Espadas entre la niebla (18 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas entre la niebla
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—Pero, Portador de Relatos Antiguos, estoy seguro de que has estado más cerca de la Esfinge que cualquiera de sus amantes de piedra. Es muy probable que recibiera su mezquino enigma de tu gran almacén de acertijos.

Este hallazgo hizo que Ningauble temblara de placer como una masa de jalea.

—En fin, hoy estoy de buen humor y prestaré oídos a vuestra pregunta. Pero recordad que casi con toda certeza será demasiado difícil para mí.

—Conocemos tu gran habilidad ante los obstáculos insuperables —afirmó el Ratonero en un tono conciliador apropiado.

—¿Por qué no se acerca tu amigo? —preguntó Ningauble, súbitamente quejumbroso de nuevo.

Fafhrd había estado esperando esa pregunta. Siempre se le hacía cuesta arriba tener que comportarse amablemente con quien se daba a sí mismo el título de Mago Más Poderoso, así como el Chismoso de los Dioses. Pero que Ningauble dejara colgar de sus hombros dos murciélagos a los que llamaba Hugin y Munin, parodiando abiertamente a los cuervos de Odin, era demasiado para él. Para Fafhrd era una cuestión más patriota que religiosa, pues sólo creía en Odin en momentos de debilidad sentimental.

—Mata a los murciélagos o arrójalos lejos y me acercaré, pero no antes —dogmatizó.

—Ahora no te diré nada —dijo Ningauble malhumorado—, pues, como todos saben, mi salud no me permite discutir.

—Pero, Maestro de la Falsedad —ronroneó el Ratonero, dirigiendo a Fafhrd una mirada asesina—, esto es muy lamentable, sobre todo porque pensaba obsequiarte con el complicado escándalo que la concubina de los viernes del sátrapa Filipo no ha contado ni siquiera a su esclava personal.

—Ah, bueno —concedió el de los muchos ojos—, es hora de que Hugin y Munin se alimenten.

Los murciélagos desplegaron lentamente sus alas y volaron con movimientos perezosos hasta perderse en la oscuridad.

Fafhrd salió de su inmovilidad y se adelantó, soportando el escrutinio de la mayor parte de los ojos; el nórdico consideraba a los seis globos oculares como marionetas hábilmente manipuladas. El sexto ojo nadie lo había visto, ni se jactaba de ello, salvo el Ratonero, el cual afirmaba que era el otro ojo de Odin, robado al sagaz Mimo... Decía esto no porque creyera en ello, sino para irritar a su camarada nórdico.

—Te saludo, Ojos de Serpiente —atronó Fafhrd.

—Ah, ¿eres tú, Grandote? —preguntó Ningauble con indiferencia—. Sentaos los dos y compartid mi humilde fuego.

—¿No vas a invitarnos a cruzar la Gran Puerta y compartir también tus fabulosas comodidades?

—No te burles de mí, Hombre Gris. Como todos saben, Ningauble es pobre, indigente.

El Ratonero suspiró y se sentó sobre sus talones, pues sabía bien que el Chismoso valoraba por encima de todo una reputación de pobreza, castidad, humildad y frugalidad, y en consecuencia actuaba como portero de su propia morada, excepto en ciertos días en que la Gran Puerta apagaba el sonido del sistro impío, el lamento lascivo de la flauta y las risas de quienes posaban en los espectáculos de sombras chinescas.

Pero ahora Ningauble tosió lastimeramente, pareció temblar y se calentó los miembros enfundados en el manto ante el fuego. Las sombras oscilaron débilmente contra el hierro y la piedra, y las pequeñas criaturas se removieron, abriendo los ojos para ver y aguzando los oídos para oír; y sobre sus tallos que oscilaban rítmicamente, pulsaban los seis ojos. A intervalos, Ningauble cogía, aparentemente al azar, una de las tablillas de barro y examinaba rápidamente la nota garabateada en ella, sin interrumpir el ritmo de los apéndices oculares ni, al parecer, el hilo de su atención.

El Ratonero y Fafhrd se sentaron en el suelo. Cuando el segundo empezó a hablar, Ningauble preguntó rápidamente:

—Y ahora, hijos míos, teníais algo que contarme relativo a la concubina de los viernes...

—Ah, sí, Artista de la Mentira —se apresuró a decir el Ratonero—, relativo no tanto a la concubina como a tres sacerdotes eunucos de Cibeles y a una esclava de Sarros... un sabroso asunto de maravillosa complejidad, el cual deberías dejar que repose en mi mente a fin de que pueda servírtelo desprovisto de la más ligera grasa de exageración y con todas las especias de los detalles verdaderos.

—Y mientras esperamos que empiece a hervir la olla mental del Ratonero —terció Fafhrd con despreocupación, comprendiendo por fin lo que pretendía su amigo—, podrías pasar el tiempo de una manera más entretenida aconsejándonos para resolver una pequeña dificultad.

Le informó entonces sucintamente de su atormentador encantamiento que convertía en cerdas y caracoles a las doncellas.

—¿Y dices que sólo Cloe se ha revelado inmune al hechizo? —preguntó Ningauble pensativo, arrojando una tablilla de barro al extremo del montón—. Vaya, eso me recuerda...

—¿La observación tan peculiar al final de la cuarta epístola de Diotima a Sócrates? —le interrumpió el Ratonero con vehemencia—. ¿No estoy en lo cierto, Padre?

—No lo estás —replicó Ningauble fríamente—. Como estaba a punto de decir cuando esta garrapata del intelecto trató de perforar la piel de mi mente, debe de haber algo que ejerce una influencia protectora sobre Cloe. ¿Conocéis algún dios o demonio a los que ella favorece especialmente, o algún conjuro o runa que musite habitualmente, o algún notable talismán, amuleto 0 dije que lleve de costumbre o tenga inscrito en su cuerpo?

—Mencionó algo —admitió el Ratonero tímidamente al cabo de un momento—. Un amuleto que le dio hace años una muchacha persa o greco—persa. Sin duda se trata de una bagatela sin importancia.

—Sin duda. Ahora veremos. ¿Se rió Fafhrd cuando tuvo lugar la primera transformación en cerda? ¿Lo hizo? Eso fue imprudente, como os he advertido innumerables veces. Anunciad con frecuencia vuestra conexión con los Dioses Antiguos y podéis estar seguros de que algún codicioso buscador de la brecha profunda...

—Pero ¿qué conexión tenemos nosotros con los Dioses Antiguos? —preguntó el Ratonero ansiosamente, pero sin esperanza.

Fafhrd soltó un gruñido despectivo.

—Es mejor no hablar de esas cuestiones —dijo Ningauble—. ¿Hubo alguien que mostrara un interés particular por la risa se Fafhrd?

El Ratonero titubeó y Fafhrd carraspeó. Así aguijoneado, el Ratonero confesó:

—Estaba presente una muchacha que quizá prestaba más atención que los demás a sus risotadas, una muchacha persa. Creo recordar que era la misma que le dio el amuleto a Cloe.

—Se llama Ahura —dijo Fafhrd—. El Ratonero está enamorado de ella.

— ¡Eso es una fábula! —exclamó el Ratonero riendo, al tiempo que clavaba en el nórdico las dagas de su mirada supersticiosa—. Puedo asegurarte, Padre, que es una joven muy tímida y estúpida, y de ninguna manera podría tener alguna relación con nuestro problema.

—Claro que no, puesto que tú lo dices —observó Ningauble, con un tono de reprensión en su voz glacial—.Sin embargo, puedo deciros algo: quien os ha sometido a ese hechizo ignominioso es, en la medida en que posee humanidad, un hombre...

(El Ratonero se sintió aliviado. Era desagradable pensar que la morena y esbelta Ahura tuviera que pasar por ciertos métodos de interrogatorio que Ningauble tenía fama de emplear. Le irritaba su propia torpeza tratando de desviar de Ahura la atención de Ningauble. Cuando la muchacha estaba por medio, su ingenio le fallaba.)

—... y un adepto —concluyó Ningauble—. Sí, hijos míos, un adepto..., un maestro consumado de la magia más negra sin el menor parpadeo de luz.

El Ratonero se sobresaltó.

—¿Otra vez? —gruñó Fafhrd.

—Sí, otra vez —confirmó Ningauble—. Aunque no puedo imaginar por qué interesáis a esas recónditas criaturas, salvo por vuestra conexión con los Dioses Antiguos. No son hombres que permanezcan a sabiendas en el primer término de la historia brillantemente iluminado. Buscan...

—Pero ¿de quién se trata? —le interrumpió Fafhrd.

—Guarda silencio, mutilador de la retórica. Buscan las sombras, y lo hacen sin duda por una buena razón. Son los gloriosos aficionados de la magia superior, que desdeñan los fines prácticos, se preocupan sólo por la satisfacción de sus curiosidades insaciables y, en consecuencia, son doblemente peligrosos. Son...

—Pero ¿cómo se llama?

—Silencio, pisoteador de hermosas frases. A su manera, carecen de temor, se consideran irreverentemente los iguales del destino y no sienten más que desprecio hacia la semidiosa del Azar, el Diablillo de la Suerte y el Demonio de la Improbabilidad. En una palabra, son los adversarios ante los que uno debe ciertamente temblar y ante los que deberéis inclinaros sin protestar.

—¡Pero su nombre, Padre, su nombre! —exclamó Fafhrd. Y el Ratonero, su descaro de nuevo en aumento, observó:

—¿No pertenece a los Sabihoon, Padre?

—No, no es de ésos. Los Sabihoon son un pueblo ignorante de pescadores que habitan en la orilla de acá del lago lejano y adoran al dios animal Wheen, negando a todos los demás.

Esta respuesta divirtió al Ratonero, pues acababa de inventarse a los Sabihoon.

—No, su nombre es... —Ningauble hizo una pausa y empezó a reír—. Me olvidaba de que no debo deciros su nombre bajo ninguna circunstancia.

Fafhrd se puso en pie, airado.

—¿Qué?

—Sí, hijos míos —dijo Ningauble, haciendo de súbito que sus tallos oculares les mirasen rígidos, severos e inflexibles—. Y además, debo deciros que de ningún modo puedo ayudaron en este asunto... (Fafhrd apretó los puños)... y eso me alegra mucho... (Fafhrd lanzó un juramento)... pues me parece que no podría haberse ideado un castigo mejor por vuestro abominable libertinaje, que con tanta frecuencia he lamentado... (Fafhrd posó la mano en la empuñadura de su espada)... De hecho, si yo hubiera tenido que castigaron por vuestros muchos vicios, habría escogido el mismo encantamiento... (Pero ahora había ido demasiado lejos; Fafhrd gruñó: « ¡Ah, de modo que eres tú quien está detrás de eso!», desenvainó su espada y empezó a andar lentamente hacia la figura encapuchada)... Sí, hijos míos tenéis que aceptar vuestra suerte sin rebelión ni acritud (Fafhrd continuó avanzando)... Sería mucho mejor que os retiraseis del mundo, como yo he hecho, y os entregarais a la meditación y el arrepentimiento... (La espada, a la que la luz del fuego arrancaba destellos, estaba sólo a una vara de distancia)... Mucho mejor que vivierais el resto de esta encarnación en soledad, cada uno rodeado por su fiel pandilla de cerdas o caracoles... (La espada tocó el manto raído)... dedicando los años que os queden a una mejor comprensión de la humanidad y los animales inferiores. Sin embargo... (Ningauble exhaló un suspiro y la espada vaciló)..., si seguís teniendo la firme y descabellada intención de desafiar a ese adepto, supongo que debo ayudaron con el poco consejo que pueda daros, aunque os advierto que os sumirá en torbellinos de dificultades y os impondrá tareas que os costará lo indecible realizar y que al final serán la causa de vuestra muerte.

Fafhrd bajó la espada. El silencio en la negra caverna se hizo pesado y amenazante. Entonces, con una voz que era lejana pero resonante, como el sonido que procedía de la estatua de Memnon en Tebas cuando la iluminaban los primeros rayos de sol, Ningauble empezó a hablar.

—Lo veo confusamente, como una escena en un espejo oxidado. Lo veo, no obstante, y es esto: primero debéis entrar en posesión de ciertas bagatelas. La mortaja de Ahriman, que está en el santuario secreto cerca de Persépolis...

—Pero, ¿y los malditos guerreros de Ahriman, Padre? —le interrumpió el Ratonero—. Son doce espadachines, doce nada menos, y todos ellos muy detestables y difíciles de convencer.

—¿Crees que estoy planteando problemas insignificantes, como quien arroja huesos a unos cachorros? —replicó Ningauble enojado—. Prosigamos: en segundo lugar debéis conseguir polvo de momia del Faraón Demoníaco, el cual reinó durante tres noches horribles y no recogidas por la historia tras la muerte de Ikhnaton...

—Pero, Padre —protestó Fafhrd, sonrojándose un poco—. Ya sabes quién posee ese polvo de momia, y lo que exige de los hombres que la visitan.

— ¡Silencio! Soy mucho mayor que tú, Fafhrd, te llevo siglos de diferencia. En tercer lugar, debéis conseguir la copa de la que Sócrates tomó la cicuta; en cuarto lugar, una rama del Árbol de la Vida original, y finalmente... —Titubeó, como si su memoria le fallara, cogió una tablilla de barro del montón y leyó—: Y finalmente, debéis conseguir a la mujer que vendrá cuando esté preparada.

—¿Qué mujer?

—La mujer que vendrá cuando esté preparada.

Ningauble arrojó el fragmento, lo cual produjo un pequeño corrimiento de tablillas por la vertiente del montón.

—¡Por los huesos corroídos de Loki! —exclamó Fafhrd.

—Pero, Padre —dijo el Ratonero—. Ninguna mujer viene cuando está preparada, sino que siempre espera.

Ningauble suspiró alegremente.

—No os desaniméis, muchachos. ¿Es que vuestro buen amigo el Chismoso ha tenido alguna vez la costumbre de dar consejos sencillos?

—No —convino Fafhrd.

—Bien, cuando tengáis todas esas cosas, debéis ir a la Ciudad Perdida de Ahriman, que se encuentra al este de Armenia... no susurréis su nombre...

—¿Es Khatti? —susurró el Ratonero.

—No, moscón. Y además, ¿por qué me interrumpís cuando deberíais estrujaros el cerebro para recordar todos los detalles del escándalo de la concubina de los viernes, los tres sacerdotes eunucos y la esclava de Samos?

—Oh, auténtico Espía de lo Inefable, me estoy esforzando tanto que mi mente está derrengada y sin aliento, y todo porque te tengo en tal estima.

Al Ratonero le alegró la pregunta de Ningauble, pues se había olvidado de los tres sacerdotes eunucos, cosa que era muy imprudente, pues nadie en su sano juicio trataría de engañar al Chismoso, privándole siquiera de una pizca de la información prometida.

—Cuando lleguéis a la Ciudad Prohibida —siguió diciendo Ningauble—, debéis buscar el santuario negro en ruinas, colocar a la mujer ante la gran tumba y envolverla con la mortaja de Ahriman, hacer que beba el polvo de momia en la copa de cicuta, diluido en vino que encontraréis en el mismo lugar donde halléis la momia, y poner en su mano la ramita del Árbol de la Vida. Así esperaréis a que amanezca.

—¿Y luego? —preguntó Fafhrd con su vozarrón.

—Luego el orín enrojece todo el espejo y no puedo ver más, excepto que alguien regresará de un lugar del que está prohibido salir, y que debéis tener cuidado con la mujer.

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