—Bueno, chiquilla —replicó Tate, sosteniéndome la mirada sin titubear—, todo eso suena muy bonito, pero los medios me han crucificado varias veces antes de acabar aquí, y espero que me perdones si prefiero actuar con cautela.
—Bueno, señor —repliqué—, perdóneme usted a mí por creer que nuestra trayectoria debería tenerse en cuenta, dado que siempre hemos tratado con sumo cuidado los asuntos más delicados. Es más, y discúlpeme si le parezco descarada, ¿no le parece que si tanto le ha «crucificado» la prensa, tal vez se deba a la insistencia que demuestra en tratar a la gente honrada como si sólo esperara una oportunidad para convertirse en criminales? Para ser un hombre que afirma que defiende los valores de la nación, dedica muchos esfuerzos a lograr la supresión de la libertad de prensa.
El gobernador entornó los ojos.
—Escuche, jovencita, tiene que entender que…
—No me llamo ni jovencita ni chiquilla, y me parece que entiendo perfectamente las cosas. —Me volví a mi equipo—. Shaun, levántate. Rick, Buffy, vamos.
—¿Adonde os creéis que vais? —espetó Tate.
—Volvemos al hotel, donde estaremos encantados de explicar a nuestros numerosos lectores que hoy no tenemos noticias que ofrecerles porque, después de descubrir una acción de bioterrorismo en suelo estadounidense, no se nos ha permitido asistir a una reunión con nuestro candidato debido a que,
¡tachán!
, el nuevo hombre en su equipo cree que no se puede confiar en los medios de comunicación. —Le dirigí una mueca sonriente—. Va a ser divertido, ¿no cree?
—Georgia, siéntate —dijo el senador Ryman. Su voz sonaba agotada. Era normal—. Tú también, Shaun. Buffy, Rick, podéis sentaros si queréis, haced lo que os apetezca. Y tú, David, por favor, intenta no olvidar que esta gente son los únicos que se han preocupado de ir a ver el rancho en vez de dedicarse a escribir sobre el episodio como si se tratara de un brote más. Serás cortés con ellos y confiaremos en que seguirán con la línea que han llevado hasta ahora: totalmente razonables y dispuestos a colaborar con nosotros.
—Todavía queda pendiente el tema de nuestros dispositivos de grabación —insistí, sin moverme de donde estaba.
—Lo siento, no ha sido una buena idea. Dicho esto, de momento me gustaría que siguiera así y que me permitierais conducir esta reunión.
—¿Y qué conseguimos nosotros a cambio? —inquirí, enarcando una ceja.
El gobernador Tate resopló y se le empezó a encender el rostro. El senador Ryman le hizo un gesto apaciguador con la mano y me miró directamente a los ojos.
—Una entrevista en exclusiva conmigo, sin revisión posterior, sobre vuestro descubrimiento de ayer.
—No hay trato —respondió Shaun. El senador y yo nos volvimos hacia él, sorprendidos. Mi hermano empezaba a levantarse, repentinamente interesado en la conversación—. No se ofenda, señor, pero ya no impresiona tanto. Nuestros lectores lo conocen y lo respetan, y si sigue comportándose como hasta ahora puede contar con sus votos, pero no invadirán las calles para celebrarlo ni quedarán deslumbrados por que hayamos conseguido una entrevista con usted.
El senador se pasó una mano por el pelo; parecía apenado.
—¿Qué quieres entonces, Shaun?
—A ella. —Sacudió la cabeza en dirección a Emily—. Una entrevista con ella.
—Un no rotun…
—Acepto —intervino Emily. Su voz sonaba cansada pero firme—. Estaré encantada. Sólo quería mantenerme ajena a todo esto por el bien de mi… por el bien de mi familia. —Se le quebró la voz—. Pero eso ya no es importante.
—¿No le preocupa la seguridad de sus hijas pequeñas? —le pregunté.
—No están en el rancho. Ahora viven rodeadas de las mejores medidas de seguridad del mundo. No corren ningún riesgo. Si puedo evitar que la gente salga a las calles a matar a las mascotas de sus vecinos como represalia por lo que les ocurrió a Rebecca y a mis padres, bueno —consiguió esbozar media sonrisa—, habrá valido la pena.
—Emily… —dijo el senador tendiendo una mano hacia su esposa.
—Trato hecho. —Me senté junto a Shaun sin hacer caso de la mirada afligida de Ryman—. Esta tarde acordaremos la fecha para la entrevista con ambos. Ahora, supongo que nos han traído aquí por algún motivo, ¿no?
—Al senador le gustaría hablar sobre la trágica prueba de intencionalidad que su equipo descubrió en el rancho, señorita Mason —anunció el gobernador Tate en un tono pacífico, sin rastro de su cólera anterior. El tipo era un político nato; eso se lo concedía, pero no estaba dispuesta a concederle nada más si estaba en mi mano evitarlo—. Ahora bien, y soy consciente de que con esto puedo dar la impresión de estar cuestionando su integridad como periodistas…
—¡Eh, Rick! ¿Te has dado cuenta de que los imbéciles sólo dicen eso cuando están a punto de cuestionar nuestra integridad como periodistas? —espetó Shaun.
—Sí que es curioso —respondió Rick—. Es algo así como un tic nervioso.
El gobernador los fulminó con la mirada.
—Por favor —continuó—, entiendan que no me mueven motivos personales para preguntarles lo siguiente, simplemente la necesidad de determinar la realidad de la situación.
Me lo quedé mirando.
—¿Se está preguntando si de alguna manera, por subir nuestros índices de audiencia, habríamos conseguido colar furtivamente por todos los puntos de control una prueba falsa de actividad terrorista y luego habérnoslas ingeniado para colocarla en un lugar propicio mientras nuestras cámaras emitían la señal en directo a una audiencia que, tirando por lo bajo y basándonos en los datos de ayer, podría estimarse en varios millones.
—No era mi intención insinuar…
Levanté la mano para interrumpirlo y me volví al senador Ryman.
—Senador, debe saber que le haré esta misma pregunta cuando lo entreviste en presencia de las cámaras, pero con el propósito de atajar esta especie de interrogatorio de una vez por todas, sacrificaré la espontaneidad en favor de la claridad. ¿Han recibido ya los resultados del contenido de la jeringa?
—Sí, Georgia, los hemos recibido —respondió el senador, apretando los dientes.
—¿Y puede compartir esos resultados con nosotros?
—No veo qué relevancia puede tener eso en el tema que estábamos tratando —observó Tate.
—¿Senador? —insistí.
—Se ha determinado que la jeringa contiene una suspensión al noventa y nueve por ciento en estado activo del virus comúnmente conocido como Kellis-Amberlee o simplemente como KA, aislado en una solución salina yodurada —respondió el senador—. Estamos a la espera de más información.
—¿Como la cepa del virus? —sugerí—. De acuerdo. Gobernador Tate, tanto mi equipo como yo nos encontrábamos a varios cientos de kilómetros del rancho en el momento del brote en el hogar de la familia Ryman; los registros del servicio de seguridad lo corroborarán. Además, a excepción del señor Cousins, todos hemos pasado meses viajando junto con el resto del equipo de la candidatura antes del brote. El señor Cousins acompañaba al convoy de la congresista Wagman, que podría dar cuenta de los movimientos de mi colega. No soy viróloga, pero estoy bastante segura de que se requiere un instrumental especial para aislar el virus en estado activo sin correr el riesgo de infectarse, y ese instrumental especial no sólo debe ser sumamente delicado, sino que también requerirá de unas manos expertas para su manejo y conservación. ¿Ve a dónde quiero llegar, gobernador Tate, o necesita que le dibuje un gráfico?
—Tiene razón —dijo Emily. El gobernador Tate se volvió a ella entornando la mirada, y Emily añadió mirándolo a los ojos—: Hice algún curso de virología en la universidad; eran obligatorios para mis estudios de cría de animales. Lo que Peter ha descrito requiere las condiciones de un laboratorio. Sólo para aislar el virus se necesita una sala esterilizada y unas excelentes condiciones de seguridad biológica, no hablemos ya para convertirlo en una especie de… arma. Ellos carecen totalmente de los medios. Para lograrlo, se necesita algo que ofrezca unas garantías de seguridad que van mucho más allá de jugar a científicos con una olla a presión en una habitación de hotel.
—Es más —dije, adelantándome a Tate—, aun suponiendo que de alguna manera dispusiéramos de los medios para hacer algo así y que contáramos con una especie de «socio» que pudiera colarse en el rancho mientras nosotros andábamos atareados en la convención, tendríamos que ser unos verdaderos idiotas para darnos una vuelta por el rancho y encontrar la prueba de que el brote fue provocado intencionadamente. Así que después de insultar a nuestro sentido del patriotismo, a nuestra salud mental y a nuestra inteligencia, ¿qué tal si avanzamos un poco?
El gobernador Tate se dejó caer en su butaca con los ojos entrecerrados. Yo mantuve los ojos bien abiertos, sacando todo el jugo al desasosiego que mis lentillas azulísimas provocan en la mayoría de la gente. Él apartó antes la mirada.
Satisfecha, me volví al senador Ryman.
—Ahora que hemos solucionado este pequeño bache, ¿qué más considera necesario mantener bloqueado tras un cortafuegos?
En favor del gobernador hay que reconocer que se le veía abochornado.
—Nos preguntábamos, dadas las circunstancias —comenzó el senador, y a su favor había que decir que se le veía avergonzado—, si… bueno… si no sería mejor que vosotros cuatro regresarais a casa.
Me lo quedé mirando boquiabierta. También Rick. Por su parte, Buffy, que se había mantenido en un silencio insólito durante toda la conversación con Tate, siguió sin levantar la mirada de sus manos.
Finalmente, Shaun fue quien rompió el silencio, descargando las plantas de los pies contra el suelo para ponerse en pie como un resorte.
—¿Estáis todos como una puta cabra o qué?
—Shaun… —dijo el senador, levantando ambas manos con gesto apaciguador—. Sé razonable…
—Le pido mil disculpas, señor, pero ha renunciado a su derecho a pedirme eso desde el momento en que ha sugerido que abandonemos la historia —contraatacó Shaun, controlando el tono de su voz. De todos los presentes, yo era la única que sabía el esfuerzo que le requería esa contención. Shaun no suele dar rienda suelta a su temperamento, pero cuando lo hace, «agachar la cabeza y esconderse» es la mejor opción—. ¿No le parece que debemos a nuestros lectores acabar lo que hemos empezado? ¡Firmamos un contrato para toda la campaña! ¡No somos de los que cortan por lo sano y salen por piernas en cuanto las cosas se ponen un poco feas!
—¡Mi hija está muerta, Shaun! —espetó el senador, que de repente se puso en pie y dejó a Emily sola y con aspecto de desvalida en el sofá. ¿No entiendes que para nosotros esto es algo más que una noticia? ¡Rebecca está muerta! Que se sepa la verdad no va a devolverle la vida.
—Ni tampoco que se acepte la mentira —repuso Rick, en un tono tan tranquilo que casi parecía fuera de lugar en medio de aquella acalorada conversación. Nos volvimos todos a él. Tenía la cabeza erguida y una expresión franca en el rostro mientras su mirada saltaba del senador Ryman al gobernador Tate—. Senador, créame si le digo que entiendo su dolor mejor de lo que se imagina. Y entiendo que la preocupación le lleva a aceptar un mal consejo. —Echó un vistazo al gobernador, que tuvo el buen gusto de ruborizarse y arrugar el ceño—. Le dicen que somos civiles, que nos debería sacar de en medio. Pero, señor, ya es demasiado tarde. Este incidente se ha convertido en noticia. Si nos deja al margen, lo único que conseguirá es atraer a otros periodistas que se pondrán a husmear buscando una noticia que contar. Periodistas que, si me permite decirlo, escapan a su control. Nosotros mantenemos una relación laboral, y usted sabe que siempre tendremos en cuenta su opinión. ¿En serio espera disfrutar de ese tipo de privilegio con quienquiera que aparezca atraído por la posibilidad de una primicia?
—Creo que deberíamos irnos —sugirió Buffy. Me volví a ella con los ojos abiertos como platos. Sin levantar la mirada de sus manos, continuó—: No firmamos un contrato para esto. Tal vez Rick tenga razón y tal vez vengan otros, pero, ¿a quién le importa? —Lanzó una mirada al frente a través de su flequillo y se humedeció los labios—. Si quieren venir para morir, es su problema. Yo tengo miedo, y el senador Ryman tiene razón. No deberíamos seguir aquí… si es que alguna vez debimos estar.
—Buffy —dijo Shaun, profundamente herido—. ¿De qué estás hablando?
—Esto sólo es una noticia más, Shaun, y allí donde hemos ido han ocurrido cosas terribles. —Levantó la cabeza; su rostro tenía una expresión de honda tristeza—. Toda esa pobre gente de Eakly. Lo del rancho. Senador Ryman, creo que es usted un hombre maravilloso, pero esto sólo es una noticia y nosotros no deberíamos formar parte de ella. Acabaremos mal.
—Por eso mismo debemos quedarnos —repliqué. No se me notaba la decepción en la voz, lo que me sorprendió. Me moría de ganas de soltar un bofetón a Buffy, de zarandearla y preguntarle cómo era posible que no viera lo importante que era contar la verdad después de todo lo que habíamos pasado juntas. Sin embargo, aparté la mirada de ella y, con voz tranquila, dije—: Todo es «sólo una noticia». Una tragedia, una comedia, el fin del mundo, cualquier cosa, son «sólo una noticia». Lo importante es asegurarse de que esa noticia se sepa.
—Esa actitud, jovencita, es precisamente el motivo por el que tenéis que marcharos —dijo el gobernador Tate—. No podemos fiarnos de que mantengáis la boca cerrada cuando decidáis que es la hora de contar la noticia. No es vuestra decisión la que debe primar, sino la seguridad nacional. Y no creo que entendáis realmente la situación tan peligrosa en que podríais ponernos.
—David… —dijo el senador.
—Una bonita defensa de la libertad, gobernador —espeté.
—¿De verdad os tragáis todas esas patrañas? —inquirió Shaun.
—Por otro lado, entre las ventajas estaría que «fieles reporteros expulsados de la campaña mientras se corre el velo de la censura» sería un buen titular —dijo Rick—. Me da que tenemos entre manos algo que disparará nuestras cifras en los índices de audiencia.
—¡Índices de audiencia! ¡Lo único que os preocupa…!
—Tranquilízate —intervino Emily.
—¡… son vuestros queridísimos índices de audiencia! —El gobernador Tate estaba hecho una furia, con el rostro llameante como una hoguera bíblica. Estaba viéndoselas con sus últimos contrincantes, ya que el senador estaba fuera de juego. —Una muchacha muerta, una familia destrozada, un hombre candidato a la presidencia del país que probablemente nunca se recupere de la desgracia, y ¿qué os preocupa a vosotros? ¡Vuestros malditos índices de audiencia! ¡Bueno, pues podéis coger esos índices de audiencia y metéroslos por…!