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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Feed
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—Espero que sea pronto —respondí. Empecé a retroceder en dirección a Shaun y la valla. Mi padre siempre nos ha dado el mismo consejo sobre los zombies y la munición, y nos lo ha repetido tantas veces que se me ha quedado grabado: cuando sólo te queda una bala y no hay forma de escapar del lío en el que te has metido resérvala para ti; es la mejor opción.

Otras dos flechas cortaron el viento y derribaron sendos zombies. Sólo quedaba uno, que se dirigía hacia nosotros con sus andares pesados y gimiendo. No se oían gemidos de respuesta, ni por los lados ni por detrás. Shaun ya había acabado con su grupo y no parecía que hubiera refuerzos de camino.

—¡Dispara, Shaun! —le grité con firmeza.

—¡No hasta que no esté seguro de que no vienen más!

Seguí retrocediendo hasta que choqué con la valla. Permanecí inmóvil con la pistola levantada, apuntando al zombie. Entre la munición que teníamos mi hermano y yo podíamos acabar con él… siempre que no hubieran más.

—No me extraña.

—¿Qué es lo que no te extraña?

—La misma noche que por fin entramos entre las cinco páginas más visitadas, nos tienen que devorar los zombies.

Shaun consiguió que su risa sonara amarga y franca a la vez.

—¿Nunca dejas de ser una pesimista?

—A veces, pero entonces me despierto. —El zombie seguía avanzando y gimiendo. No se oían otros gemidos—. Creo que está solo.

—Entonces dispara, genio, y veamos qué pasa.

—Lo voy a hacer. —Relajé las manos y apunté al zombie a la frente—. Si me come, espero que el siguiente seas tú.

—Tú siempre primera, ¿eh?

—¡Cómo lo sabes!

Disparé. La bala pasó zumbando junto al zombie y abrió un agujero apenas visible en una autocaravana. Sin dejar de gemir, el zombie levantó los brazos en el ya clásico gesto de «abrazo» de los reanimados y apretó ligeramente el paso. Nadie tiene ni idea de cómo se enteran los zombies de que sus víctimas están desarmadas, pero lo hacen.

—Shaun…

—Todavía hay tiempo.

—Sí, claro. —Tenía el zombie a tres metros y medio, de modo que todavía estaba fuera de su alcance, pero seguía acercándose—. Te odio.

—El sentimiento es mutuo —replicó Shaun. Me arriesgué a levantar la mirada para echarle un vistazo. Estaba apuntando al zombie en la frente, esperando a tener el blanco perfecto. Una flecha, una oportunidad. Podía parecer que mi hermano las tenía todas consigo, pero no era así. Es más fácil acertar en el ojo de un toro sin la presión acuciante del peligro.

—Entonces estamos en paz —dije, y cerré los ojos.

Los disparos de armas de fuego llegaron de dos direcciones distintas a la vez. Abrí los ojos y vi al último zombie acribillado por no menos de cuatro guardias de seguridad, que vaciaban las cintas de munición y se acercaban en pareja por los flancos. Encima de mí, Shaun soltó un grito de guerra.

—¡Ha llegado la caballería!

—Dios bendiga a la caballería —mascullé.

Al instante se resolvió la tensa situación. Me alejé de la valla sin pensar en la cámara que se me había caído al suelo y me dirigí hacia la pareja de guardias más cercana. La cámara había quedado hecha polvo. Buffy ya habría descargado las imágenes, y de todas formas, los de seguridad insistirían en destruirla, pues era casi seguro que se habría manchado de sangre infectada. Era complicado que los aparatos electrónicos soportaran un proceso completo de descontaminación. Pagamos puntualmente la póliza de seguros precisamente para casos como éste.

Uno de los guardias era Steve, que observaba con el ceño fruncido al infectado abatido, como si estuviera retándolo a levantarse sólo para tener la oportunidad de volver a matarlo. Lo siento, Steve, el virus sólo reanima el cuerpo una vez. Su compañero se había detenido unos pasos más allá, y estaba examinando la valla. No era Tyrone. Medité un instante y empecé a hacerme una idea de cómo los zombies habrían abierto una brecha en la valla.

Las suposiciones que confirmas nunca suben los índices de audiencia.

—¿Qué ha ocurrido?

—Ahora no, Georgia —respondió Steve, negando con la cabeza—. Ahora no… no es el momento.

Me planteé la posibilidad de insistir. Si se hubiera tratado de un ataque zombie más, uno de sus típicos asaltos rápidos que se pueden dar en cualquier lugar, probablemente lo habría hecho. Siempre es conveniente interrogar a los supervivientes antes de que empiecen a perder la perspectiva de la realidad que acaban de vivir. Cuando baja la adrenalina, la mitad de las personas que sobreviven a un ataque zombie se convierten en héroes que han abatido un millar de zombies con una simple pistola de calibre 22 y una buena dosis de valor, mientras que la otra mitad niega que nunca haya estado lo suficientemente cerca de los infectados para haber corrido un peligro real. Si se quiere saber lo que ha ocurrido de verdad, hay que actuar rápido.

Sin embargo, Steve era un agente de seguridad profesional y eso hacía de él un hombre menos propenso a mentir.

Además, a menos que él abandonara el convoy en cuanto acabaran con el papeleo, seguiría tratándolo con regularidad, de modo que no valía la pena, para conseguir la primicia, ponerme en contra al hombretón, potencialmente violento, que se encargaba de realizarme buena parte de los análisis de sangre. Así pues, meneé la cabeza y di un paso atrás.

—Claro, Steve. Avísanos si podemos hacer algo.

Se oyó el estruendo de los pies de Shaun aterrizando en el suelo desde lo alto de la valla. No me volví. Él se acercó al trote y se detuvo junto a mí, con los ojos entrecerrados mientras examinaba a los guardias de seguridad.

—Christ, Steve, ¿dónde está Tyrone?

Shaun se había esforzado más que yo en estrechar lazos con los guardias. Un poco de amabilidad es inevitable, pero él realmente había trabado amistad con algunos de ellos. Quizá por eso Steve sí respondió a su pregunta.

—Se confirmó su conversión a las veintidós horas y veintisiete minutos —dijo con tono pausado—. Tracy lo ha abatido, pero no a tiempo de evitar que le pasaran la infección.

Shaun lanzó un silbido largo y grave.

—¿Cuántos muertos?

—Cuatro bajas entre los miembros de la expedición y un número todavía indeterminado de población local. El senador y sus asesores han sido trasladados a un lugar seguro. Recoged vuestras cosas y reuníos con la señorita Meissonier. Os someteremos al proceso de descontaminación y también os trasladaremos a una zona de seguridad.

—¿Se ha abatido a todos los zombies? —pregunté.

Steve me miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo dice, señorita Mason?

—Los zombies. Shaun y yo hemos acabado con el grueso de dos manadas. —Me salté la parte en la que uno de nosotros casi es devorado durante el proceso—. Y al parecer vosotros os habéis encargado del lío en las puertas. ¿Ya no hay más zombies?

—Los canales no detectan actividad zombie en toda el área.

—Los canales no son cien por cien infalibles —insistí, manteniendo un tono comedido—. Habéis perdido hombres y nosotros hemos mantenido un contacto directo con los infectados. Tendremos que pasar por el mismo proceso de descontaminación. ¿Por qué no dejáis que Shaun y yo nos quedemos a echaros una mano? Tenemos la licencia y, si nos dais munición, llevamos armas. Evacuad a Buffy, pero dejad que nos quedemos nosotros.

Los otros guardias de seguridad intercambiaron miradas incómodas antes de volverse a Steve. Él tenía la última palabra. Este miró con el ceño fruncido la pila de cadáveres tendidos en el asfalto.

—Sabéis que no me temblará el pulso si tengo que dispararos a alguno de los dos, ¿verdad? —dijo al fin.

—Nunca iríamos contigo si pensáramos lo contrario —respondió Shaun, levantando su ballesta—. ¿Alguien tiene munición para esto?

Las labores de limpieza son lo peor de un ataque zombie a pequeña escala. Para mucha gente, esta parte de una reanimación es la gran desconocida. Toda persona que no posee una licencia de acceso a las zonas de peligro biológico, tiene prohibido el paso a las áreas contaminadas hasta que finalizan las operaciones de enterramiento, cremación y esterilización. Cuando se retira la cinta, la vida regresa a la normalidad. Se ha convertido en algo tan rutinario que, a menos que se esté familiarizado con los rastros, uno puede no darse cuenta nunca de que se ha producido un incidente con zombies. Tenemos mucha práctica a la hora de encubrirlos.

Sin embargo, eso es muy distinto si uno se ha visto envuelto en el incidente. Una parte de la preparación para conseguir una licencia de acceso a las zonas biológicamente peligrosas consiste en asistir a las labores de limpieza de uno de estos incidentes. Lo hacen para asegurarse de que sabes dónde estás metiéndote. George y yo acabamos vomitando durante nuestra primera operación de limpieza, y estuve a punto de no superar la prueba tampoco la segunda vez. Es una tarea horrible, asquerosa. Cuando un zombie recibe un disparo en la cabeza deja de parecer un zombie y pasa a ser como una persona cualquiera que hubiera estado en el sitio equivocado en el momento equivocado. Lo odio.

La esterilización es terrible. Hay que quemar toda la vegetación que ha estado en contacto con los zombies, y si han pasado por el campo, hay que empaparlo todo con una solución salina clorada. En las zonas rurales o de las afueras de las ciudades, se mata todos los animales que se encuentra: ardillas, gatos… lo que sea; si es un mamífero que pueda portar el virus en estado activo, aunque sea demasiado pequeño para sufrir la amplificación, el animal muere. Y cuando se acaba esto, te vas hecho polvo hacia el punto que se ha montado para la descontaminación de los agentes, te metes en él y te pasas dos horas exfoliándote la piel, lo que es una buena manera de prepararte para las ineludibles dos semanas de pesadillas que vas a soportar.

Si alguna vez se os ocurre pensar que tengo un trabajo glamoroso, o que quizá sería divertido salir por ahí y molestar a un zombie con un palo mientras un amigo os graba en vídeo para verlo luego con vuestros colegas, hacedme un favor: id primero a sacaros la licencia para acceder a las zonas de peligro biológico. Si después de quemar el cuerpo de una niña de seis años con los labios manchados de sangre y una Barbie en la mano todavía queréis dedicaros a esta mierda, os recibiré con los brazos abiertos.

Pero no antes.

Extraído de
¡Viva el rey!
,

blog de Shaun Mason,

11 de febrero de 2040

Nueve

C

aí desplomada en nuestra cama del hotel local de cuatro estrellas poco después del amanecer, ya sin poder abrir los doloridos ojos. Shaun todavía era capaz de mantener el equilibrio de pie, y así aguantó hasta que se aseguró de que las cortinas opacas estaban corridas. Hice un ruidito de agradecimiento con la boca, y unos segundos después noté cómo me quitaba las gafas de sol. Di un manotazo al aire.

—Para. Pónmelas.

—Las he dejado en la mesita de noche —respondió. Los muelles del colchón chirriaron cuando se sentó ocupando el lado de la cama más cercano a la ventana. Se quitó los zapatos, y la cama crujió cuando se dejó caer de costado. Yo no necesitaba abrir los ojos para saber qué estaba haciendo mi hermano. Compartimos dormitorio hasta la pubertad, y desde entonces sólo nos ha separado una puerta.

—¡Por Dios, George! Ha sido un desastre total.

—Mmm… —respondí, y me cubrí la cabeza con las mantas. Todavía llevaba puestos los zapatos. El precio de la habitación incluía el cambio de sábanas diario, y para cuando abandonamos la zona de riesgo me había vestido y desnudado tantas veces en el transcurso de la descontaminación que estaba decidida a no volver a quitarme la ropa jamás. Llevaría puesto lo mismo hasta que se desintegrara, y luego pasaría el resto de mi vida desnuda.

—¿Cómo demonios pudieron llegar los zombies tan cerca del salón de actos? Las primarias están a la vuelta de la esquina. Esto no nos va nada bien, aunque para los índices de audiencia sea un bombazo. ¿Crees que Buffy ya habrá empezado a editar? Sé que odias que cuelgue material sin tu visto bueno, pero la limpieza ha sido larga. Probablemente no haya esperado. El retraso podría suponernos perder la primicia.

—Mmm.

—Apuesto a que esto nos hace subir medio punto más. Y más cuando pueda editar el material de mi cámara. ¿Crees que la valla tenía algún defecto? Quizá la atravesaron. Steve no tenía muy claro dónde se había empezado el ataque, y hemos perdido a los dos vigilantes apostados en la puerta.

—Mmm.

—Pobre Tyrone. Dios mío. ¿Sabes que iba a mandar a su hijo a la universidad con lo que ganara en esta gira? El chico quería ser virólogo molecular…

En algún momento mientras mi hermano relataba las esperanzas, los sueños y los defectos de los guardias caídos, su voz se desvaneció y fue sustituida por el suave y rítmico murmullo de su respiración. Suspiré, me di la vuelta y lo acompañé en el sueño.

Alguien descorrió las cortinas de la ventana pasado un tiempo indeterminado. La luz del sol se desparramó por la habitación y me desperté sobresaltada. Maldije y busqué a tientas en la mesita de noche, guiada por el vago recuerdo de oír a Shaun mencionarla en la misma frase que mis gafas de sol. Mi mano chocó con el borde de la cama y entrecerré los ojos un poco más para protegerlos de la luz.

Shaun fue un poco menos comedido.

—¡Que te folle un pez, Buffy! ¿Qué pretendes? ¿Dejarla ciega?

Las gafas de sol aterrizaron en mi mano, las abrí y me las puse. Abrí los ojos y vi a Shaun en calzoncillos fulminando a Buffy con la mirada—. ¡La próxima vez llama antes a la puerta!

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