Fuego mágico (28 page)

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Authors: Ed Greenwood

BOOK: Fuego mágico
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—¿Y a cuántas damas de ésas has visto? —preguntó con gesto provocativo Shandril—. Sigo siendo la misma, sea en un sencillo sayo gris o con túnica o calzones de hombre, con el pelo lavado o sin lavar.

—Sí —dijo Narm—. Pero, hasta tengo miedo de tocarte, vestida de esa manera... Temo estropear tu perfecta belleza. —Su voz era ronca y seria y sus ojos brillaban.

—Adulador desvergonzado —dijo Shandril con tono reprobador—. Pero, si es así, me lo quitaré todo enseguida y bajaré con mi ropa de ladrón. Antes iría de tu brazo y con harapos que con majestuosas vestiduras y sola.

—No, no —intervino Narm cogiéndola del brazo—. Puedo dominar mis temores... ¿ves? Prométeme sólo que hablarás conmigo después de todo el jaleo, y con buena luz. Difícilmente podría olvidar lo bonita que estás ahora.

—¿Hablar, y con buena luz? Bajemos a la mesa, mi señor. El hambre te está debilitando el cerebro —se burló Shandril, y lo condujo hasta la puerta.

Y así sucedió que, una vez fuera, en el vestíbulo, y ante la presencia de un guardia que educadamente apartó la mirada, el joven aprendiz de mago dio la vuelta a Shandril hacia sí y la besó. La suave fanfarria que convocaba a todos a la mesa sonó dos veces antes de que se separaran y bajaran las escaleras. El guardia se cuidó de mantener su rostro inexpresivo.

—Gracias, pero no, milord, ya no puedo comer más —protestó Shandril deteniendo con su mano abierta un plato de humeante estofado con salsa. Mourngrym se rió.

—Está bien —dijo—, pero te advierto que, cuanto más comes, más tiempo aguantas bebiendo. Cuando ninguno de éstos puedan comer ni una sola miga más, verás cómo pueden todavía encontrar sitio para beber. Me resulta un misterio por qué algunos que vienen a mi mesa dicen que han venido a un «banquete», cuando lo que hacen es comer unos cuantos bocados, y, después, levantar jarras de vino durante toda la noche.

—Yo... yo me marearía si lo intentase, señor —dijo Shandril con sencillez. Mourngrym volvió a sonreír.

—De acuerdo, pues. A mí me pasa algo parecido, en realidad. Si, antes de retiraros, podéis concedernos los dos unos momentos de charla, milady Shaerl y yo estaríamos muy contentos de tener vuestra compañía en el cenador de arriba. Creo que ya habéis conocido a Storm Mano de Plata y Sharantyr. Tendremos otros invitados: Jhessail y Elminster y, posiblemente, Illistyl. Subid cuando ya no podáis oíros el uno al otro... Oh, sí, aún va a haber mucho más ruido que ahora. Si me perdonáis, debo darme un paseo por entre mi gente. Cuando están bebidos y sueltan sus lenguas, me entero de sus verdaderas preocupaciones y cuitas.

Y, saludándolos a ambos con la cabeza, se levantó. Shandril y Narm intercambiaron miradas. Todo era un tumulto en torno a ellos. Unos globos de cristal relucientes, mágicamente producidos un rato antes por Illistyl, iluminaban el salón. En uno de sus extremos, un gigantesco fuego ardía bajo grandes asadores donde se cocían piezas de cerdo y de buey, llenando la habitación de aromáticos humillos. La larga mesa estaba abarrotada de fuentes de comida y jarras y pellejos de vino. Un arpista y un flautista tocaban casi inadvertidos en medio de una algarabía de sesenta estrafalarios personajes que reían y hablaban todos a la vez.

Allí estaban la mayoría de los caballeros. Torm estaba casi irreconocible, envuelto en deslumbrantes y casi afectados atavíos con mangas abultadas, sedas ribeteadas de piel adornadas con titilantes gemas, y gran cantidad de finas cadenas de oro tachonadas de rubíes y esmeraldas. Una sencilla y gigantesca perla colgaba con una lisa claridad sobre su pecho desnudo alojada en un entretejido de pulidas tiras de oro; Narm y Shandril jamás habían visto nada igual. El ladrón ensombrecía al propio Mourngrym y, de hecho, a todas las ensortijadas damas del salón, y se paseaba de un lado a otro bebiendo de un enorme pichel de plata engastada tan largo como su antebrazo.

Sus ojos se volvieron hacia Shandril, que lo miraba anonadada, y le hizo un guiño. Luego se metió la mano en una manga, sacó una daga con empuñadura de plata y una hoja negro-grisácea tan fina como una aguja y la arrojó con despreocupación al aire; la atrapó a medio camino, volvió a guiñarle el ojo y la guardó tan limpiamente como la había sacado.

Rathan, con la cara enrojecida y rebosando simpatía, también lucía resplandeciente con su traje de terciopelo verde y el símbolo plateado de Tymora sobre su pecho.

Muchos de los comensales estaban de pie, ahora, y algunos habían empezado ya a bailar. A lo lejos, en el otro extremo de la sala, Narm divisó la imponente estatura y los anchos hombros de Florin, cuyo aspecto era el de un rey. A su lado se erguía una dama a quien Narm había visto en un sendero del bosque cerca de Myth Drannor y, antes, en la cantina de la posada La Luna Creciente, en el Valle Profundo, con la espada desenvainada y en guardia: Storm Mano de Plata. Llevaba una sencilla túnica de seda gris con tan sólo una ancha faja negra en la cintura y una daga con empuñadura de plata por todo ornamento, pero estaba tan hermosa y tan regia que Shandril olvidó todo pensamiento acerca de lo que un fino traje de noche y un tabardo hacían por ella misma.

—Mira —dijo cogiendo de la mano a Narm y señalando hacia ella con un movimiento de su cabeza.

—Sí. Ya veo —respondió él, y se volvió hacia Lanseril, que se encontraba junto a ellos charlando con un fornido barbudo vestido de ámbar y bermejo. El druida llevaba un simple hábito de lana marrón. Narm tocó su mano.

—Te ruego excuses mi interrupción, amigo Lanseril.

—Huelgan excusas, Narm; eso es lo que hace todo el mundo. Mi vida no es sino una serie de interrupciones —respondió Lanseril con una cálida sonrisa. Luego acercó su cabeza a la de él—. ¿De qué se trata?

—De lord Florin... ¿Es lady Storm acaso su... vamos, su prometida o...?

Lanseril soltó una moderada carcajada:

—Florin está casado con la hermana de Storm, la guardabosques Dove, que pronto va a dar a luz a un hijo suyo y, por su propia seguridad, se encuentra ausente en este momento. El hombre de Storm, Maxam, fue muerto el verano pasado. Ella no suele hablar de ello, ¿sabes? Florin y Storm son buenos amigos que entretienen juntos su soledad en el baile y en la mesa. A pesar de cuanto Torm pueda insinuar maliciosamente, no son más que eso.

El druida se volvió y tocó la manga del hombre con el que había estado hablando.

—Quiero presentaros a Thurbal, capitán del ejército y alcaide del Valle de las Sombras —dijo.

Thurbal, un hombre de curtidos rasgos cuyos ojos expresaban al mismo tiempo astucia y amabilidad, saludó a los dos jóvenes con la cabeza.

—Lady Shandril y lord Narm —dijo—, os doy mi más sincera bienvenida. ¿Estáis disfrutando de la fiesta?

—Yo... sí, sí, mucho —respondió Narm observando la ancha espada que Thurbal llevaba en una sencilla funda a su costado, en contraste con sus finos atuendos y elegantes botas altas.

—Es la primera fiesta a la que he sido invitada jamás, señor —respondió Shandril—. Yo... yo no soy ninguna gran señora, me temo.

Thurbal frunció ligeramente el entrecejo.

—Mis excusas —dijo—. Yo supuse... bueno, pero todo tiene arreglo, si vos me perdonáis, porque yo tampoco soy un lord. Lord Lanseril me contó algo de vuestros importantes hechos. Espero que no os ofendáis si parezco vigilaros de cerca mientras estáis aquí; se me caería la cara de vergüenza, por así decirlo, si os hallaseis en algún peligro mientras yo estoy aquí para impedirlo.

—¿En algún peligro? —preguntó Narm mientras Shandril palidecía—. ¿Aquí?

Thurbal extendió sus anchas y pesadas manos:

—Vivimos en un mundo de magia, señor. No hay defensas seguras. Toda la fuerza que yo pueda reunir para blandir la espada en defensa de vuestra dama y de vos es incapaz de detener a la magia que puede abrirse camino a través de ella. A veces me pregunto cómo sería el mundo si todos los hombres tuviesen que defenderse o responder por sus acciones a punta de espada y no hubiese magia ninguna alrededor. Pero, también es cierto que un mundo así sería quizás aún más caótico que éste.

—Pero, ¿tenemos enemigos? —preguntó muy serio Narm.

Lanseril se encogió de hombros y respondió:

—Shandril, o los dos juntos, podéis crear y lanzar fuego mágico, algo que tan sólo se conoce por las historias de magia; algo muy poderoso en verdad. Muchos querrían ser los únicos en controlar y manejar ese poder. Debéis vigilar hasta las sombras, y esperar posibles problemas, incluso aquí.

—Y acostumbraros a ser «lord» y «lady» —dijo Thurbal con una amplia sonrisa—. Todos los caballeros detentan ese título, y vos estáis con ellos en tanto no declaréis o decidáis que sea de otro modo. Mis hombres os obedecerán y ayudarán mejor si siguen pensando en vosotros como lord y lady del Valle de las Sombras. —Y, después de una pausa, añadió—: Por cierto, lady Shandril: me he enterado, por boca de lord Florin y lady Jhessail, de cómo pusisteis en fuga a Manshoon de Zhentil. Me inclino ante vos. Aun disponiendo de una magia que el resto de nosotros desconoce, no ha sido ninguna minucia.

—¿Que si tenéis enemigos, decís? —añadió Lanseril—. Ya lo creo. Manshoon no es uno cualquiera... No dudo de que todavía vive. —Shandril tembló, y él le dio unas palmaditas en el hombro—. Pero no penséis más en eso. Disfrutad de esta noche y dejad que el mañana se ocupe de los problemas del mañana.

—Hmmmm... eso es fácil de decir —respondió Narm—. No resulta tan fácil adiestrar la mente para que no piense en alguna cosa.

Lanseril asintió con la cabeza:

—Cierto, y siento haber atraído vuestra atención hacia tales pensamientos ahora. Sin embargo, y pensad en esto, andad con cuidado; es el más importante adiestramiento que uno puede tener para el arte mágico. Debes ser capaz de controlar tus pensamientos del mismo modo que un acróbata controla sus manos si quiere sobrevivir conjuro contra conjuro. Si alguna vez te encontrases con Manshoon y pudieras hablar con él, lo encontrarías tan frío y controlado como a Elminster excéntrico y caprichoso..., pero no es así, por debajo. Si uno no aprende a controlarse, no vive para alcanzar ese poder, a menos que su arte nunca se vea desafiado —y entonces sonrió—. Pero, basta ya de charla. Debo vigilar a estos chiflados, mientras vosotros habláis con los más sobrios allá arriba.

—¿Tú? —preguntó Shandril sorprendida.

Lanseril la miró.

—Naturalmente —dijo, y extendió ambas manos para señalar a todos los jaraneros que ocupaban el salón—. ¿Acaso no están estas criaturas a mi cuidado aquí en el valle, lo mismo que las ardillas listadas y los gatos de granja?

Dejó a Shandril tras él y se acercó a Torm, que estaba allí de pie riéndose a carcajadas y rodeando con ambos brazos a sendas bellezas locales.

Narm sacudió la cabeza.

—No conozco bien a esta gente, todavía —le dijo a ella al oído—, pero es buena gente..., tan buena como no la he conocido nunca.

—Lo sé —le susurró Shandril en respuesta—. Por eso tengo tanto miedo de que pudiéramos ocasionarles la muerte con nuestra presencia aquí.

Narm la miró con aire sombrío durante largos momentos. Por fin, le dijo en voz baja:

—No tenemos más remedio, Shandril. Moriríamos sin su protección..., lo sabes.

Shandril asintió:

—Sí. Por eso estoy aquí —y sus ojos buscaron a Mourngrym y lo vieron dirigiéndose despacio a la puerta en compañía de Storm y Florin—. Deberíamos seguirlos..., creo que van hacia arriba, ahora.

Narm hizo un gesto de asentimiento en medio del ensordecedor clamor de charlas y risas. Shandril observó que Thurbal se disponía a seguirlos discretamente, guardando cierta distancia y con sus ojos alertas.

La luz de las antorchas iluminaba el vestíbulo con profusión, mostrando jarras y copas por todas partes. Muchos hombres y mujeres ricamente ataviados, con las bebidas en la mano, se recostaban contra las paredes riendo y charlando. Mientras pasaba, cogida del brazo de Narm, Shandril alcanzó a oír un trocito de una historia que se consideraba vieja incluso en La Luna Creciente. Siguieron, escaleras arriba, a una regia dama vestida de reluciente azul verdoso y con una diadema que titilaba según se movía. Cuando al llegar al final se volvió, vieron que era Jhessail. Ella sonrió.

—¡Qué caras tan largas! —dijo con ternura—. ¿Tan poco os gustan las fiestas?

—No, no es eso —contestó Shandril susurrando—. Es que tememos ser un peligro para todos vosotros.

Jhessail sacudió la cabeza mientras proseguían los tres juntos:

—¿Eso es todo? ¿Acaso no sabéis que aquí estamos en peligro en todo momento? Los del castillo de Zhentil nos atacan cada verano, por lo menos. El Culto del Dragón y los oscuros elfos, bajo nosotros, son una constante amenaza... Los demonios de Myth Drannor constituyen otra de nuestras preocupaciones, lo mismo que la violencia y el desorden del Valle de la Daga. Los aventureros pueden rechazar, o incluso huir de estos problemas..., pero no podemos mover el valle. Una vez que aceptamos el Valle de las Sombras, nos convertimos en blancos de todos ellos, y seguimos siéndolo. ¿Por qué creéis que vivimos con tanta intensidad como habéis visto esta noche, como todavía siguen haciéndolo —y señaló con un gesto hacia el ruido— esos de ahí abajo?

Intercambió miradas con la joven pareja, y continuó:

—Yo podría resultar muerta mañana... ¿Debo por ello sentirme desgraciada hoy? ¿Por qué no aprovechar al máximo lo que tenemos? —y, cogiendo la mano libre de Narm, entró con ellos en el cenador—. Vamos, hablemos de otras cosas.

Thurbal subía las escaleras detrás de ellos con mirada vigilante. Dentro, estaba todo mucho más tranquilo que allá abajo. Florin los saludó a los dos con un firme apretón de brazo, como es costumbre entre guerreros. Storm sonrió y besó a ambos, diciendo:

—Rara vez se puede ver estos días a dos personas que hayan entrado en Myth Drannor y hayan salido vivas de ella.

Detrás de ella había otra maravillosa dama con un largo pelo sedoso que llevaba una túnica de intenso azul con los costados y la espalda desnudos y mangas abiertas. Había sido un largo y penoso camino desde la cantina de La Luna Creciente, y tanto Narm como Shandril tardaron unos momentos en reconocerla.

—¡Sharantyr! —dijo Shandril por fin, y se encontraron en un caluroso abrazo. Al mismo tiempo, Narm era presentado a la esposa de Mourngrym, lady Shaerl, por boca de Illistyl... y entonces se hizo un repentino silencio.

Sobre la mesa que un momento antes estaba vacía, apareció la figura erguida de Elminster. Thurbal entraba ya por la puerta con la espada a medio sacar cuando vio de quién se trataba y se detuvo sacudiendo la cabeza. Pero el mago sólo parecía tener ojos para Narm y Shandril.

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