Para desayunar, la Reina se había hecho subir de las cocinas dos huevos pasados por agua, una hogaza de pan y un tarro de miel. Pero cuando cascó el primer huevo y se encontró dentro un pollo ensangrentado a medio formar, se le revolvió el estómago.
—Llévate esto y tráeme vino caliente especiado —le ordenó a Senelle.
El frío del aire se le estaba colando hasta los huesos, y tenía por delante un día largo y desagradable.
Jaime no contribuyó a mejorar su humor cuando se presentó vestido de blanco, todavía sin afeitar, para informarla de cómo pensaba evitar que envenenaran a su hijo.
—He apostado hombres en las cocinas para que vigilen la preparación de cada plato —dijo—. Los capas doradas de Ser Addam escoltarán a los criados cuando lleven la comida a la mesa, para asegurarse de que nadie la manipula por el camino. Ser Boros probará cada plato antes de que Tommen se lleve una miga a la boca. Y, por si todo fallara, el maestre Ballabar estará sentado al fondo de la sala, con purgas y antídotos para veinte venenos comunes. Tommen estará a salvo, te lo prometo.
—A salvo. —La palabra tenía un regusto amargo. Jaime no lo entendía. Nadie lo entendía. La única que había estado presente en la carpa para oír las amenazas de la vieja bruja había sido Melara, y Melara llevaba mucho tiempo muerta—. Tyrion no matará dos veces de la misma manera; es demasiado astuto. Puede que ahora mismo esté bajo el suelo, escuchando todo lo que decimos y haciendo planes para degollar a Tommen.
—Aunque así fuera —replicó Jaime—. Sean cuales sean los planes que trame, seguirá siendo pequeño y deforme. Tommen estará rodeado por los mejores caballeros de Poniente. La Guardia Real lo protegerá.
Cersei contempló la manga de la túnica de seda blanca de su hermano, recogida con un alfiler sobre el muñón.
—Ya vi lo bien que protegieron a Joffrey tus espléndidos caballeros. Quiero que te quedes con Tommen toda la noche, ¿entendido?
—Pondré un guardia ante su puerta.
Cersei lo agarró por el brazo.
—Nada de guardias. Tú. Y dentro de su dormitorio.
—¿Por si Tyrion se cuela por la chimenea? No es posible.
—Eso te parece a ti. ¿Me garantizas que habéis encontrado todos los pasadizos secretos que hay tras los muros? —Ambos sabían que no—. No quiero que Tommen se quede a solas con Margaery ni siquiera un segundo.
—No estarán a solas; los acompañarán sus primas.
—Y también tú. Te lo ordeno en nombre del Rey.
Cersei no quería que Tommen y su esposa compartieran el lecho, pero los Tyrell se habían empecinado.
—Marido y mujer tienen que acostarse juntos —fueron las palabras de la Reina de las Espinas—, aunque sea sólo para dormir. Sin duda, en el lecho de Su Alteza caben dos chiquillos.
Lady Alerie había apoyado a su suegra.
—Que los niños se den calor por la noche; eso los acercará más. Margaery suele compartir las mantas con sus primas. Cuando apagan las velas se dedican a cantar, a jugar y a susurrarse secretos.
—Qué imagen tan deliciosa —fue la réplica de Cersei—. Por favor, que lo sigan haciendo. En la Bóveda de las Doncellas.
—Seguro que Su Alteza sabe lo que dice —le había dicho Lady Olenna a Lady Alerie—. Al fin y al cabo, es la madre del chico, de eso sí que no nos cabe duda. Y seguro que podemos llegar a un acuerdo sobre la noche de bodas. En la noche de bodas, un hombre no debe dormir separado de su esposa; en tal caso la mala suerte cae sobre su matrimonio.
«Un día de estos te voy a enseñar yo qué es la mala suerte», había jurado la Reina.
—Margaery puede compartir el dormitorio de Tommen esa noche —se había visto obligada a conceder—. Nada más.
—Vuestra Alteza es muy bondadosa —respondió la Reina de las Espinas, y todos intercambiaron sonrisas.
Cersei estaba clavando los dedos en el brazo de Jaime con suficiente fuerza para dejarle moratones.
—Necesito ojos dentro de esa habitación —dijo.
—¿Para ver qué? —replicó él—. No hay riesgo de que consumen el matrimonio; Tommen es demasiado pequeño.
—Y Ossifer Plumm estaba demasiado muerto, pero eso no le impidió engendrar un hijo, ¿verdad?
Su hermano puso cara de desconcierto.
—¿Quién era Ossifer Plumm? ¿El padre de Lord Philip o...? ¿O quién?
«Es tan ignorante como Robert. Tenía los sesos en la mano de la espada.»
—Olvídate de Plumm y céntrate en lo que te he dicho. Júrame que te quedarás con Tommen hasta que salga el sol.
—Como ordenes —respondió, como si los temores de Cersei carecieran de fundamento—. ¿Todavía tienes intención de quemar la Torre de la Mano?
—Después del banquete. —Era la única festividad del día que Cersei iba a disfrutar—. Nuestro padre fue asesinado en esa torre. No soporto mirarla. Si los dioses son bondadosos, puede que el fuego ahúme también a unas cuantas ratas entre los escombros.
Jaime puso los ojos en blanco.
—¿Te refieres a Tyrion?
—Y a Lord Varys, y a ese carcelero.
—Si alguno de ellos se ocultara en la torre, ya lo habríamos encontrado. He tenido trabajando a todo un ejército con picos y martillos, derribando paredes y levantando suelos, y hemos descubierto medio centenar se pasadizos secretos.
—Pero no sabes si hay otro medio centenar.
Algunos pasadizos habían resultado ser tan estrechos que Jaime tuvo que buscar pajes y mozos de cuadras para explorarlos. Había uno que llevaba a las celdas negras, y un pozo de piedra que no parecía tener fondo. Encontraron una cámara llena de calaveras y huesos amarillentos, y cuatro sacas de monedas de plata ennegrecidas, acuñadas durante el reinado del primer Viserys. También encontraron millares de ratas... Pero entre ellas no se encontraban ni Tyrion ni Varys, y al fin, Jaime había insistido en dar por terminada la búsqueda. Un niño se había quedado atascado en un pasadizo estrecho, y tuvieron que sacarlo por los pies mientras gritaba sin cesar; otro se cayó por un pozo y se rompió las piernas; y dos guardias desaparecieron cuando exploraban un túnel secundario. Otros guardias juraban que los oían gritar a lo lejos, al otro lado de la pared de piedra, pero cuando los hombres de Jaime la derribaron sólo encontraron tierra y escombros.
—El Gnomo es pequeño y astuto. Puede que aún esté entre los muros, y en ese caso, el fuego lo hará salir.
—Aunque Tyrion siguiera en el castillo, no podría esconderse en la Torre de la Mano. Sólo quedan las paredes.
—Ojalá pudiéramos hacer lo mismo con el resto de este asqueroso castillo —replicó Cersei—. Cuando termine la guerra pienso construir un palacio nuevo al otro lado del río. —Había soñado con él hacía dos noches: un castillo blanco, magnífico, rodeado de bosques y jardines, a muchas leguas del estrépito y el hedor de Desembarco del Rey—. Esta ciudad es una cloaca; ganas me dan de trasladar la corte a Lannisport y gobernar el reino desde Roca Casterly.
—Eso sería una estupidez aún peor que la de quemar la Torre de la Mano. Mientras Tommen ocupe el Trono de Hierro, el reino lo verá como su legítimo rey. Si lo escondes bajo la roca, no será más que otro aspirante, no se distinguirá en nada de Stannis.
—Ya lo sé —replicó la Reina en tono brusco—. He dicho que me gustaría trasladar la corte a Lannisport, no que vaya a hacerlo. ¿Siempre has sido así de torpe, o te has vuelto idiota desde que perdiste la mano?
Jaime hizo caso omiso del comentario.
—Si las llamas no se restringen a la torre, puede que termines quemando todo el castillo, tanto si era tu intención como si no. El fuego valyrio es traicionero.
—Lord Hallyne me ha asegurado que sus piromantes pueden controlarlo. —El Gremio de Alquimistas lleva quince días preparando fuego valyrio—. Que todo Desembarco del Rey vea las llamas. Será una lección para nuestros enemigos.
—Hablas igual que Aerys.
Las fosas nasales de Cersei se dilataron por la ira.
—Cuidado con lo que dices, ser.
—Yo también te quiero, hermana.
«¿Cómo pude amar alguna vez a un tipo tan patético?», se preguntó después de que saliera. «Era tu mellizo, tu sombra, tu otra mitad», le susurró otra vocecita en su interior. «Puede que lo fuera en otros tiempos —se contestó—. Pero ya no. Se ha convertido en un desconocido para mí.»
En comparación con la magnificencia de los desposorios de Joffrey, la boda del rey Tommen fue modesta y austera. Nadie quería otra ceremonia lujosa, menos aún la Reina, y nadie quería pagarla, menos aún los Tyrell. Así que el joven rey tomó como esposa a Margaery Tyrell en el septo real de la Fortaleza Roja, ante menos de un centenar de invitados, en lugar de los miles que habían presenciado la unión de su hermano con la misma mujer.
La novia era bella; el novio, un chiquillo regordete. Recitó los votos con voz aguda, infantil, prometiendo amor y devoción a la hija de Mace Tyrell, dos veces viuda. Margaery llevaba la misma ropa que cuando se había casado con Joffrey: un vestido etéreo de pura seda color marfil, encaje myriense y aljófares. Cersei aún vestía de negro en señal de luto por su primogénito asesinado. Su viuda estaba encantada de reír, beber, bailar y dejar de lado todo recuerdo de Joff, pero su madre no iba a olvidarlo con tanta facilidad.
«Esto no está bien —pensó—. Es demasiado pronto. Un año o dos... Eso habría sido lo correcto. Altojardín debería haberse conformado con el compromiso. —Cersei miró hacia atrás, hacia donde estaba Mace Tyrell, entre su esposa y su madre—. Me habéis impuesto esta farsa de boda, mi señor, y no lo voy a olvidar.»
Cuando llegó el momento del intercambio de capas, la novia se dejó caer de rodillas con gesto grácil, y Tommen la cubrió con la pesada monstruosidad de hilo de oro que Robert le había puesto a Cersei el día en que se casaron, con un bodoque de cuentas de ónice que formaban el venado coronado de la Casa Baratheon. Cersei había querido utilizar la fina capa de seda roja que usara Joffrey.
—Es la que mi señor padre le puso a mi señora madre —les explicó a los Tyrell, pero la Reina de las Espinas también le había llevado la contraria en eso.
—Está muy vieja —fue la réplica de la bruja—. Me parece un poco ajada... Y si me lo permitís, no trae buena suerte precisamente. Además, un venado es más apropiado para el hijo legítimo del rey Robert, ¿no? En mis tiempos, las novias lucían los colores de su esposo, no los de su señora madre.
Gracias a la repelente carta de Stannis, ya corrían demasiados rumores relativos a la paternidad de Tommen, y Cersei no se atrevió a avivar el fuego insistiendo en que envolviera a su esposa en el carmesí de los Lannister, de manera que cedió con tanta elegancia como pudo. Pero la visión del oro y el ónice la seguían llenando de resentimiento.
«Cuanto más les damos a los Tyrell, más nos exigen.»
Una vez pronunciados los votos, el Rey y su flamante reina salieron al exterior del septo para recibir las felicitaciones.
—Ahora hay dos reinas en Poniente, y la joven es tan bella como la mayor —rugió Lyle Crakenhall, un caballero corpulento que a Cersei le recordaba a su difunto y nada llorado esposo.
De buena gana lo habría abofeteado. Gyles Rosby hizo ademán de besarle la mano, y sólo consiguió toserle en los dedos. Lord Redwyne la besó en una mejilla, y Mace Tyrell en ambas. El Gran Maestre Pycelle le dijo a Cersei que no perdía un hijo, sino que ganaba una hija. Al menos se ahorró los abrazos llorosos de Lady Tanda. No había acudido ninguna de las Stokeworth, cosa por la que la Reina daba gracias.
Kevan Lannister fue uno de los últimos en acercarse a ella.
—Tengo entendido que nos abandonáis para asistir a otra boda —le dijo la Reina.
—Peñafuerte ha echado a los hombres quebrados del Castillo Darry —respondió—. La prometida de Lancel nos aguarda allí.
—¿Os acompañará vuestra señora esposa a la ceremonia nupcial?
—Las tierras de los ríos siguen siendo demasiado peligrosas. Los canallas de Vargo Hoat rondan por ahí, y Beric Dondarrion ha estado ahorcando a cuanto Frey se tropieza. ¿Es verdad que Sandor Clegane se ha unido a él?
«¿Cómo lo sabe?»
—Eso dicen algunos. Los informes son confusos.
El pájaro había llegado la noche anterior, procedente de un septrio de una isla de la entrada del Tridente. Un grupo de bandidos había asaltado la ciudad cercana de Salinas, y había supervivientes que aseguraban que entre los atacantes había un gigante con un yelmo en forma de cabeza de perro. Por lo visto, había matado a una docena de hombres y violado a una niña de doce años.
—No me cabe duda de que Lancel estará deseando dar caza a Clegane y a Lord Beric para devolver la paz del rey a las tierras de los ríos.
Ser Kevan la miró a los ojos durante un instante.
—Mi hijo no es el indicado para enfrentarse a Sandor Clegane.
«Al menos en eso estamos de acuerdo.»
—Tal vez su padre sí.
Su tío apretó los labios.
—Si no se requieren mis servicios en la Roca...
«Tus servicios se requerían aquí.»
Cersei había nombrado castellano de la Roca a su primo Damion Lannister, y Guardián del Occidente a otro primo, Ser Devan Lannister.
«La insolencia tiene su precio, tío.»
—Tráenos la cabeza de Sandor y Su Alteza te estará muy agradecido. A Joff le caía bien ese hombre, pero Tommen siempre le había tenido miedo, y al parecer, justificado.
—Si un perro se hace arisco, la culpa es de su amo —replicó Ser Kevan.
Dio media vuelta y se alejó.
Jaime la acompañó a la Sala Menor, donde se estaba disponiendo todo para el banquete.
—La culpa de esto la tienes tú —le susurró mientras caminaban—. «Deja que se casen», me dijiste. Margaery tendría que estar guardando luto por Joffrey, no casándose con su hermano. Debería estar tan destrozada por el dolor como yo. No creo que sea doncella; Renly tenía polla, ¿no? Era hermano de Robert; claro que tenía polla. Si esa vieja repugnante cree que voy a dejar que mi hijo...
—Pronto te librarás de Lady Olenna —interrumpió Jaime con voz tranquila—. Mañana por la mañana vuelve a Altojardín.
—Eso dice.
Cersei no confiaba en ninguna promesa de los Tyrell.
—Se marcha —insistió él—. Mace se lleva la mitad de las fuerzas de los Tyrell a Bastión de Tormentas, y la otra mitad va camino del Dominio bajo el mando de Ser Garlan para reforzar sus aspiraciones en Aguasclaras. Dentro de unos días, las únicas rosas que quedarán en Desembarco del Rey serán Margaery, sus damas y unos pocos guardias.