Ernesto Guevara, también conocido como el Che (13 page)

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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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Pero a pesar de que trata de convencer a su madre de que el trabajo científico no va del todo mal, las condiciones son bastante malas según cuenta en otra carta: Aquí trabajo en un laboratorio de bacteriología (...) y uno de fisiología (y además) en el específico de alergia, donde hay que hacer las cosas a puro pulmón, pues no hay ni un triste mechero de gas.

A mediados del mes de junio se embarca en una hazaña poco recomendable para un asmático, el ascenso a uno de los volcanes cercanos a la ciudad de México, el Popocatépetl. La expedición fracasa, pero queda una crónica memorable:

Hicimos derroche de heroísmo sin poder llegar a la cima, yo estaba dispuesto a dejar los huesos por llegar, pero un cubano que es mi compañero de ascensiones me asustó porque tenía los dos pies helados y tuvimos que bajar los cinco. Cuando habíamos bajado unos 100 metros (que a esa altura es mucho) paró un poco la tempestad y se fue la bruma, y entonces nos dimos cuenta que habíamos estado casi al borde del cráter, pero ya no podíamos volver. Habíamos estado seis horas luchando con una nieve que nos enterraba hasta las verijas en cada paso y con los pies empapados debido al poco cuidado de llevar equipo adecuado.

El guía se había perdido en la niebla esquivando una grieta que son algo peligrosas y todos estábamos muertos del trabajo que daba la nieve tan blanda y tan abundante. A la bajada la hicimos en tobogán tirándonos barranca abajo como en las piletas de las Sierras y con el mismo resultado, pues llegué abajo sin pantalones.

Las patas se me descongelaron al bajar, pero tengo toda la cara y el cuello quemado, como si hubiera estado todo un día entero bajo el sol de Mar del Plata; en este momento tengo la cara que parece la copia de Frankenstein entre la vaselina que me pongo y el suerito que me sale de las ampollas, además tengo la lengua en las mismas condiciones, porque me di un atracón de nieve. El andinismo es precioso y lo único que me acompleja es que en esta última vez subió con nosotros un viejito de 59 años que trepaba mucho mejor que nosotros.

¿Era la vida así? ¿Fotógrafo ambulante, investigador médico mal pagado, exiliado permanente, esposo intrascendente, aventurero de fin de semana, redactor de cartas y de poemas y de diarios, siempre privados?

Sí, y algo más.

En una de esas cartas a su madre remata: Lo esencial es que me siento tangueril, vale decir un poco argentino, cualidad que desconocí casi siempre. Creo que esto indica el primer llamado de la vejez (que es cansancio al fin y al cabo) o que extraño ese dulce y apacible hogar.

Pero Ernesto Guevara acaba de cumplir 27 años, y quien teme estarse apoltronando despojado de su vagabundeo latinoamericano, está al borde de iniciar el recorrido de un insólito camino.

Es en esos días de la segunda mitad de junio cuando en sus visitas a los exiliados cubanos Ernesto entra en contacto con el menor de los hermanos Castro, Raúl, un personaje de rostro aniñado, quien tras la amnistía reciente se ha tenido que exiliar, porque las autoridades batistianas le han montado una provocación acusándolo de haber puesto una bomba en un cine. Raúl, con formación marxista y además con el asalto al Moncada a sus espaldas, debió resultarle a Ernesto mucho más atractivo que los exiliados latinoamericanos con los que había estado previamente en contacto, expertos en barajar sueños y confundir ilusiones con realidades, vividores del cuento de hadas del retorno triunfal.

Durante esos días se entrevistan varias veces, tanto en el nuevo hogar que Ernesto comparte con Hilda como en el mísero departamento 29 en la calle Ramón Guzmán #6, donde el joven cubano se ha establecido. En esas conversaciones se habla de la próxima llegada del mítico Fidel Castro, quien a pesar de sus iniciales intenciones de permanecer en Cuba para armar una red revolucionaria opositora a la dictadura, bajo la presión de la censura y las múltiples provocaciones a sus compañeros, ha decidido finalmente exiliarse para organizar un retorno armado.

Según uno de sus muchos biógrafos, el impacto de las conversaciones con Raúl hacen que Ernesto Guevara se dé una vuelta a la hemeroteca de la Universidad para releer la historia del asalto al Moncada. Será en la segunda semana de julio, en una noche que Ernesto recordaría como una de esas frías noches de México a pesar de ser verano, cuando se encuentra con el mayor de los hermanos Castro, el líder indiscutido del movimiento de resistencia a Batista que empieza a llamarse 26 de Julio. Fidel, quien ha llegado a México el día 8, se encuentra a Ernesto en la casa de María Antonia González, un poco el hada madrina del grupo de exiliados, una cubana casada con el luchador de lucha libre Avelino Palomo, alias Medrano, en cuyo hogar de Emparán 49 han ido cayendo uno por uno los cuadros del exilio cubano.

La conversación inicial entre Fidel y Guevara dura ocho o diez horas según la memoria de los testigos o de los interrogadores futuros de los testigos, y a los dos interlocutores les ha de quedar profundamente grabada en la memoria; de ocho de la noche hasta el amanecer hablaron de la situación internacional, repasaron sus versiones de América latina, hablaron de política y sobre todo de revoluciones, en particular, de la visión de Ernesto de lo sucedido en Guatemala y de la futura revolución contra la dictadura batistiana.

Guevara, un hombre que en esos momentos de su vida había aprendido a mantener la distancia, a soterrar sus emociones, ha quedado profundamente impresionado con su interlocutor, ha sido capturado por la magia de hipnotizador de serpientes de Fidel. Al día siguiente escribe en su diario: Un acontecimiento político es haber conocido a Fidel Castro, el revolucionario cubano, muchacho joven, inteligente, muy seguro de sí mismo y de extraordinaria audacia; creo que simpatizamos mutuamente.

Al llegar a su casa le contaría a Hilda: Tenía razón Nico en Guatemala cuando nos dijo que si algo bueno se ha producido en Cuba desde Martí, es Fidel Castro; él hará la revolución.

Un par de años después le diría al periodista argentino Ricardo Massetti: Fidel me impresionó como un hombre extraordinario. Las cosas más imposibles eran las que encaraba y resolvía. Tenía una fe excepcional en que una vez que saliese hacia Cuba, iba a llegar. Que una vez llegando iba a pelear. Y que peleando iba a ganar. Compartí su optimismo. Había que hacer, que luchar, que concretar. Que dejar de llorar y pelear.

A este primer encuentro se sucederán rápidamente otros y, al final de una reunión en la casa de Hilda, la anfitriona le pregunta a Fidel cuál es la razón de su estancia en México, y éste le responde con un monólogo que dura cuatro horas, al final, la propia Hilda está convencida de que debe sumar su suerte a la del grupo del 26 de Julio. Al dejarlos solos el dirigente cubano, Ernesto le confiesa a su esposa que el plan de Fidel es una locura, pero una locura factible, una locura realista...

De esa reunión queda la descripción que Hilda ofrece de Fidel: "Muy blanco y alto, grueso sin ser gordo, con el cabello muy negro, brillante y ondeado, usaba bigote; de movimientos rápidos, ágiles y seguros (...) podía pasar por el turista burgués bien parecido, pero en cuanto hablaba..."

A los pocos días Ernesto le pregunta a su mujer:

—¿Y qué piensas tú de esta locura de los cubanos de invadir una isla completamente artillada?

—No hay duda, es una locura, pero hay que estar con ella.

—Pienso lo mismo; quería saber qué decías; he decidido ser uno de los futuros expedicionarios; estamos en conversaciones, próximamente empezaremos nuestra preparación, iré como médico.

La nave de los utópicos adquiere nuevos remos.

Del verano del 55, fotos e imágenes que nunca fueron fotografiadas.

Fotos cándidas en las que los cubanos aparecen con enormes sombreros de charro en los que puede leerse un "Viva México."

Ernesto e Hilda sentados en el pastito del campus universitario con la silueta al fondo de la biblioteca central, sobre la yerba una servilleta extendida y sobre ella la merienda.

Fidel con lentes oscuros, como un gángster de película serie B, un rostro en el que se adivina poco...

Los emigrados cubanos, puertorriqueños, peruanos e incluso un argentino, Ernesto, depositando una ofrenda floral el 26 de julio en la estatua de los Niños Héroes.

Fidel, quien apenas si puede hablar por la gripe, escribe, escribe: "Aunque ya son las cuatro y cinco minutos de la mañana, todavía estoy escribiendo. ¡No tengo ni idea de cuántas páginas habré escrito en total! He de entregarlo al correo a las ocho de la mañana. No tengo despertador y si me duermo puedo perder el correo; por tanto, no me acostaré... tengo la gripe, con tos, y me duele todo el cuerpo. No me quedan cigarros cubanos, y realmente los echo de menos."

Raúl Castro, a quien le ha entrado en la sangre ser torero y le da capote a la más mínima oportunidad a sus amigos, que poco a poco lo van abandonando, le pide a María Antonia que actúe de toro. Lo suyo es una pasión sin perspectivas. Cuando no torea, acompaña a Ernesto por los callejones de la ciudad de México en la cacería de gatos para los experimentos del doctor Guevara.

Por esos días, se produce un robo en el departamento de la calle Rhin. Los ladrones no tienen demasiado que llevarse, pero sustraen los dos bienes más preciados de la joven pareja, la máquina de escribir de Hilda y la máquina fotográfica de Ernesto, Guevara indignado, le comenta a Hilda que se trata del FBI estadunidense, aunque más tarde abandonará la paranoia y reconoce en una carta que su máquina de fotos reposa en el barrio de Tepito, que es donde van los objetos robados. Deciden no denunciarlo a la policía. El robo deja ya sin trabajo de fotógrafo al doctor, quien después de la quiebra de la agencia estaba viviendo de los magros sueldos de la medicina social mexicana, y detiene el trabajo en común que estaban haciendo:

Ernesto dictaba e Hilda mecanografiaba el trabajo que lleva a cuestas estos últimos años "La función del médico en América Latina", un largo ensayo estructurado en 14 capítulos, donde no sólo habla de los problemas de salud pública, los problemas clínicos, la economía de la enfermedad y su geopolítica, sino que hace proyecciones para el "futuro socialista" de la medicina social en el continente y la necesidad del médico revolucionario de enfrentarse con las estructuras estatales serviles al latifundio y a los monopolios extranjeros buscando una medicina donde no prevalezca el lucro y el pillaje. El libro nunca sería terminado.

Mientras tanto, la boda pospuesta se topa con mil y un requerimientos burocráticos. Ernesto e Hilda comienzan a pensar si no deberían casarse en una embajada. "La peruana", dice ella, la argentina, dice él.

En los primeros días de agosto Hilda se da cuenta de que puede estar embarazada, cuando Ernesto regresa del hospital se lo dice. Al principio él dudaba: Estás jugando. Luego se pone muy contento. Esa tarde le regala una pulsera de plata mexicana con el dinero que ha cobrado de lo que le debían en la Agencia Latina.

Finalmente aparecerá una manera de resolver el matrimonio. Guevara consigue que un compañero del hospital lo relacione con las autoridades de Tepozotlán para casarlos "a la mexicana", sin necesidad de permisos.

El 18 de agosto, rodeados por un pequeño grupo de amigos, en el registro civil de Tepozotlán, un pequeño pueblo en el Estado de México famoso por sus pirámides, a unos 25 minutos del D.F., ante un oficial del registro civil accidental, pero simbólicamente llamado Ángel, Hilda Gadea Acosta y Ernesto Guevara Serna se casan.

Jesús Montané, uno de los dirigentes del movimiento antibatistiano en el exilio y la poeta Lucila serán los testigos de la novia, el primero como testificador suplente de Raúl Castro, quien asiste a la ceremonia, pero que por razones de clandestinaje no firma el acta. Los médicos Baltazar Rodríguez y Alberto Martínez Lozano, que es el nativo de Tepozotlán y el que ha logrado conseguir los permisos, son los testigos del novio. De regreso en la ciudad de México Ernesto prepara Un asado en la casa, al que asiste Fidel.

A la familia de Hilda la notifican con un telegrama, Ernesto lo hará en las siguientes semanas por carta a los suyos. Los padres de Hilda responden quejándose de que no les hayan informado, les mandan 500 dólares y les reclaman una boda por la Iglesia.

Ernesto les escribe en respuesta: Tienen ustedes razón en quejarse de que no hayamos informado de nuestro matrimonio en el momento en que lo efectuamos. Lo del hijo está absolutamente confirmado; las reacciones biológicas y toda una serie de datos clínicos permiten asegurarlo con toda certeza (...) Siento mucho decirles que nuestras mutuas convicciones políticas y religiosas nos impiden contraer matrimonio que no sea civil.

Es curiosa la forma en que Ernesto les transmite la información sobre su matrimonio a sus padres y a su tía Beatriz. A su madre en una carta que le escribe más de un mes después de la boda, el 24 de septiembre, en medio de otro montón de noticias y como quien no quiere la cosa le menciona: Te comunico la nueva oficialmente para que la repartas entre la gente: me casé con Hilda Gadea y tendremos un hijo dentro de poco tiempo. No cuenta quién ni de dónde sale Hilda, ni da mayores informaciones sobre su nueva esposa. El 8 de octubre le escribe a su tía Beatriz: Las noticias afectivas ya las debes saber por mamá; me casé y espero un Vladimiro Ernesto para dentro de un tiempo; obviamente yo lo espero, pero mi mujer lo tendrá. Incluso no menciona el tema del matrimonio en las cartas de ese mes a su amiga Tita Infante. ¿Qué hay detrás de estas demoras y subestimaciones del hecho? ¿Miedo al rechazo clasemediero de sus padres y parientes argentinos? ¿Una desvalorización del matrimonio? Para alguien que hacía de su correspondencia un registro minucioso de hechos y deseos, resulta extraña, si no es que muy sospechosa, la manera un tanto frívola de reseñar un hecho trascendental como su matrimonio.

Sin embargo, el tema de los viajes sigue acaparando sus pasiones, en una carta a sus nuevos suegros, Ernesto les comenta la posibilidad de viajar a Cuba como si se tratara de un proyecto turístico al que añade los viajes a China y Francia. En el lugar común de todos los argentinos urbanos y de clase media, insiste en que tarde o temprano él e Hilda irán París. No termina ahí la lista:

Nuestra vida errante no ha acabado todavía y antes de establecernos definitivamente en Perú, país al que admiro en muchos aspectos o en Argentina, queremos conocer algo de Europa y dos países apasionantes como son India y la China, particularmente me interesa a mí la nueva China por estar acorde a mis ideales políticos... Por esos días incluso le pide a Hilda que verifique la posibilidad de un viaje profesional al África.

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