Ensayo sobre la ceguera (31 page)

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Authors: José Saramago

BOOK: Ensayo sobre la ceguera
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Lo poco que había para comer se lo dieron al niño estrábico, los otros tendrían que esperar hasta la reposición de la despensa. Tenían en casa compotas, frutos secos, azúcar, algún resto de galletas, unas cuantas tostadas secas, pero a estas reservas, y a otras que se les fuesen uniendo, sólo recurrirían en caso de necesidad extrema, la comida cotidiana, la comida del día a día, tendría que ser ganada, si por mala suerte regresaba la expedición de manos vacías, entonces sí, dos galletas para cada uno, con una cucharilla de compota, La hay de fresas y de melocotón, cuál preferís, unas nueces también hay, un vaso de agua, un lujo, mientras dure. La mujer del primer ciego dijo que le gustaría ir también a la búsqueda de comida, tres no serían demasiados, incluso siendo ciegos dos de ellos podrían servir para cargar, y, además, si fuese posible, teniendo en cuenta que no estaban tan lejos, acercarse a su casa, ver si había sido ocupada, si sería gente conocida, por ejemplo, vecinos a quienes les hubiera aumentado la familia por llegarles del campo parientes con la idea de salvarse de la epidemia de ceguera que hizo estragos en la aldea, sabido es que en la ciudad hay siempre otros recursos. Salieron, pues, los tres, trajeados con lo que en casa tenían de ropa de vestir, que las otras, las recién lavadas, tendrán que esperar a que llegue el buen tiempo. El cielo continuaba cubierto, pero no amenazaba lluvia. Arrastrada por el agua, sobre todo en las calles en pendiente, la basura se había ido juntando en pequeños montones, dejando limpios amplios trozos de pavimento. Ojalá siga la lluvia, el sol, en esta situación, sería lo peor que podría ocurrirnos, dijo la mujer del médico, podredumbre y malos olores tenemos ya de sobra, Lo notamos más porque estamos limpios, dijo la mujer del primer ciego, y el marido se mostró de acuerdo, aunque sospechaba que se había resfriado con el baño de agua fría. Multitudes de ciegos en las calles aprovechaban que había escampado para buscar comida y satisfacer las necesidades excretorias, a las que todavía obligaban el poco comer y el poco beber. Los perros andaban olfateando por todas partes, escarbaban en la basura, alguno llevaba en la boca una rata ahogada, caso éste rarísimo y que sólo podrá tener explicación en la abundancia extraordinaria de las últimas lluvias, le sorprendió la inundación en mal sitio, de nada le sirvió ser tan buena nadadora. El perro de las lágrimas no se mezcló con sus antiguos compañeros de pandilla y cacería, su elección está hecha, pero no es animal para quedarse esperando que lo alimenten, ya viene masticando sabe Dios qué, esas montañas de basura encierran tesoros inimaginables, todo consiste en buscar, revolver y encontrar. Buscar y revolver en la memoria es ejercicio que también tendrán que hacer, cuando la ocasión se presente, el primer ciego y su mujer, ahora que ya han aprendido las cuatro esquinas, no las de la casa en que viven, que tiene muchas más, sino de la calle donde moran, las cuatro esquinas que serán sus cuatro puntos cardinales, a los ciegos no les interesa saber dónde está oriente u occidente, el norte o el sur, lo que ellos quieren es que sus manos tanteantes les digan si van por el buen camino, antiguamente, cuando aún eran pocos, solían llevar bastones blancos, el sonido de los continuos golpes en el suelo y en las paredes era como una especie de cifra que iba identificando y reconociendo la ruta, pero en los días de hoy, ciegos todos, un bastón de ésos, en medio del barullo general, sería poco menos que inútil, sin hablar ya de que, inmerso en su propia blancura, el ciego podría hasta dudar de si llevaba algo en la mano. Los perros tienen, como se sabe, aparte de lo que llamamos instinto, otros medios de orientación, cierto es que, por ser miopes, no se fían mucho de la vista, pero, como llevan la nariz muy por delante de los ojos, llegan siempre a donde quieren, en este caso, por lo que pueda ocurrir, el perro de las lágrimas alzó la pata en los cuatro vientos principales, la brisa se encargará de guiarlo a casa si algún día se pierde. Mientras iban andando, la mujer del médico miraba a un lado y a otro de las calles, buscando tiendas de comestibles donde pudiera reabastecer la menguada despensa. La razia sólo no era completa porque en algún que otro establecimiento todavía se podían encontrar judías o garbanzos en sacos, son leguminosas que tardan mucho en cocerse, y está el problema del agua y el combustible, por eso el crédito que tienen es escaso. No era la mujer del médico muy dada a la manía de los proverbios, en todo caso, algo de esta ciencia le debía de haber quedado en la memoria, la prueba fue que llenó de habichuelas y garbanzos dos de las bolsas que llevaban, Guarda lo que no sirve y encontrarás lo que necesites, le había dicho su abuela, a fin de cuentas, el agua en que las pusiera a remojo serviría también para cocerlas, y la que quedase de la cocedura habría dejado de ser agua para convertirse en caldo. No es sólo en la naturaleza donde algunas veces no todo se pierde y algo se aprovecha.

Por qué cargaban con las bolsas de judías y garbanzos, más lo que iban encontrando, cuando aún tenían tanto que andar antes de llegar a la calle donde vivían el primer ciego y su mujer, que aquí van, es pregunta que sólo podría salir de la boca de quien en la vida nunca ha sabido lo que es necesidad. A casa, aunque sea una piedra, había dicho aquella misma abuela de la mujer del médico, pero le faltó añadir, Aunque sea necesario dar la vuelta al mundo, ésa era la proeza que ellos estaban realizando ahora, iban a casa por el camino más largo. Dónde estamos, preguntó el primer ciego, se lo dijo la mujer del médico, para eso tenía ojos, y él, Aquí me quedé ciego, en la esquina donde está el semáforo, Estamos justo en esa esquina, No quiero ni acordarme de lo que pasé, encerrado en el coche sin ver, la gente gritando fuera, y yo desesperado, diciendo que estaba ciego, hasta que vino aquél y me llevó a casa, Pobre hombre, dijo la mujer del primer ciego, nunca más robará coches, Tanto nos cuesta la idea de que tenemos que morir, dijo la mujer del médico, que siempre buscamos disculpas para los muertos, es como si anticipadamente estuviésemos pidiendo que nos disculpen cuando nos llegue la vez, Todo esto me sigue pareciendo un sueño, dijo la mujer del primer ciego, es como si soñase que estoy ciega, Cuando estaba en casa esperándote, también lo pensé; dijo el marido. La plaza donde el caso había sucedido quedó atrás, subían ahora por unas calles estrechas, laberínticas, la mujer del médico apenas conoce estos parajes, pero el primer ciego no se pierde, va orientándola, anuncia los nombres de las calles y dice, Tenemos que doblar a la izquierda, y luego a la derecha, y al fin dijo, Ésta es nuestra calle, la casa está a la izquierda, más o menos hacia el medio, Qué número es, preguntó la mujer del médico, él no se acordaba, Vaya, hombre, ahora no me acuerdo, se me ha borrado de la memoria, dijo, era un pésimo agüero, si ni siquiera sabemos dónde vivimos, el sueño ocupando el lugar de la memoria, adónde iremos a parar por ese camino. Pero esta vez el caso no era grave, fue una suerte que a la mujer del primer ciego se le ocurriera venir en esta excursión, ya está diciendo el número de la casa, no tuvieron que recurrir al primer ciego, que estaba jactándose de que podría reconocer la puerta por la magia del tacto, como si tuviera una varita mágica, un toque, metal, otro -toque, madera, con tres o cuatro más llegaría al dibujo completo, no hay duda, ésta es la puerta. Entraron, la mujer del médico delante, Qué piso es, preguntó, El tercero, respondió el primer ciego, no andaba con la memoria tan flaca como parecía, unas cosas se olvidan, es la vida, otras se recuerdan, por ejemplo, se acuerda de cuando, ya ciego, entró por esta puerta, En qué piso vive, le preguntó el hombre que aún no le había robado el coche, Tercero, respondió, la diferencia es que ahora no suben en el ascensor, van pisando los escalones invisibles de una escalera que es al mismo tiempo oscura y luminosa, qué falta hace la electricidad a quien no es ciego, o la luz del sol, o un cabo de vela, ahora los ojos de la mujer del médico han tenido tiempo de adaptarse a la penumbra, a medio camino los que suben tropiezan con dos mujeres que bajan, ciegas de los pisos de arriba, quizá del tercero, nadie hizo preguntas, de hecho los vecinos ya no son lo que eran antes.

La puerta estaba cerrada. Qué vamos a hacer, preguntó la mujer del médico, Yo hablo, dijo el primer ciego. Llamaron una vez, dos, tres veces. No hay nadie, dijo uno de éstos en el preciso momento en que la puerta se abría, la tardanza no era de extrañar, un ciego que esté en el fondo de la casa, no puede venir corriendo a atender a quien llama, Quién es, qué desea, preguntó el hombre que apareció, tenía un aire serio, educado, parecía una persona tratable. Dijo el primer ciego, Yo vivía en esta casa, Ah, fue la respuesta del otro, después preguntó, Hay alguien más con usted, Mi mujer, y también una amiga nuestra, Cómo puedo saber que ésta era su casa, Es fácil, dijo la mujer del primer ciego, le digo todo lo que hay dentro. El otro se quedó callado unos segundos, luego dijo, Entren. La mujer del médico se quedó atrás, nadie la necesitaba aquí de guía. El ciego dijo, Estoy solo, los míos salieron a buscar comida, probablemente debería decir las mías, pero no creo que sea apropiado, hizo una pausa y añadió, Aunque creo que tengo la obligación de saberlo, Qué quiere decir, preguntó la mujer del médico, Las mías de que hablaba son mi mujer y mis dos hijas, Y por qué debería saber si es o no es propio usar el posesivo femenino, Soy escritor, se supone que debemos saber estas cosas. El primer ciego se sintió lisonjeado, fíjense, un escritor instalado en mi casa, entonces se le presentó una duda, si sería de buena educación preguntarle cómo se llama, quizá lo conozca de nombre, incluso podría ser que lo hubiera leído, estaba en este balanceo entre la curiosidad y la discreción cuando la mujer le hizo la pregunta directa, Cómo se llama, Los ciegos no necesitan nombre, yo soy esta voz que tengo, lo demás no es importante, Pero ha escrito libros, y esos libros llevan su nombre, dijo la mujer del médico, Ahora nadie los puede leer, por tanto es como si no existiesen. El primer ciego creyó que el rumbo de la conversación se estaba alejando demasiado de la cuestión que más le interesaba, Y cómo llegó aquí, a mi casa, preguntó, Como muchos otros que no viven ya donde vivían, encontré mi casa ocupada por gente que no quiso saber de razones, puede decirse que nos echaron por las escaleras abajo, Está lejos de aquí su casa, No, Hizo algún intento más de recuperarla, preguntó la mujer del médico, ahora es frecuente que las personas vayan de una casa a otra, Lo intenté dos veces, Y seguían allí, Sí, Y qué piensa hacer ahora que sabe que esta casa es nuestra, preguntó el primer ciego, va a echarnos como los otros hicieron con usted, No tengo ni edad ni fuerzas para hacerlo, y, aunque las tuviese, no sería capaz de recurrir a procesos tan expeditivos como ése, un escritor acaba por tener en la vida la paciencia que necesitó para escribir, O sea que nos dejará la casa, Sí, si no encontramos otra solución, No veo qué solución más se podrá encontrar. La mujer del médico había adivinado cuál iba a ser la respuesta del escritor, Usted y su mujer, como la amiga que los acompaña, viven en una casa, supongo, Sí, exactamente en su casa, Está lejos, No se puede decir que esté lejos, Entonces, si me lo permiten, tengo una propuesta que hacerles, Diga, Que continuemos como estamos, en este momento ambos tenemos una casa donde vivir, yo seguiré atento a lo que vaya pasando con la mía, si un día la encuentro libre, me cambiaré a ella inmediatamente, y usted hará lo mismo, vendrá aquí con regularidad, y cuando la encuentre vacía se traslada, No estoy seguro de que la idea me guste, No esperaba que le gustase, pero dudo que le sea más agradable la única alternativa que queda, Cuál es, Recuperar en este mismo instante la casa que les pertenece, Pero, siendo así, Exacto, siendo así nos iremos a vivir por ahí, No, eso ni pensarlo, intervino la mujer del primer ciego, dejemos las cosas como están, a su tiempo ya veremos, Se me acaba de ocurrir otra solución, dijo el escritor, Cuál es, preguntó el primer ciego, Que sigamos viviendo aquí como huéspedes suyos, la casa es suficiente para todos, No, dijo la mujer del primer ciego, seguiremos como hasta ahora, viviendo con nuestra amiga, no necesito preguntarte si estás de acuerdo, añadió dirigiéndose a la mujer del médico, Ni yo necesito responderte, Les quedo muy agradecido a todos, dijo el escritor, la verdad es que siempre he pensado que en cualquier momento vendría alguien a reclamarnos la casa, Contentarse con lo que uno va teniendo es lo más natural cuando se está ciego, dijo la mujer del médico, Cómo vivieron desde que empezó la epidemia, Salimos del internamiento hace tres días, Ah, son de los que estuvieron en cuarentena, Sí, Fue duro, Eso sería decir poco, Fue horrible, Usted es escritor, tiene, como dijo hace poco, obligación de conocer las palabras, sabe que los adjetivos no sirven para nada, si una persona mata a otra, por ejemplo, sería mejor enunciarlo así y confiar que el horror del acto, por sí solo, fuese tan impactante que nos liberase de decir que fue horrible, Quiere decir que tenemos palabras de más, Quiero decir que tenemos sentimientos de menos, O los tenemos, pero dejamos de usar las palabras que los expresan, Y, en consecuencia, los perdemos, Me gustaría que me hablasen de cómo vivieron en la cuarentena, Por qué, Soy escritor, Sería necesario haber estado allí, Un escritor es como otra persona cualquiera, no puede saberlo todo, ni puede vivirlo todo, tiene que preguntar e imaginar, Un día quizá le cuente cómo fue aquello, luego podrá escribir un libro, Estoy escribiéndolo, Cómo, si está ciego, Los ciegos también pueden escribir, Quiere decir que ha tenido tiempo de aprender el alfabeto braille, No conozco el alfabeto braille, Entonces, cómo puede escribir, preguntó el primer ciego, Voy a mostrárselo. Se levantó de la silla, salió, en un minuto regresó, llevaba en la mano una hoja de papel y un bolígrafo, Es la última página completa que he escrito, No la podemos ver, dijo la mujer del primer ciego, Tampoco yo, dijo el escritor, Entonces, cómo puede escribir, preguntó la mujer del médico, mirando la hoja de papel, donde, en la penumbra de la sala, se distinguían las líneas muy apretadas, sobrepuestas en algunos puntos, Por el tacto, respondió sonriendo el escritor, no es difícil, se coloca la hoja de papel sobre una superficie un poco blanda, por ejemplo sobre otras hojas de papel, después sólo es escribir, Pero, si no ve, dijo el primer ciego, El bolígrafo es un buen instrumento de trabajo para escritores ciegos, no sirve para darle a leer lo que haya escrito, pero sirve para saber dónde escribió, basta con ir siguiendo con el dedo la depresión de la última línea escrita, ir andando así hasta la arista de la hoja, calcular la distancia para la nueva línea y continuar, es muy fácil, Noto que las líneas a veces se sobreponen, dijo la mujer del médico, cogiéndole delicadamente de la mano la hoja de papel, Cómo lo sabe, Yo veo, Ve, recuperó la vista, cómo, cuándo, preguntó el escritor, nervioso, Supongo que soy la única persona que nunca la perdió, Y por qué, qué explicación tiene para eso, No tengo ninguna explicación, probablemente no la hay, Eso significa que ha visto todo lo que ha pasado, Vi lo que vi, no tuve más remedio, Cuántas personas había en aquel lugar de la cuarentena, Cerca de trescientas, Desde cuándo, Desde el principio, salimos sólo hace tres días, como le he dicho, Creo que yo fui el primero en quedarme ciego, dijo el primer ciego, Debió de ser horrible, Otra vez esa palabra, dijo la mujer del médico, Perdone, de repente me parece ridículo todo lo que he estado escribiendo desde que nos quedamos ciegos, mi familia y yo, De qué trata, De lo que hemos sufrido, sobre nuestra vida, Cada uno debe hablar de lo que sabe, y lo que no sepa, pregunta, Yo le pregunto a usted, Y yo le responderé, no sé cuándo, un día. La mujer del médico tocó con la hoja de papel la mano del escritor, No le importa mostrarme dónde trabaja, lo que está escribiendo, Al contrario, venga conmigo, Nosotros también podemos ir, preguntó la mujer del primer ciego, La casa es suya, dijo el escritor, yo aquí sólo estoy de paso. En el dormitorio había una mesita y sobre ella una lámpara apagada. La luz turbia que entraba por la ventana dejaba ver, a la izquierda, unas hojas en blanco, otras, a la derecha, escritas, en el centro una estaba a medio escribir. Había dos bolígrafos nuevos al lado de la lámpara. Aquí tienen, dijo el escritor. La mujer del médico preguntó, Puedo, sin esperar la respuesta cogió las hojas en blanco, serían unas veinte, pasó los ojos por aquella menuda caligrafía, por las líneas que subían y bajaban, por las palabras inscritas en la blancura del papel, grabadas en la ceguera, Estoy de paso, había dicho el escritor, y éstas eran las señales qué iba dejando, al pasar. La mujer del médico le posó la mano en el hombro, y él con sus dos manos la buscó, se la llevó lentamente a sus labios, No se pierda, no se deje perder, dijo, y eran palabras inesperadas, enigmáticas, no parecía que vinieran a cuento.

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