Entrelazados (5 page)

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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: Entrelazados
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¿Acaso había sentido lo diferente que era él? Esperaba que no, porque de ser así, nunca podría convencerla de que saliera con él. Y él tenía que pasar más tiempo con ella. Tenía que hablar con ella y llegar a conocerla. Ella era la responsable de aquella nueva sensación de paz que acababa de descubrir.

También era extraño. Cuanto más tiempo estaba junto a ella, más tenía que contener el impulso de huir de ella, lo cual no tenía ningún sentido. De cerca, la chica era mucho más guapa de lo que él pensaba; tenía las mejillas brillantes, los ojos de color verde y marrón. Era lista, y capaz de mantenerse firme ante su amiga. Cualquier otro chico habría querido salir con ella, pero cuando habían comenzado a hablar, él había sentido afecto, como si debiera estar acariciándole el pelo y tomándole el cabello sobre sus novios. Como si ella necesitara más pruebas de que era raro. Y, segundo, estaba aquel estúpido deseo de salir corriendo. No se le ocurría ningún buen motivo para huir de ella. En cuanto la había visto en la cafetería, las voces habían vuelto a gritar, cosa que odiaba, y después habían enmudecido, cosa que le encantaba.

¿Cómo lo conseguía ella? ¿Sabía lo que podía hacer? No parecía que fuera consciente de ello, puesto que su expresión era de indiferencia. Aden todavía no había averiguado si aquélla era la chica de sus visiones. Se parecía a ella, pero cuando pensaba en besarla… Hizo un gesto de disgusto. No le parecía bien. Le parecía muy mal. Tal vez, después de conocerla, aquello cambiara.

Se levantó y se puso en camino hacia casa, con cuidado de ir por la acera contraria al cementerio, y después por los caminos principales. Dos veces tropezó con algo, y en las dos ocasiones le palpitaron todas y cada una de las heridas del cuerpo.

«Ay, esta noche te va a doler», le dijo Caleb.

Sí. Aparte del dolor de los hematomas y los cortes, dentro de pocas horas comenzaría a hacer efecto el veneno.

«Estás empezando a molestarme de verdad, Ad», dijo Elijah de repente. «No me gusta nada la ráfaga de aire que nos tira a ese agujero negro».

—Háblame de ello. De ese agujero negro, quiero decir.

«Es oscuro, silencioso. Está vacío. Y que conste que me gustaría saber cómo lo haces».

«Es una chica. La he visto de pasada», dijo Eve.

Julian comenzó a tartamudear.

«¿Una chica? ¿Es una chica la que nos echa? ¿Cómo?».

—¿Es la chica con la que he estado soñando, Elijah?

Vaya. Debería habérselo preguntado antes.

«No lo sé. No la he visto».

Oh.

«Bueno, pues yo sí, y estoy segura de que la conozco. Me resulta familiar», dijo Eve, e hizo una pausa. Claramente, estaba pensando las cosas. Después exhaló un suspiro de frustración. «No soy capaz de saber lo que me resulta familiar, exactamente».

Los otros no veían las imágenes que proyectaba Elijah en su cabeza. Sólo las veía Aden. Así pues, Eve no habría visto a la muchacha en sus visiones.

—Llevamos pocas semanas aquí, y no habíamos salido del rancho hasta hoy. No hemos conocido a nadie aparte de Dan y a la otra escoria.

«Escoria», el nombre que él les daba a los otros adolescentes descarriados del Rancho D. y M.

«Te juro que la conozco, no sé por qué. Y puede que ella haya vivido en cualquiera de las ciudades a las que nos han enviado».

—Tienes razón…

Al darse cuenta de que podían sorprenderlo hablando solo, Aden miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca. Él habría pensado las respuestas, en vez de decirlas en voz alta, pero había tal corriente de ruido en su cabeza, que las almas tenían problemas para distinguir sus palabras de lo demás.

Había empezado a ponerse el sol, y el rancho aparecía en el horizonte. Era un edificio rojo de madera, rodeado de molinos de viento, una torre de perforación petrolífera y una verja de hierro forjado. Había vacas y caballos pastando por todas partes. Los grillos chirriaban. Se oyó el ladrido de un perro. Aden no se había imaginado que iba a vivir en un sitio como aquél, porque era lo menos parecido a un vaquero que podía existir, pero se había dado cuenta de que le gustaban más los espacios abiertos que los edificios apiñados de las ciudades.

En la parte trasera del rancho había un establo, además de un barracón donde dormían los otros y él. Normalmente estaban fuera con el tutor, el señor Sicamore, o haciendo balas de heno, segando y recogiendo estiércol con una carretilla, para usarlo de abono. Aquellas tareas tenían el objetivo de «enseñar la importancia del trabajo y la responsabilidad». Sin embargo, en opinión de Aden, sólo les enseñaban a odiar el trabajo.

Afortunadamente, aquél era el día libre de todo el mundo. Cuando atravesó la cancela, no había nadie por allí.

—Tienes razón al decir que tal vez coincidiéramos en la misma ciudad al mismo tiempo, pero hay pocas posibilidades. De todos modos, te prometo que nunca la había visto de verdad hasta hoy —dijo Aden, retomando la conversación donde la habían dejado. Si Mary Ann y él se hubieran cruzado antes, él habría experimentado aquel dulce silencio, y nunca lo habría olvidado.

Caleb se echó a reír.

«Tú siempre llevas la cabeza agachada, y la mirada fija en el suelo, allá donde vayas. Podrías haberte cruzado con tu madre y no te habrías dado cuenta».

Cierto.

—Pero me han llevado de clínica mental en clínica mental, y allí no había chicas. Ésta es la primera vez que he salido libremente a la calle. ¿Dónde iba a haberla conocido?

Eve suspiró.

«No lo sé».

«De todos modos, creo que deberías mantenerte alejado de ella», dijo Elijah.

—¿Y por qué?

Elijah permaneció en silencio.

«Bueno, no sé los demás, pero a mí no me gusta nada lo impotente que me siento cuando estás cerca de ella», dijo Julian.

—¿Elijah? —insistió Aden.

«No sé. No me gusta», respondió el adivino.

Aden siguió caminando y se tropezó con uno de los perros de Dan, Sophia, una collie negra y blanca que ladraba para llamar su atención. Él le acarició la cabeza y ella continuó bailando a su alrededor. Mientras estaba allí, una idea se formó en la cabeza de Aden. Sin embargo, no la mencionó. Todavía no. Pero dijo:

—Bueno, pues a mí sí me gusta, y quiero, necesito, estar más tiempo con ella.

«Entonces vas a tener que encontrar la manera de liberarnos», dijo Elijah. «Si tengo que pasar más tiempo en ese agujero negro, me volveré loco».

—¿Y cómo?

Ya habían intentado hacerlo de mil modos diferentes. Por medio de exorcismos, de encantamientos, de oraciones. Nada de nada había funcionado. Y, con su propia muerte tan cercana, estaba comenzando a desesperarse. No sólo por la paz que le proporcionaría durante aquellos últimos años, o meses, o semanas de vida, sino porque no quería que sus únicos amigos murieran con él. Quería que tuvieran su propia vida. Las vidas que siempre habían deseado.

«Digamos que encontraremos el modo de salir», dijo Eve. «Entonces necesitaríamos cuerpos, cuerpos vivos, o seríamos insustanciales, como los fantasmas».

«Cierto, pero no podemos pedir los cuerpos por Internet», dijo Julian.

«Aden va a encontrar la manera», respondió Caleb con confianza.

«Imposible», quiso decir Aden, pero no lo hizo. No tenía ningún motivo para destruir su esperanza. Cuando llegó al edificio principal, murmuró:

—Terminaremos esta conversación más tarde.

Entonces, cerró los labios. Las luces estaban apagadas, no había ruido de pasos ni se oía el chocar de las cacerolas. No obstante, no había manera de saber quién podía estar acechando por allí.

Llamó a la puerta y esperó un rato. Volvió a llamar. Esperó más. No apareció nadie. Se le hundieron los hombros de la decepción. Quería hablar con Dan para poner aquella idea en funcionamiento.

Con un suspiro, se dirigió hacia el barracón. Sophia ladró, y finalmente se marchó. Dentro, la brisa fresca cesaba, y el aire estaba cargado de polvo. Iba a ducharse, a cambiarse, tal vez a comer algo, y volvería a la casa. Si Dan no había vuelto para entonces, tendría que esperar hasta la semana siguiente para hablar con él. El veneno comenzaría a hacer efecto en su cuerpo durante las horas siguientes.

Aquello sólo era la calma antes de la tormenta.

Oyó un murmullo de voces, e intentó llegar de puntillas a su habitación. Sin embargo, crujió una tabla del suelo, y un segundo más tarde, Aden oyó una voz familiar.

—Eh, chiflado. Ven aquí.

Aden se detuvo, preguntándose si no debería escabullirse. Ozzie y él nunca se habían llevado bien, tal vez porque todas las palabras que salían de la boca de aquel muchacho eran un insulto. Pero de todos modos, cualquier otra pelea, verbal o de otra clase, haría que lo echaran de allí. Ya se lo habían advertido.

—Tú, chiflado. No me obligues a ir a buscarte.

Oyó unas risotadas.

Así que los amigos de Ozzie también estaban allí.

«Márchate. No puedo soportar otro disgusto más hoy», le dijo Julian.

«Si te marchas, pensarán que eres un débil», dijo Elijah, y por lo tanto, aquello tenía muchas posibilidades de ser cierto. «Entonces, no te dejarán en paz ni un momento».

«No. Ve al bosque y te dejarán en paz ahora», le dijo Caleb. «Además, no puedes enfrentarte a ellos en tu estado».

«Vamos, termina con ello ahora mismo», le dijo Eve. «Si no, estarás toda la noche preocupado por si te atacan. Y vas a estar enfermo, así que no deberías tener otra preocupación más».

Con la mandíbula apretada, él entró en su habitación, dejó la mochila y fue hacia la habitación de Ozzie.

«Siempre le haces caso a Eve», gimoteó Julian.

«Porque es listo», dijo Eve.

«Porque es un adolescente, y tú eres una mujer», dijo Caleb. «Nunca te habías quejado por el hecho de que yo fuera una mujer».

Cuando Aden apareció en la puerta, Ozzie lo miró, sonriendo, de arriba abajo. Pronto, la sonrisa se convirtió en un gesto de desprecio.

—¿Qué has estado haciendo? ¿Besuqueándote con la aspiradora, ya que no encuentras a nadie lo suficientemente desesperado como para tocarte? O tal vez estabas con uno de tus amigos invisibles. ¿Era un tío o una tía esta vez?

Los demás se echaron a reír.

—Era una chica —dijo Aden—. Acababa de dejarte, así que sí estaba lo suficientemente desesperada. —Tocado —dijeron los demás, riéndose. Ozzie se quedó callado, y entornó los ojos. Ozzie llevaba allí poco más de un año, unos meses más que cualquiera de los otros. Por lo que sabía Aden, lo habían arrestado por asuntos de drogas y de hurtos en tiendas en más de una ocasión, y finalmente, sus padres se habían lavado las manos.

—Me voy —dijo Aden.

—No te muevas de ahí —le ordenó Ozzie, y le dio un porro a medio fumar. Tenía el pelo rubio en punta, como si se hubiera pasado las manos por él varias veces—. Dale una calada. Necesitas ayuda con tu locura.

Hubo más risas.

—No, gracias —dijo él.

No necesitaba que añadieran el consumo de drogas a su historial, ya de por sí demasiado largo.

—No te lo estoy pidiendo —dijo Ozzie—. Fuma. Ahora.

—No. Gracias —repitió Aden.

Observó el dormitorio. Era igual que el suyo. Paredes blancas, una litera con edredones marrones, una cómoda y un escritorio. Nada extra. Ni carteles enmarcados, ni fotografías. A Dan le gustaba decir que la falta de detalles era para ayudarles a olvidar el pasado y concentrarse en el futuro, pero Aden sospechaba que era porque los descarriados llegaban y se marchaban con mucha rapidez.

—Va-vamos, t-tío. Haz-lo-lo —dijo Shannon.

Era un chico negro, el más grande de todos, que estaba tumbado sobre los almohadones que habían tirado por el suelo. Tenía los ojos enrojecidos, y uno de ellos, hinchado. ¿De una pelea reciente? Seguramente. Por lo general, Shannon tartamudeaba y los demás se reían de él, y entonces, él se enfurecía. Aden no sabía por qué iban con él.

—Así-sí olvidarás q-q-que estás loc-co —añadió.

Seth, Terry y Brian asintieron. Los tres podían pasar por hermanos. Tenían el pelo y los ojos oscuros, y la cara de niño. Sin embargo, sus estilos eran muy diferentes. Seth tenía mechones teñidos de rojo y se había tatuado una serpiente en la muñeca. Terry llevaba el pelo largo y enmarañado, y vestía con ropa muy holgada. Brian iba siempre impecable.

Decir que no era duro. Sobre todo, cuando sabía que le ayudaría a mitigar el dolor que se avecinaba. Pero lo hizo.

Si se drogaba, olvidaría algo más que quién era. Olvidaría hablar con Dan, y tenía que hacerlo. Si Dan accedía al plan de Aden, Aden vería mucho a Mary Ann.

Con aquel incentivo, estaba dispuesto a decir que no a cualquier cosa.

—Lo que quieras, tío —dijo Ozzie, y le dio una calada al porro. El humo se extendió alrededor de su cara—. Ya sabía que eras patético.

«No reacciones».

—¿Dónde está Ryder? —preguntó Aden. El sexto miembro de su grupo.

—Dan encontró una bolsa en su habitación. Vacía, por supuesto, o lo habría echado. Y se lo llevó al pueblo para hacerle una prueba de drogas —dijo Seth—. Tardarán horas en volver. Por eso estamos haciendo la fiesta.

De repente, alguien llamó a la puerta, y se oyó el chirrido de las bisagras.

—Ya hemos vuelto —dijo Ryder nerviosamente. Debía de saber lo que estaban haciendo.

—Con que iban a tardar horas en volver, ¿eh? —preguntó Aden.

Ozzie soltó una maldición y se apresuró a esconder el porro, echándolo a un recipiente de metal. Lo tapó rápidamente para encerrar el humo.

Seth tomó un bote de ambientador y pulverizó por la habitación. Terry echó los almohadones en la cama. Brian se escabulló en busca de la salida. Y Shannon permaneció donde estaba, con la cabeza apoyada en las manos. Entonces, Ryder entró en la habitación, con el pelo rojo en punta y un gesto de mal humor.

Dan entró detrás de él. Se detuvo en la puerta, junto a Aden, con los pulgares enganchados en el cinturón. Llevaba una gorra de béisbol bien calada. Al olisquear el aire, puso cara de desaprobación.

—Estoy intentando salvaros la vida, chicos. ¿Lo sabéis?

Unos cuantos de los descarriados se miraron los pies con vergüenza. Ozzie sonrió con desdén. Nadie dijo nada.

—Terminad de limpiar, y después quiero que hagáis algo útil. De hecho, quiero que cada uno tome un libro de la caja que os di la semana pasada y leáis cinco capítulos. Me contaréis lo que habéis leído mañana, durante el desayuno.

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