Al Estado de los lacedemonios pertenecían también las ciudades situadas en las laderas del Taigeto y del Parnón, o en la costa que bordeaba a Esparta. Los habitantes de estas ciudades se llamaban, consecuentemente,
periecos
(habitantes de la periferia), con lo que quedaba expresada su estrecha relación con Esparta, pero no su integración en el Estado lacedemonio. Sin embargo, también los periecos pertenecían a la tribu de los dorios y hablaban el dialecto dórico de los espartanos. La dependencia de las ciudades periecas con respecto a Esparta se traducía en que tenían que acudir al llamamiento a filas, pagar regularmente tributos y soportar injerencias en su administración de justicia. No eran, sin embargo, una componente integral del Estado espartano: por una parte, porque se administraban a sí mismos y, por otra, porque no poseían ninguna clase de derechos políticos en Esparta. Los habitantes de las ciudades periecas trabajaban como labradores en sus (más bien exiguas) tierras, o en oficios que les estaban prohibidos a los espartiatas, tales como ser hombres de negocios, comerciantes o artesanos. El origen de esas ciudades, alrededor de un centenar, se remonta, por un lado, a la época de las migraciones y, por otro, a que Esparta tuvo que erigir en su entorno más próximo baluartes (colonias) para protegerse de los ilotas, así como de sus vecinos mesenios, arcadios y argivos. Pero la relación de los periecos con Esparta era más estrecha que la de una ciudad filial con respecto a una ciudad matriz; sería comparable a la relación de las colonias del derecho latino con respecto a Roma en la Italia del siglo IV: eran
poleis
con una administración propia delimitada pero, en materia de política exterior, completamente dependientes de la capital (de modo similar a como Andorra o Mónaco pueden ser dependientes de Francia). El estatus del perieco constituía un eslabón intermedio entre los sometidos (ilotas) y los aliados —soberanos, desde el punto de vista del derecho de gentes— de la Liga del Peloponeso; al estilo de las ciudades latinas asentadas entre el
ager Romanus
(territorio nacional romano) y los
socii
, los confederados de Roma.
La parte mayor de la población de la esfera de dominio espartana de Laconia y Mesenia la constituían los
ilotas
, palabra que significa los conquistados o los capturados, con lo que queda expresada la violenta conquista del país y de su población por los dorios. Los documentos del derecho de gentes espartano los califican normalmente de esclavos. De todos modos, habría que distinguir entre los ilotas laconios y los mesenios. Estos últimos no pudieron ser sometidos hasta después de dos largas guerras en los siglos VIII y VII. Durante siglos lucharon por recuperar su libertad y hacer de Mesenia un Estado independiente, suponiendo una permanente amenaza para Esparta. Aunque solo alcanzaron su objetivo cuando los espartanos, en el 371 a. C., fueron definitivamente vencidos por los tebanos en Leuctra.
En la Antigüedad, la institución de la esclavitud solo rara vez se ponía en duda; existía el convencimiento de que tenía que haber esclavos. Los autores antiguos consideraban, sin embargo, que la «ilotización» era una forma especialmente aberrante de represión. Esto guarda relación, por una parte, con la llamativa desproporción entre el número de ciudadanos libres y el de ilotas y, por otra, con las sorprendentes instituciones de los espartiatas. Cada año, por ejemplo, los éforos tenían que declarar formalmente la guerra a los ilotas, de tal modo que los ilotas pudieran ser matados como forajidos. Gracias a esta declaración de guerra, los jóvenes espartiatas podían ser enviados todos los años a adquirir práctica militar siguiendo el rastro de los ilotas por la noche, para asaltarlos y matarlos (
krypteia
).
Los ilotas trabajaban en las tierras de los espartiatas, pero no como esclavos privados, sino como esclavos del Estado. Del rendimiento de su trabajo tenían que entregar una cantidad fija y bastante elevada a sus amos. Estaban vinculados a la gleba y no podían ser vendidos fuera de Laconia y Mesenia. En menor escala, los ilotas también eran llamados para servir en el ejército, especialmente como soldados de armamento ligero, o como remeros. En recompensa por este servicio militar podían ser puestos en libertad por el Estado y «vivir donde quisieran». Pese a las vejatorias condiciones de dependencia, solían entablarse buenas relaciones personales entre los ilotas y los espartiatas, sobre todo en el servicio doméstico y en el campo. Los hijos nacidos de uniones entre espartiatas y mujeres ilotas, denominados
mothakes
, no eran reconocidos como ciudadanos de pleno derecho, pero sí participaban de la educación de los ciudadanos.
La explotación de los ilotas y, al mismo tiempo, el miedo a ellos, determinaban la esencia del Estado espartano. Por una parte, se los consideraba siempre como enemigos de guerra y, por otra, trabajaban en las fincas de los espartiatas para asegurar el sustento de los mismos. De este modo, por un lado posibilitaban a los espartiatas una vida completamente orientada a la guerra y al Estado y, por otro, los obligaban a adoptar ese tipo de vida, ya que los espartiatas temían constantemente sus revueltas y debían estar preparados. Los ilotas mesenios tuvieron que ser puestos en libertad tras la batalla de Leuctra en el 370, pero todavía en la época del dominio romano sobre Esparta, es decir, hasta el 146-145 a. C., quedaban ilotas laconios. Su número, sin embargo, descendió considerablemente ya a principios del siglo II gracias a la política de manumisión del tirano Nabis.
La división de la sociedad en ilotas, periecos y espartiatas no tiene paralelo en el resto de Grecia. Para el pequeño grupo dirigente espartiata existía el peligro de que los periecos y, sobre todo, los ilotas intentaran emanciparse o liberarse. Los espartiatas —como ya se ha señalado— orientaban por ello toda su vida a atajar ese peligro. Durante un tiempo, su formación en la guerra no solo les protegió de las posibles revueltas en casa, sino que, de paso, y por así decirlo, les proporcionó la hegemonía, primero en el Peloponeso y, finalmente, en toda Grecia. De este ascenso de Esparta nos ocuparemos en el siguiente capítulo.
La base para poder describir el orden de Esparta nos la proporcionan los informes de autores griegos, aunque no espartanos. El ascenso de Esparta, en efecto, despertó el interés de estos por su constitución, que describieron como algo muy especial. Del nacimiento de dicha constitución tenían, naturalmente, una idea menos clara. Se fiaron de las leyendas ya mencionadas y de los relatos míticos propagados por los propios espartanos para otorgar a su orden un origen divino. En consecuencia, nosotros nos enfrentamos a un problema casi irresoluble a la hora de reconstruir el ascenso de Esparta sobre la base de su desarrollo histórico. La historia de este ascenso se asemeja a un libro mal conservado cuyo final es legible y cuyo índice se lee fragmentariamente, pero del que se han perdido las líneas directrices, el ideario y, sobre todo, los detalles, que únicamente pueden ser adivinados.
El espacio de tiempo que examina este capítulo es de unos 250 años: desde mediados del siglo VIII hasta el 500 a. C. El observador que mire hacia atrás tendrá la impresión de que Esparta recorrió un camino recto y más bien consecuente, que pasa por las estaciones del dominio de Laconia y de Mesenia y de la creación de la Liga del Peloponeso, hasta llegar a la posición de
prostates
(jefe) de Grecia. Pero esta impresión es engañosa.
La época del ascenso de Esparta fue una época de grandes cambios en Grecia. Desde el siglo XIX se denomina a este periodo (800-500 a. C.) «Época Arcaica», como una especie de etapa previa al gran apogeo de Grecia, la «Época Clásica» (500- 336 a. C.). La geografía política de la Grecia arcaica se caracterizaba por la coexistencia de cientos de ciudades que, más o menos independientes, tenían que lidiar con sus diferentes problemas individuales y, muy a menudo, enfrentarse unas a otras. Pero también había instituciones que estaban por encima de todas las ciudades griegas individuales y que afectaban a todas por igual.
En primer lugar hay que mencionar la creación de la
polis
. Esta puede ser también calificada como la materialización del Estado, entendiendo con ello el desplazamiento del poder del Estado desde personas individuales (reyes, nobles) a instituciones de la ciudad. Este proceso fue muy largo y cualquier cosa menos uniforme, pues estuvo acompañado de luchas por el poder, crisis sociales y tiranías. En resumidas cuentas: una época de contradicciones, al final de la cual se abrió paso la
polis
. En segundo lugar, Grecia, pese a estar tan disgregada, con el tiempo se fue uniendo cada vez más. Esta evolución se debió principalmente a lugares de culto comunes como Delfos u Olimpia, donde, según la leyenda, se organizaron desde el 776 a. C. los célebres Juegos en honor del dios supremo del firmamento de los dioses griegos. Para que estos Juegos Olímpicos pudieran celebrarse sin impedimentos, todos los estados participantes tuvieron que comprometerse a dejar que deportistas y visitantes viajaran de un lado a otro con toda tranquilidad (la famosa «Paz Olímpica»). Estos lugares de encuentro fomentaron el espíritu de solidaridad. Apolo (en Delfos) y Zeus (en Olimpia) encabezaban el panteón olímpico que, a través de las obras de Homero y Hesíodo, se difundió por todos los rincones de Grecia con un efecto unificador. El mismo efecto tuvo la colonización griega, es decir, la fundación de ciudades por los griegos fuera y dentro de Grecia; en el extranjero y rodeados de extranjeros, fue donde los colonos, pero también los que se quedaron en casa, adquirieron verdadera conciencia de su homogeneidad.
La colonización nos remite a un tercer distintivo de la época arcaica, a saber, la expansión del helenismo por todas las regiones del Mediterráneo. Desde mediados del siglo VIII —como ya se ha señalado—, ciudades como Corinto, Megara, Atenas y también Esparta fundaron ciudades filiales en las costas de Sicilia, Italia y Francia, en el mar Negro y en África, en un movimiento que indica que había aumentado la población en la metrópoli y cómo se resolvieron los problemas sociales y económicos. Con esta expansión territorial y con los viajes a regiones lejanas se ensanchó también el horizonte espiritual de los griegos; como consecuencia de ello, las observaciones de la naturaleza y la filosofía adquirieron una nueva dimensión racional, menos dominada por los mitos. De este modo, en la costa de Asia Menor quedó abonado el suelo para el nacimiento de la filosofía natural jónica del siglo VI a. C. (Tales de Mileto).
Por el momento nos conformaremos con esta sinopsis sobre la evolución de la época arcaica en Grecia y volveremos a ocuparnos de Esparta. Cuando decimos que esta ciudad recorrió un camino especial, no nos estamos refiriendo a que Esparta no se viera afectada por la evolución descrita, sino a que reaccionó ante ella con una notable singularidad.
Al inicio de este especial recorrido espartano nos encontramos con las
Guerras Mesenias
, a través de las cuales Esparta sometió a su vecina occidental Mesenia e ilotizó a sus habitantes. Fueron estas unas guerras largas y complicadas, que llegaron incluso a amenazar la existencia espartana y que acarrearon muchas consecuencias para la evolución interna de Esparta. Serían comparables en importancia a las Guerras Púnicas para el ascenso de Roma a potencia mundial.
Para la I Guerra Mesenia nuestra principal fuente de información es un poema de Tirteo, el cual, siendo testigo en el siglo VII de la II Guerra Mesenia, recuerda la primera y escribe: «Mesenia, buena para arar, buena para sembrar. Los luchadores de lanza, que era los padres de nuestros padres, lucharon por ella 19 años ininterrumpidamente, manteniendo siempre un corazón vigoroso, y al vigésimo año abandonaron sus ricas huertas y se retiraron de las montañas de Itome». Así nos enteramos de que este primer enfrentamiento de Esparta con Mesenia tuvo lugar en la tercera generación anterior a Tirteo y duró veinte años; de que la fertilidad de los campos mesenios había despertado la codicia de los espartanos y, finalmente, de que la guerra se concentró en torno al monte Itome, situado al norte de Mesenia. Otra fuente muy posterior (Pausanias) menciona el nombre del rey espartano Teleclos. Este rey habría tomado, en la segunda mitad del siglo VIII, la aldea de Amidas y la ciudad de Helos, en el sur de Laconia. Después de que también cayera en sus manos el sur de Mesenia, fue asesinado, probablemente por los mesenios. Así pues, la guerra podría fijarse a finales del siglo VIII, tal vez entre el 735 y el 715 a. C.
Acerca de los motivos del enfrentamiento —aparte del afán de posesión— sabemos poco; las leyendas, difundidas por ambas partes, servían para autojustificarse y quitar la razón al enemigo, y en ellas encontramos maliciosos robos de ganado, reproches mutuos de asesinato… No sabemos si los espartanos planearon desde un principio la conquista de la fértil comarca, pero sabemos lo duramente que trataron, después de veinte años de lucha, a los mesenios vencidos. Solo unos pocos mesenios nobles lograron escapar. Aprovechando que tenían huéspedes en ciudades como Sición y Argos o en Arcadia, se trasladaron allí para ponerse a salvo. Toda la tierra mesenia fue dividida por Esparta y entregada a los propios ciudadanos y a los aliados; los mesenios pertenecientes a la gran masa tuvieron que trabajar en esas tierras y entregar la mitad del rendimiento a Esparta, «como asnos soportando una pesada carga» (Tirteo). Estos neo-ilotas fueron además forzados a reconocer continuamente la superioridad del estado espartano mediante gestos de sometimiento tales como la obligación de asistir a los funerales de los reyes espartanos expresando en ellos su aflicción. Todo esto significaba que, desde un punto de vista jurídico, Mesenia había dejado de existir, y que Esparta cargaba con una gravosa hipoteca para el futuro. Porque el recuerdo siempre vivo de la anterior libertad y el vejatorio estatus de ilotas de los sometidos impulsaban una y otra vez a los mesenios, más aún que a los ilotas laconios, a rebelarse contra los señores espartanos, convirtiéndose para Esparta en una fuente permanente de amenaza y de temor.
Pero hubo otros aspectos en que el éxito contra los mesenios redundó en favor de Esparta. En primer lugar, trajo consigo un aumento de poder y de consideración. Un barómetro para medir el prestigio de un país era, entonces como ahora, el éxito en los Juegos Olímpicos, y Esparta cosechó unos cuantos. Desde el 716, es decir, desde el final de la Guerra Mesenia, dominaron en Olimpia los deportistas espartanos, señal inequívoca del nuevo estatus de la ciudad en Grecia. Los hallazgos arqueológicos muestran que, en torno a esta época, fueron importados a Esparta materias primas y objetos de arte desde todos los países soberanos, desde Grecia, Macedonia, Asia Menor o Egipto, lo que constituye una prueba de la nueva riqueza de Esparta. En el templo construido hacia el 700 a. C. para la diosa Artemisa Orthia ha sido hallada una gran cantidad de ofrendas de oro, plata, marfil, cristal y bronce. Y había otra riqueza que aún contaba más: la riqueza en tierra fértil. Con ella pudo Esparta aplacar la sed de tierras de sus ciudadanos. Mientras otras ciudades tenían que enviar parte de su ciudadanía a fundar colonias en el exterior para hacer frente a la falta de tierras provocada por el aumento de la población, Esparta pudo repartir las tierras mesenias entre las colonias del interior. Esparta únicamente fundó una colonia ultramarina: Tarento, en el sur de Italia. Y hasta la fundación de esta colonia en el año 706 guarda relación con la Guerra Mesenia. La leyenda de su fundación por las denominadas
partheniai
, sobre las que volveremos a hablar en el capítulo 6 a propósito de las mujeres en Esparta, permite conjeturar que los responsables del envío de colonos fueron no tanto motivos sociales como políticos.