Ernesto Guevara, también conocido como el Che (14 page)

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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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¿No se ha comprometido a sumarse a la expedición cubana? ¿Tiene dudas sobre la viabilidad del plan? Sin duda ha quedado fascinado por el personaje, y la propuesta de Fidel lo ha cautivado, pero debe quedarle al doctor Guevara un resabio de escepticismo. En el mundillo de los exiliados políticos en el que se mueve desde hace años, ¿cuántas veces no se ha hablado de revolución? ¿Cuántos proyectos no se han tejido y destejido? ¿Cuántos países se han quedado liberados tan sólo en las palabras?

De alguna manera, las tensiones de la vocación de vagabundo y fuluro narrador de lo vagado, contra la necesidad de pasar a la acción política y dejar la observación, se reflejan en uno de sus poemas titulado "Aquí": Yo también soy mestizo en otro aspecto:/en la lucha en que se unen y repelen/las dos fuerzas que disputan mi intelecto...

Mientras las dudas y las afirmaciones andan por ahí rondando en los terrenos de la razón y del corazón, en lo cotidiano el doctor Guevara, sin querer, organiza una buena polémica casera, la culpa la tiene la carta que le envía a los padres de Hilda donde les dice: Para mí la casa desarregladona y la comida medio sosa, junto con mi compañera muy saladita \ sobre todo muy compañera, es el ideal de la vida. Hilda habría de responder más tarde en sus memorias: "Soy buena cocinera, sobre todo de platos peruanos, que por muy condimentados él no probaba por la alergia, prefiriendo como buen argentino un bife y ensalada. Sin embargo, le gustaban algunos de los platos peruanos que yo preparaba, siempre que no tuvieran pescado ni muchas especias."

Por esos meses, Hilda cuenta: "Ernesto estaba muy preocupado por una enferma del hospital a la que llamaba vieja María. Muy conmovido me contó que su estado era muy grave con un asma aguda; era tanto su interés por esta enferma que llegué a sentir celos de ella porque la tenía presente todo el tiempo: en la mañana se apuraba para ir a verla (...) Un día muy apenado me dijo que la vieja María posiblemente no pasaba de esa noche; así que fue al hospital para estar cerca de su lecho, vigilándolo para hacer todo lo posible para salvarla. Esa noche murió ahogada por el asma."

La muerte de la vieja, lavandera de oficio, dejó muy impactado al doctor Guevara, quien sintió como una ofensa personal la miseria en la que vivía la mujer, con una hija y tres o cuatro nietos, y su defunción "sin pena ni gloria", como se diría en México en aquellos años. Escribe entonces un poema:

Vieja María vas a morir/ quiero hablarte en serio/ Tu vida fue un rosario repleto de agonías/ no hubo hombre amado ni salud ni dinero/apenas el hambre para ser compartida. El poema es flojo, pero poco a poco, mientras se va armando la descripción de las miserias de la mujer, la sala de hospital y la muerte que surge como consecuencia del asma, aparece la oferta de la suave vergüenza de las manos de médico que estrechan las manos de la vieja para prometerle en voz baja y viril de las esperanzas, la más roja y viril de las venganzas que tus nietos vivirán la aurora. El poema remata con un grandilocuente, aunque suene a sincero, lo juro, escrito en mayúsculas.

El 16 de septiembre se produce en la Argentina el golpe militar contra Perón. Ernesto en México devora los periódicos y escribe a sus padres y a su tía. Ya un par de meses antes había comentado el primer intento de golpe, preocupado porque sus familiares antiperonistas no fueran a estar metidos en el asunto: Espero que la cosa no sea tan brava como la pintan y no haya nadie nuestro metido en un lío donde no hay nada que hacer.

Ahora, con el golpe triunfante y los militares reprimiendo y persiguiendo las organizaciones de base del peronismo, le comenta a su madre que lo que le gusta a la oligarquía no puede ser bueno, que no hay nada de sano en el júbilo de las fuerzas conservadoras por la caída de Perón. Y aprovecha para recordarle que cayó tu odiado enemigo de tantos años y augurarle a la Argentina un futuro dependiente y bananero. En una carta a su tía Beatriz precisa sus emociones: Sentí la caída de Perón un poquito. La Argentina era una ovejita gris pálido, pero se distinguía del montón; ahora ya tendrá el mismo colorcito de sus 20 primorosas hermanas: se dirá misa con mucha asistencia de agradecidos fieles, la gente bien podrá poner en su lugar a la chusma, los norteamericanos invertirán grandes y beneficiosos capitales en el país, en fin, un paraíso. Yo francamente no sé por qué añoro el color gris de la ovejita.

Mientras tanto, la vida cotidiana prosigue en México. Perón, la Argentina, están lejos, muy lejos. Hilda cuenta: "Un día fuimos a ver 'Arriba el telón', de Cantinflas. No recuerdo película que le haya hecho reír tanto (...) la escena de Cantinflas bailando el minué cuando se encuentra improvisadamente en escena fue lo que más le hacía reír." Verá la película más de una vez. Y seguro recordará al doctor Valenza, un psicólogo peruano que conoció en su primer viaje por América, quien le decía que la única manera de comprender el panamericanismo era ver a Cantinflas.

Habrá que recordar cuidadosamente esta anécdota a lo largo de los años Ernesto Guevara, cuando quiere reírse de sí mismo, cuando quiere no tomarse en serio, cultivará el parecido con Cantinflas. Parecido que en el 56 aún no existe. Ernesto en estos días más bien se parece a una versión juvenil lampiña, un poco más alta y un poco más basta de John Garfield.

Pero ahora vive en un incierto presente. Fidel continúa su campaña de organización y reclutamiento a distancia, mientras Ernesto aprovecha para liarse en discusiones con Hilda sobre los posibles nombres del niño-niña (Hilda Victorina o Ernesto Vladimiro), aprende a cortar el pelo con uno de los exiliados cubanos y practica sus conocimientos con los inocentes pacientes del hospital (Todo conocimiento es útil; algún día puede servir, ¿no crees?); se deja convencer por Fidel para comprar un tocadiscos, se muda con Hilda y ya sin Lucila al departamento 16 del número 40 de la calle Nápoles, que resulta igual de modesto pero un poco más grande que el anterior y cumple su anhelo de llegar a la cima del Popocatépetl.

El 12 de octubre del 55, el Día de la Raza, el día de las banderas, asciende al viejo volcán con una multitud. Una subida dura, mucho más para un asmático, de 12 kilómetros y 450 metros de altura. Una foto se conserva mostrando a un orgulloso doctor Guevara en plena ladera nevada. No se aprecia la bandera argentina que lleva en la mochila y que depositará en la cima. El país, la Argentina, se ha desplazado lejos en el futuro y en las querencias, una bandera y no más que eso.

El 29 de octubre Fidel parte hacia Estados Unidos en una gira de recaudación de fondos acompañado por Juan Manuel Márquez. Durante su ausencia, Raúl se enferma y el doctor Guevara lo atiende. Allí los encuentra el diplomático soviético Nikolai Leonov, amigo de Raúl. Ernesto le pide algunos libros "Chapaiev", "Un hombre de verdad" y "Así se templó el acero." El ruso le entrega su tarjeta. No sabe el disgusto que meses más tarde le costará ese simple acto. Vuelven a verse, hablan sobre Guatemala: aunque en sus recuerdos el ruso no cuenta si le consiguió los libros, evidentemente lo hizo, porque Hilda Gadea en sus memorias reseña que Ernesto los estaba leyendo.

En los últimos días de octubre Ricardo Rojo regresa de Nueva York, esperando conectar con un avión que recogerá a los exiliados antiperonistas para devolverlos a la Argentina si el golpe en proceso se consolida, e inmediatamente toma contacto con Guevara.

Según Rojo, Ernesto seguía con atención los acontecimientos en Argentina; pero no tenía ningún interés en regresar. El no había salido de la Argentina huyendo del peronismo, y si bien la figura de Perón no le resultaba particularmente simpática, menos lo eran sus opositores. Guevara le contestó a las reiteradas invitaciones para que retornara con él:

Allá, ¿qué hay? Un gobierno militar, por el momento tratando de rebajar el papel de la clase trabajadora en la dirección política del país. Imaginemos que ese gobierno se va, ayer ya se fue uno, y que venga tu amigo Frondizi, que tú mismo llegues a ministro, ¿qué pueden hacer"? Un gobierno de buenas intenciones con pocos cambios de fondo.

En las memorias de Hilda Gadea, las discusiones entre Guevara y Rojo resultaron bastante "agrias", porque "el Gordo" le resultaba en esos momentos bastante conservador a Ernesto. Posteriormente Ernesto confirmará esta evaluación en una carta a su madre: Yo espero que me siga cayendo bien, pero temo que no será posible. Por la conversación con él te habrás dado cuenta que me considera un loco lindo, de esos que sirven para contar anécdotas. No dudo que en la vida diaria lo seré, pero en el análisis político de los problemas le oí decir cada barrabasada que me dejó espantado.

Rojo recuerda: "En ese periodo recomendé a Guevara al más grande editor de México, el argentino Armando Orilla, quien dirigía el Fondo de Cultura Económica." Parece que no se llevaron bien, Ernesto estaba vendiendo libros a crédito para el FCE, pero no se le daba pedir favores.

Han quedado dos testimonios de la conversación de esa noche, el de Orfila y el de Raúl Roa, un personaje de la izquierda liberal cubana de aquellos días.

Orfila: "En aquella oficina diminuta del paseo de la Reforma (...) discrepamos, discutimos, él a veces con maliciosa gracia; con convicción siempre; y pasó la medianoche y nos separamos."

Roa: "Parecía y era muy joven. Su imagen se me clavó en la retina: inteligencia lúcida, palidez ascética, respiración asmática, frente protuberante, cabellera tupida, talante seco, mentón enérgico, ademán sereno, mirada inquisitiva, pensamiento afilado, palabra reposada, sensorio vibrante, risa clara y como una irradiación de sueños mágicos nimbándole la figura."

De las memorias de Rojo son rescatables otras dos anécdotas, el encuentro con los cubanos en el edificio Imperial en el centro de la ciudad de México, en una sala llena de humo, donde le cuentan el proyecto de la invasión a grandes rasgos y logran de Rojo una sarcástica respuesta: "¿Sabés en dónde encerramos en Buenos Aires a los que tienen ideas como las tuyas? En Vieytes." Nadie tiene que explicarle a Ernesto que se trata de un manicomio.

El segundo es el recuerdo de una entrevista con el poeta español exiliado en México, León Felipe, quien sin duda debe haber dejado muy marcado al médico argentino, que conocía muy bien la obra del poeta y que recurrentemente la citará a lo largo de su vida. Rojo rescata una imagen que precisa y retrata a los dos personajes. Cuando Ernesto y León cruzaban los pies durante la conversación en una calle de la ciudad de México, ambos mostraban las suelas rotas de los zapatos.

Finalmente, en noviembre del 55 se produce el tantas veces pospuesto viaje de novios. Ernesto e Hilda deciden ir hacia el sur del país recorriendo las antiguas zonas mayas sin plan previo. En la ciudad de México Ernesto había logrado contener el asma, gracias al clima y a una rigurosa dieta de carne de res, frutas y verduras en la que se excluía el pescado, el pollo y los huevos, pero al bajar hacia la costa el asma vuelve. En Palenque un terrible ataque lo deja postrado. Hilda trata de ayudarlo y ponerle una inyección y él reacciona agresivamente. Hilda cuenta: "Me rechazó violentamente, me di cuenta de que no era precisamente por la inyección, sino porque no le gustaba so protegido, ser ayudado cuando estaba enfermo, me callé ante esa actitud brusca..."

—Perdona, tú no tienes la culpa; es esta enfermedad que me saca de quicio, no te preocupes, una cosa tonta, realmente no vale la pena seguir molestos.

Mérida, Chichen Itzá, Uxmal.

Ernesto trepaba las pirámides como loco, como niño que descubre una nueva aventura, como explorador ante el hallazgo de su vida, fascinado ante el impactante espectáculo de las ruinas, hiperactivo, subiendo y bajando, tomando fotos.

Deja constancia en un poema sobre Palenque de su fascinación: ¿Qué fuerza te mantiene más allá de los siglos/ viva y palpitante como en la juventud ? ¿ Qué dios sopla, al final de la jornada/ el hálito vital de tus estelas ?

En Veracruz está a punto de liarse en una pelea con borrachos, porque los bebedores de cerveza insisten en que brinde con ellos "su reina", y el doctor Guevara, muy a la mexicana, se les pone enfrente dispuesto a romperse la cara con media legión. Conmigo lo que quiera, dirá Ernesto en el más puro estilo de película, dirigiéndose al más agresivo de los borrachos. La historia tiene final feliz, porque el dueño de la cantina donde la pareja ha entrado a comer pescado fresco amenaza con llamar a la policía si las cosas van a mayores.

Poco después viajarán en barco por el litoral veracruzano y Ernesto recuerda sus largas travesías juveniles y se divierte mientras todos los demás se marean, toma fotos, recorre saltando la cubierta de una punta a la otra.

A su retorno a la ciudad de México, Guevara recibe una buena noticia, ha ganado una cátedra de Fisiología en la Universidad Nacional. El 5 de diciembre le escribe a su madre en tono escéptico: yo no me veo profesor ni en la escuela primaria. Sin embargo, en la correspondencia sigue hablando de este proyecto de trabajo que cambiará su vida y que realmente nunca se realizará. Es la mascarada, la cobertura para no hablar de lo que está sucediendo en la realidad. Fidel ha retornado de Estados Unidos, comienzan los preparativos para la expedición, comienzan los entrenamientos.

En la memoria de los supervivientes, el invierno del 55-56 en la ciudad de México se recordará como ingrato: polvoso, frío, húmedo de lluvias, áspero. Memoria de cubanos, a los que la ausencia del sol y las palmeras inquieta, desazona, pone nervioso. Memoria de argentino pobre a punto de ser padre de familia.

En las fotos de aquellos días parecen un montón de muchachos pobres, "pobres pero formales", se diría entonces; las manos siempre en los bolsillos, buscando el dinero que no ha de aparecer. Ernesto Guevara, con el mechón de pelo que cae sobre la frente, con su eterna apariencia de desenfado, con su camisa medio raída, su apariencia de chico crecido, se ve extraño al lado de estos cubanos un tanto formales, orejones a causa de aquellos terribles cortes de pelo a la moda de los cincuenta y con un bigotito que dibuja el labio superior, tan ajenos todos a los magníficos, irreverentes barbudos y peludos que bajarían de la Sierra Maestra y del Escambray tres años más tarde.

Se encuentran muy seriamente vestidos, con trajes raídos y un poco guangos, como a los cubanos les gusta uniformarse para enfrentar al mundo, para hacer del desenfado reto. Gente seria por demás, aunque de sonrisa tristona o mirada nostálgica. Son personajes, en la vejez cándida pero terrible de las fotografías, no exentos de tragedia pasada y futura.

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