Espadas entre la niebla (5 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas entre la niebla
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Fafhrd se limitó a responder con un leve gruñido, que era equivalente a un encogimiento de hombros. Estaba totalmente concentrado en algo que sus largos dedos manipulaban con fuerza, aunque a la vez con delicadeza, pero que los grandes dorsos de sus manos ocultaban a la vista del Ratonero.

—A propósito, ¿cómo está el viejo idiota desde que come con regularidad? —siguió el Ratonero, inclinándose un poco más para tratar de ver lo que hacía el nórdico—.Sigue tan testarudo como siempre, ¿eh? ¿Aún está empeñado en llevar a Issek a la Ciudadela? ¿Sigue tan poco razonable con respecto a... las cuestiones de negocios?

—Bwadres es un buen hombre —dijo Fafhrd en voz baja.

—Cada vez más, eso parece ser la causa principal de los conflictos —respondió el Ratonero en un tono sardónico y algo exasperado—. Pero mira, Fafhrd, no es preciso intentar que Bwadres cambie de idea... Empiezo a dudar de que si los mismos Sheelba y Ning unieran sus esfuerzos, fuesen capaces de lograr esa revolución cósmica. Pero tú no necesitas ayuda para hacer lo necesario; bastará con que des a tu poesía un cierto tinte sombrío y añadas un poco de pesimismo al credo de Issek... A estas alturas, hasta tú mismo debes de estar harto de esa ridícula mezcla de estoicismo nórdico y masoquismo meridional. Sin duda deseas un cambio y, para un verdadero artista, un tema es tan bueno como otro. O haz algo más sencillo todavía: limítate a impedir que el altar de Issek vaya subiendo por la calle en esas noches triunfales... ¡O haz incluso que retroceda un poco! En cualquier caso, Bwadres se excita tanto cuando reúnes a una gran congregación, que el viejo estúpido ni siquiera sabe qué dirección tomas. Podrías avanzar al estilo de la rana de pozo, o hacer lo más sensato de todo: divide el dinero recogido antes de entregar la colecta a Bwadres. Yo podría enseñarte un juego de manos adecuado en el espacio de un amanecer, aunque la verdad es que no te hace falta... Con esas manos enormes puedes esconder cualquier cosa.

—No —replicó Fafhrd secamente.

—Como quieras —dijo el Ratonero en tono jovial, aunque evidenciando que la reacción de su antiguo amigo no le era indiferente—. Métete en líos si quieres, busca la muerte si tanto te empeñas... Oye, Fafhrd, ¿qué es lo que estás manoseando? ¡No, idiota! ¡No me lo des! Sólo déjame verlo. ¡Por la Toga Negra! ¿Qué es esto?

Sin alzar la vista ni hacer ningún otro movimiento que pudiera llamar la atención, Fafhrd había tendido sus manos ahuecadas, como si mostrara, en dirección al Ratonero, una mariposa o un escarabajo cautivos, y realmente a primera vista parecía como si revelara con cautela a un gran escarabajo provisto de un caparazón de oro suavemente bruñido.

—Es una ofrenda para Issek —explicó Fafhrd—, una ofrenda que hizo anoche una dama devota unida espiritualmente al dios.

—Sí, y a la mitad de los jóvenes aristócratas de Lankhmar, y no precisamente en espíritu —susurró el Ratonero—. Sé distinguir un brazalete con espiral doble de Lessnya cuando lo veo. Por cierto, dicen que se lo regalaron los duques gemelos de Ilthmar. ¿Qué tuviste que hacer para conseguirlo? Espera, no contestes, ya lo sé... ¡Recitar poesía! Fafhrd, las cosas están mucho peor de lo que creía. Si Pulg supiera que ya estás obteniendo oro... —Exhaló un largo suspiro—. Pero, ¿qué has hecho con eso?

—Le he dado la forma de la Santa jarra —respondió Fafhrd, al tiempo que agachaba un poco más la cabeza y ensanchaba la abertura de las manos.

—Ya veo —susurró el Ratonero. El oro blando había sido retorcido hasta formar un extraño nudo notablemente liso—. Y es un trabajo que no está del todo mal. ¿Sabes, Fafhrd? Me parece asombroso que conserves un sentido tan delicado de las curvas cuando llevas seis meses sin dormir con ellas a tu lado. Sin duda tales cosas son nociones opuestas. No, no hables todavía, se me ocurre una idea. ¡Y por la Escápula Negra que es una buena idea! Fafhrd, tienes que darme esa joya para que se la entregue a Puig... ¡No, por favor, escúchame hasta el final y luego piénsalo bien! No es por el oro, ni como un soborno o parte de un primer reparto... No pido eso, ni a ti ni a Bwadres... Se trata simplemente de una prenda, una pieza de presentación. He llegado a conocer bien a Pulg, y sé que tiene una extraña vena sentimental... Le gusta que sus... clientes, como los llama a veces, le hagan pequeños regalos, que son como trofeos. Siempre han de estar relacionados con el dios en cuestión: cálices, incensarios, huesos con filigrana de plata, amuletos enjoyados, esa clase de cosas. Le gusta sentarse ante los estantes donde los guarda para mirarlos y soñar. A veces creo que ese hombre se está volviendo religioso sin darse cuenta. Si le llevara ese objeto... sé que empezaría a sentir afecto por Issek. Me diría que no moleste demasiado a Bwadres, y hasta sería posible dejar de lado la cuestión del tributo..., por lo menos hasta que subáis otras tres manzanas.

—No.

—Como quieras, amigo mío. Ven conmigo, cariño, que te invitaré a un filete. —El Ratonero pronunció estas últimas palabras en su tono de conversación normal, dirigidas, naturalmente, a la muchacha mendiga, la cual reaccionó con una expresión de temor que parecía habitual y bastante lánguida—. No me refiero a un filete de pescado, pequeña. ¿No sabes que los hay de otras clases? Dale esta moneda a tu madre, cariño, y ven conmigo. El puesto de filetes está a cuatro manzanas más arriba. No, no tomaremos una litera... Necesitas ejercicio. ¡Adiós, retador de la muerte!

Aunque por el tono de este último susurro el Ratonero quiso dar a entender que se lavaba las manos, hizo cuanto estuvo en su mano para posponer la aciaga noche del ajuste de cuentas: buscó tareas más apremiantes para los matones de Pulg, alegó que tal o cual augurio no era favorable para poner de inmediato en vereda a Bwadres, pues Pulg, junto con su vena de sentimentalismo, había revelado recientemente otra de superstición...

Desde luego, no habría surgido ningún problema insuperable si Bwadres hubiera tenido ese sentido realista en cuestiones de dinero que, cuando se presenta una auténtica crisis, muestran casi invariablemente tanto el sacerdote más gordo y codicioso como el santón más escuálido y apartado del mundo. Pero Bwadres era testarudo, y éste era probablemente, como hemos insinuado, el único síntoma, aunque muy inconveniente, que le quedaba de la senilidad que parecía haber superado. No pagaría ni un solo tik (la moneda más pequeña de Lankhmar) de hierro oxidado a los extorsionistas. De ello se jactaba Bwadres, y para empeorar más las cosas, si eso fuera posible, ni siquiera gastaba dinero en el alquiler de un mobiliario llamativo o de espacio sacro para Issek, tal como era prácticamente obligatorio cuando los dioses avanzaban por el tramo central de la calle. Comprobaba personalmente que todo el dinero de las colectas: tiks, agotes de bronce, smerduks de plata, rilks de oro, sí, ¡y todo glulditch de diamante engastado en ámbar!, hasta la última moneda se ahorrara para comprarle a Issek el mejor templo en el extremo de la Ciudadela, es decir, el templo de Aarth el Invisible que todo lo oye, del que se dice que es uno de los dioses más antiguos y poderosos de todos los que están en Lankhmar.

Como es natural, este demencial desafío que lanzaba a los cuatro vientos sin ninguna reserva, tenía el efecto de aumentar todavía más la creciente popularidad de Issek y hacer que la congregación engrosara con toda clase de gentes que, por lo menos al principio, llegaban como simples buscadores de curiosidades. Las apuestas sobre lo lejos que llegaría Issek calle arriba y en cuánto tiempo (pues en Lankhmar es corriente que se apueste por tales cosas) empezaron a sufrir insospechadas oscilaciones cuando el asunto rebasó con creces las astutas pero esencialmente limitadas imaginaciones de los corredores de apuestas. Bwadres empezó a dormir acurrucado en el arroyo, alrededor del cofre de Issek (primero una vieja bolsa de ajos y más tarde un pequeño y recio tonel con una abertura en la parte superior para introducir las monedas) y con Fafhrd acurrucado en torno a él. Sólo uno de ellos dormía, mientras el otro descansaba pero se mantenía vigilante.

En un momento determinado, el Ratonero casi llegó a la decisión de degollar a Bwadres como única solución posible a su dilema. Pero sabía que semejante acto sería el único crimen imperdonable contra su nueva profesión —sería malo para los negocios—, y ciertamente le enemistaría para siempre con Pulg y los demás extorsionistas si llegaban a tener la menor sospecha de él. Había que vapulear a Bwadres si era necesario, sí, incluso torturarle, pero al mismo tiempo era preciso tratarle como a una gallina de los huevos de oro. Además, el Ratonero tenía el presentimiento de que quitar de en medio a Bwadres no detendría a Issek..., no mientras Issek pudiera contar con Fafhrd.

Lo que forzó el desenlace del asunto, o más bien su primer desenlace, y obligó a obrar al Ratonero, fue la evidencia ineludible de que si retrasaba más la recaudación del tributo de Bwadres para Pulg, entonces los extorsionistas rivales, y un tal Basharat en particular, lo harían por su cuenta. Como Primer Chantajista de Sectas Religiosas en Lankhmar, Pulg tenía derecho a beneficiarse el primero, pero si no lo hacía durante un período de tiempo que no era razonable (al margen de los augurios o el argumento de que así el botín sería mayor), entonces Bwadres sería víctima de otro..., de Basharat en particular, porque era el principal rival de Pulg.

Ocurrió entonces lo que suele ocurrir: los esfuerzos del Ratonero para evitar la noche aciaga sólo la hicieron más oscura y tormentosa cuando finalmente llegó.

Cuando llegó al fin la penúltima noche, señalada por una advertencia final que Basharat envió a Pulg, el Ratonero, que había estado confiando en alguna maravillosa inspiración de última hora que no se presentó, tomó una salida que a algunos les podría parecer propia de un cobarde. Utilizando a la muchacha mendiga, a la que había llamado Lirionegro, y algunos otros subordinados, hizo correr el rumor de que el Tesorero del Templo de Aarth se disponía a huir en una chalupa alquilada a través del Mar Interior, llevándose consigo todos los fondos y objetos valiosos del templo, incluido un juego de accesorios para el altar con perlas negras incrustadas, regalo de la esposa del Señor Supremo, y del que todavía no se había separado la parte destinada a Pulg. Calculó el momento de la extensión del rumor de modo que regresara a él, por canales no impugnables, en cuanto se hubiera puesto en camino, con cuatro matones bien armados, hacia el lugar donde estaban los servidores de Issek.

Cabe observar, de pasada, que el Tesorero de Aarth estaba realmente en apuros económicos y, en efecto, había alquilado una chalupa negra, lo cual demostraba no sólo que el Ratonero utilizaba un buen tejido para sus invenciones, sino también que Bwadres, desde el punto de vista de terratenientes y banqueros, había hecho una elección insuperable al seleccionar el futuro templo de Issek, tanto si lo hizo casualmente como si fue por una extraña astucia compañera de su testarudez senil.

El Ratonero no pudo desviar toda su fuerza expedicionaria, pues era preciso salvar a Bwadres de Basharat. No obstante, pudo dividirla con la seguridad casi absoluta de que Pulg consideraría su acción como la mejor estrategia a seguir en aquellos momentos. Envió a tres matones con instrucciones concretas de que pidieran cuentas a Bwadres, mientras él partía con una guardia mínima para interceptar al tesorero que presuntamente huía cargado con su botín.

Naturalmente, el Ratonero podría haberse puesto al frente del grupo que fue en busca de Bwadres, pero eso habría supuesto su enfrentamiento personal con Fafhrd, la disyuntiva de vencerle o de ser vencido por él, y aunque el Ratonero quería hacer todo lo posible por su amigo, deseaba (así lo creía) hacer algo más que eso por su propia seguridad.

Como hemos sugerido, alguien podría pensar que al tomar esa decisión el Ratonero Gris arrojaba a su amigo a los lobos. Sin embargo, hay que recordar siempre que el Ratonero conocía bien a Fafhrd.

Los tres matones, quienes no conocían al nórdico (el Ratonero los había seleccionado por esa razón), estaban satisfechos por el giro que tomaban los acontecimientos. Un encargo independiente siempre suponía la posibilidad de alguna hazaña brillante y, quizá, de promoción. Aguardaron la primera pausa entre servicios religiosos, cuando sería inevitable el paso de mucha gente y los empujones. Entonces uno de ellos, que llevaba una pequeña hacha al cinto, se dirigió directamente a Bwadres y su tonel, que el religioso usaba también como altar para lo cual lo cubría con la bolsa de ajos sagrada. Otro desenvainó su espada y amenazó a Fafhrd, aunque manteniéndose a prudente distancia del gigante. El tercero, adoptando la postura burlona, los modales zafios pero eficientes de quien dirige el espectáculo en un lupanar, lanzó sonoras advertencias a los congregados, mientras los sometía a una vigilancia razonable. Los habitantes de Lankhmar estaban tan apegados a la tradición, que era impensable que obstaculizaran una actividad tan legítima como la de un chantajista —y nada menos que el Primer Chantajista— ni siquiera en defensa de un sacerdote favorito. Pero nunca se puede descartar la presencia de forasteros o locos, aunque en Lankhmar incluso los locos generalmente respetan las tradiciones...

Ninguno de los congregados vio el acontecimiento capital que tuvo lugar a continuación, pues todos tenían la mirada fija en el primer matón, el cual estaba asfixiando a Bwadres con una mano mientras con la otra, que sujetaba el hacha, apuntaba hacia el tonel. Se oyó un grito de sorpresa y un ruido metálico. El segundo matón se había abalanzado contra Fafhrd, pero había soltado la espada y agitaba la mano como si le doliera. Sin apresurarse, Fafhrd le cogió por un pliegue de la ropa entre los omóplatos, se acercó al primer matón en dos zancadas gigantescas, le hizo soltar el hacha de un golpe y le cogió del mismo modo que a su compañero.

Era una escena impresionante: el gigantesco acólito, de mejillas hundidas y barba poblada, con su larga túnica de pelo de camello sin teñir (regalo reciente de un devoto), de pie, con las rodillas dobladas y los pies bien separados, sosteniendo en lo alto, a cada lado, a un matón tembloroso.

Pero aunque el cuadro era de lo más impresionante, ofrecía una oportunidad a medida para el tercer matón, el cual desenvainó al instante su cimitarra y, con una sonrisa de acróbata y un saludo a la multitud, se lanzó contra el vértice del ángulo obtuso formado por la unión de las piernas de Fafhrd.

La muchedumbre se estremeció y gritó ante la inminencia del golpe tremendo.

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