En el Laberinto

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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

BOOK: En el Laberinto
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Xar, Señor del Nexo, ha viajado al terrible mundo de Abarrach para aprender el arte secreto de la nigromancia, con la esperanza de formar un ejército de muertos y conquistar con él los cuatro mundos elementales. Sin embargo, descubre un modo más sencillo de conseguir su propósito. La Séptima Puerta, la cámara mágica que utilizaron los sartán para dividir el universo primordial, existe todavía y quien penetre en ella puede crear mundos... o destruirlos. Sólo existe una persona, Haplo, que conozca la ubicación de ese lugar. Xar envía a un asesino patryn con el encargo de matar a Haplo y volver con el cadáver, pues se propone utilizar la nigromancia para retornarlo a la vida convertido en un esclavo sin voluntad. Otro asesino anda también tras los pasos de Haplo. Hugh "la Mano" ha sido contratado por los kenkari para matar al patryn y la Hermanadad le ha provisto de una antigua arma sartán, la Hoja Maldita, para que lo ayude en su misión. Herido y debilitado, Haplo está a punto de caer víctima de sus perseguidores. Pero, cuando la Hoja Maldita se vuelve loca, todos ellos, incluido un Alfred aterrorizado que los acompaña muy a su pesar, se encuentran luchando por sobrevivir en el lugar más espantoso que existe: la mortífera prisión llamada el Laberinto.

Margaret Weis & Tracy Hickman

En el Laberinto

El Ciclo de la Puerta de la Muerte

Volumen 6

ePUB v1.0

geromar
14.07.11

Título original: Into the Labyrinth (Volumen 6 The Death Gate Cycle)

Traducción: Hernán Sabaté

© 1993 by Margaret Weis and Tracy Hickman

Published by arrangement with Bantam Books, a división of

Bantam Doubleday Dell Publishing Group, Inc., New York.

© Grupo Editorial Ceac, S.A. 1994, 1996

Para la presente versión y edición en lengua castellana.

Timun Mas es marca registrada por Grupo Editorial Ceac, S.A.

ISBN: 84–480–3065–6 (Obra completa)

ISBN: 84–480–3070–0 (volumen 6)

Depósito legal: B. 28.612-1997

Printed in Spain

Para Russ Lovaasen,

cuya alegría, amor y coraje

son los faros llameantes

que brillan en la oscuridad,

guiándonos al hogar.

Todo nuestro conocimiento está

para que nosotros lo conozcamos.

Alexander Pope,
Ensayo sobre el Hombre

CAPÍTULO 1

ABARRACH

Abarrach, mundo de piedra, mundo de oscuridad iluminada por el fuego del mar de magma fundido, mundo de estalagmitas y estalactitas, mundo de dragones de fuego, mundo de aire ponzoñoso de vapores sulfurosos, mundo de magia...

Abarrach, mundo de los muertos.

Xar, Señor del Nexo y, ahora, Señor de Abarrach, se recostó en el asiento y se restregó los ojos. Las estructuras rúnicas que estaba estudiando empezaban a hacerse borrosas. Había estado a punto de cometer un error (algo inexcusable), pero se había dado cuenta a tiempo y lo había enmendado. Cerró los ojos, doloridos, y repasó mentalmente la estructura una vez más.

Empezar por la runa del corazón. Conectar el pie del signo mágico a la base de una runa contigua. Inscribir los signos en el pecho, ascendiendo hasta la cabeza. Sí, allí era donde se había equivocado las primeras veces. La cabeza era importante, vital. Después, trazar las rimas sobre el tronco y, finalmente, sobre brazos y piernas.

Un trabajo perfecto. Xar no apreció el menor fallo. En su imaginación, ya veía levantarse y revivir el cuerpo muerto en el que había estado afanándose. Una forma de vida corrupta, era cierto, pero muy provechosa. El cadáver resultaba mucho más útil así que si se hubiera descompuesto bajo tierra.

Xar mostró una sonrisa de triunfo, pero la mueca tuvo en su rostro una vida aún más corta que la de su imaginario difunto. Sus pensamientos siguieron, más o menos, esta secuencia:

Soy capaz de resucitar a los muertos.

Al menos, estoy bastante seguro de poder resucitar a los muertos.

Pero no puedo estar seguro.

Allí estaba el freno a su entusiasmo. No disponía de muertos a quienes resucitar. O mejor dicho, disponía de demasiados. Pero no lo bastante muertos.

Presa de la frustración, Xar descargó las manos sobre la enrevesada estructura de signos mágicos.

Las tabas rúnicas
{1}
se estremecieron, resbalaron de la mesa y se precipitaron al suelo.

El Señor del Nexo no prestó atención a las fichas. Siempre podía recomponer la estructura. Una y otra vez. Ahora, la conocía tan bien como la magia para invocar el agua. Aunque, para lo que le había de servir...

Xar necesitaba un cadáver, un cuerpo que llevara muerto no más de tres días y que no hubiese caído en poder de aquellos malditos lázaros
{2}
Irritado barrió la mesa con el brazo, arrojando al suelo las pocas tabas rúnicas que aún quedaban sobre ella.

Abandonó la estancia que utilizaba como estudio y se dirigió a sus aposentos privados. De camino, pasó por la biblioteca y allí encontró a Kleitus, el dinasta, antiguo gobernante (hasta su muerte) de Necrópolis, la ciudad más extensa de Abarrach. A su muerte, Kleitus se había convertido en un lázaro, uno de aquellos muertos vivientes. Desde entonces, la horrenda forma del dinasta —que no estaba vivo ni muerto— vagaba por los corredores y salones del palacio que una vez había sido suyo. El lázaro creía que seguía siéndolo y Xar, pese a saber que no era así, no veía ninguna razón para sacar a Kleitus de su error.

El Señor del Nexo se preparó para hablar con el Señor de los Muertos Vivientes. Xar había combatido a muchos enemigos terribles durante sus esfuerzos por liberar a su pueblo del Laberinto. Dragones, lobunos, caodines y otras fieras... Xar no temía a ninguno de los monstruos que el Laberinto pudiera crear. No temía a ningún ser vivo. Aun así, no pudo evitar un nudo en las entrañas cuando contempló el rostro del lázaro, como una horrible mascara mortuoria en permanente cambio, y vio el odio en su mirada. El odio que los muertos sienten por los vivos en Abarrach.

Los encuentros con Kleitus no resultaban nunca agradables, y Xar solía evitar al lázaro. Al Señor del Nexo le resultaba incómodo hablar con un ser que sólo tenía una idea en su mente: la muerte. La muerte de su interlocutor.

Los signos mágicos de la piel de Xar emitieron un leve resplandor azulado, para defenderlo de un posible ataque. La luz azul se reflejó en los muertos ojos del dinasta, que emitieron un destello de disgusto. El lázaro había intentado matar al patryn en una ocasión, a su llegada a Necrópolis. El combate entre ellos había sido breve y espectacular. Kleitus no había vuelto a intentarlo, pero soñaba con ello durante las interminables horas de su atormentada existencia. Y nunca dejaba de mencionarlo cuando volvían a encontrarse.

—Algún día, Xar —dijo Kleitus, el cadáver parlante—, te cogeré por sorpresa, Y entonces te unirás a nosotros.

—... a nosotros —repitió el triste eco del alma del lázaro. Las dos partes del muerto siempre hablaban juntas, aunque el alma iba un poco más lenta que el cuerpo.

—Debe de ser magnífico para ti tener todavía un objetivo —replicó Xar con cierta acritud. No podía evitarlo: el lázaro lo ponía nervioso. Pero el Señor del Nexo necesitaba ayuda, información, y, hasta donde él sabía, Kleitus era el único que podía proporcionársela—. Yo también tengo uno. Un objetivo que me gustaría tratar contigo... si tienes tiempo para ello, claro. —El nerviosismo de Xar provocó el comentario sarcástico.

Por mucho que se empeñara, el patryn era incapaz de mantener durante mucho rato la mirada fija en el rostro del lázaro. Era el rostro de un cadáver, de un cadáver asesinado, pues Kleitus había muerto a manos de otro lázaro y, a continuación, había sido devuelto a aquella existencia penosa. El rostro era en ocasiones el de un cuerpo que llevaba mucho tiempo muerto y luego, de pronto, adquiría las facciones que Kleitus tenía cuando estaba vivo. La transformación se producía cuando el alma penetraba en el cuerpo y pugnaba por renovar la vida y por recuperar lo que una vez había poseído. Frustrados sus intentos, el alma fluía fuera del cuerpo en un vano esfuerzo por liberarse de su prisión. La rabia y la frustración permanente del alma proporcionaban una calidez antinatural a la carne muerta, fría.

Xar dirigió una nueva mirada a Kleitus y la retiró rápidamente.

—¿Me acompañas a la biblioteca? —preguntó con un gesto de cortesía y con la vista en cualquier sitio menos en el cadáver.

El lázaro lo siguió de buena gana. Kleitus no tenía un especial interés en servir de ayuda al Señor del Nexo, como éste bien sabía. Si lo acompañó, fue porque siempre cabía la posibilidad de que Xar pudiera descuidarse y bajar sus defensas sin advertirlo. Kleitus fue con él con la esperanza de poder matarlo.

A solas con el lázaro en la estancia, Xar pensó por un instante en llamar a otro patryn para que montara guardia, pero abandonó la idea de inmediato, horrorizado consigo mismo por el mero hecho de que se le hubiera ocurrido tal pensamiento. Tomar tal precaución sólo lo haría parecer débil a los ojos de su pueblo, que lo adoraba: además, no deseaba que nadie más conociera el tema de la conversación.

En consecuencia, aunque con bastante recelo, Xar cerró la puerta, hecha de hierba kairn trenzada, y la marcó con runas patryn de protección para que no pudiera ser abierta. Cuando trazó sus signos mágicos, lo hizo sobre unas borrosas runas sartán, cuya magia había dejado de actuar hacía mucho tiempo.

Los ojos inanimados de Kleitus recobraron de repente un destello de vida y concentraron la mirada en el cuello de Xar. Los dedos muertos temblaron de expectación.

—No, no, amigo mío —dijo Xar con tono afable—. Otro día, quizás. ¿O prefieres verte de nuevo en mí círculo de poder? ¿Quieres experimentar otra vez cómo mi magia empieza a desbaratar tu existencia?

Kleitus lo miró sin pestañear, inflamado de odio.

—¿Qué es lo que quieres, Señor del Nexo?

—... Nexo —repitió el triste eco.

—Lo que quiero es sentarme —dijo Xar—. No me tengo en pie. He pasado dos días y dos noches concentrado en la estructura rúnica. Pero ya la he resuelto. Ahora conozco el secreto del arte de la nigromancia. Ahora, también yo sé resucitar a los muertos.

—Felicidades —apostilló Kleitus. Sus labios se fruncieron en una mueca burlona—. Ahora podrás destruir a tu pueblo como hicimos nosotros con el nuestro.

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