Read Fantasmas del pasado Online
Authors: Nicholas Sparks
Jeremy hundió las manos en los bolsillos.
—Si quieres, puedo recomendarte algunos libros interesantes —se ofreció él.
—Estaría encantada. Tengo que admitir que necesito ayuda con esa categoría de libros.
—¿No has leído ninguno?
—No; francamente, no me atraen los temas que tratan. Reviso esos libros cuando llegan a la biblioteca; me fijo en las imágenes y leo algunas conclusiones para decidir si son apropiados, pero nada más.
—Haces bien; es lo mejor que se puede hacer con esta clase de material —dijo Jeremy.
—Sin embargo, lo más sorprendente es que alguna gente del pueblo no desea que yo adquiera estos libros, especialmente los que tratan sobre brujería. Creen que pueden ejercer una influencia negativa en los jóvenes.
—Y es cierto; sólo cuentan mentiras.
Ella sonrió.
—Quizá tenga razón, pero no me refería a eso. Quieren que me deshaga de los libros porque creen que realmente es posible conjurar los poderes de las fuerzas malignas, y que los niños que leen esas historias pueden invocar accidentalmente a Satán y hacer que éste se dedique a cometer fechorías por el pueblo.
Jeremy asintió.
—Ya, la impresionable juventud de los estados pentecostales del cinturón de la Biblia.
—Eso es; pero por favor, no se le ocurra citar mi nombre si piensa escribir algo referente a esa cuestión, ¿de acuerdo?
Jeremy levantó la mano con porte solemne.
—¡Palabra de Scout!
Por unos breves momentos, anduvieron en silencio. El sol invernal apenas tenía fuerzas para irrumpir entre las nubes opacas, y Lexie se detuvo frente a una fila de lámparas para encenderlas. Una tenue luz amarillenta se adueñó de la sala. Mientras ella se inclinaba hacia delante, Jeremy inhaló el ligero aroma floral de su perfume.
Con movimientos distraídos, él se dirigió hacia el retrato que adornaba la chimenea.
—¿Quién es?
Lexie hizo una pausa y desvió la vista hacia donde él estaba mirando.
—Mi madre.
Jeremy la contempló con curiosidad, y Lexie suspiró.
—Después de que la biblioteca original fuera pasto de las llamas en 1964, mi madre se encargó de buscar un nuevo edificio y empezar una nueva colección, algo que todo el mundo en el pueblo daba por imposible. Entonces ella sólo tenía veintidós años, pero invirtió muchos años en hacer campaña con las autoridades del condado y del estado para obtener fondos, organizó paradas ambulantes de pastelitos, y se dedicó a visitar uno a uno todos los negocios de la localidad, sin dejarlos en paz hasta que accedían a darle dinero. Necesitó muchos años, pero al final lo consiguió.
Mientras ella hablaba, los ojos de Jeremy iban de Lexie al retrato. Existía cierta similitud, pensó, algo que debería de haber reconocido a simple vista, especialmente en los ojos. Así como el color violeta le había llamado la atención inmediatamente, ahora que estaba más cerca de ella descubrió en los ojos de Lexie una pincelada azul celeste en la parte más externa del iris que en cierto modo le confería un aire de gentileza. Aunque el retrato intentaba reflejar el color inusual, no lo conseguía.
Lexie terminó de relatar la historia y rápidamente se aderezó un mechón rebelde detrás de la oreja. Repetía ese gesto con cierta regularidad. Jeremy pensó que probablemente era un hábito nervioso, lo cual quería decir que se sentía nerviosa con él, y consideró ese detalle como una buena señal.
Jeremy carraspeó.
—Por lo que me has contado, debe de ser una mujer fascinante. Me encantaría conocerla.
Lexie sonrió complacida, pero en lugar de proseguir, sacudió la cabeza un par de veces.
—Lo siento. Supongo que no debería robarle tanto tiempo. Está aquí por cuestiones de trabajo, y le estoy entreteniendo innecesariamente. — Señaló hacia la sala de los originales con la cabeza—. Será mejor que le enseñe el lugar donde permanecerá encerrado los próximos días.
—¿Crees que será necesario que dedique varios días a la búsqueda de datos?
—Me ha pedido referencias históricas y el artículo, ¿no? Me encantaría poder anunciarle que toda la información está indexada, pero no es así. Siento decirle que le espera una búsqueda bastante tediosa.
—Pero no hay tantos libros que consultar, supongo.
—No se trata sólo de libros, aunque tenemos un sinfín de títulos que le serán muy útiles. Probablemente encontrará parte de la información que busca en los diarios. Me he dedicado a compilar todos los que he podido de la gente que vivió en esta área, y le aseguro que la colección es considerablemente voluminosa. Incluso he conseguido algunos diarios que se remontan al siglo xvii.
—No tendrás por casualidad el de Hettie Doubilet, ¿verdad?
—No, pero tengo dos que pertenecieron a personas que vivían en Watts Landing, e incluso uno de un tipo que se definía a sí mismo como un historiador aficionado local. No obstante, debo avisarle que no puede sacar nada de la biblioteca, y estoy segura de que necesitará bastante tiempo para revisar todo ese material. Prácticamente son ininteligibles.
—Me muero de ganas por empezar —apuntó Jeremy animado—. Las investigaciones tediosas me entusiasman.
Ella sonrió.
—Estoy segura de que se le da muy bien ese trabajo.
Él esbozó una mueca burlona.
—Pues sí, pero también se me dan bien otras cosas…
—No me cabe la menor duda, señor Marsh.
—Jeremy —dijo él—. Llámame Jeremy.
Ella lo observó fijamente.
—No creo que sea una buena idea.
—Oh, es una idea genial, confía en mí.
Ella resopló al tiempo que pensaba que era la clase de tipo que nunca daba el brazo a torcer.
—Es una oferta tentadora —repuso Lexie—. De veras, me siento agasajada, pero no obstante, no le conozco lo suficientemente bien como para confiar en usted, señor Marsh.
Jeremy la observó ensimismado cuando ella le dio la espalda, entonces pensó que no era la primera fémina que intentaba mantener vigente la línea divisoria de la formalidad. Las mujeres que recurrían a la inteligencia para mantener a los hombres a raya solían tener un punto de agresividad, pero no sabía por qué la reacción de ella le transmitía como… como una sensación agradable, carente de malicia. Quizá era su acento sureño, la sonoridad casi musical que confería a las palabras. Probablemente era capaz de convencer a un gato para que atravesara el río a nado.
No, se corrigió a sí mismo, no se trataba meramente del acento. Ni de su inteligencia, que tanto le atraía. Ni siquiera de sus fascinantes ojos y lo atractiva que estaba con esos vaqueros. De acuerdo, cada uno de esos elementos formaba parte de su encanto, pero había algo más. ¿El qué? No la conocía, no sabía nada acerca de ella. Se dio cuenta de que apenas le había contado nada sobre sí misma. Había hablado mucho sobre libros y sobre su madre, pero todavía era una absoluta desconocida.
Jeremy se sintió invadido por una repentina sensación de desasosiego al darse cuenta de que, aunque estaba allí para redactar ese dichoso artículo sobre fantasmas, preferiría pasar las siguientes horas con Lexie en lugar de ponerse a trabajar. Deseaba pasear con ella por el pueblo, o incluso mejor, cenar juntos en un romántico restaurante alejado de Boone Creek, donde pudieran estar solos para conocerse mejor. Esa mujer irradiaba un aura de misterio, y a él le encantaban los misterios. Los misterios siempre culminaban en sorpresas, y mientras la seguía hacia la sala contigua, no pudo evitar pensar que ese viaje al sur se estaba convirtiendo en una experiencia ciertamente interesante.
La sala de los originales era pequeña; probablemente había sido una de las habitaciones de la casa solariega. Estaba atravesada por un tabique de madera que dividía la estancia de un extremo al otro. Las paredes estaban pintadas del color beis del desierto, con el borde ribeteado de color blanco, y el suelo de madera estaba un poco desgastado, sin llegar a poder considerarse deteriorado. Por detrás del tabique sobresalían unas prominentes estanterías repletas de libros; en una de las esquinas descansaba una caja con tapa de vidrio que parecía el cofre de un tesoro, con un televisor y un equipo de vídeo al lado, por lo que sin duda la caja debía de contener cintas de vídeo sobre la historia de Carolina del Norte. En el extremo opuesto a la puerta descollaba un antiguo secreter de tapa deslizable emplazado debajo de una ventana. Justo a la derecha de Jeremy había una mesita con una máquina de microfichas. Lexie se dirigió hacia el secreter, abrió el cajón inferior y luego regresó con una cajita de cartón.
Depositó la caja en la mesita, hojeó rápidamente las láminas transparentes y extrajo una. Inclinándose hacia él, encendió la máquina y colocó la transparencia encima, moviéndola delicadamente hasta que la transparencia quedó totalmente centrada. Jeremy pudo oler la dulce fragancia de su perfume, y un momento después, el artículo aparecía delante de él.
—Puede empezar con esto —lo invitó ella—. Mientras tanto iré buscando más material que pueda serle útil.
—Qué rapidez —dijo él.
—No ha sido difícil. Se publicó el día en que nací.
—Así que tienes veintiséis años, ¿no?
—Más o menos. Bueno, voy a ver qué encuentro.
Lexie se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
—¿Veinticinco?
—Se acerca, señor Marsh. Pero no me apetece jugar.
Él soltó una carcajada. Definitivamente, iba a ser una semana muy interesante.
Jeremy puso toda su atención en el artículo y empezó a leer. Estaba escrito del modo que suponía: cargado de superchería y de frases sensacionalistas, con suficiente altanería como para sugerir que todo el mundo que vivía en Boone Creek era plenamente consciente de que el lugar era sumamente especial.
No obtuvo demasiada información nueva. El artículo cubría la leyenda original, narrándola prácticamente del mismo modo que Doris lo había hecho, con algunas ligeras variaciones. En el artículo, Hettie fue a ver a los comisionados del condado en lugar de al alcalde, y era oriunda de Luisiana, y no del Caribe. Lo más llamativo era que lanzó la maldición justo delante de la puerta del Ayuntamiento, lo que provocó enormes disturbios, y por ese motivo fue encarcelada. Cuando los guardias fueron a soltarla a la mañana siguiente, descubrieron que se había esfumado como por arte de magia. Después de ese incidente, el sheriff se negó a arrestarla de nuevo, porque temía que también maldijera a su familia. Pero todas las leyendas eran similares: historias que habían pasado de boca en boca y que habían sufrido ciertas alteraciones con el fin de hacerlas más sugestivas. Y tenía que admitir que la parte relativa a la desaparición de Hettie por arte de magia era interesante. Debería descubrir si realmente la habían arrestado y si se había escapado.
Jeremy echó un vistazo por encima del hombro. Todavía no había señales de Lexie.
Volvió a clavar la mirada en la pantalla y se preguntó si podría obtener más información de la que Doris le había contado acerca de Boone Creek. Movió la lámina de cristal que mantenía la microficha inmóvil, y empezó a escudriñar el nuevo artículo que acababa de aparecer ante sus ojos. Las cuatro páginas contenían las noticias de por lo menos una semana —el periódico salía cada martes—, y rápidamente se puso al día de todo lo que pasaba en el pueblo. Esos artículos locales eran francamente divertidos, a menos que uno quisiera saber lo que pasaba en el resto del mundo o deseara leer noticias con el suficiente interés como para mantener los ojos abiertos. Leyó la historia acerca de un joven que había pintado la fachada del edificio de la asociación de los Veteranos de Guerras en el Extranjero para lograr el derecho a convertirse en un Eagle Scout, un reportaje sobre la nueva tintorería que acababan de inaugurar en Main Street, y un resumen de una reunión local en la que el punto más destacado del orden del día había sido decidir si colocaban o no una señal de stop en Leary Point Road. La portada de dos días seguidos estaba dedicada a un accidente de tráfico, en el que dos habitantes de la localidad habían sufrido heridas leves.
Se arrellanó en la silla.
Así que el pueblo era tal y como lo había imaginado: adormilado y i tranquilo y especial en el sentido de las pequeñas comunidades, nada más que eso. Era la clase de lugar que continuaba existiendo más por la fuerza de la costumbre que por una cualidad específica y única, y que en las siguientes décadas empezaría a descomponerse poco a poco, cuando los jóvenes se marcharan y sólo quedara la gente mayor. Allí no había futuro, no a largo plazo.
—¿Qué tal va la lectura sobre nuestro bonito pueblo? — preguntó ella.
Jeremy dio un respingo, sorprendido al no haberla oído mientras se le acercaba por detrás, y sintiéndose extrañamente melancólico a causa de la crítica situación que atravesaba el pueblo.
—Perfecto. Y debo admitir que es francamente interesante. Hay que tener agallas para hacer lo que hizo ese Eagle Scout.
—Jimmie Telson —apuntó ella—. La verdad es que es un muchacho encantador, muy correcto y un extraordinario jugador de baloncesto. Lo pasó muy mal cuando su padre murió el año pasado; sin embargo, no dejó de realizar sus obras sociales en la comunidad, aunque ahora combina esa labor con su trabajo a media jornada en Pete's Pizza. Estamos muy orgullosos de él.
—Ese mozalbete me ha impresionado.
«Ya, seguro», pensó ella al tiempo que sonreía.
—Aquí tiene —dijo Lexie, dejando una pila de libros delante de él—. Supongo que con esto tendrá suficiente para empezar.
Jeremy examinó la docena de títulos.
—Creí que habías dicho que podría empezar por los diarios. Estos libros son sobre historia general.
—Lo sé, pero supongo que querrá familiarizarse con el pueblo, ¿no?
Jeremy se quedó pensativo unos instantes.
—Sí, supongo que es lo más adecuado —admitió finalmente
—Bien. — Lexie se arremangó la manga del jersey con aire ausente—. Ah, y he encontrado un libro sobre historias de fantasmas que quizá le interese. Contiene un capítulo sobre Cedan Creek.
—Fantástico.
—Ahora lo dejaré tranquilo para que pueda empezar. Volveré de aquí a un rato para ver si necesita algo más.
—¿No te quedas conmigo?
—No, ya se lo he dicho antes, estoy bastante ocupada. Puede quedarse aquí o sentarse en una de las mesas del área principal. Aunque preferiría que no sacara los libros de esta planta. No prestamos estas obras tan singulares.