En busca de la edad de oro (16 page)

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Authors: Javier Sierra

Tags: #Histórico

BOOK: En busca de la edad de oro
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Pero los «malditos» no cayeron solos: junto a ellos se precipitó también una gran porción de cielo y estrellas. De hecho, la caída de estas últimas «explicaba» la aparición de los diamantes, pues éstos no podían ser sino las luminarias nocturnas precipitadas tras la rebelión.

El relato del jefe
fulah
, más que un hecho histórico, parecía uno de aquellos típicos cuentos árabes del desierto. Y, de hecho, esa consideración hubiera recibido de Pitoni, de no ser por la tenacidad del africano al tratar de mostrarle las pruebas de aquella expulsión del Paraíso en su propio territorio.

Angelo Pitoni, a quien conocí en Madrid ocho años después gracias a nuestro común amigo Sebastián Vázquez, me contó admirado lo que sucedió a continuación:

—Tras conducirnos a un sector cercano a la frontera entre Sierra Leona y Conakry, y remover unos pocos centímetros de tierra, el jefe
fulah
me mostró una veta de piedra muy extraña. Era de un color azul extraordinario, veteado con líneas blancas que aquel cacique insistía en afirmar que eran los restos de nubes que habían quedado atrapadas en la piedra. ¡Decía que aquello eran fragmentos de cielo petrificados! Cuando examiné de cerca el mineral, creí que se trataba de alguna clase de turquesa muy pura, pero nunca se consiguen así. Siempre van acompañadas por impurezas de pirita, de color negro, que más tarde asocié a las turquesas perfectas que había visto en algunos pectorales egipcios muy antiguos.

Angelo Pitoni fue a Guinea Conakry en busca de diamantes y regresó con un misterio bajo el brazo. Una llamativa piedra azul, tal vez sintetizada por una cultura hoy olvidada.

—¿Creyó entonces que era un «trozo de cielo»?

—No, claro que no… —sonrió—. Pero cuando regresé a Europa con esas «turquesas», las llevé al Instituto de Ciencias Naturales de Ginebra y a la Universidad La Sapienza de Roma para analizarlas. La sorpresa fue mayúscula cuando me dijeron que esas piedras no eran turquesas, y que oficialmente no estaban catalogadas.

¿Una piedra no identificada? ¿Similar a las «turquesas perfectas» de ciertas joyas reales egipcias? ¿Y caída del cielo?

El asunto, tal y como me había prometido Sebastián Vázquez, me interesó.

En la documentación que Pitoni me entregó quedaba bastante claro que la piedra azul que había descubierto no sólo no correspondía a ningún mineral conocido, sino que un material idéntico había sido asimismo localizado recientemente en Marruecos por una geóloga británica llamada Anne Grayson. Pero ni ella ni Pitoni habían resuelto todavía su misterio, limitándose a bautizarla con el sugerente nombre de
Sky Stone
o «piedra del cielo».

—Lo más irritante de este asunto es que el color que tiene no se justifica por la composición de la piedra —se apresura a matizarnos—. No sabemos de dónde viene su tonalidad; a pesar de que las universidades llevan tres años investigando, no han conseguido saber de dónde viene el color. En la Universidad de Utrecht me dijeron que la sometieron a diversas pruebas con ácidos y ninguno consiguió atacarla. La calentaron hasta 3.000 grados centígrados y tampoco se alteró… Pero lo que más les llamó la atención es que cuando se pulverizó un fragmento de piedra y se observó bajo el microscopio, vieron que allí no había color.

—¿Y tiene usted alguna hipótesis al respecto?

—Tengo razones para creer que esta piedra no ha sido producida por la naturaleza. Creo que se trata de una fabricación de alguna civilización avanzada de la que hemos perdido todo recuerdo, que pudo producirla como si fuera una especie de estuco. Después, los egipcios la usurparon para decorar sus joyas y templos, hasta perderse sus cualidades para siempre. Lo que creo, en suma, es que hicieron una composición mineral para hacer una masa que ahora es de piedra.

—¿En qué se basa para afirmar eso?

—Bueno, en el lugar donde conseguí esta piedra vi que no estaba rodeada de otras. Si yo hubiera conseguido la piedra en medio de otras, como geólogo hubiera podido decir qué es y cómo se pudo haber formado.

Curiosamente, el único análisis practicado a la
Sky Stone
que llegó a mis manos en aquellas fechas arrojó unos resultados que me desconcertaron. Un fragmento de esta piedra había sido sometido a un riguroso examen para determinar los elementos de que estaba compuesta y en qué proporción se encontraban.

Los análisis de la piedra que pudo conseguir Alfonso Martínez demostraban que la
Sky Stone
es una roca sintética, coloreada con un tinte orgánico. Restaba saber quién la coloreó y cuándo. Esta imagen del microscopio electrónico aumenta unas 170 veces una de sus partículas.

Los resultados fueron bastante intrigantes ya que el 77,17 por ciento de su composición, según este análisis, era… ¡oxígeno! El resto de porcentajes se dividían entre carbono (11,58 por ciento), silicio (6,39 por ciento), calcio (3,31 por ciento) y otros elementos cuya presencia era casi bien anecdótica. Pero ¿era posible que existiera una piedra de oxígeno?

—Muchas veces he pensado que tal vez aquel jefe
fulah
que me mostró la
Sky Stone
tenía razón —reconoce Pitoni—, aunque ignoro por completo cómo podríamos hoy fabricar una piedra de esas características.

Un desafío azul

El misterio estaba servido. A través de Sebastián Vázquez obtuve unos fragmentos de esa roca, y tras diversas conversaciones, logré interesar a algunos geólogos y minerálogos para que evaluaran en Madrid su composición y, en la medida de lo posible, descifraran su naturaleza.

La tarea se extendió más de lo que se esperaba. Alfonso Martínez —un químico del CIEMAT de Madrid buen amigo mío— se hizo cargo de un fragmento de la «piedra azul» de Pitoni, y la paseó por diversos laboratorios. Se la sometió a cinco clases diferentes de tests —análisis por difracción de rayos X, por espectrometría de plasma, por cromatografía de gases, por espectrometría de masas y finalmente por espectrometría infrarroja—, obteniéndose resultados que desconcertaron a los propios técnicos.

Durante las pruebas preliminares con rayos X se determinó que la piedra azul estaba compuesta fundamentalmente por hidróxido de calcio —Ca(OH)
2
—, carbonato cálcico —CaCO
3
— y silicato cálcico —CaSiO
4
—, pero sin embargo ninguno de estos compuestos explicaba su poderosa coloración azul. Los científicos sospecharon que quizá el cobre u otro metal de transición podría ser el responsable de ese tono, pero fueron incapaces de detectarlo en cantidades suficientes para confirmar su teoría.

El rompecabezas se complicó aún más después de las siguientes pruebas. Los análisis por espectrometría de plasma redujeron el nivel de oxígeno a un 50 o 55 por ciento como mucho, lo que, al parecer, es normal en cualquier roca. Pero la sorpresa llegó con la cromatografía de gases, con la que se trató de localizar algún compuesto orgánico en la roca —un tinte— que justificara su color. Como digo, fue una sorpresa.

Tras triturarse parte de la piedra azul y mezclarse en soluciones de acetona, hexano y metileno, y potenciarse estas extracciones con ultrasonidos, se logró detectar un compuesto orgánico no identificado. Había, pues, un elemento no mineral que podría dar a entender que la piedra azul había sido, tal y como sospechaba Pitoni, sintetizada por alguien en un remoto pasado.

La espectrometría de masas redondearía la faena, descubriendo el nombre del compuesto, y arrojando su fórmula molecular (C
17
H
24
O
3
). Pero ¿de qué se trataba?

De entrada, las gestiones de Alfonso Martínez descartaron que se tratara de un compuesto comercial —con lo que descartábamos la posibilidad de un fraude moderno con bastante seguridad—, pero abrieron otros interrogantes. Por ejemplo, ¿era ese compuesto el responsable del color azul de la piedra? ¿Quién lo sintetizó y cuándo? ¿Y quién tenía conocimientos químicos suficientes en África para fabricar un color así?

En busca de los responsables

¿Fabricar? La alusión, primero del propio Pitoni y después de los análisis científicos de Martínez, a una posible manufactura de las piedras azules me hizo orientar de inmediato mis averiguaciones hacia los responsables de ese logro.

En las leyendas de Sierra Leona recogidas por Pitoni había un margen más que suficiente para suponer quiénes fueron los fabricantes, o al menos quiénes podrían tener una idea más clara al respecto.

Y eso —suerte de tecnología— quedó oportunamente grabado en las cintas de mi entrevista con este aventurero.

—¿Y los ángeles petrificados? ¿También se encontraron en Kono?

—¡Claro! —Recuerdo que en este punto Pitoni se mostró visiblemente satisfecho por mis preguntas—. Fueron halladas enterradas en aquel mismo lugar numerosas estatuas de diferentes tamaños —de 15 a 60 centímetros cada una—, que los habitantes de la región creen que son los cuerpos petrificados de aquellos ángeles rebeldes expulsados por Dios. Los encontraron los nativos mientras excavaban en busca de diamantes, aunque también se han encontrado en Liberia, Guinea Conakry y en toda la zona que limita con el Atlántico.

—¿Y corresponden a alguna raza conocida?

—No exactamente. Tienen una cabeza muy desproporcionada con respecto al cuerpo, ojos saltones, nariz aguileña de aletas amplias, boca grande y mandíbula sin mentón, y suelen encontrarse a profundidades de entre diez y doce metros.

—¿Los han podido datar?

—Más o menos. Como usted comprenderá, la única forma que tenemos de datar esas estatuas es en relación a la capa de sedimentos geológicos en la que se encuentran. Sólo a finales de 1991, durante un viaje con un periodista de la revista italiana
Época
, Mario Lombardo, descubrí un bastón de madera tallado cerca de una de estas imágenes que los nativos llaman «nómolos». Al ser analizada en febrero de 1992 por Giorgio Belluomini con el método del carbono 14, el resultado que arrojó la madera fue de dos mil quinientos veinte años… Pero si se parte de la base que se han encontrado otras estatuas a profundidades mucho mayores, esa cifra podría retrotraerse hasta los diez o doce mil años…

—¿Y a quiénes cree que corresponden esas imágenes?

—Mi teoría es que se trata de atlantes, que utilizaron esa región para fabricar la «piedra azul» a modo de estuco. Debieron ser los supervivientes de la catástrofe que terminó con su continente, y que se refugiaron en esa parte de África y en Centroamérica. Después del desastre, supieron que estaban en vías de extinción, ya que no podían mezclarse con los homínidos que entonces había y buscaron enseñar a aquellos «hombres inferiores» (es decir, nuestros ancestros) su sabiduría, transmitiéndola a modo de iniciaciones sacerdotales. De hecho, fueron esos «hombres inferiores» quienes los representaron en las piedras que se han hallado en Sierra Leona.

—¿Y dónde está esa sabiduría ahora?

—Fueron los atlantes quienes fundaron la civilización egipcia y mesopotámica por un lado, y la maya por otro. Las dos partes tienen como nexo común la construcción de pirámides, que usaron para mandar energía magnética al espacio.

Uno de los «nómolos» encontrados cerca de la veta de piedras azules de Guinea Conakry. (Archivo Pitoni.)

Durante algunos segundos los dos permanecimos en silencio. Las teorías de Pitoni sobre los atlantes eran ya pura especulación, así como sus ideas de que se trataba de una civilización eminentemente psíquica. Sin embargo, los «nómolos» no son teoría sino una realidad arqueológica inclasificable. Almacenados en el Museo Británico y hasta en el Museo de Arte Popular de Basilea sin referencias precisas a su antigüedad, tal vez estas esculturas sean el eslabón perdido que existe entre los remotos habitantes primitivos de África y la irrupción en la historia de la depurada cultura egipcia. Pero sólo tal vez.

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