Elogio de la vejez (11 page)

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Authors: Hermann Hesse

Tags: #Ensayo

BOOK: Elogio de la vejez
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Mantengo con la muerte la misma relación que antes, ni la odio ni la temo. Si alguna vez he pretendido analizar con quién y con qué me gustaría tener trato más frecuente e íntimo después de con mi mujer y con mis hijos, pronto me he dado cuenta de que hay muertos leales, muertos de todos los siglos, músicos, poetas, pintores. Su manera de ser, condensada en sus obras, persiste y para mí es mucho más presente y real que la mayor parte de mis coetáneos. Y lo mismo ocurre con los difuntos, que he conocido en vida, a los que he amado y he perdido, a mis padres y a mis hermanos, a mis amigos de juventud, que forman parte de mí y de mi vida, hoy como ayer, cuando vivían, pienso en ellos, sueño con ellos y con ellos cuento en mi vida diaria. Así, pues, esa relación con la muerte no es ninguna ilusión ni es una bonita fantasía, sino algo real que pertenece a mi vida. Conozco bien el luto por el pasado, que puedo sentir con cada flor que se marchita. Pero es un luto sin desesperación.

Cómo entonces todos desaparecen tan poco a poco y al final se tienen muchos más cercanos y allegados «al otro lado» que aquí, de repente uno está personalmente más interesado por ese más allá y olvida el miedo, que tiene el todavía firmemente rodeado.

Los que se han marchado continúan vivos con nosotros mediante la realidad esencial con la que influyeron sobre nosotros. A veces hasta podemos hablar con ellos, aconsejarnos con ellos y obtener su consejo mejor que con los vivientes.

Toda carrera, tanto hacia el sol como hacia la noche, conduce a la muerte, conduce al nuevo nacimiento, cuyos dolores teme el alma. Pero todos recorren el camino, todos mueren, todos nacen, porque la madre eterna los da eternamente a luz.

TODAS LAS MUERTES

Yo he pasado ya por todas las muertes,

quiero volver a morir todas las muertes,

morir la muerte de la madera en el árbol,

morir la muerte pétrea en el monte,

la muerte de barro en la arena,

la muerte de las hojas en la crepitante hierba veraniega

y la pobre y sangrienta muerte humana.

Quiero volver a nacer flor,

quiero volver a nacer árbol y hierba,

pescado y ciervo, pájaro y mariposa.

Y desde cada forma

un anhelo me arrebatará los peldaños

hasta los últimos sufrimientos,

hasta los sufrimientos del hombre.

¡Oh, arco tenso y tembloroso,

cuando el puño terrible del anhelo

pretende doblegar mutuamente

los dos polos de la vida!

A menudo y con renovada presencia

me expulsarás de la muerte al nacimiento

camino doloroso de las estructuraciones,

camino soberano de las estructuraciones.

UNA AGONÍA es también un proceso vital, no menos que un nacimiento, y a menudo ambos se pueden intercambiar.

Dolor y lamento son nuestra primera respuesta natural a la pérdida de una persona querida. Nos ayudan a través del primer luto y necesidad; pero no bastan para vincularnos con el muerto.

Eso lo hace en un estadio primitivo el culto funerario: ofrendas, ornamentación sepulcral, monumentos, flores. Pero en nuestro estadio, el sacrificio funerario tiene que realizarse en nuestra propia alma, mediante conmemoraciones, mediante un recuerdo más preciso, mediante una reconstrucción del ser querido en nuestro interior. Si lo conseguimos, el difunto continuará a nuestro lado, su imagen se salvará y nos ayudará para que el dolor sea fecundo.

HERMANA MUERTE

También te llegas una vez hasta mí,

tú no me olvidas,

y al final es el tormento,

y la cadena se rompe.

Todavía me pareces ajena y lejana,

querida hermana muerte,

que te alzas como una estrella fría

sobre mi necesidad.

Pero alguna vez estarás cerca

y estarás echando llamas…

Ven, querida, aquí estoy yo,

tómame, tuyo soy.

HACE MIL AÑOS

Lleno de inquietud y ansioso de viajes

despertando del sueño parcelado

escucho su manera de susurrar

a mi bambú en la noche.

En vez de descansar, en vez de yacer,

me arranca de los viejos caminos

para lanzarme lejos, para salir huyendo

y viajar hasta el infinito.

Hace mil años hubo

una patria, hubo un jardín,

donde en el bancal de la tumba del pájaro

los crocos miran desde la nieve.

Me gustaría ensanchar el vuelo de los pájaros

desde el ámbito que me rodea

hasta más allá, hasta los tiempos

cuyo oro brilla todavía hoy a mis ojos.

PEQUEÑO CANTO

Poema del arco iris,

encanto de la luz moribunda,

felicidad que desaparece como música,

dolor en el rostro de la Madonna,

amargas alegrías de la existencia…

Flores barridas por la tormenta,

coronas depositadas sobre las tumbas,

serenidad sin duración,

estrella, que se hunde en la oscuridad:

velo de belleza y luto

sobre el abismo del mundo.

EPÍLOGO

HERMANN HESSE pertenece a los artistas que tuvieron la suerte de llegar a viejos, de conocer así todos los estadios de la vida y poder presentarlos de una manera característica. Que un hombre de natural tan complejo y vulnerable, como él era, y con una vida de tal intensidad y productividad alcanzase la edad de 85 años, no fue algo que cayera por su propio peso. De ordinario con la dotación crece también el riesgo y con la intensidad suele asociarse la brevedad de la duración de la vida, y las más de las veces quienes se apartan de la norma y emprenden caminos propios y más independientes respecto de los impedimentos y resistencias que sus semejantes suelen presentarles, por lo general caen antes que quienes son capaces de arreglarse «con el mundo tal como es» acomodándose y sometiéndose al mismo. Al menos dos veces, una en su intento de suicidio a la edad de 14 años y más tarde, cumplidos ya los 46, en la crisis anterior a la redacción de El lobo estepario, no estuvo en modo alguno seguro de sobrevivir a tales depresiones, de si no tendrían un desenlace fatal y de si sus semejantes llegarían a tiempo precisamente de controlarlas.

Que Hermann Hesse sobreviviera no solo a todos sus conflictos internos, sino también a los peligros externos, las persecuciones políticas y especialmente a la amenaza que le supuso el nacionalsocialismo, se lo debió exclusivamente a su perspicacia política, que ya en 1912 lo convirtió en «el primer emigrante voluntario» (Joachim Maass) y desde 1924 en un ciudadano suizo. Quien en los testimonios personales de incontables cartas de Hesse, en forma parecida a los diarios, reconoce la oposición a menudo amarga a las tendencias de su época, se sorprende una y otra vez de todo el tiempo que fue capaz de soportar esa existencia conflictiva y lo poco que esa amargura se deja sentir en sus obras, que ponen ante los ojos no ya el tumulto del fermento sino la simplicidad a menudo desconcertante de la clarificación.

Nuestro volumen sobre la vejez se abre con las observaciones que Hesse hizo cuando tenía 43 años. Son unas impresiones sobre la primavera, el renacimiento y renovación de la naturaleza, expuestas por un hombre que estaba a la mitad de la vida, con la conciencia de la transitoriedad y fugacidad del mundo de las apariencias, en el que se sabía inserto sin oponerse a él.

La regeneración de la vida, que se repite año tras año, no es para él ningún motivo de queja, en el sentido de que personalmente ya no se encuentra en el mismo estadio, que la naturaleza circundante muestra de forma tan brillante y esperanzadora, sino que se transforma para él en el acicate del propio cambio y regeneración. Desde largo tiempo atrás conoce la relatividad de la vejez y de la juventud, pues «todas las personas dotadas y diferenciadas unas veces son viejas y otras jóvenes, al igual que unas veces están contentas y otras tristes…». «Pero precisamente con la propia vejez no siempre se está en un peldaño, internamente a menudo uno se adelanta y, con mayor frecuencia aún, se retrasa… quiere decirse que la conciencia y el sentimiento de la vida está menos maduro que el cuerpo, y nos defendemos contra sus manifestaciones naturales reclamando de nosotros mismos algo que no podemos aportar.»

Los estériles combates de la conciencia, que se rejuvenece de crisis en crisis contra el aflojamiento del cuerpo, se dan también en Hesse. Como «hombre de cincuenta años» necesita, por una parte, de un tratamiento, mas por otra es tal el hambre de vida que lo empuja que por primera vez en su vida toma lecciones de baile, pasa las noches en bailes de máscaras, aunque simultáneamente se contempla a sí mismo con el humor macabro del que desde hace mucho tiempo se ha percatado de la inutilidad de esa huida hacia delante. Pero sólo cuando a la vez se ha vivido esa revuelta contra la progresiva desaparición de las alegrías y los placeres corporales y se ha experimentado hasta el fondo, se consigue percibir también unos procesos similares en el entorno. Si, por ejemplo, después de una tormenta las sombras de las cosas destacan un poco menos agudas y oscuras que antes al sol, los objetos pierden color y ganan en perfiles, a él le sirve como ilustración del proceso de la ancianidad. En vez del lamento por la pérdida de color y sensualidad, lo que cuenta ahora es el gozo por la agudeza de los contornos y perfiles. Y a partir de ahí ya no está lejos el conocimiento de que «la vejez no es peor que la juventud, ni Lao Tse peor que Buda, ni el azul peor que el rojo», ni que la vejez sólo puede llegar a ser ridícula e indigna «cuando pretende representar e imitar a la juventud».

Cada vez será más consciente de los aspectos amables de la vejez desde que se ha impuesto combatir por ella: el aumento de la serenidad, que nos hace más insensibles a los alfilerazos e invectivas, el depósito de experiencias, imágenes y recuerdos del pasado, que a menudo —y gracias a la selección benéfica de la memoria— nos resulta más alegre y digno de vivir que el presente, la perspectiva de la pronta liberación de los achaques del cuerpo y la comunión con todos los amigos, con las personas queridas y veneradas, que nos han precedido en la muerte y, finalmente, la curiosidad recelosa o segura de lo que nos aguarda después. «Quizá también la hora de la muerte/ nos abra espacios nuevos y recientes/ la llamada de la vida nunca cesará en nosotros./ ¡Ea, pues, corazón, despídete y recobra la salud!»

Frankfurt del Main, abril de 1990

Volker Michels

NOTA

[
1
] Los títulos con asterisco señalan pasajes que proceden de colecciones de textos más amplias. Los datos sobre las fuentes figuran al final de dichos pasajes.

[*]
AUTOR

Hermann Karl Hesse

Poeta y novelista alemán; nació en Calw (Selva Negra) el 2 de Julio de 1877, murió en Montagnola (Suiza) el 9 de agosto de 1962. Es uno de los escritores más representativos de la Europa actual, continuador de la línea del romanticismo alemán e intérprete al mismo tiempo de los problemas de la sociedad moderna. El tema central de su obra es la inquietud del hombre en busca de su destino. Hijo de un pastor protestante, ingresó en 1891 en el seminario de Maulbronn, que abandonó al año siguiente; trabajó primero como mecánico y luego de librero. En 1903 viajó a Italia y en 1911 a la India. Vivió varios años en Berna y, desde 1919, en Montagnola, junto a Lugano. En 1946 obtuvo el premio Nobel. Las raíces espirituales de Hesse hay que buscarlas en el pietismo al que vino a unirse la experiencia del Lejano Oriente. Entre estos dos polos busca el auténtico ideal humano. Sus obras son en gran parte confesión de su interior. En su edad madura intenta armonizar los valores éticos y estéticos, la sabiduría del Oriente y la del Occidente. Su lenguaje es sencillo, fluido y musical y sabe expresar los más diversos matices del sentimiento.

Sus principales novelas son :
Peter Camenzind
(1904), historia de un vagabundo con rasgos autobiográficos;
Unterm Rad
(Bajo la rueda), 1906, en la que critica la educación escolar;
Gertrud
(1910) y
Rosshalde
(1914), que tratan del conflicto entre la vocación artística y los deberes conyugales;
Demian
(1919), que es de nuevo la historia de un joven en busca de su destino;
Siddharta
(1922), en que varía el tema de la novela anterior poniendo por fondo el mundo de la India;
Der Steppenwolf
(El lobo estepario), 1927, muestra como en el hombre hay dos almas: una humana y otra de lobo;
Narziss und Goldmund
(1930) representan al asceta y al esteta

Hermann Hesse desarrolló una literatura que ha influido en millones de jóvenes. Por ejemplo, el grupo Steppenwolf (el lobo estepario) conocidos por su famoso tema "Born to be wild". Actualmente existe un grupo hardcore muy influido por el pensamiento de H.H. Stretch Arm Strong, en uno de sus últimos discos incluyeron la siguiente cita de Siddhartha.

"La mayoría de los seres humanos son como las hojas que caen de los árboles, que vuelan y revolotean por el aire, vacilan y por último se precipitan al suelo. Otros casi son como estrellas, siguen su camino fijo, ningún viento los alcanza, pues llevan en su interior su ley y su meta".
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