Read Excusas para no pensar Online
Authors: Eduardo Punset
¿Y qué pasa con el género? Los experimentos efectuados indican que se prefiere a los hombres cuando se trata de gestionar intereses entre colectivos distintos, como puede ser la guerra, el territorio o si hay un conflicto entre organizaciones o entre grupos. Esto entronca con la idea ancestral del guerrero, que probablemente en el pasado era el líder más eficaz para este tipo de situaciones. Por eso es muy difícil que las mujeres accedan a cargos de responsabilidad en estos ámbitos, sobre todo si tienen que ser elegidas para ello. Se las prefiere a ellas, en cambio, cuando se trata de negociaciones en el seno de los grupos: reparto de tareas o gestión de subgrupos. Ellas se encuentran evolutivamente mejor preparadas para resolver conflictos personales dentro de la familia, el trabajo, la comunidad o el país.
Algunos estudios indican que se prefiere a los varones para liderar los conflictos de intereses entre colectivos, como puede ser una guerra.
© AISA
En cambio, cuando todo va bien, se confía más en los adultos maduros. Lo curioso es que en uno y otro caso las equivocaciones son raras. En casi un 80 por ciento la gente atina a la hora de fiarse de alguien. No se equivoca, y por ello reacciona con mucha virulencia cuando sí ocurre.
La importancia que los antropólogos dan a la identidad social también es interesante para iniciar la reflexión; en este caso, sobre la cohesión nacional cuestionada por los sentimientos autonómicos.
Ni el Gobierno ni la oposición parecen tener razón cuando amenazan con que la solución dependerá de la que dicte el Estado central si no se consigue el acuerdo. Lo que han demostrado los diversos estudios efectuados es que el colectivo corre el riesgo de desmembrarse si no hay suficientes ciudadanos que estén más felices con la percepción extremadamente positiva que tienen del país al que pertenecen que calculando la inversión ya realizada o dejándose tentar por mejores condiciones ofrecidas por otros países.
¿Qué es lo que está demostrando la ciencia, que tomándolo como punto de partida ayudaría a reflexionar sobre un tema como la naturaleza del Estado en un sistema de cesión de atribuciones a los gobiernos autonómicos? ¿Qué es lo que está sugiriendo la ciencia, a la que no hace caso ni el ministro de Economía ni el líder de la oposición? Está diciendo, ni más ni menos, que el desarrollo autonómico dentro del Estado tiene futuro en tanto en cuanto haya más ciudadanos que se sienten extremadamente satisfechos con la percepción que tienen de su país que los preocupados por las inversiones consumidas o las ofertas de países competidores.
¿Quiere decir eso que no importan los niveles de las contribuciones netas efectuadas por una comunidad autónoma ni las llamadas balanzas fiscales o el número de obstáculos en el camino de la consecución de la independencia? Claro que importan —al contrario de lo que han sugerido muchos en el curso del actual debate—. En realidad, son las únicas cosas que importan si se permite generar una situación en la que la percepción extremadamente positiva de su propio país corresponde sólo a una minoría. Lo que nos está diciendo el análisis científico no es quién tiene razón o está equivocado: el Gobierno, la oposición o los nacionalistas. Lo que nos está diciendo es que deben ser más los que creen que la percepción que tienen de su país es fabulosa que quienes sólo piensan en las balanzas fiscales o en el atractivo alternativo de la independencia. Sin esa mayoría, sólo hay desconcierto, ruptura y alienación.
Otra enseñanza de la ciencia es constatar que la vida es el resultado de un equilibrio entre los impactos oxidantes y agresores, por una parte, y la capacidad regeneradora de las células, por otra. Cuando ganan los primeros, sucede la muerte. Si los que sólo piensan en sus inversiones o en irse con la música a otra parte son más que los cautivados por la percepción extremadamente positiva de su país, se desmiembran los Estados digan lo que digan sus representantes.
El equilibrio social —tanto o más que el equilibrio de la vida— es el resultado de disminuir los factores negativos y de aumentar los positivos. No basta con protegerse de los oxidantes que corroen; hace falta aumentar la capacidad regeneradora de las células y crear entornos que la permitan e ilusionen.
Cuesta creerlo, pero tras muchos años de investigación se ha llegado a la conclusión de que los funcionarios situados en lo más bajo del escalafón tienen cuatro veces más riesgo de muerte que los funcionarios en la cumbre de la jerarquía. El epidemiólogo Michael Marmot es quien ha descubierto esta relación entre la salud y la escala social con sus investigaciones sobre cómo el estatus afecta directamente a nuestro bienestar y a nuestra expectativa de vida.
Dos mitos se vienen abajo. Primero: no es cierto que la pobreza sea una cuestión, únicamente, de muy ricos y muy pobres. Se trata de un problema que afecta a todos. Segundo: es falso que los de arriba estén tan estresados que no puedan con su alma y que los de abajo, en cambio, tengan menos estrés porque pueden evitar ciertas responsabilidades.
Ser pobre, sentirse pobre y que te hagan sentir pobre es una sensación estresante muy mala para la salud. Marmot ha estudiado varios casos y en todas partes ha observado el mismo fenómeno: la salud se deteriora a medida que descendemos en la jerarquía social.
Hace un tiempo analizó la mortalidad de bebés y niños en los países pobres y vio que las familias más pobres presentan un índice superior de mortalidad infantil, las familias algo menos pobres tienen una tasa ligeramente inferior y así sucesivamente hasta llegar a los más pudientes de la escalera social.
La pobreza, pues, es algo mucho más complejo que la simple falta de dinero. La pobreza es el estado psicológico de la impotencia. ¿Cómo es posible que la pobreza traspase la piel?
Vida social y salud individual son dos esferas que considerábamos independientes. La ciencia, no obstante, afirma de manera cada vez más rotunda que ambas están íntimamente relacionadas. El lugar que ocupamos en nuestro entorno social o jerárquico es el mejor pronóstico de nuestra salud, junto con la dieta, el ejercicio o los genes. Marmot destaca que son los factores sociales los que determinan una buena o mala salud. Y, en este sentido, ha recabado pruebas de que hay dos procesos fundamentales en juego. El primero es algo que ya hemos visto y analizado: cuánto control ejerce la gente sobre su vida. Es decir, si pueden vivir el tipo de vida que consideran adecuado o si controlan su propia vida. El segundo son las oportunidades de plena participación social. Y con esto se refiere a formar parte de la sociedad, pero también a recibir la respuesta positiva, la estima, la autoestima que comporta formar parte de la sociedad y que probablemente los funcionarios que se encuentran en el escalafón más bajo de la Administración no tienen.
El primer científico en poner esto de manifiesto fue el neurólogo de la universidad de Stanford, Robert Sapolsky, tras investigar durante veinte años el comportamiento de los babuinos salvajes en el Parque Nacional de Serengueti, en Tanzania. La salud sigue un gradiente social. Es el síndrome del estatus, que encontramos allí donde existan jerarquías: en la estructura social de los babuinos y en la estructura burocrática de los funcionarios de cualquier país. La clave siempre está en la interacción entre genes y entorno. Los
kung
del desierto del Kalahari, por ejemplo, viven en un ambiente que favorece una sociedad igualitaria: cazar una jirafa no es cosa fácil si se pretende hacerlo solo, y más vale compartirla cuando no tenemos cómo evitar que se pudra su carne. Sin embargo, en las zonas donde se practica la agricultura las sociedades se vuelven más desiguales. La acumulación de los excedentes en manos de unos pocos provoca la emergencia de una jerarquía más clara.
¿Por qué razón el estar en lo alto o en lo bajo de la jerarquía repercute en nuestra salud? Lo he apuntado anteriormente: la respuesta está en el cerebro. La experiencia de desigualdad y desamparo tiene profundas implicaciones en nuestra salud, que se prolongan durante varias generaciones. El nuevo rico sigue teniendo más enfermedades que el rico de toda la vida. La falta de control individual y de autonomía característica de los puestos inferiores de la jerarquía donde se multiplican los supervisores; la falta de previsibilidad; la falta de válvulas de escape para la frustración; la falta de apoyo social. Todo esto es realmente clave para entender qué es lo que hace que una persona pobre se sienta pobre, y que los demás la hagan sentirse pobre.
Marmot explica que gran parte de esta integración en la sociedad consiste en poder conseguir lo que las costumbres de una sociedad específica dictan que es razonable tener. Se trata de algo sobre lo que ya escribió Adam Smith, el padre de la economía moderna, en el siglo XVIII: la importancia de ocupar un lugar en la sociedad sin vergüenza. Eso se traduce en cosas que uno puede considerar una estupidez, como que nuestros hijos no pueden ocupar su lugar en la sociedad porque no tienen un par de zapatillas nuevas o los tejanos adecuados; o si nuestro vecino siente que no puede ocupar su lugar en la sociedad sin el automóvil adecuado. Para ellos estas cosas pueden ser fundamentales y no tenerlas les produce un estrés que desgasta la salud. Nuestro cuerpo no está diseñado para vivir en un estado de estrés permanente, real o imaginado, y las consecuencias afectan a nuestra salud.
Quienes buscan soluciones a las desigualdades debieran tomar en cuenta estos datos reveladores de la importancia de los esquemas de organización social y del trabajo.
Los políticos deberían analizar mucho más cómo funciona nuestra sociedad, nuestro lugar en ella, si de verdad quieren ocuparse de la salud pública e incluso de la felicidad individual. Marmot propone utilizar el estado de salud de una sociedad para medir cómo funciona esa sociedad. Por ejemplo, si nos fijamos en Estados Unidos vemos que algo falla: el colectivo afroamericano está especialmente desfavorecido. Vemos que el país presenta enormes desigualdades de salud y eso lo hace quedarse atrás. Las últimas estadísticas demuestran que Estados Unidos ocupa la vigésimo séptima posición en lo que concierne a la esperanza de vida, pese a ser el país más rico en paridades del poder adquisitivo. Con este ejemplo vemos cómo la desigualdad perjudica la salud.
Una vez más, la ciencia tiene mucho que enseñarnos de cosas que nos afectan a todos. A veces pienso que es cierto que, en estos momentos, sólo la ciencia es noticia, y todo el resto es chismorreo.
Solos ante el Estado, y solos ante la crisis mundial desatada en 2008. Algunas personas, en España y en Europa, han achacado la crisis económica a la convulsión financiera exterior. Se le dijo a la gente que fue la crisis bancaria norteamericana la que provocó la crisis europea.
No opina igual mi amigo Robert Mundell, economista de la Universidad de Columbia y premio Nobel en 1999. Según él, no fue la crisis bancaria norteamericana la que provocó la crisis europea. Por el contrario, Mundell afirma que «los problemas de Europa se veían venir en los ochenta y noventa cuando se entendió que la proporción entre la deuda pública y el PIB no podía superar el 60 por ciento, por eso pusieron el límite del 60 por ciento sobre la deuda pública». El problema fue que en los diez años siguientes aumentó hasta un 75 por ciento, de modo que se produjo un período de laxitud fiscal.
Según este economista, «el hecho de que las instituciones americanas pudieran estar en peligro, así como el que los bancos tuvieran graves problemas puso de manifiesto la rapidez con la que la deuda puede provocar una crisis».
Una de las cosas que pueden pasar —y han pasado en esta crisis— es que la deuda privada excesiva puede acabar convirtiéndose en deuda pública si el banco central o el gobierno tiene que rescatar el sector privado. Mundell sabe que los bancos, cuyo tamaño no les permite quebrar, pueden convertirse rápidamente en deuda pública, como ocurrió en Estados Unidos. «En Europa —dice este experto— existe el riesgo de que suceda lo mismo, de que el Banco Central Europeo tenga que rescatar algunos instrumentos, países o bancos en peligro, y esto podría llevar a una política monetaria más relajada, más sencilla, que depreciaría el euro.»
La situación es complicada y las posibles soluciones no son fáciles de divisar, pero desde hace unos tres años se oye decir que Europa necesita una gran reforma de su mercado laboral, que debe ser más libre, como en Estados Unidos o el Reino Unido. Mundell ha defendido este cambio drástico por el lado de la oferta en Europa. Según dice, la revolución en la oferta que tuvo lugar con la presidencia de Reagan, en los ochenta, consistió en una reducción fiscal para que el gasto del Gobierno tuviera un techo, y así se desregularon muchas cosas, incluido el mercado laboral. Para él éste fue un factor crucial en ese gran período comprendido entre 1982 y 2008, en el que la economía norteamericana y la economía mundial se encontraban en una situación fabulosa. Una idea que según él se podría empezar a copiar desde Europa.
Fórmulas para ser más felices
en un mundo mejor
Hasta hace muy poco tiempo, la ciencia no disponía de los medios técnicos para medir los procesos emocionales, por eso heredamos un pensamiento en el que al análisis científico le faltaba el de nuestras propias emociones. Gracias a los análisis por resonancia magnética y otras técnicas de neuroimagen, la ciencia puede medir hoy los procesos emocionales. Gracias a ello sabemos que las emociones son universales, aunque su expresión social puede ser distinta en función de la cultura.