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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas y magia helada (3 page)

BOOK: Espadas y magia helada
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Como un toque de difuntos, sonó el vigésimo latido.

La bella y las bestias

Era sin ninguna duda la muchacha más bella de Lankhmar, o de todo Nehwon, o tal vez de todo el mundo, y como es natural, Fafhrd, el norteño pelirrojo, y el Ratonero Gris, el sureño de rostro gatuno y moreno, la seguían.

La muchacha respondía al extraño nombre de Slenya Akkiba Magus, y no sólo era la morena más embrujadora de todos los mundos, sino también, curiosamente, la rubia más hechicera. Sabían que ése era su nombre porque alguien la había llamado cuando se deslizaba delante de ellos por el callejón del Similor, paralelo a la calle del Oro, y ella sólo vaciló un momento en sus pasos, como hace toda persona a la que llaman inesperadamente, antes de seguir su camino sin mirar a su alrededor.

Los dos amigos no vieron a quien la llamaba, tal vez alguien desde un tejado. Al pasar por delante de la plazuela del Cequí echaron un vistazo, pero estaba desierta, lo mismo que la plazuela del Oro de los Bufones.

Slenya medía dos pulgadas más que el Ratonero Gris y diez menos que Fafhrd, una altura perfecta para una muchacha.

—Es para mí —susurró el Ratonero Gris rotundamente.

—No, es mía —replicó Fafhrd con una naturalidad aplastante.

—Podríamos dividirla —propuso el Ratonero juiciosamente.

Esa sugerencia tenía una lógica estrafalaria, porque la asombrosa muchacha era totalmente negra en el lado derecho y totalmente blanca en el lado izquierdo. La línea divisoria se veía con mucha nitidez a lo largo de su espalda, gracias a la extrema delgadez del vestido de seda beige que llevaba. Sus dos colores se unían exactamente en las nalgas.

En el lado blanco su cabello era de un rubio absoluto, mientras que en el lado negro era intensamente moreno.

En ese momento un guerrero negro como el ébano apareció como por ensalmo y atacó a Fafhrd con una cimitarra de latón.

Fafhrd se apresuró a desenvainar su espada
Vara Gris
y paró la estocada en ángulo recto. La cimitarra
se
rompió y sus endebles fragmentos salieron volando. La muñeca de Fafhrd trazó un círculo con la espada y decapitó a su asaltante.

Entretanto, el Ratonero se veía súbitamente enfrentado a un guerrero blanco como el marfil, que también apareció de la nada, armado con un estoque de acero de chapa de plata. El Ratonero tiró de
Escalpelo,
trabó la hoja del otro y le atravesó el corazón.

Los dos amigos se felicitaron.

Entonces miraron a su alrededor. Con excepción cíe los dos cadáveres, el callejón del Similor estaba desierto. Slenya Akkiba Magus había desaparecido.

Ambos meditaron sobre este hecho asombroso durante cinco latidos del corazón y dos inhalaciones. Entonces, la expresión cejijunta de Fafhrd se desvaneció y sus ojos se agrandaron.

—¡La chica se ha dividido en los dos bribones, Ratonero! Eso lo explica todo. Procedían de la misma nada.

—Querrás decir del mismo lugar, porque nada procede de la nada. Un modo muy exótico de reproducción, o más bien de fisión.

—Y con alternancia sexual —añadió Fafhrd—. Tal vez si examináramos los cuerpos...

Al bajar la vista descubrieron que el callejón de Similor estaba todavía más desierto. Sus dos asaltantes se habían desvanecido en los adoquines. Incluso la cabeza cortada había desaparecido del pie de la pared contra la que había chocado al rodar.

—Un excelente medio para deshacerse de los cuerpos —dijo Fafhrd con aprobación.

Sus oídos habían captado las pisadas y el tintineo metálico de la guardia de vigilancia que se aproximaba.

—Podrían haberse quedado el tiempo suficiente para que les registráramos las faltriqueras y las costuras —objetó el Ratonero—. A lo mejor llevaban joyas o metales preciosos.

—Pero ¿qué habrá detrás de todo esto? ¿Un mago blanco y negro?

—Es inútil intentar hacer adobes sin paja —dijo el Ratonero, atajándole—. Vayamos en seguida a La Lamprea Dorada y bebamos allí a la salud de la chica, que sin duda era deslumbrante.

—De acuerdo, y beberemos a su salud apropiadamente, mezclando la cerveza más negra con el vino espumoso más claro de Ilthmar.

Atrapados en el Reino de las Sombras

Fafhrd y el Ratonero Gris estaban medio muertos de sed. Sus caballos no pudieron resistir la falta de agua y murieron en la última charca, que encontraron seca. Ni siquiera el líquido que quedaba en las bolsas para agua, aumentado con el de sus propios cuerpos, había servido para mantener con vida a sus queridas y silenciosas bestias equinas. Como todo el mundo sabe, los camellos son las únicas criaturas capaces de transportar jinetes durante más de uno o dos días a través de los áridos desiertos, con su calor casi sobrenatural, del mundo de Nehwon.

Avanzaron hacia el sudoeste bajo el sol cegador y sobre la arena ardiente. A pesar de su situación desesperada y el estado febril de su cuerpo y su mente, seguían una ruta prudente. Si se desviaban demasiado al sur, caerían en manos del cruel emperador de las Tierras Orientales, que hallaría un refinado placer en torturarles antes de matarles. Si se internaban demasiado al este, toparían con los implacables mingoles de las estepas y con otros horrores. Hacia el oeste y el noroeste era la ruta que seguían ahora, mientras que al norte y nordeste estaba el Reino de las Sombras, el hogar de la misma Muerte. Conocían bien esos detalles de la geografía de Nehwon.

Entretanto, la Muerte sonreía levemente en su bajo castillo situado en el centro del Reino de las Sombras, segura de que por fin los dos esquivos héroes estaban al alcance de su mano. Años atrás habían tenido la desfachatez de penetrar en su dominio para visitar a sus primeros amores, Ivrian y Vlana, e incluso robar de su mismo castillo la máscara favorita de la Muerte. Ahora pagarían por su temeridad.

Físicamente, la Muerte no era femenina, sino que tenía el aspecto de un joven alto y apuesto, aunque un tanto cadavérico, con el cutis opalescente. Ahora contemplaba un gran mapa del Reino de las Sombras y sus alrededores, fijado a una oscura pared de su morada. En ese mapa Fafhrd y el Ratonero eran una mota brillante, como una estrella errante o un cocuyo, al sur del Reino de las Sombras.

La muerte torció sus labios delgados y sonrientes, y sus dedos esqueléticos trazaron pequeñas curvas cabalísticas mientras efectuaba un encantamiento pequeño pero difícil.

Tras realizar el conjuro, observó con satisfacción en el mapa que una lengua meridional del Reino de las Sombras se extendía visiblemente en persecución de la mota reluciente que eran sus víctimas.

Fafhrd y el Ratonero avanzaban pesadamente por el sur, ahora tambaleándose aturdidos, ardientes los pies y la cabeza, sus caras empapadas en sudor. Cerca del Mar de los Monstruos y la Ciudad de los Espectros, habían buscado a sus conquistas más recientes, que se habían extraviado, Reetha, la del Ratonero, y Kreeshkra, de Fafhrd, esta última perteneciente a la raza de los espectros, toda ella de sangre y carne invisibles, lo cual hacía resaltar aún más sus bonitos huesos rosados, mientras que Reetha creía en la elegancia de ir desnuda y rasurada de la cabeza a los pies, gusto que daba a las muchachas una similitud y una simpatía mutuas.

Pero el Ratonero y Fafhrd sólo habían encontrado a una horda de feroces espectros masculinos, montados en caballos igualmente esqueléticos, que les persiguieron al este y al sur, ya fuera para matarlos, ya para hacerles morir de sed en el desierto o torturados en las mazmorras del Rey de Reyes.

Era pleno mediodía y el sol caía a plomo. La mano izquierda de Fafhrd tocó, en medio del calor seco, una verja fría de una media vara de altura, invisible al principio, pero no por mucho tiempo.

—Huyamos a la húmeda frescura —dijo con la voz quebrada.

Saltaron ansiosamente la verja y se arrojaron sobre una bendita extensión de hierba espesa y oscura, cuyas briznas medían dos pulgadas y sobre la que se deslizaba una fina bruma. Durmieron unas diez horas seguidas.

En su castillo, la Muerte se permitió una sonrisa, pues en el mapa, la lengua del Reino de las Sombras que se extendía hacia el sur tocó la chispa diamantina y disminuyó su brillantez.

La estrella mayor de Nehwon, Astorian, ascendía por el cielo oriental, precursora de la luna, cuando los dos aventureros despertaron, muy refrescados tras su larga siesta. La bruma casi se había levantado por completo, pero la única estrella visible era la enorme Astorian.

El Ratonero se puso en pie de un salto, agitado bajo su capucha gris, la camisola del mismo color y los zapatos de piel de rata.

—Debemos regresar de inmediato a la tierra cálida y seca —dijo a su compañero—, pues esto es el Reino de las Sombras, dominio de la Muerte.

—Un lugar muy cómodo —replicó Fafhrd, estirando sus grandes músculos perezosamente sobre la espesa hierba—, ¿Quieres volver al salobre, granuloso, áspero y ardiente mar de tierra? Yo no.

—Pero si nos quedamos aquí —objetó el Ratonero— seremos arrastrados contra nuestra voluntad por diabólicas y engañosas ilusiones hasta los bajos muros del castillo de la Muerte, a quien desafiamos robándole su máscara y dando sus dos mitades a nuestros magos Sheelba y Ningauble, una acción por la que no es probable que la Muerte nos tenga afecto. Además, es muy posible que aquí encontremos a nuestras primeras chicas, Ivrian y Vlana, y ésa no sería una experiencia muy agradable.

Aunque le recorrió un escalofrío, Fafhrd repitió con testarudez:

—Pero estamos cómodos.

Bastante cohibido, movió los grandes hombros y estiró de nuevo sus siete pies en la hierba deliciosamente húmeda. (Los «siete pies» se refieren a su altura, pues no era ni mucho menos un octópodo al que le faltara un tentáculo, sino un bárbaro bien parecido, de barba rojiza y muy alto.)

—Pero ¿y si apareciera tu Vlana, con el rostro azul y nada cariñosa? —insistió el Ratonero—. ¿O mi Ivrian en similar estado?

Esa horrenda imagen fue convincente. Fafhrd se puso en pie de un salto y trató de asir la verja baja, pero su sorpresa fue mayúscula al ver que no había tal verja. La hierba verde oscuro y húmeda del Reino de las Sombras se extendía en todas direcciones, mientras que la bruma había vuelto a espesarse, ocultando a Astorian. No había manera de orientarse.

El Ratonero buscó en su bolsa de piel de rata y sacó una aguja azul de hueso. Se pinchó mientras la buscaba y soltó una maldición. Era una aguja afiladísima en un extremo y redonda y agujereada en el otro.

—Necesitamos un estanque o un charco —dijo a su intrigado amigo.

—¿De dónde has sacado ese juguete? Arte de magia, ¿en?

—Me la dio Nattick Dedoságiles, el sastre, en la vasta Lankhmar —respondió el Ratonero—, Nada de magia. ¿No has oído hablar de las agujas de orientación, sabihondo?

No lejos de allí encontraron una charca en la hierba. Con sumo cuidado, el Ratonero colocó la aguja sobre el pequeño espejo de agua clara y plácida. El objeto giró despacio y finalmente se detuvo.

—Iremos por ahí —dijo Fafhrd, señalando desde el extremo agujereado de la aguja—. Al sur.

Se había dado cuenta de que el extremo punzante debía de señalar hacia el centro del Reino de las Sombras, el Polo de la Muerte de Nehwon, por así decirlo. Por un instante se preguntó si habría otro de tales polos en las antípodas, tal vez un Polo de la Vida.

—Y seguiremos necesitando la aguja —añadió el Ratonero, pinchándose otra vez y maldiciendo mientras la guardaba en la bolsa— para futura orientación.

—¡Jaaah! ¡Uaa, uaa, uaa, uaaah! —gritaron tres frenéticos guerreros, emergiendo de la niebla como estatuas en movimiento.

Llevaban largo tiempo abandonados en los confines del Reino de las Sombras, reacios tanto a avanzar hacia el castillo de la Muerte y encontrar su infierno p Valhalla, como a tratar de huir, pero siempre dispuestos a pelear. Se abalanzaron sobre Fafhrd y el Ratonero, desnudos y blandiendo sus espadas.

Los dos amigos trabaron combate con ellos y los liquidaron en diez latidos del corazón. El Ratonero pensó que matar en los dominios de la Muerte debía de constituir por lo menos una falta, como la caza furtiva. Vendó cuidadosamente un corte superficial que Fafhrd había recibido en el bíceps.

—¡Vaya! —exclamó el norteño—. ¿Hacia dónde señalaba la aguja? Con tantas vueltas me he desorientado.

Localizaron la misma u otra charca espejeante, hicieron flotar la aguja, encontraron de nuevo el sur y reanudaron su camino.

En dos ocasiones intentaron escapar del Reino de las Sombras cambiando de dirección, una vez al este y otra al oeste, pero no les sirvió de nada, y no encontraron más que tierra cubierta de muelle hierba y cielo brumoso. Así pues, mantuvieron el rumbo hacia el sur, confiando en la aguja de Nattick.

Para alimentarse no dudaron en atrapar algún que otro cordero negro de los rebaños con que se encontraban, los sacrificaron, desangraron, desollaron, aderezaron y asaron en fogatas de leña obtenida de los achaparrados árboles y arbustos negros que se
alzaban
aquí y allá. La carne de los jóvenes animales era suculenta. Tomaron rocío para beber.

En su fortaleza de muros bajos, la Muerte miraba de vez en cuando el mapa y sonreía al ver que la lengua oscura de su territorio seguía extendiéndose mágicamente hacia el sudoeste, mostrando en su margen la chispa mortecina de sus víctimas condenadas.

Observó que la caballería espectral que inicialmente perseguía a la pareja se había detenido en el límite fronterizo de su reino.

Pero ahora había un ligerísimo rictus de inquietud en la sonrisa de la Muerte, y de vez en cuando un frunce minúsculo arrugaba su lisa y opalescente frente, mientras ejercía sus facultades para mantener en activo su brujería geográfica.

La lengua negra seguía bajando por el mapa, más allá de Sarheenmar e Ilthmar, aquel emporio de ladrones, hacia el Reino Hundido. En ambas ciudades, situadas a orillas del Mar Interior, cundió el pánico al ver la oscura invasión de hierba húmeda y cielo brumoso, y dieron las gracias a sus dioses degenerados al librarse por muy poco de tan alarmantes elementos.

Ahora la lengua negra
cruzaba
el Reino Hundido en su avance hacia el oeste. El pequeño frunce en la frente de la Muerte se había hecho muy profundo. En la Puerta del Pantano de Lankhmar, el Ratonero y Fafhrd encontraron a sus mentores mágicos que les esperaban, Sheelba del Rostro Sin Ojos y Ningauble de los Siete Ojos.

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