Victarion apretó los puños. Con aquellas manos había matado a golpes a cuatro hombres y también a una esposa. Ya tenía el pelo salpicado de escarcha, pero conservaba la fuerza de siempre, el pecho ancho de un toro y el vientre plano de un joven.
«El que mata a los de su propia sangre está maldito a los ojos de los dioses y de los hombres», le había recordado Balon el día en que expulsó a Ojo de Cuervo.
—Ha venido —le dijo Victarion al Barbero—. Recoged velas; seguiremos sólo con los remos. Que el
Dolor
y el
Venganza de Hierro
se interpongan entre el
Silencio
y la salida al mar. El resto de la flota, que cierre la bahía. No quiero que nadie, ni hombre ni cuervo, salga de aquí si no es por orden mía.
Los hombres de la orilla ya habían identificado sus velas. Los gritos de saludo de amigos y familiares cruzaban la bahía. Pero ninguno procedía del
Silencio
. En sus cubiertas, una variopinta tripulación de mudos y mestizos se mantenía callada a medida que se acercaba el
Victoria de Hierro
. Su mirada se cruzó con la de hombres negros como la brea y otros achaparrados y peludos como los simios de Sothoros.
«Monstruos», pensó Victarion.
Echaron el ancla a veinte varas del
Silencio
.
—Bajad un bote. Quiero ir a la orilla.
Se colocó el cinto mientras los remeros ocupaban sus lugares; la espada larga le colgaba a un lado y la daga al otro. Nute
el Barbero
le abrochó el manto de Lord Capitán en torno a los hombros. Estaba confeccionado con nueve capas de tela de hilo de oro bordadas para darles la forma del kraken de los Greyjoy, con tentáculos que le colgaban hasta las botas. Debajo llevaba una pesada cota de malla gris que le cubría las prendas de cuero negro. En Foso Cailin había llevado la cota de malla día y noche; los hombros magullados y la espalda dolorida eran preferibles a las entrañas ensangrentadas. Bastaba con un roce de las flechas envenenadas de los demonios del pantano para que, a las pocas horas, el herido se retorciera y gritara mientras la vida se le escapaba piernas abajo en chorretones marrones y negros.
«Sea quien sea el que gane el Trono de Piedramar, me ocuparé de los demonios del pantano.»
Victarion se puso un yelmo de combate alto, negro, forjado en forma de un kraken de hierro, cuyos tentáculos le rodeaban las mejillas y se le entrelazaban bajo la mandíbula. Cuando terminó, el bote ya estaba listo.
—Te dejo a cargo de los arcones —le dijo a Nute al tiempo que saltaba al otro lado de la borda—. Asegúrate de que están siempre vigilados. —Era mucho lo que dependía de ellos.
—A tus órdenes, Alteza.
Victarion lo miró con acritud.
—Todavía no soy el rey. —Descendió al bote.
Aeron
Pelomojado
lo estaba esperando donde rompían las olas, con el pellejo de agua debajo de un brazo. El sacerdote era alto y flaco, aunque no tanto como Victarion. La nariz le sobresalía como una aleta de tiburón en el rostro huesudo, y sus ojos eran de hierro. La barba le llegaba a la cintura, y los mechones enmarañados de la cabellera le azotaban las pantorrillas cuando soplaba el viento.
—Hermano —lo saludó mientras las olas blancas y gélidas le rompían contra los tobillos—, lo que está muerto no puede morir.
—Sino que se alza de nuevo, más duro y más fuerte.
Victarion se levantó el visor del yelmo. La bahía le llenó las botas y le empapó los calzones al tiempo que Aeron le derramaba un chorro de agua marina sobre la frente. Y de esa manera rezaron.
—¿Dónde está nuestro hermano, Ojo de Cuervo? —le preguntó el Lord Capitán a Aeron
Pelomojado
cuando terminó la plegaria.
—Su carpa es la grande de hilo de oro, allí, donde más escándalo hay. Se ha rodeado de hombres impíos y de monstruos; es peor que nunca. La sangre de nuestro padre se pudrió en él.
—Y también la de nuestra madre. —Victarion jamás hablaría de asesinar a los de su sangre allí, en aquel lugar del dios, bajo los huesos de Nagga y la sala del Rey Gris, pero más de una noche había soñado con golpear el rostro burlón de Euron con el puño enfundado en el guantelete hasta que se le abrieran las carnes y la sangre corriera roja, libre. «Pero no puedo. Le di mi palabra a Balon»—. ¿Han venido todos? —le preguntó a su hermano, el sacerdote.
—Todos los importantes. Los capitanes y los reyes. —En las Islas del Hierro, capitanes y reyes eran una misma cosa, porque cada capitán reinaba en su cubierta y todo rey debía también ser capitán—. ¿Tienes intención de aspirar a la corona de nuestro padre?
Victarion se imaginó sentado en el Trono de Piedramar.
—Si el Dios Ahogado así lo quiere.
—Las olas hablarán —dijo Aeron
Pelomojado
al tiempo que daba media vuelta—. Escucha las olas, hermano.
—Así haré.
Se preguntó cómo sonaría su nombre susurrado por las olas y gritado por los capitanes y los reyes.
«Si la copa ha de ser para mí, no la apartaré.»
Una multitud se había congregado a su alrededor para desearle suerte y buscar su favor. Victarion reconoció a hombres de todas las islas: allí había miembros de los Blacktyde, de los Tawney, de los Orkwood, de los Stonetree, de los Wynch y de otras muchas familias. Los Goodbrother de Viejo Wyk, los Goodbrother de Gran Wyk y los Goodbrother de Monteorca también estaban presentes. Incluso habían acudido los Codd, aunque todos los hombres decentes los despreciaban. Los humildes Shepherd, Weaver y Netley se encontraban de igual a igual con los hombres de Casas antiguas y orgullosas; hasta los humildes Humble, de sangre de siervos y esposas de sal. Un Volmark le dio una palmada a Victarion en la espalda; dos Sparr le pusieron un pellejo de vino en las manos. Bebió un largo trago, se secó los labios y se dejó guiar hacia las hogueras para escuchar las charlas sobre la guerra, las coronas, los saqueos, y la gloria y la libertad de su reino.
Aquella noche, los hombres de la Flota de Hierro levantaron una gigantesca carpa de lona a la orilla del mar para que Victarion pudiera celebrar un banquete a base de cabrito asado, bacalao en salazón y bogavante con medio centenar de capitanes de gran fama. Aeron también acudió. Sólo comió pescado y bebió agua, mientras que los capitanes ingerían cerveza suficiente para que navegara toda la Flota de Hierro. Victarion perdió la cuenta de los que le prometían gritar su nombre. Muchos de ellos eran hombres de importancia: Fralegg
el Fuerte
, el astuto Alvyn Sharp, el jorobado Hotho Harlaw... Hotho le ofreció a una de sus hijas para que fuera su reina.
—No tengo suerte con las esposas —le respondió Victarion.
Su primera mujer había fallecido al dar a luz a una niña que nació muerta. Las viruelas le arrebataron a la segunda. En cuanto a la tercera...
—Todo rey debe tener un heredero —insistió Hotho—. Ojo de Cuervo ha traído a tres hijos varones para presentarlos a la asamblea.
—Todos bastardos y mestizos. ¿Cuántos años tiene tu hija?
—Doce —respondió Hotho—. Es hermosa y fértil: acaba de florecer, y tiene el cabello del color de la miel. Sus pechos son pequeños aún, pero tiene buenas caderas. Ha salido más a su madre que a mí.
Victarion sabía que con eso quería decir que la niña no era jorobada. Cuando trató de imaginársela, sólo pudo ver a la esposa que había matado. Había acompañado con un sollozo cada uno de los golpes que le asestó, y después la llevó a las rocas para que la devoraran los cangrejos.
—Será un placer conocer a la niña después de que me coronen —dijo.
Hotho no podía pedir más, de modo que se alejó satisfecho.
Complacer a Baelor Blacktyde fue más complicado. Se sentó junto a Victarion ataviado con una túnica de lana de cordero, verada en verde y negro, y una gruesa capa de marta; parecía más un hombre de las tierras verdes que un hijo del hierro.
—Balon estaba loco; Aeron, más loco todavía, y Euron es el más loco de los tres —dijo—. ¿Qué hay de ti, Lord Capitán? Si grito tu nombre, ¿pondrás fin a la locura de esta guerra?
Victarion frunció el ceño.
—¿Quieres que hinque la rodilla?
—Si hace falta, sí. No podemos enfrentarnos solos a todo Poniente. El rey Robert nos lo demostró demasiado bien. Balon decía que pagaría el precio de la libertad, pero fueron nuestras mujeres quienes compraron las coronas de Balon con sus lechos vacíos. Mi madre fue una de ellas. Las Antiguas Costumbres han muerto.
—Lo que está muerto no puede morir, sino que se alza de nuevo, más duro, más fuerte. Dentro de cien años se cantarán las hazañas de Balon
el Bravo
.
—Para mí será siempre Balon
el Hacedor de Viudas
. De buena gana cambiaría su libertad por un padre. ¿Me podrás dar tú un padre?
Al ver que Victarion no respondía, Blacktyde soltó un bufido y se marchó.
El ambiente en el interior de la carpa se fue haciendo más asfixiante con el humo y el calor. Dos hijos de Gorold Goodbrother empezaron a pelearse y derribaron una mesa; Will Humble perdió una apuesta y se tuvo que comer una bota; Lenwood Tawney
el Pequeño
tocó el violín mientras Romny Weaver cantaba «La copa sangrienta», «Lluvia de acero» y otras viejas canciones de saqueo. Qarl
la Doncella
y Eldred Codd bailaron la danza del dedo. Un rugido de risa estremeció la carpa cuando un dedo de Eldred fue a caer en la copa de vino de Ralf
el Cojo
.
Entre los que se reían había una mujer. Victarion se levantó y la vio junto al faldón de la carpa; estaba susurrando al oído a Qarl
la Doncella
algo que lo hacía reír. Había albergado la esperanza de que no cometiera la estupidez de presentarse allí, pero, pese a todo, no pudo contener una sonrisa al verla.
—Asha —llamó con voz imperiosa—. Ven aquí, sobrina.
La joven cruzó la carpa para ir a su lado, ágil y esbelta, con botas altas de cuero descolorido por el salitre, calzones de lana verde, una túnica marrón almohadillada y un jubón de cuero sin mangas medio desatado.
—Hola, tío. —Asha Greyjoy era más alta que la mayoría de las mujeres, pero se tuvo que poner de puntillas para besarle la mejilla—. Me alegro de verte en mi asamblea de sucesión.
—¿Tu asamblea de sucesión? —Victarion no pudo contener una carcajada—. ¿Estás borracha, sobrina? Siéntate. No he visto tu
Viento Negro
en la costa.
—Lo he atracado al pie del castillo de Norne Goodbrother y he cruzado la isla a caballo. —Se sentó en un taburete y, sin pedir permiso, se bebió el vino de Nute
el Barbero
. Nute no tuvo nada que objetar; hacía rato que se había desmayado, borracho—. ¿Quién defiende el Foso?
—Ralf Kenning. Una vez muerto el Joven Lobo, sólo nos acosan los demonios del pantano.
—Los Stark no eran los únicos norteños. El Trono de Hierro ha nombrado Guardián del Norte al señor de Fuerte Terror.
—¿Me vas a dar lecciones de táctica militar? Yo ya luchaba en batallas cuando tú aún mamabas del pecho de tu madre.
—Sí, y perdías batallas. —Asha bebió un trago de vino.
A Victarion no le gustaba que le recordaran el asunto de Isla Bella.
—Todo hombre debería perder una batalla de joven; de esa manera no perderá una guerra de mayor. Espero que no hayas venido a aspirar al trono.
Ella le dedicó una sonrisa burlona.
—¿Y si es así?
—Aquí hay hombres que te recuerdan de cuando eras una niñita, nadabas desnuda en el mar y jugabas con muñecas.
—También jugaba con hachas.
—Es verdad —tuvo que reconocer—, pero lo que necesita una mujer es un marido, no una corona. Cuando sea rey, te lo buscaré.
—Qué bueno es mi tío conmigo. ¿Quieres que te busque una esposa bonita cuando sea reina?
—No tengo suerte con las esposas. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Lo suficiente para darme cuenta de que el tío Pelomojado ha removido las cosas más de lo que pretendía. Drumm también aspira al trono, y se ha oído decir a Tarle
el Tres Veces Ahogado
que Maron Volmark es el auténtico heredero de la estirpe negra.
—El rey debe ser un kraken.
—Ojo de Cuervo es un kraken. El hermano mayor tiene derecho por encima del menor. —Asha se inclinó hacia él—. Pero yo desciendo de la sangre del rey Balon, de manera que estoy por delante de vosotros dos. Escúchame, tío...
Pero de repente se hizo el silencio. Las canciones cesaron; Lenwood Tawney
el Pequeño
bajó el violín, y los hombres volvieron la cabeza. Hasta el ruido de las bandejas y los cuchillos se apagó.
Una docena de recién llegados acababa de entrar en la carpa del banquete. Victarion vio a Jon Myre
Carapicada
, a Torwold
Dientenegro
y a Lucas Codd,
el Zurdo
. Germund Botley cruzó los brazos sobre la coraza dorada que le había quitado a un capitán de los Lannister durante la primera rebelión de Balon. Orkwood de Monteorca se encontraba junto a él, y detrás estaban Mano de Piedra, Quellon Humble y el Remero Rojo, con sus trenzas de cabello color fuego. Y Rafe
el Pastor
, Rafe de Puerto Noble y Qarl
el Siervo
.
Y
Ojo de Cuervo
, Euron Greyjoy.
«No ha cambiado nada —pensó Victarion—. Está igual que el día en que se me rió en la cara y se marchó.» Euron había sido siempre el más atractivo de los hijos de Lord Quellon y, por lo visto, los años no afectaban a su belleza. Seguía teniendo el cabello tan negro como el mar de medianoche, sin una ola de espuma blanca, y todavía tenía el rostro terso y claro bajo la cuidada barba negra. Se cubría el ojo izquierdo con un parche de cuero negro, pero el derecho era azul como el cielo de verano.
«El ojo sonriente», pensó Victarion.
—Ojo de Cuervo... —saludó.
—Llámame Alteza Ojo de Cuervo, hermano.
Euron sonrió. Tenía algo extraño en los labios. A la luz de las antorchas parecían muy oscuros, magullados, azules.
—Sólo la asamblea puede elegir al rey. —Pelomojado se puso en pie—. Ningún impío...
—... puede sentarse en el Trono de Piedramar, sí, sí. —Euron echó un vistazo a los presentes—. Pues da la casualidad de que últimamente me he sentado muchas veces en el Trono de Piedramar, y hasta la fecha no ha puesto objeciones. —El ojo sonriente le brillaba—. A ver, amigos míos, decidme, ¿quién conoce más dioses que yo? Dioses de los caballos y dioses del fuego, dioses de oro con ojos de gemas, dioses tallados en madera de cedro, dioses esculpidos en montañas, dioses de puro aire... Conozco a todos los dioses. He visto a sus pueblos ponerles guirnaldas de flores, derramar en su nombre la sangre de cabras, de toros y de niños. He oído como les rezan. A todo lo largo y ancho de este mundo, en un centenar de idiomas, siempre rezan igual. Cúrame la herida de la pierna, haz que esa doncella me quiera, concédeme un hijo varón fuerte. Sálvame, socórreme, hazme rico... ¡protégeme! Protégeme de mis enemigos, protégeme de la oscuridad, protégeme del dolor de tripa, de los señores de los caballos, de los esclavistas, de los mercenarios que hay ante mi puerta. Protégeme del
Silencio
. —Se echó a reír—. ¿Crees que soy un hombre sin dios? Vamos, Aeron, ¡tengo más dioses que nadie que haya izado una vela! Tú, Pelomojado, sirves a un dios, pero yo he servido a diez mil. Desde Ib hasta Asshai, cuando los hombres avistan mi barco... empiezan a rezar.