego... Bien, uno de los guardias tendrá entonces que ir a buscarlo —concluyó Rathan—. Ya puedo sentir cómo aumenta mi sed.
—Anda, toma —dijo Torm pasándole una redoma.
Rathan la destapó y olfateó con suspicacia.
—¿Qué es? No huele a nada.
—Agua de Dioses —respondió Torm—. Cerveza clara. Elixir de Tymora.
—¿Eh? —lo miró Rathan frunciendo con recelo el entrecejo—. Serás blasfemo...
—No —dijo Torm—. Simplemente te ofrezco bebida, borrachín. Tu sed, ¿ya no te acuerdas?
—Eh... sí —asintió Rathan ablandado, y tomó un trago—. ¡Aaagg! —hizo, escupiendo casi todo el líquido—. ¡Es agua!
—Sí, ya te lo he dicho —respondió con aire inocente Torm, y dio un ágil brinco para ponerse fuera del alcance de los amenazadores brazos de Rathan.
El escogido de Tymora persiguió a su astuto atormentador a través de la rocosa cima de la colina mientras Illistyl se asomaba fuera de la tienda y sacudía la cabeza.