—Vaya —dijo Rhita.
La abrumaba con información que no significaba nada para ella...
Mientras descendían hacia la superficie de la lente, la nave se volvió roja y después blanca.
La burbuja embistió la lente y la atravesaron. Abajo se extendía una costa, un océano gris cubierto de nubes, azul a trozos allí donde lo iluminaba la luz solar.
Rhita apenas podía respirar.
—¿Dónde estamos?
—Este es tu mundo —dijo Typhón.
Rhita lo sabía, y también sabía que no era un sueño.
—¿En qué parte de Gaia estamos?
—No lejos de tu hogar, creo. Nunca he visitado este sitio con ningún yo o facultad.
—Quiero ir a... —Rhita miró hacia arriba y vio un cielo azul y un resplandor borroso: la puerta que acababan de atravesar—. ¿Podemos ir a Rhodos?
Typhón reflexionó.
—No consumiría demasiada energía. Este proyecto, sin embargo, se aproxima a su fin. Tendrá que dar resultados pronto.
—No sé a qué te refieres.
—Esta línea de investigación. Debes brindar resultados pronto.
—Tú sabes todo lo que sé —dijo Rhita, al borde de las lágrimas, totalmente exhausta—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Condúcenos a los que construyeron tu clavícula. Danos pistas. Pero... —Alzó la mano para acallar sus protestas—. Comprendo que no sabes estas cosas. Aun así, existe la esperanza de que reveles más con tus actos o con tu presencia... tal vez haya otros que buscan la clavícula, además de nosotros. Sólo tú puedes usarla. Aún eres valiosa en tu forma activa.
—¿Qué hay de mis compañeros?
—Serán traídos aquí si eso te hace sentir mejor.
—Sí, por favor. Typhón sonrió.
—Vuestras formas de pacificación social son maravillosas. Cuánta agresión oculta tanta simplicidad. He cursado tu solicitud. Se reunirán con nosotros en Rhodos, si no excedemos el presupuesto energético.
—No sé si puedo aguantar de pie mucho más tiempo. Estoy muy cansada.
Typhón le indicó que se acuclillara en la plataforma.
—No me parecerás desmañada —le dijo. Con una mueca, ella no sólo se acuclilló, sino que se tendió de bruces, mirando por encima del borde.
—¿Vamos a Rhodos? —preguntó.
—Sí.
Una línea verde brotó de las nubes cercanas y se extendió ante la burbuja formando un resplandor de curvas prensiles. De nuevo en una jaula, la burbuja los transportó a gran altura sobre el océano. Rhita no sabía qué rumbo seguían.
—¿Soy el primer humano que has estudiado? —preguntó.
—No. Mis yoes estudiaron a docenas de humanos de este mundo antes de investigar tu historial.
—¿Lo sabéis todo sobre nosotros? —le preguntó Rhita escupiendo las palabras. La cólera era la emoción que predominaba en ella, y esperaba que el escolta lo notara.
—No. Todavía nos quedan muchas sutilezas, muchas cosas para estudiar. Pero tal vez no se me permita estudiarte a fondo. Hay tareas más elevadas, y todos mis yoes están ocupados.
—Insistes en decir eso. Mis «yoes». No entiendo a qué te refieres.
—No soy un individuo. Estoy almacenado activamente ...
—¿Como grano en un tonel? —preguntó Rhita con sarcasmo.
—Como un recuerdo en tu cabeza. Estoy almacenado activamente en la falla. Podemos inducir resonancias en la falla y almacenar gran cantidad de información, literalmente mundos de información. ¿Está claro para ti?
—No —admitió Rhita—. ¿Cómo puedes ser más de uno?
—Porque mis patrones, mi yo, se pueden duplicar infinitamente. Me puedo unir a otros yoes de diseño y aptitudes diferentes. Nos pueden construir varios ejecutores... máquinas, naves, más raramente cuerpos. Yo hago el trabajo cuando cualquiera de mis yoes es requerido.
—¿Te has entrenado para cuidar de extraños?
—En cierto sentido. Estudié a seres similares a ti cuando luchamos contra ellos en la Vía. Entonces yo era un individuo de base biológica, con una forma parecida a mi forma natal original.
Su abuela le había contado lo poco que sabía sobre las Guerras Jarts.
Para una niña no habían significado mucho: prodigios incomprensibles en una trama de historias fabulosas. Lamentó no haber escuchado con mayor atención.
—¿Cuál era tu forma natal original?
—No humana, nada parecido a esto.
—¿Pero alguna vez tuviste tu propia forma?
—No, una parte de mí la tuvo. Luego fui combinado con otros, mezclado.
Hizo girar un dedo lentamente. Rhita frunció el ceño.
Todas mis preguntas me alejan de la verdad que tendré que afrontar.
—De nuevo estoy confundida. Primero me dices una cosa, y luego otra.
Typhón se arrodilló junto a ella, los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas. Un gesto muy humano. ¿Su rostro estaba adquiriendo más carácter?
—Tu idioma no tiene los grupos de palabras apropiados. Todo lenguaje sónico es inadecuado.
—No os habláis unos a otros.
—No en palabras, ni usando sonidos. Al menos, no habitualmente.
—¿Me matarías si te lo ordenaran?
—No me ordenarán matarte a ti ni matar a nadie, si por matar entiendes destruir tus patrones. Eso es lo que vosotros llamaríais un crimen, un pecado.
Tenía suficiente por el momento. Rhita volvió a ponerse de bruces. Abajo se extendía el océano verde azulado, con columnas de roca asomando como tocones de árboles. Rhita no conocía aquel lugar.
Pero supuestamente estaban cerca de Rhodos. «Cerca» podía significar otra cosa para un jart; a fin de cuentas, podían desplazarse por la Vía y atravesar puertas en pompas de jabón.
Aparecieron más columnas, cubiertas por una pátina dorada, como si estuvieran pintadas. No había vegetación, ni naves en el agua, sólo aquella aridez ensombrecida por las nubes y mechada de columnas.
—¿Podría oler el aire? —preguntó.
—No —dijo secamente Typhón.
—¿Por qué no?
—Ya no es saludable para ti. En tu mundo ahora hay organismos y máquinas biológicas que viajan por el aire, demasiado pequeños para ser vistos. Están elevando Gaia a un nivel mayor de eficiencia.
—¿Nadie puede vivir allí?
—No los de tu especie —respondió Typhón con un tono que parecía de conmiseración.
Rhita se sintió débil de nuevo. Habían propagado enfermedades en Gaia. ¿Eso quería decir el escolta? Muerte y contaminación. Nadie podía vivir...
—¿En ninguna parte? ¿La gente no puede vivir en ninguna parte?
—No hay humanos en Gaia. Han sido almacenados para su posterior estudio.
Ahora sentía odio, un odio que le estrujó las entrañas, arrancándole un grito. Se lanzó sobre Typhón con los puños alzados. Él no intentó defenderse. Rhita le pegó con todas sus fuerzas, una y otra vez. Sus golpes no eran los típicos golpes femeninos débiles. No la habían criado para que temiera defenderse. Sus puños le deformaron la cara y sus rodillazos le abrieron hoyos en la ropa. Era como golpear masa de pan, tibia y blanda. Siguió gritando, cada vez más, jadeando, babeando, entornando los ojos. Una y otra vez. Puñetazos, puntapiés. Lo agarró por el cuello y le hundió los dedos en lo que parecía carne.
Typhón se derrumbó en la plataforma, el rostro desfigurado, los ojos cerrados, no magullado sino distorsionado, y ella lo pateó varias veces más hasta sentir una oscuridad chispeante en la cabeza. Mirando las nubes, lloró. Tenía la barbilla húmeda de saliva. La furia se había disipado, pero todavía le temblaban los brazos y las piernas. Rhita empezaba a dominarse.
Miró con los ojos desorbitados aquella figura vestida que ya no parecía humana, asió la barandilla, sintió ganas de vomitar. Más allá del desolado mar, vio un perfil verde oscuro sobre el horizonte y sintió una chispa de esperanza. Aquello era Rhodos, lo reconocería en cualquier parte. La burbuja aún la llevaba a casa.
Typhón habló a sus espaldas, la voz inmune a las lesiones que ella le había infligido.
—Tal vez ahora exceda mi presupuesto —dijo.
El presidente Parren Siliom entró en la cámara del plenario del Nexo y avanzó hacia el estrado. Olmy estaba sentado junto a Korzenowski y Mirsky. Escucharon atentamente el discurso. La expresión de Korzenowski era enigmática. Entendía la importancia de la ocasión tanto como los demás, pero no expresaba aprobación ni desaprobación.
En el rostro de Mirsky había blandura, pero Olmy sospechaba que esa blandura ocultaba una amenaza peor para el Hexamon que las que habían planteado los jarts. Olmy había llegado a aceptar la historia de Mirsky por completo y ahora incluso creía que el hombre —si era un hombre— era incapaz de mentir. El presidente sin duda convenía en ello; la confirmación de Garabedian había pesado mucho en ese juicio. No obstante, el Nexo —y Parren Siliom, por motivos políticos irresistibles— optaba por seguir el curso de la reapertura. Estaban tomando decisiones políticas que sólo podían ensanchar irremediablemente el abismo que separaba la Tierra de los cuerpos orbitales.
Todos los terrestres nativos eran devueltos a la Tierra, fuera cual fuese su posición en los cuerpos orbitales. El Hexamon estaba entrando en un período de Emergencia. Bajo las leyes de Emergencia, olvidadas desde las Guerras Jarts, el presidente asumía poderes extraordinarios. Ahora tenía un año para llevar a cabo sus planes. Pasado ese tiempo, según las leyes de Emergencia, se le prohibiría volver a ejercer cargos políticos.
Él garantizaba al máximo la pureza del voto de la
mens publica.
Si el voto era negativo, renunciaría. Si era positivo podrían restaurar la sexta cámara de Thistledown, restablecer la defensa del Hexamon y reabrir la Vía al cabo de cuatro meses.
Korzenowski había recibido órdenes oficiales de velar por la ejecución de la voluntad de la
mens publica.
No podía negarse. A Olmy, Korzenowski le parecía resignado, tal vez más que resignado. Llegados a aquel extremo, tal vez Korzenowski abandonara los últimos vestigios de la máscara que había usado durante cuatro décadas, fingiendo que sólo se interesaba por la Tierra Recuperada y el Hexamon Terrestre, negando todo su genio y sus logros en aras del bien de sus semejantes.
Abandonaría la máscara o dejaría que se la arrancaran: en definitiva no había diferencia.
Olmy no dudaba de que Korzenowski cumpliría las órdenes del Hexamon con eficiencia. Tal vez abrieran la Vía antes de lo que el presidente esperaba.
En cuanto a Mirsky, no sabía qué haría. Mejor no preocuparse por los imponderables.
Entretanto, en el interior de Olmy, el jart estaba revelando una capa tras otra de la vida cotidiana de los jarts. El flujo de información se había convertido en una verdadera inundación, tal vez en una ruptura.
Hasta el momento lograba controlar la marea. Ya estaba planeando su informe para las fuerzas reorganizadas de defensa.
Pronto, tras llegar a un acuerdo entre la mentalidad jart y su parcial, daría al jart acceso a sus ojos y oídos. Se comunicarían mejor si podían entenderse.
Eso implicaba ciertos peligros, pero ninguno era peor que el que ya había superado.
Era algo más que un tiempo de cambios.
Ya había alcanzado las proporciones de una revolución. La Secesión estaba a punto de invertirse.
El presidente terminó su presentación y la coalición predominante de neogeshels aplaudió y pictografió su plena aprobación. Los colegas naderitas del presidente guardaron silencio.
Korzenowski se volvió hacia Mirsky.
—Amigo mío, debo realizar esta tarea, al margen de mis convicciones.
Mirsky se encogió de hombros y asintió como si perdonara al Ingeniero o le restara importancia.
—Todo se solucionará —dijo con indiferencia. Miró de soslayo a Olmy y le guiñó el ojo.
Korzenowski alzó un terrón de masa blanca y escuchó su débil siseo. Los terrones eran los restos de un intento fracasado de crear una puerta sin la Vía, hacía seis años; el fracaso había sido discreto pero decisivo. En vez de crear una puerta, habían creado una nueva forma de materia, totalmente inerte, que no poseía ninguna propiedad útil que él hubiera descubierto. Y se había pasado los últimos seis años investigando.
Dejó el terrón en su bandeja de piedra negra y se enderezó, mirando el laboratorio para despedirse. Tardaría meses en regresar, tal vez nunca lo hiciera.
Los resultados del voto de la
mens publica
del Hexamon habían sido tabulados y emitidos. Por una mayoría de dos tercios —más de lo que él esperaba— se había ordenado la reapertura permanente.
Ahora Parren Siliom no tenía opción.
Korzenowski activó los centinelas robot y dio las últimas instrucciones a un parcial. Si él no regresaba y alguien venía de visita, el parcial estaría allí para recibirlo. No era reacio a regresar a la sexta cámara e iniciar las refacciones; al contrario, estaba ansioso. Una pequeña y persistente voz interior reflejaba o tal vez creaba esa ansiedad: la inquieta voz de aquello que integraba su yo reorganizado, el misterio de Patricia Luisa Vasquez.
Korzenowski recogió sus herramientas y revistas, todo lo que le hacía falta para iniciar el trabajo en la Vía, y ordenó que el laboratorio se cerrara herméticamente.
—Pórtate bien —le dijo a un centinela cruciforme mientras se alejaba de las cúpulas. Se detuvo en los límites del complejo, frunciendo el ceño. Desde luego, no era propio de él conversar con un remoto. Los trataba como lo que eran, máquinas útiles.
Rodeado por kilómetros de matorrales y arena, el Ingeniero subió al tractor que lo llevaría a la estación ferroviaria de la ciudad de la segunda cámara.
El parcial de Suli Ram Kikura argumentó persuasivamente que su original debía ser liberado del arresto domiciliario en Axis Euclid. Los tribunales auxiliares de Memoria de Ciudad rechazaron la apelación del parcial, alegando que bajo las leyes de Emergencia todas las apelaciones debían ser presentadas por corpóreos. Aquello era tan ridículo que ni siquiera la enfureció; la tristeza reemplazaba la furia.
Encerrada en su apartamento, Ram Kikura sabía que el parcial fracasaría. Aquel nuevo Hexamon no tenía reparos en crear las reglas sobre la marcha. Oponerse abiertamente a la reapertura ya no era peligroso sino de una torpeza extrema, inadecuado en el sentido más amplio de la palabra.
Durante décadas, la ley y la política del Hexamon se habían basado en una creencia: la existencia de ciertos límites más allá de los cuales acechaban el caos y el desastre. El presidente y el ministro, habiendo sopesado con acierto los deseos de los cuerpos orbitales, hacían todo lo posible para mantenerse dentro de los límites de su deber, pero también para atenerse al voto de la me
ns publica
y a la recomendación del Nexo. También parecían empeñados en demostrar los extremos de este mandato, como si desearan castigar al Hexamon —incluso a sus socios ideológicos— por este pesado deber.