—Lo lamento, padre capitán, pero vamos a aterrizar ahora. Si quieren que el control de tráfico del puerto espacial envíe datos de aproximación, sería una ayuda. Si vuelvo a hablar con usted, será cuando todos estemos en tierra. Fuera.
—Maldición —masculla De Soya. Se comunica con control de tráfico de Mercantilus—. ¿Recibió eso, control?
—Enviando datos de aproximación —dice la voz del controlador.
—Hearn, Stone, Boulez —ruge De Soya—. ¿Lo recibieron?
—Positivo —dice la madre capitana Stone—. Tendremos que apartarnos dentro de... tres minutos diez segundos.
De Soya pasa a visión táctica el tiempo suficiente para ver que el cubo y la rueda se desarman cuando las naves-antorcha inician sus delta-V para alcanzar órbitas de frenado. No son naves diseñadas para la atmósfera. El
Saint-Malo
ha estado en órbita del planeta y ahora se interpone en el camino de la nave de la niña mientras frena antes de entrar en la atmósfera.
—Preparen mi nave de descenso —ordena De Soya.
Llama a la patrulla aérea por el canal de comunicaciones planetario.
—Aquí, señor —responde la comandante de vuelo Klaus. Ella y cuarenta y seis Escorpiones más aguardan en patrulla de combate aéreo sobre Da Vinci.
—¿Están rastreando?
—Con precisión, señor —responde Klaus.
—Le recuerdo que no se efectuarán disparos a menos que yo lo ordene.
—Sí, señor.
—El
Saint-Malo
enviará diecisiete cazas en pos del objetivo. Mi nave de descenso será la número dieciocho. Nuestras repetidoras estarán sintonizadas en cero-cinco-nueve.
—Enterada —dice Klaus—. Señales en cero-cinco-nueve. Nave objetivo y dieciocho amigos.
—De Soya fuera —dice el padre capitán, y desenchufa los umbilicales que lo conectan con los paneles del Centro de Control de Combate. El espacio táctico desaparece. La capitana Wu, el padre Brown, la comandante Barnes-Avne, el sargento Gregorius, Kee y Rettig lo siguen a la nave de descenso. La piloto de la nave, una teniente llamada Karyn Noris Cook, aguarda con todos los sistemas preparados. Tardan menos de un minuto en amarrarse y despegar desde el tubo de vuelo del
Saint-Malo
. Han ensayado esto muchas veces.
De Soya recibe datos tácticos por la red de la nave mientras entran en la atmósfera.
—La nave de la niña tiene alas —dice la piloto, usando el antiguo giro. Durante milenios, «pies secos» ha aludido a una aeronave que vuela sobre tierra, «pies mojados» a una aeronave que vuela sobre agua, y «tener alas» a la traslación del espacio al vuelo atmosférico.
Una imagen visual de la nave muestra que esto no es literalmente cierto. Aunque los datos sobre la vieja nave sugieren que tiene cierta capacidad de transformación, en este caso no le han crecido alas. Las cámaras de los piquetes de defensa muestran la nave que entra en la atmósfera de popa, haciendo equilibrio sobre una estela de llamas de fusión.
La capitana Wu se acerca a De Soya.
—El cardenal Lourdusamy dijo que esta niña es una amenaza para Pax —susurra, para que los demás no oigan.
El padre capitán De Soya asiente.
—¿Y si eso significara que ella puede ser una amenaza para millones de personas de Vector Renacimiento? —susurra Wu—. Ese motor de fusión es de por sí un arma temible. Una explosión termonuclear sobre la ciudad...
De Soya siente un escalofrío al oír esas palabras, pero ha pensado en ello.
—No —responde—. Si ella apunta la estela de fusión hacia algo, paralizamos la nave, destruimos los motores y la dejamos caer.
—Pero la niña...
—Sólo nos queda esperar que sobreviva a la colisión —dice De Soya—. No permitiremos la muerte de miles o millones de ciudadanos de Pax.
Se recuesta en el diván de aceleración y se comunica con el puerto espacial, sabiendo que el haz angosto debe atravesar la capa de ionización que rodea su chirriante nave. Mirando el vídeo externo, ve que están cruzando el terminador: estará oscuro en el puerto espacial.
—Control de puerto —responde el director de tráfico—. La nave objetivo está desacelerando en la trayectoria que le hemos indicado. Su delta-V es elevada... ilegal, pero aceptable. Todo el tráfico aéreo está despejado en un radio de mil kilómetros. Tiempo para el aterrizaje... cuatro minutos treinta y cinco segundos.
—Puerto espacial asegurado —interviene la comandante Barnes-Avne por la misma red.
De Soya sabe que hay miles de efectivos de Pax en la zona del puerto espacial. Una vez que la nave aterrice, no le permitirán despegar. Mira el vídeo en vivo: las luces de Da Vinci titilan en el horizonte. La nave de la niña tiene las luces de navegación encendidas, un parpadeo rojo y verde. Las potentes luces de aterrizaje se encienden e hienden las nubes.
—En trayectoria —dice la calma voz del controlador de tráfico—. Desaceleración nominal.
—Tenemos imagen visual —exclama la comandante Klaus.
—Mantengan distancia —transmite De Soya. Los Escorpiones pueden morder desde varios cientos de kilómetros. No quiere que estorben a la nave que desciende.
—Enterado.
—En trayectoria, descenso nominal, tres minutos para aterrizaje —le informa el controlador a la nave de la niña—. Nave no identificada, tiene permiso para aterrizar.
Silencio de Aenea.
De Soya pasa a espacio táctico. La nave de la niña es un ascua roja que revolotea a diez mil metros del puerto espacial. La nave de De Soya y los cazas están un kilómetro más arriba, acechando como insectos furibundos. «O buitres», piensa el padre capitán. El Llano Estacado tenía buitres, aunque nadie sabía por qué los colonos los habían importado. El llano —las estacas eran los generadores atmosféricos puestos en cuadrícula cada treinta kilómetros— era tan seco y ventoso que reducía un cadáver a momia en pocas horas.
De Soya sacude la cabeza para despejarse.
—Un minuto para aterrizaje —informa el controlador—. Nave no identificada, se está aproximando a descenso cero. Por favor modifique delta-V para continuar descenso dentro de la trayectoria designada. Nave no identificada, por favor confirme.
—Maldición —susurra la capitana Wu.
—Caballeros —dice la piloto Karyn Cook—, la nave ha detenido su descenso. Está suspendida a dos mil metros del puerto espacial.
—La vemos, teniente —dice De Soya. Las luces de navegación de la nave parpadean. Las luces de aterrizaje de las aletas de popa son tan brillantes que iluminan la pista del puerto.
Otras naves del puerto están a oscuras; han aparcado la mayoría en hangares o pistas secundarias. Las naves perseguidoras no muestran luces.
—Todas las naves y aeronaves —dice De Soya por haz angosto múltiple—, guarden distancia, y no abran fuego.
—Nave no identificada —dice el controlador—, se está desviando de su trayectoria. Por favor reanude descenso nominal de inmediato. Nave no identificada, está abandonando espacio aéreo controlado. Por favor reinicie descenso controlado de inmediato.
—Maldición —susurra Barnes-Avne. Sus tropas aguardan en círculos concéntricos alrededor del puerto espacial, pero la nave de la niña ya no está sobre el puerto espacial. Se dirige al centro de Da Vinci. La nave apaga las luces de aterrizaje.
—No ha encendido el motor de fusión —le dice De Soya a la capitana Wu—. Utiliza sólo sus repulsores.
Wu asiente, pero obviamente no está satisfecha. Una nave de fusión sobrevolando un centro urbano es como una hoja de guillotina sobre un cuello desnudo.
—Patrulla aérea —llama De Soya—, me estoy desplazando dentro de los quinientos metros. Por favor, sígame.
Hace una seña a la piloto, e inician un descenso circular. En sus divanes traseros, Gregorius y los otros dos guardias permanecen rígidamente sentados en uniforme de combate.
—¿Qué diablos se propone esa niña? —susurra la comandante Barnes-Avne. Por su banda táctica De Soya ve que la comandante ha autorizado a un centenar de efectivos a elevarse con paks de reacción para seguir la nave fugitiva. Para las cámaras externas los soldados son invisibles.
De Soya recuerda la pequeña nave o pak de vuelo que recogió a la niña en el Valle de las Tumbas de Tiempo. Llama a control de tierra y los piquetes orbitales.
—Sensores, ¿están atentos a salida de objetos pequeños de la nave objetivo?
La nave primaria responde.
—Sí, señor. No se preocupe, nada mayor que un microbio saldrá de esa nave sin que lo rastreemos.
—Muy bien —dice De Soya. «¿Qué he olvidado?» La nave de Aenea sobrevuela Da Vinci con rumbo nornoroeste a veinticinco kilómetros por hora, un lento vuelo de dirigible. Encima de la nave revolotean los cazas que han ingresado en la atmósfera con la nave de De Soya. En torno de la nave, como las paredes giratorias de un huracán, se encuentran los Escorpiones de la patrulla aérea. Debajo, aleteando sobre los edificios y puentes de la ciudad, siguiendo las maniobras con sus sensores infrarrojos y dispositivos de rastreo, vuelan los efectivos terrestres del puerto espacial.
La nave de la niña sobrevuela los rascacielos y zonas industriales de Da Vinci flotando sobre silenciosos repulsores EM. La ciudad brilla con luces de autopistas, edificios, las verdes franjas de los campos deportivos, y los rutilantes rectángulos de los parques. Decenas de miles de vehículos terrestres se arrastran por autopistas elevadas, y sus faros se suman al espectáculo de luces de la ciudad.
—Está rotando, caballeros —informa la piloto—. Siempre sobre repulsores.
En vídeo y en espacio táctico, De Soya ve que la nave de Aenea pasa lentamente de la vertical a la horizontal. No aparecen alas. Esta posición será extraña para los pasajeros, pero no supone ninguna diferencia práctica. Los campos internos aún deben de estar controlando el «arriba» y el «abajo». La nave, más parecida que nunca a un dirigible plateado flotando sobre brisas suaves, sobrevuela el río y las playas ferroviarias del noroeste de Da Vinci. Control de tráfico exige una respuesta, pero los canales de comunicaciones guardan silencio.
«¿Qué he olvidado?», se pregunta el padre capitán De Soya.
Cuando Aenea pidió a la nave que pasara a posición horizontal, perdí la compostura por un instante.
La sensación de pérdida de equilibrio era abrumadora. Los tres estábamos de pie en el linde de la sala circular, mirando por el casco transparente como si mirásemos por un precipicio. Ahora nos inclinábamos hacia esas luces que estaban mil metros más abajo. A. Bettik y yo retrocedimos involuntariamente hacia el centro de la habitación, y yo extendí los brazos para no caerme, pero Aenea permaneció donde estaba, viendo cómo el suelo ascendía convirtiéndose en una pared de edificios y luces.
Quise sentarme en el diván, pero logré permanecer de pie y dominar mi vértigo mirando esa pared gigantesca que era el suelo. Las calles y la cuadrícula de manzanas seguían de largo mientras continuábamos nuestro vuelo. Giré por completo, viendo algunas estrellas brillantes a través del resplandor de la ciudad que estaba a mis espaldas. Las nubes reflejaban las luces anaranjadas de la ciudad.
—¿Qué buscamos ahora? —pregunté. Por momentos la nave informaba sobre la presencia de aeronaves acechantes y los sensores que nos rastreaban. Habíamos ordenado a la nave que silenciara las insistentes exigencias de control de tráfico.
Aenea quería ver el río. Ahora lo sobrevolábamos, una cinta oscura que serpeaba entre las luces, flotando con rumbo noroeste. En ocasiones una barca o buque de placer pasaba debajo, aunque desde esta perspectiva las luces parecían subir y bajar por la «pared» de la ciudad. En vez de responderme directamente, Aenea dijo:
—Nave, ¿estás segura de que esto era parte del Tetis?
—Según mis mapas —dijo la nave—. Desde luego, mi memoria no...
—¡Allá! —exclamó A. Bettik, señalando el oscuro río.
Yo no veía nada, pero evidentemente Aenea sí.
—Llévanos más abajo —ordenó a la nave—. Deprisa.
—Los márgenes de seguridad ya han sido violados —dijo la nave—. Si descendemos por debajo de esta altitud, podemos...
—¡Hazlo! —gritó la niña—. Anulación. Código seis, preludio en do sostenido.
La nave se lanzó hacia abajo y adelante.
—Dirígete a ese arco —dijo Aenea, señalando la ciudad y el oscuro río.
—¿Arco? —pregunté. Entonces lo vi. Una curva negra, un arco de tinieblas contra las luces de la ciudad.
A. Bettik miró a la niña.
—Me temía que hubiera desaparecido... que estuviera destruido.
Aenea mostró los dientes.
—No pueden destruirlo. Necesitarían explosivos atómicos... y tal vez ni siquiera funcionaran. El TecnoNúcleo dirigió la construcción de esas cosas. Están hechas para durar.
Ahora la nave avanzaba sobre sus repulsores. Vi claramente el portal teleyector, un arco gigante sobre el río. Un parque industrial había crecido en torno del antiguo artefacto, y las playas ferroviarias y los campos de almacenaje estaban vacíos excepto por el hormigón rajado, las malezas, el alambre oxidado y las máquinas abandonadas. El portal estaba a un kilómetro de distancia. A través de él se veían las luces de la ciudad. No, ahora parecía titilar, como si una cortina de agua cayera desde el arco de metal.
—¡Vamos a lograrlo! —exclamé.
En cuanto dije esas palabras, una violenta explosión sacudió la nave y caímos hacia el río.
—¡El antiguo portal teleyector! —exclama De Soya. Había visto el arco un minuto antes pero había creído que era otro puente. Ahora comprende—. Se dirigen al portal teleyector. ¡Esto formaba parte del río Tetis!
Activa el espacio táctico. En efecto, la nave de la niña se dirige al arco.
—Calma —dice la comandante Barnes-Avne—. Los portales están muertos. No funcionan desde la Caída. No puede...
—¡Acérquenos más! —le grita De Soya a la piloto. La nave de descenso acelera, aplastándolos contra los divanes. Este tipo de naves no tiene campo de contención interna—. ¡Llévenos cerca! ¡Alcáncelos! —le grita De Soya a la teniente. Por los canales de banda ancha ordena—: Todas las aeronaves, aproxímense al blanco.
—Llegarán antes que nosotros —dice la piloto Cook mientras tres gravedades la aplastan contra el asiento.
—¡Líder de patrulla aérea! —llama De Soya, la voz tensa bajo la carga gravitatoria—. Dispare contra el blanco. Dispare para incapacitar motores y repulsores. ¡Ya!
Haces energéticos hienden la noche. La nave de la niña parece tropezar en el aire, como una bestia herida en las tripas, y cae al río a pocos cientos de metros del portal teleyector. Una explosión de hongos de vapor se eleva en la noche.