—Yo también me alegro. Aunque los vampiros sean inmortales, yo no lo soy —dijo sonriendo.
Luka miró fijamente a Pili alias R2D2; le había dicho mil veces que no susurrara, más que nada porque sus susurros solían ser solo un poco más bajos que un grito.
—Está bien, "que la fuerza nos acompañe". Nos quedamos —se rindió.
—Entonces este baile me pertenece —dijo él agarrándola por la cintura, sus fuertes manos casi rozándole el inicio de las nalgas.
—Draculín, solo por si no lo has notado: este no es un baile agarrado —comentó Luka dándole golpecitos con el índice en su fantástico brazo recubierto de poderosísimos bíceps. ¡Guau!
—No pretenderás que el Conde Drácula baile hip-hop, ¿verdad? —repuso él tan estirado como un aristócrata de la regencia.
—No, por supuesto —dijo Luka riendo y dejándose llevar.
La verdad es que Drácula estaba como un tren, ya se había dado cuenta en la gasolinera, pero con el enfado no se había fijado en detalle. Ahora, apretada contra él, podía ver esos maravillosos ojos verdes, tan claros como el agua del Caribe —seré cursi, pensó—. El pelo rubio medio despeinado cayéndole en ondas hasta los hombros. Los labios carnosos listos para ser besados... ¡mmh!
Charlaron, bromearon, rieron y, cuando la fiesta terminó en el Centro cívico, continuaron charlando, riendo y bromeando en el bar de la esquina. En un momento de la noche, Pili, alias R2D2, y Ruth, la bruja Piruja, desaparecieron. En realidad desapareció todo lo que los rodeaba. Solo había sitio para ellos dos. Las risas y las bromas dieron paso a las miradas y los roces y antes de que se dieran cuenta era tan tarde que el bar estaba cerrando y ellos salían a la calle abrazados. Una vez en la acera, Drácula agarró al robot por la cintura en un apretado abrazo, le arrancó la máscara y bajando la cabeza comenzó a lamer sus labios.
—Drácula, debes estar más borracho de lo que pensaba si a estas alturas de la noche no eres capaz de encontrar el camino hasta mi yugular —dijo Luka riendo y exponiendo su cuello.
El no contestó, bajó dejando una estela de besos desde sus labios a su cuello y una vez allí se entretuvo mordisqueando y lamiendo hasta encontrar ese punto que la hizo estremecer. Luka se apretó más a él y notó contra su vientre un sable láser hecho de carne que no estaba, nada, pero que nada mal. ¡Caramba! Prometía. Mucho.
Dieron bandazos abrazados estrechamente, muy estrechamente, a lo largo de la calle hasta que de repente Drácula la levantó y la apoyó en el capó de un coche; las cartulinas doradas de su disfraz cayeron al suelo desparramadas y se quedó solamente con los leggins y el body. No sentía ni gota de frío, de hecho tenía bastante calor... en ciertas partes.
Notó las manos de Drácula deslizándose bajo la cinturilla de los leggins, acariciándola sobre la tela del body, buscando desesperadamente el final de éste y el inicio de la piel. Luka abrió las piernas a la vez que con las manos recorría los duros contornos del abdomen siguiendo la flecha de vello que señalaba el tesoro oculto; encontró el cinturón, lo desabrochó, bajó la cremallera de los pantalones, introdujo la mano bajo el bóxer y tanteó (no tuvo que tantear mucho) hasta encontrar lo que buscaba. Lo rodeó con los dedos y apretó ligeramente, ¡vaya!
A Luka siempre le habían dicho que tenía dedos de pianista, largos y finos, por lo tanto él no tenía que estar mal dotado porque apenas sí podía abarcarlo. Dispuesta a investigar, deslizó los dedos por todo el tallo, solazándose con su suavidad y tersura.
Drácula jadeó excitado y satisfecho, sus dedos por fin habían encontrado el elástico del body y en esos momentos recorrían perezosamente su piel resbaladiza. El anular se deslizó lentamente por la vulva, extendiendo su humedad hasta acabar trazando círculos sobre el clítoris, mientras con la mano libre acariciaba sus pechos sobre la tela dorada.
Luka sentía el calor expandirse por todo su cuerpo. Oprimía y recorría sin cesar el pene con manos ansiosas, disfrutando de su tersura y suavidad. Entonces él liberó su clítoris dejándolo insoportablemente abandonado y comenzó a bajarle los leggins. Luka se apartó al momento.
—No aquí. Estamos en plena calle —jadeó entre asustada y excitada.
—Vamos a otro sitio. ¿Vives cerca? —contestó él sin dejar de besarla y acariciarla.
Luka vivía justo cruzando la calle, pero ni loca, ni drogada por el sexo como estaba, iba a invitar a su casa a un desconocido al que llamaba Drácula porque no sabía siquiera su nombre.
—No, vivo lejos —contestó apoyando las manos en el pecho del hombre intentando poner un poco de distancia, la necesitaba para poder pensar.
—Vamos al hotel que hay en Parque Oeste, tengo aquí el coche —dijo mientras intentaba meterse de nuevo bajo sus leggins.
Luka lo intentó pensar durante unos segundos. Irse en coche con un desconocido a un hotel no era el
sumum
de la inteligencia, pero por otro lado, joder, Drácula sabía perfectamente lo que hacía —que en esos momentos era colarse en sus bragas y atacar su clítoris—, y el hotel del que hablaba estaba a menos de diez minutos en coche. Demasiado lejos.
—Sé un sitio perfecto. ¿Dónde tienes el coche? —El Clio estaba aparcado en el garaje de su casa.
—Estás sentada sobre él.
—Dame las llaves —él enarcó una ceja, pero al cabo de un segundo quitó la mano de los pechos de Luka y la metió en su bolsillo, cuando la sacó las llaves colgaban de sus dedos.
—Adelante —dijo Luka cogiéndolas.
En ese momento se dio cuenta de qué coche era. Un Kia Carnival, grande y sobre todo muy cómodo, ¡perfecto! Se montó sin perder un segundo y, al tiempo que Drácula cerraba la puerta, arrancó y enfiló hacia la calle Las Hayas.
En menos de dos minutos estaban en un descampado lleno de edificios en construcción. Vacío, oscuro y muy, pero que muy solitario. En esos dos minutos las manos de Drácula habían continuado masajeando su entrepierna, Luka apenas había sido capaz de cambiar de marchas, de hecho habían hecho el corto trayecto en primera. Le mordisqueaba la clavícula, le besaba el lóbulo de la oreja y le acariciaba los pechos con la mano que no estaba ocupada más abajo. Luka no tenía ni idea de cómo había sido capaz de llegar hasta las obras. En cuanto paró el coche —no se molestó en estacionarlo, solo lo dejó parar en mitad de un parking sin luces a medio construir—, Drácula pasó a los asientos traseros llevándola con él, enganchándola sin querer los pies en la palanca de cambios y dejando sus zapatos enredados en el volante. Una vez atrás le quitó los leggins dorados de un tirón mientras mordisqueaba sus pechos por encima del body. Ella por su parte tampoco estaba ociosa, dando tirones consiguió bajarle los pantalones y el bóxer hasta las rodillas, mientras con su boca intentaba erradicar los botones de la antaño impoluta camisa de hombre. Él no tuvo remilgos (al fin y al cabo era su camisa) y, agarrándola, se la arrancó haciendo que los botones volaran por todo el coche. Luka aprovechó para acoger entre sus manos su pene endurecido, acariciar con el pulgar el capullo terso y húmedo, seguir con los dedos las gruesas venas sumamente apetecibles que bajaban por todo su tallo, en definitiva, disfrutar de lo que tenía al alcance.
Impaciente, Drácula rompió el body a la altura de la ingle a la vez que devoraba la boca de la mujer. Ella empezó a masturbarle, al principio despacio, casi reverenciándole, luego más fuerte, rítmicamente. Él por su parte rasgó el cuello del body —dios, le había costado una pasta— y comenzó a morder el sujetador, bajándolo para dejar al descubierto sus pezones enhiestos, haciendo que diera un respingo cuando sintió la húmeda lengua recorriéndolos. Era una sensación divina.
Los dedos masculinos encontraron de nuevo sus pliegues y los abrieron introduciéndose en la vagina empapada, curvó un dedo y comenzó a entrar y salir de ella mientras con el pulgar presionaba sobre el clítoris.
En la quietud de la noche solo se oían sus gemidos desacompasados, su respiración agitada, solo se distinguían sombras en movimiento a través de los cristales veladas por el vaho y el calor que emanaban los cuerpos. Luka estaba a punto de correrse gracias a esos dedos que hacían maravillas en sus entrañas, los dientes trazaban caminos ardientes en sus pechos que, al segundo después, su lengua se ocupaba de refrescar. Ya ni siquiera era capaz de masturbar a Drácula, tanto placer le estaba robando las fuerzas. Él paró súbitamente y se alejó de ella dejándola helada, un gruñido afloró de su femenina y enrojecida garganta, estaba a punto. Drácula buscaba algo en el suelo. Se incorporó bruscamente y se oyó algo rasgarse, el envoltorio de un condón. Joder, maldijo Luka, ni siquiera se había acordado de la protección. Él se lo puso rápidamente, la cogió de los tobillos y se los colocó apoyados sobre sus poderosos hombros, acto seguido la penetró. Estaba totalmente abierta en esa postura y, al sentir su embestida, casi se vuelve loca. Drácula se apoyó en un brazo mientras bajaba el otro hasta su entrepierna, y comenzaba a acariciarla de nuevo a la vez que la penetraba lentamente.
Luka sintió el calor recorrer todo su cuerpo hasta que estalló en su cabeza. Su vagina se contraía contra la verga invasora a la vez que todo su cuerpo temblaba. JODER. Cuando se desvanecieron las sacudidas sobrecogedoras de su orgasmo notó que él seguía duro en su interior. Le miró, él sonreía, solo le faltaban los colmillos para ser Drácula de verdad, parecía un depredador orgulloso de haberla llevado al límite y seguir aguantando. Cuando los ojos de Luka volvieron a centrarse, él comenzó un ritmo lento a la vez que le acariciaba el clítoris de nuevo, ¡Dios!, iba a volver a hacerlo. Bombeaba con fuerza, ella comenzó a mover las caderas contra él, sus dedos y su polla la estaban volviendo a calentar a pasos agigantados. Llevó las manos hasta el pecho descubierto del vampiro y le pellizcó los pezones, haciéndolo gemir, le pasó los brazos por el cuello y se abrazó a él, mordiendo y lamiéndole los labios. Drácula respondió al ataque bombeando más fuerte, más profundo. Su pulgar se deslizó más rápido sobre el clítoris.
Luka sintió que los espasmos de placer volvían, comprimiendo su vagina, haciendo que temblara cada uno de sus músculos. Él lo percibió y embistió ferozmente, ella jadeó, él rugió, ella comprimió su polla con los músculos vaginales a la vez que el orgasmo la hacía gritar. Él aulló.
Se quedaron relajados, casi dormidos, en la parte trasera del Kia Carnival, los corazones recobrando poco a poco su ritmo. Él pesaba bastante así que ella le empujó, el sonrió y se levantó sobre sus codos. Luego se inclinó hacia el suelo del coche y rescató de sus pantalones un paquete de tabaco. Sacó un cigarrillo y se lo ofreció. Ella aceptó y, como en las películas, los dos amantes fumaron un cigarro relajados.
—Es tarde —dijo Luka una vez terminado el ritual.
—¿Tienes prisa?
—Sí —mintió ella—, mañana tengo que levantarme temprano.
—Bien. Te acerco —dijo él comenzando a vestirse.
—¿Me acercas? ¿A dónde? —preguntó Luka entre las brumas del sueño.
—A tu casa... a no ser que prefieras venir a la mía.
—Eh, no, no hace falta que me acerques a casa, vivo... —se paró de golpe. A él le importaba un pimiento dónde vivía, de hecho es que no se lo pensaba decir. Bastante peligroso era follar con un desconocido en mitad de un descampado en un coche como para encima decirle dónde vivía. Debía de haberse vuelto loca... sí, de pasión.
—Vives... —dijo el instándola a acabar la frase. Si no recordaba mal la conversación del aseo de caballeros de la gasolinera, ella supuestamente vivía al lado del centro Cívico.
—Vivo lejos, y no tienes por qué perder el tiempo llevándome.
—¿Qué más da? No pierdo el tiempo, te lo aseguro, estoy encantado con tu compañía —dijo guiñándole un ojo, dándose perfecta cuenta de la mentira, pero sin demostrarlo.
—Esto... pero es que vivo súper lejos, buff, ni te lo imaginas... Lejísimos... —contestó Luka dramatizando ligeramente, apenas...
—¿Sí? ¿Cómo de lejos? —dijo enarcando divertido una ceja.
—¿Cómo de lejos? Eh, mmh. Hasta el infinito y más allá.
—Entendido —dijo él soltando una carcajada—, no quieres que te lleve.
—Acertaste. Además, ya sabes la leyenda, el Conde Drácula no puede entrar en tu casa si no le invitas... y, compréndelo... no invitaría a Drácula a mi casa, me puede dejar sin sangre... —comentó divertida, pero diciendo sinceramente lo que pensaba.
—Muy inteligente. Yo tampoco dejaría entrar a un Drácula desconocido en casa... aunque no se puede decir que seamos desconocidos.
—Mmh, llévame a la parada de taxis, a partir de ahí me ocupo yo —dijo cambiado de tema con rapidez.
Ahora que el calentón había desaparecido, la razón estaba instalándose en su cerebro gritándola "Luka la loca, sal de ahí pitando", suspiró y pensó a toda velocidad, la parada de taxis estaba muy cerca de su casa, cogería uno para despistar y listo.
—Perfecto, dime cómo llego.
—Sal del parking y toma la carretera, luego la primera a la derecha.
—Perfecto. ¿Cómo te llamas?
—Luka. Ahora, toma esa calle, a la derecha.
—¿Luka? ¿Por Luke Skywalker? —intuyó él claramente divertido.
—¡No! Luka de Pilar. ¿Ves la RENFE?, pues ahí mismo está la parada de taxis.
—¿Luka de Pilar? —Aparcó en doble fila al lado de un taxi.
—Sí, Pilar, Pili, Piluca, Luka.
—Joder, qué rebuscado. ¿Por qué no lo dejaste en Pili?
—¿Te acuerdas de R2D2?
—Sí —respondió extrañado. ¿Adónde quería llegar?
—Pues R2D2 es Pili. Mi mejor amiga. Yo soy Luka.
—Entiendo —dijo riendo.
—Bueno, aquí nos despedimos. Ha sido un placer. —Y eso sí que no era un eufemismo.
—El placer ha sido mío —sonrió pensativo—. Dame tu móvil. Te llamaré.
—No.
—¿Por qué no?
—Si te doy mi móvil estaré esperando una llamada y si no llamas me sentiré fatal.
—¿Así que no me das tu número, por si no llamo? Eso es una incongruencia.
—Ya lo sé. Pero prefiero saber de antemano que no me puedes llamar porque no tienes mi móvil, a que no me llames aunque lo tengas —dijo ella. Lo cierto es que aborrecía los teléfonos, los odiaba con todas sus fuerzas, cuando un teléfono sonaba sólo significaba broncas y excusas, enfados y gritos.
—Perfecto. Pues entonces dame tu
e-mail.
Así no esperarás una llamada.
—Es lo mismo.