En la Antigüedad, como en cualquier otra época, la ciudadanía estaba formada por un número casi igual de hombres que de mujeres; la esposa y el esposo formaban una familia, la cual a su vez fundaba un
oikos
, De una multitud de
oikos
se componía la
polis
, que por su parte incluía también a personas que no pertenecían a una
oikos
: metecos, desposeídos, jornaleros y extranjeros. Para que una polis «funcionara», es decir, para que representara una auténtica comunidad, debían ser repartidas entre los ciudadanos las diferentes tareas, tales como el cultivo del suelo, la cría de ganado, el comercio, el servicio militar, la política, los asuntos religiosos, el gobierno de la casa, las labores domésticas, la educación de los niños y muchas cosas más. Así imaginan Platón y Aristóteles el origen de la ciudad. Estas tareas se las repartían entre hombres y mujeres. En la Grecia antigua lo hacían de tal modo que el hombre trabajaba «fuera», es decir, fuera de la casa, en el campo o en la guerra y en la política, mientras la mujer llevaba el gobierno de la casa. En principio, esta división de las actividades carecía en sí misma de valoración, pues en origen el trabajo de las mujeres no era en absoluto menos apreciado que el de los hombres. Tal relación entre los sexos basada en la igualdad la encontramos también en las epopeyas de Homero. Pero no duró mucho. La actividad del hombre fuera de casa, como «alimentador» y defensor de la familia, fue adquiriendo paulatinamente en la conciencia social un rango superior a la actividad doméstica de las mujeres. La teoría del Estado de la Antigüedad, con su punto culminante en Aristóteles, elaboró teóricamente e interiorizó esta evolución hacia la depreciación de las mujeres, deduciendo incluso de ella una superioridad física e intelectual de los hombres. Bajo este supuesto de la inferioridad femenina, dicha teoría argumentaba que el hombre era el sexo capacitado por naturaleza para dominar y que, por lo tanto, debía encargarse él solo de gobernar el
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y de ser políticamente activo. El trabajo de la mujer debía quedar reducido a los servicios domésticos y al papel de madre y, dado que en general se las consideraba inferiores, las mujeres tampoco debían meterse en terrenos políticos o de liderazgo.
Esta construcción teórica de Aristóteles es radical, y no es nada seguro que reflejara la situación real de su época. Sin embargo, en la mayoría de las ciudades de Grecia, efectivamente, solo tenían derechos políticos los hombres, por ejemplo, en la Asamblea Popular, en el Consejo de Ancianos o como magistrados y, además, por regla general, también eran ellos los encargados del sustento económico de sus familias. Peor aún era la situación de las mujeres allí donde la casa había perdido su papel tanto de centro de la vida familiar como de proveedora de los medios de subsistencia.
Esta evolución puede observarse en la Atenas democrática de los siglos V y IV. Allí, en efecto, trabajaban cada vez más ciudadanos varones en las instituciones de la polis, ganaban en la ciudad el dinero para ellos y sus familiares, aprovechaban cada vez más ampliamente la «oferta del tiempo libre» de la ciudad y, por lo tanto, necesitaban cada vez menos la
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. Y como las mujeres, por una parte, estaban excluidas de la política y, por otra, su labor doméstica, a los ojos de la sociedad (masculina), contribuía cada vez menos al sustento familiar, su actividad se fue depreciando cada vez más en comparación con la de los hombres. Las máximas que nos han llegado de los políticos atenienses y las opiniones de algunos escritores, según las cuales la mujer únicamente ha de tener hijos y estar sentada junto al telar, por no hablar de otras muchas, expresan una actitud posiblemente muy difundida entre los hombres con respecto al sexo femenino en ciudades como Atenas.
En Esparta, en cambio, los sexos mantenían entre sí una relación bastante equilibrada y complementaria. Esto era tan inusual para Grecia, que muchos observadores coetáneos (y modernos) se burlaban maliciosamente de que las mujeres encarnaran el cosmos de Esparta en igualdad de condiciones que los hombres. Dado que el capítulo anterior trataba sobre la vida de los hombres, me ocuparé ahora del currículo de las mujeres pertenecientes al estrato social de los espartiatas, así como de su situación en la familia y en el Estado, no sin antes advertir que su descripción resulta aún más complicada que la de los hombres porque disponemos de muy pocas pruebas al respecto.
En primer lugar, hay que destacar que las niñas, después de su nacimiento, eran sometidas al mismo «examen de aptitudes» que los muchachos recién nacidos, y que recibían una educación igual de esmerada que estos. Esto era ya de por sí asombroso para Grecia, hasta el punto de que observadores como Jenofonte o Plutarco buscaron las causas por las que Esparta pusiera el mismo esmero en educar a las chicas que a los chicos. Y la causa de esta práctica educativa equilibrada resultó fácil de hallar en la futura función de la mujer como madre. «Al principio», escribe Jenofonte, «Licurgo dispuso que el sexo femenino no fuera menos entrenado físicamente que el masculino. Luego introdujo competiciones y concursos de fuerza tanto para mujeres como para hombres, pues creía que si ambos padres eran fuertes, también lo serían los descendientes». De ahí que las chicas tuvieran que ejercitarse como los chicos en luchas, carreras y lanzamiento de disco y de jabalina. Debido a esa formación, la fuerza y los cuerpos entrenados de las mujeres espartanas eran famosos en toda Grecia. A diferencia de los muchachos, es probable que las chicas pasaran su juventud en casa de sus padres, pues no tenemos noticias de «internados» para chicas; algunas alusiones a relaciones especialmente íntimas entre alumnas y profesoras permiten, sin embargo, suponer alguna forma de educación pública.
Una educación que hacía tanto hincapié en el fortalecimiento físico de las muchachas espartanas requería manifestaciones deportivas en las que poder mostrar sus méritos ante un público interesado, compitiendo con compañeras de su misma edad. Tales competiciones para chicas y para mujeres se insertaron en Esparta en el marco de los festejos religiosos. Sin embargo, las mujeres espartanas estaban en desventaja con respecto a sus conciudadanos masculinos en un aspecto: no podían participar en los Juegos Olímpicos, pues todavía no había competiciones femeninas. No sabemos si en Esparta hubo intentos por eliminar esta discriminación, pero sí conocemos el deseo de las mujeres espartanas por participar en Olimpia. En torno al 400 a. C., Ciniska, hija del rey Arquídamo, fue la primera campeona olímpica. Su especialidad era la carrera de carros. Naturalmente, Ciniska solo pudo conseguir la victoria porque practicaba la cría caballar y no porque guiara a los caballos en la carrera (que solo podía guiarlos un hombre); lo que la hizo ser aclamada vencedora olímpica fue haber criado a los caballos ganadores y ser propietaria del tiro. Este éxito de Ciniska en Olimpia significó una pica en Flandes para el deporte femenino, pues tras ella hubo varias campeonas olímpicas más, la mayor parte de las cuales procedían de Esparta.
La educación hizo de las chicas mujeres conscientes de sí mismas. Esta autoconciencia determinó también su vida en el matrimonio y en la familia. La mujer espartana, al casarse (casi siempre con 19 o 20 años), era cinco o seis años mayor que una mujer de Atenas o Creta. Pero las esposas espartanas no solo eran más maduras que las de otras ciudades, pues dado que los hombres estaban obligados a casarse entre los 20 y 30 años, también la diferencia de edad con sus cónyuges era menor que en otras partes. Así, la mujer, desde un principio, podía ser para el marido una compañera equiparable a él en el matrimonio. Observadores de otras ciudades aplaudieron esta regulación, pero no porque diera lugar a una vida matrimonial más armoniosa, sino pensando que así los hijos de ese matrimonio nacerían más fuertes. Ambos sexos estaban legalmente obligados a casarse; permanecer soltero estaba penalizado.
También el proceso de la boda y la consiguiente vida de esposa apuntan a una posición de igualdad de las mujeres en Esparta. Aunque las fuentes no nos proporcionan una imagen unitaria, hay tres cosas claras y significativas al respecto: 1) Los padres desempeñan en la boda un papel secundario; lo decisivo para contraer matrimonio era la voluntad de la pareja de novios. 2) No parece haber existido en Esparta una dote en el sentido tradicional (es decir, un regalo de la familia de la mujer para el futuro yerno): lo que se aportaba al matrimonio era más la parte de la herencia de la mujer que sus propias posesiones. 3) La mujer era en el matrimonio una persona independiente; fuentes de la Antigüedad nos hablan de que solo Esparta conocía la poliandria, o de que las mujeres también podían tener amantes. Todas estas libertades de las mujeres espartanas eran miradas con recelo por los foráneos de la época, y si la indignación general que despertaban las espartanas no era mayor fue por la urgencia que había de proles numerosas. En cualquier caso, las mujeres espartanas eran independientes. A diferencia de Roma, aquí no estaban sometidas a la fuerza (
manus
) de su marido. De ahí que pudieran adquirir con toda naturalidad grandes fortunas y disponer libremente de ellas. Aristóteles habla incluso de que 2/5 de la tierra estaba en posesión de las mujeres, y aproximadamente 100 años más tarde (a mediados del siglo III a. C.), son dos mujeres, Aegistrata y Arquidamia, las que poseían la mayor riqueza de toda la ciudad y disponían de sus propios clientes y deudores. Esta riqueza en manos de las mujeres se debía sobre todo al derecho sucesorio espartano, que permitía heredar también a las mujeres; además, no conocía —o solo la conocía con una forma distinta— la institución de la hija heredera, propia de otras ciudades como Atenas. Esta institución consistía en lo siguiente: si en una familia no hay hijos varones, sino solo una hija, esta «hereda», por así decirlo, provisionalmente, es decir, solo puede mantener la posesión de la herencia hasta que contraiga matrimonio y tenga hijos varones. En Esparta, por el contrario, la hija podía conservar una parte de la herencia y disponer libremente de ella aunque tuviera hermanos. Otra vía de las mujeres para acceder a la posesión y a la riqueza era tener hijos de varios hombres. Existen testimonios expresos de mujeres que de este modo llegaron a gobernar dos o incluso más
oikoi
.
Dado que los hombres estaban ocupados con los entrenamientos, los banquetes, la política y la guerra, las mujeres forzosamente tenían que hacerse cargo del aprovisionamiento económico de sus familias, es decir, del gobierno de la casa. Así pues, el marido necesitaba que su mujer no solo fuera capaz de vigilar a los ilotas y a los esclavos, sino que además tuviera conocimientos económicos, pues del rendimiento de sus tierras dependía esencialmente su propio estatus en la sociedad. De ahí que la expresión «administrar bien una
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» haya quedado acuñada para definir a una buena espartana. De acuerdo con su importancia, la espartana recibía el tratamiento de «señora», lo cual, junto con las numerosas historias y anécdotas que nos han llegado, da testimonio del respeto que infundía entre los espartiatas y de la autoridad que poseía.
Las noticias que llegaban a Atenas y a otras partes sobre esta posición tan destacada de las mujeres espartanas, sobre sus derechos y sus libertades, crearon allí una gran confusión, La independencia de las espartanas fue interpretada como desenfreno; su autonomía con respecto al marido y al padre, como libertinaje; su papel en el Estado, como el «gobierno de las faldas», Aristóteles se vio incluso en la obligación de censurar a Licurgo en la cuestión de las mujeres, por haberse ocupado de las costumbres de los hombres y haber dejado a las mujeres a su aire. Nada más lejos de la realidad. En ningún otro estado griego estaban tan integradas las mujeres en el orden público, ni era tan imprescindible su colaboración para el funcionamiento del Estado. De ahí también que fueran igual de veneradas que los hombres después de su muerte. Solo a las mujeres y los hombres que hubieran dado la vida sirviendo al Estado les correspondía un epitafio: es decir, a las mujeres que hubieran muerto de parto y a los hombres caídos en la guerra.
Desde el punto de vista social, pues, la mujer espartana estaba equiparada a los hombres. ¿Cómo hay que valorar la influencia política de las mujeres? Para responder a esta pregunta no debemos olvidar que la principal tarea estatal de las mujeres residía en el mantenimiento del ámbito doméstico, mientras que a los hombres se les encomendaba la guerra y la política. En esto Esparta se diferenciaba mucho de otras ciudades en cuanto a la relación entre los sexos; sin embargo, las mujeres espartanas tampoco estaban representadas en instituciones políticas como el Consejo o la magistratura. Aun así, nuestros corresponsales Platón, Aristóteles o Plutarco dicen que las mujeres en Esparta ejercían una influencia política extraordinaria y que deliberaban en los asuntos más importantes. Estas declaraciones debemos interpretarlas como una prueba de que las mujeres, aunque formalmente no fueran miembros de las instituciones, podían asistir a las deliberaciones cuando se trataba de tomar decisiones importantes, y, como tenían libertad de expresión, podían influir en las decisiones. Es posible que el autor de comedias ateniense Aristófanes, en una de sus comedias que lleva por título
Mujeres participantes en una Asamblea Popular
, esté haciendo alusión al papel de las mujeres en Esparta. Esta obra fue representada cuando, en la fase final de la gran Guerra del Peloponeso, la lucha (el
agon
) entre Atenas y Esparta había llegado a su punto culminante, Aristófanes presenta al espectador mujeres que «se hacen cargo» de la Asamblea Popular, que ejercen el mando; además, hace numerosas alusiones, seguramente familiares para los contemporáneos, al orden espartano: menciona, por ejemplo, la estatalización de la propiedad, la moneda de cobre (como paralelismo de la moneda de hierro), los esclavos del Estado, las comidas y las sisitias, el apego a lo antiguo y, no en último lugar, las libertades de la mujer. La grotesca descripción que hace el autor de un gobierno de mujeres y las alusiones a Esparta posiblemente persiguieran mostrar al público teatral ateniense, en forma de comedia, que su temido enemigo de la guerra, Esparta, estaba dominado por mujeres. En un plano particular, Aristófanes, en su
Lisístrata
, pretende asustar a los hombres atenienses con la visión de un régimen de mujeres.