En Silencio (22 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: En Silencio
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Jana miró al anciano, quien era sin duda un gigante, y pensó en las cerezas. De dos en dos sostenidas por el extremo superior del tallo. Su abuelo sonreía. ¿Debía despertar ya? ¿O salir a su infancia y buscar la verdad, la verdad de los niños? Pero por lo visto había vacilado demasiado, porque de repente la ventana se convirtió en una vieja foto en blanco y negro, y Jana se vio a sí misma sentada al borde de la cama, observando decepcionada cómo el azul del cielo se convertía en un gris plomizo y su visión se desvanecía. Las figuras con las pipas se borraban. Más tarde, una nueva tonalidad se mezcló en la imagen, un rojo radiante, y la foto comenzó a enrollarse por los bordes, tiñéndose de negro y calcinándose.

—¡Abuelo! —gritó Jana.

El ruido de unos pasos que corrían penetró en su oído. Gritos y disparos. Jana comenzó a sollozar, se arrojó sobre la cama y se ocultó entre las almohadas.

—¿Jana?

Ella se sobresaltó y salió del recuerdo, se volvió hacia Mirko y sonrió.

—Lo siento, he estado unos segundos sumida en mis pensamientos. ¿Qué me había dicho?

—Le había preguntado si había estado alguna vez en el monasterio Visoki Decani. Es uno de los más suntuosos de Kosovo. —Mirko elevó la vista hacia las torres de la catedral de Colonia. Estaban frente al portal principal, sobre la explanada, y fingían ser turistas. Jana había entrado en el país con el nombre de Karina Potschova y llevaba una peluca de largos cabellos rubios; Mirko, en cambio, tenía el mismo aspecto de siempre. Pantalones vaqueros, chaqueta de cuero, pelo canoso y cortado al cepillo.

Habían deambulado por Colonia durante toda la mañana. A alguien que los hubiera seguido, le hubiese parecido que seguían el habitual programa de visitas. El ayuntamiento histórico la ciudad vieja, el Gürzenich, los mercados, la catedral, el paseo del Rin, interrumpido por excursiones a través de las calles comerciales en busca de algunos recuerdos. En realidad, ni Mirko ni Jana tenían ojos esa mañana para las bellezas de la ciudad. Estaban recorriendo los escenarios del plan B de Jana.

—Esta iglesia es notable —dijo Mirko—. Me pregunto si tendrá el mismo significado para los alemanes que los monasterios kosovares para la nación serbia.

Jana se encogió de hombros. Conocía el monasterio Decani. Mirko tenía razón al describirlo como suntuoso. La iglesia del monasterio era de la primera mitad del siglo XIV y unía elementos bizantinos, románicos y góticos. El santuario, los dormitorios, las dependencias de servicio y hasta las imponentes murallas del monasterio armonizaban muy bien con el paisaje montañoso, con cuya grandeza natural no intentaban competir.

Apenas existía otro lugar que, como el monasterio Decani, pusiera tan claramente de manifiesto por qué la región de Kosovo era considerada por los serbios la cuna de su nación y de su iglesia. En realidad, las iglesias y los monasterios de Kosovo tenían una significación histórica casi imponderable. Había una serie de edificaciones muy bien conservadas provenientes de la Edad Media, a las cuales se les añadían las ruinas y los restos de una docena de otros monasterios y de más de cien iglesias. Varios años atrás, cuando Jana había visitado el monasterio, reinaba un silencio absoluto alrededor de Decani, y ella recordaba las imponentes elevaciones de los circundantes Alpes albanos. Sus estribaciones en el este trazaban allí una frontera natural: con Kosovo de un lado y Albania y Montenegro del otro. Durante aquella visita, realizada a finales de mayo, todavía había nieve sobre las cimas, de dos mil quinientos metros de altitud, mientras que en la meseta la primavera ya había iniciado su avance, los prados estaban cubiertos de verde y los árboles frutales echaban las primeras flores. Algo majestuoso emanaba de aquel monasterio. Ella había entrado y escuchado la salmodia de cantos de los monjes, un canto que seiscientos años atrás no había sonado seguramente muy distinto al de ahora; y aunque ella no creía en ningún dios, había creído sentir el influjo de un poder superior que excluía la cruda realidad que había fuera de los muros del monasterio.

También iban a quitarle a su pueblo eso.

Jana siguió la mirada de Mirko hacia las puntas de las torres.

—¿Cómo se le ocurre pensar ahora en los monasterios?

—preguntó.

—Ha sido así, sin más. En los últimos tiempos he tenido oportunidad muy a menudo de visitar algunos.

—Me alegra saber que le impresiona la historia.

—No me impresiona —dijo Mirko—. Pero estuve en Decani cuando era niño. Viajábamos a menudo a Kosovo. Decani es un hermoso sitio para jugar.

Jana sentía pocas ganas de derivar la conversación hacia un terreno personal, por muy simpático que le cayera Mirko. Le gustaban sus maneras sobrias, y tenía buen aspecto. Ella hubiese podido contarle cosas de su propia infancia, de las visitas a la Krajina, de sus padres.

Pero eso no le importaba a nadie. Era la historia de una niña llamada Sonja que en seis meses dejaría de existir. No había motivo alguno para entrar en intimidades.

—¿Qué le parece el plan B? —le preguntó Jana a Mirko, con lo cual cambió inequívocamente de tema.

—Es difícil hacer algo así en la ciudad —respondió el hombre—. Me gusta más la otra variante. En el aeropuerto podríamos tener algo así como un plan B en caso de que el primero no funcione.

—Entonces opinamos lo mismo.

—El lugar, además, ha sido escogido de forma excelente. La empresa de transportes me parece ideal.

—Tengo una opción de compra hasta la próxima semana. Luego tendremos que decidirnos.

—Deberíamos comprarla.

—Estamos de acuerdo.

—Pondré en marcha todo lo necesario. De todos modos, por supuesto, no podemos descartar del todo el centro de la ciudad como posible escenario. Pienso que pronto podremos conocer el programa exacto. La catedral estará sin falta en él, el Ayuntamiento y la ciudad vieja. Probablemente también ese… ¿Cómo se llama?

—Gürzenich —dijo Jana, completando la frase—. ¿Cuan rápido podrá obtener esas informaciones?

—Relativamente rápido. Uno o dos meses.

—Hum.

Jana miró a su alrededor. Aparte de ellos dos, una auténtica muchedumbre poblaba la explanada de la catedral El mercado navideño había desaparecido, pero la afluencia de visitantes permanecía imparable.

—No, eso no nos reporta nada. Olvidemos el centro de la ciudad. El aeropuerto es más que suficiente.

—Como usted diga. Y ahora hablemos de los detalles.

—En el hotel —respondió Jana.

Comieron algo en la cervecería en la que Jana había estado bajo la máscara de la gris señora Baldi. Finalmente, fueron andando hasta el hotel Kristall. Jana se había alojado de nuevo en ese hotel. Le gustaba la atmósfera y había decidido quedarse otro día en Colonia, por un lado, para familiarizarse más con el terreno, y por el otro, porque le gustaba la ciudad y quería probar un restaurante situado fuera de la misma, en un palacio, bastante célebre por su excelente cocina. Mientras Mirko, cuyo avión había aterrizado temprano en Colonia, tenía la intención de continuar viaje esa misma noche, a Jana la esperaban los platos más exquisitos, y quizá también hasta un añejo vino de Burdeos.

Ahora Mirko se mostraba mucho más abierto con ella. Jana sabía que volaría a Belgrado dando algunos rodeos. Desconocía absolutamente lo que aquel hombre hacía en esa ciudad y con quién se reunía. Hubiese podido preguntarle, pero dudaba de que él le diera informaciones más precisas. Jana no cometió el error de apremiarlo. Tal vez en su momento le contaría algo más.

Jana entró sola al hotel y fue a su habitación. Pasaron diez minutos y alguien llamó a la puerta. Ella abrió y dejó pasar a Mirko.

—No había nadie en la recepción —dijo—. Es práctico.

—Póngase cómodo —Jana señaló a los dos sillones situados junto a la ventana, abrió un portafolio y sacó una delgada carpeta. Tomaron asiento. Mirko abrió la carpeta y le echó un vistazo.

—Gruschkov ha elaborado los detalles hasta en los mínimos aspectos. Tiene usted delante la lista definitiva de todo lo que necesitamos —comentó Jana—. Debo añadir que en ciertos puntos optimizaremos algunas cosas, pero usted no tiene que preocuparse por ello. Lo principal es que consigamos reunir el equipo. El YAG es una cosa, es el corazón de todo, por supuesto. Lo otro son los espejos. Mire usted, son cuatro. El concepto de espejo es un tanto equívoco, pues son transparentes por los dos lados y cubiertos con varias capas dieléctricas. El reflejo de la luz del sol será muy bajo cuando los espejos hayan salido. Para todo aquel que no tropiece directamente de narices con ellos, son invisibles.

—¿Qué significa «dieléctrico»?

—Quiere decir que los espejos son transparentes para la luz normal. Sólo reflejan una longitud de onda de 1 micrómetro. En realidad, es lo estándar.

—Entiendo. ¿Y qué es eso? ¿Óptica adaptativa?

—Es una fabricación especial. Gruschkov dice que el espejo adaptativo puede conseguirse en el mismo lugar donde consiga el YAG. Posiblemente no se consiga en las medidas deseadas, pero una vez en nuestras manos, no será ningún problema fabricar el adecuado.

—¿Y para qué necesitamos eso?

—Debido a la distancia. Necesitamos un espejo adaptativo para esa distancia. Los diámetros de los espejos oscilan entre los diez y los treinta centímetros: todo está descrito con exactitud. —Jana hizo una pausa—. El espejo pequeño es el decisivo, Mirko. Lo transformaremos en un objetivo teledirigido. Eso lo hará Gruschkov. Él también escribirá el programa. Lo que nosotros también conseguiremos son los agregados. Probablemente acoplaremos dos de ellos, y para cada uno deben bastar entre unos diez y unos veinte kilovoltio—amperios. Necesitamos, además, una base desplazable y unos rieles. Eso lo conseguiremos en Alemania. Conozco a alguien que puede soldarnos un artefacto así. Todo lo que esté a nuestro alcance, lo haremos nosotros mismos. No obstante, son un montón de cosas las que usted tiene que traernos para arrancar. ¿Lo conseguirá? Mirko cerró la carpeta y asintió.

—En cuanto al YAG, ya todo está aclarado. El Caballo de Troya posee los contactos necesarios. —¿De dónde lo traerán?

—De Rusia. Probablemente de Bielorrusia, o es muy posible también que de Ucrania. En ambos países existen los correspondientes institutos de investigación. Tenemos, además, un contacto con una personalidad de alto rango en el Círculo a través del cual llevaré a cabo la compra de la empresa de transportes. Pienso que con el espejo debe de haber tan pocos problemas como con el YAG. Allí la gente se muestra muy cooperativa cuando hay dinero de por medio.

—Rusia —reflexionó Jana—. El Círculo. Casi me lo imaginé. Mirko sonrió y guardó silencio.

El llamado Círculo disponía de los mejores contactos en los países de Europa occidental, sobre todo en Suiza, Austria y, en especial, en Alemania. No se podía decir con certeza qué era realmente el Círculo ni quién pertenecía a él, mucho menos en qué medida se le podía atribuir su existencia a la mafia rusa. Era una parte de la red con la que los jefazos rojos, como se les llamaba a los arribistas de la nueva Rusia, se habían extendido por Europa, y habían llevado sus hilos hasta los mismísimos Estados Unidos. No obstante, existían países con los cuales el mundo ruso prefería hacer negocios. Centenares de empresas fantasmas surgían cada mes en Inglaterra, Austria o Suiza con el propósito de lavar dinero ruso. En Alemania, esa eclosión del poder de los nuevos magnates rusos había tenido lugar a principios de los años noventa. En el momento en que el gobierno federal alemán comenzó a entregar dinero al Ejército Rojo para que retirara sus tropas, los jefazos rusos comenzaron a llenar sus arcas. La Dirección de Investigación Criminal de Berlín sabía con qué dinero había financiado la mafia rusa su fulminante despegue en Alemania. Habían sido seis mil millones de marcos los transferidos por Bonn hasta el año 1994. Todas las ahora tristemente célebres actividades rusas en Alemania, estaban relacionadas con ese dinero.

La batalla estaba perdida antes de que hubiera comenzado propiamente. Las conexiones entre los intereses alemanes y rusos tenían lugar en esa célebre zona de penumbra que deparaba tantos dolores de cabeza a los criminólogos: ¿estaba esto relacionado con la mafia o no? Los miles de millones de dinero lavado pertenecientes al crimen organizado borraban los límites entre la legalidad y la ilegalidad, abrían puertas de despachos donde se tomaban decisiones políticas y económicas y creaban con ello una nueva realidad económica. El dinero ilegal daba a luz estructuras legales. Alemania, por ejemplo, había sido socavada por el dinero de las mafias rusa e italiana; las conexiones se habían vuelto inextricables. Nadie quería imaginar lo que sucedería si se despojara a la economía alemana de ese dinero de un día para otro. Es cierto que no se derrumbaría del todo, pero sí algunos sectores.

Lo que, por un lado, amenazaba con tener consecuencias catastróficas para la economía rusa y la europea, satisfacía con creces los intereses de Jana y Mirko. El capital ruso permitía hacer transacciones al más alto nivel. Había un gran miedo entre las autoridades al comercio ilegal con material nuclear, ya que existían tramas que podían pasar cabezas nucleares inadvertidamente por las fronteras. El YAG, que en todo caso tenía el tamaño de un pequeño camión, podría ir sin problemas de Rusia a Alemania falsificando la documentación; bastaba con que alguien en Moscú pulsara ciertas teclas. Ni siquiera se trataba de un arma. Enviarlo oficialmente a un instituto alemán que jamás lo había solicitado, para luego, a medio camino, hacerlo desaparecer, era uno de los ejercicios más fáciles en la turbia colaboración ruso—alemana. En cualquier caso, no había en Rusia nada que no se pudiera comprar. Si Mirko hubiese hablado de pedir una máquina del tiempo o una nave interestelar en alguna recóndita región de Ucrania o de Bielorrusia, no se podía excluir la posibilidad de conseguirla.

Gracias a ello, podían estar seguros de que conseguirían el YAG y los espejos. Y la empresa de transportes. Si Mirko conocía a una personalidad del Círculo que había prometido entregarle el aparato y comprar la empresa de transportes en calidad de testaferro, el asunto estaba arreglado.

El único problema podía consistir en el hecho de que pudieran seguir el rastro al YAG. Debido a los métodos cada vez más refinados de la mafia rusa, se perfeccionaban también las habilidades de los criminólogos alemanes y de todo el mundo. Posiblemente, tras el golpe, los alemanes averiguarían de dónde había salido el YAG, y la participación rusa en el asunto saldría a la luz. Si Occidente llegaba a esa conclusión, podía esperarse el comienzo de una nueva Guerra Fría. Si, además, se averiguaba que la responsabilidad real había partido de Belgrado, se tomarían medidas de revancha, cuando no una guerra declarada. Podían llegar a la conclusión que quisieran. Jana ya se habría marchado. A un lugar hasta donde no pudieran perseguirla los problemas de Europa.

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