Elogio de la vejez (10 page)

Read Elogio de la vejez Online

Authors: Hermann Hesse

Tags: #Ensayo

BOOK: Elogio de la vejez
7.51Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los días eran cada vez más otoñales, los días de lluvia cada vez más oscuros y los claros cada vez más fríos, en muchas cumbres ya había nieve. El domingo después de la partida de mi huésped fue un día especialmente hermoso; escalamos hasta una cima desde la que podían verse los montes Walliser y en la mayor parte de las aldeas la gente estaba todavía ocupada con la vendimia. Disfrutamos de aquellas vistas llenas de colorido y habríamos querido que nuestro amigo hubiese pasado con nosotros también aquel día y hubiese gozado de aquellos azules, oros y blancos de las cumbres lejanas, de aquella claridad cristalina del aire, de aquellos grupos abigarrados de vendimiadores en las terrazas de los viñedos.

Y precisamente hacia aquella hora en que lo recordamos durante nuestra marcha, murió mi amigo.

Había regresado a su casa con buena salud y contento, había escrito postales a muchos amigos, incluida mi hermana, contándoles su visita a Montagnola; a mí me había comunicado su regreso a casa, que inmediatamente fue enérgicamente desmentido por uno de sus empleados. Y aquella tarde, que nos obsequió con una luz y un centelleo colorista tan extraordinariamente noble, había muerto sin violencia y tras una brevísima indisposición. Yo lo supe ya a la mañana siguiente por un telegrama, que me brindaba unas palabras que podrían pronunciarse en su tumba y que pronto llegaron también en una nota de su mujer: «Ayer domingo, hacia las dos, murió mi marido de forma inesperada y tranquila. En la visita a su casa tuvo ocasión de conocer su amistad y su afecto, por lo que querría darle a usted las gracias. Recuérdelo también ahora con los mejores sentimientos».

Sí, yo estaba junto a él con todo mi corazón. Por dolorosa que fuese la pérdida, a mí, por encima de todo, la muerte de aquel hombre, al que ya en vida muchas personas buenas y acreditadas habían considerado a menudo como un modelo, me pareció admirablemente ejemplar. Trabajador responsable y leal hasta el último día, y además sin guardar cama, sin lamentos, sin llamadas a la compasión y la asistencia, sin más que una muerte sencilla, tranquila, serena. Una muerte con la que, a pesar de toda la tristeza, había que estar de acuerdo, una muerte que cerraba suavemente una vida valiente y de servicio y que al amigo, que ciertamente no había conocido su propio cansancio, lo sustraía amigablemente a las exigencias del mundo y a los esfuerzos que en pocos días le habría deparado su jubilación.

Fue sin duda una gracia el que, un momento antes de alcanzar la paz conversase conmigo, se sentase a mi mesa, me trajera saludos y regalos del hogar, y el que tal vez fuese yo la última persona con la que había mantenido una conversación más allá de la rutina habitual, y que una vez más me obsequiara con su amistad y cercanía, con la serenidad, el calor y la alegría que de él irradiaban. Sin esa vivencia probablemente yo no habría sido capaz de entender su fin —porque «entender» es un verbo demasiado grande—, para aceptarlo y ordenarlo como un remate bueno, ajustado y armonioso. Que también les vaya así a otros de sus amigos, a ellos y a mí en momentos en que necesitamos que su figura, su manera de ser, su vida y su final sean un consuelo y un ejemplo tonificante.

1952

PASEO A FINALES DE OTOÑO

La lluvia otoñal socava el bosque descolorido,

con el viento de la mañana tirita el valle de frío,

caen duros los frutos del castaño

y revientan y ríen en su humedad marrón.

En mi vida ha cavado el otoño,

el viento arrastra las hojas destrozadas

y sacude rama contra rama… ¿Dónde está el fruto?

Hice florecer el amor, y dolor fue el fruto.

Hice florecer la religión, y el fruto fue odio.

Se adueña el viento de mis ramas secas,

yo me reía y aguantaba sus asaltos.

¿Cuál es mi fruto, cuál mi meta? Yo florecía

y florecer era mi meta. Ahora me marchito,

y marchitarse es mi meta, nada más,

cortas son las metas que el corazón se señala.

Dios vive en mí, Dios muere en mí, Dios

sufre en mi pecho, para mí meta suficiente.

Camino o extravío, brote o fruto,

todo es lo mismo, todos son simples nombres.

Con el viento de la mañana tirita el valle de frío,

caen duros los frutos del castaño

y ríen duros y claros. Yo río con ellos.

LA TENDENCIA A LOS HÁBITOS FIJOS Y A LAS REPETICIONES*

ALGO DIFERENTE… es lo que ocurre con la forma de vida de las personas mayores, y aquí ni puedo ni debo permitirme ninguna ficción e ilusión, sino que me quedo con el conocimiento del hecho de que una persona más joven o en edad claramente juvenil no tiene la menor idea del modo en que viven las personas mayores. Porque para éstas en el fondo ya no hay vivencias nuevas; durante largo tiempo han recibido de antemano las vivencias primarias adecuadas, y sus experiencias «nuevas», cada vez más raras, son repeticiones de lo experimentado varias veces o, a menudo, son barnices nuevos sobre una pintura terminada al parecer mucho tiempo atrás, y sobre la existencia de vivencias antiguas extienden una nueva y fina capa de color o barniz, una capa encima de otras diez u otras cien. Y, sin embargo, significan algo nuevo; no son ciertamente vivencias primarias, pero sí auténticas, pues entre otras cosas cada vez se convierten en encuentros o exámenes con uno mismo.

El hombre que ve el mar por vez primera o que escucha por vez primera Las bodas de Fígaro vive algo distinto, y por lo general de forma más intensa, que quien lo ha hecho diez o cincuenta veces. Éste último tiene para el mar y para la música ojos y oídos diferentes, menos activos pero más experimentados y aguzados, y no sólo recibe la impresión, que para él ya no es nueva, de forma distinta y más diferenciada que el otro, sino que en la vivencia renovada le salen también al paso las veces anteriores; no sólo conoce una vez más y de una manera nueva al mar y al Fígaro ya conocidos, sino que se encuentra consigo mismo, con su yo más joven, con sus muchos peldaños vitales anteriores en el marco de las vivencias, nimbadas ya sea con sonrisas, burlas, aires de superioridad, emoción, vergüenza, alegría o arrepentimiento.

En general es conforme a la edad superior el hecho de que el viviente frente a sus formas de vida y vivencias anteriores propenda a la emoción o a la vergüenza, más que al sentimiento de superioridad; y concretamente frente a la persona productiva, frente al artista, en los últimos estadios de su vida el reencuentro con la potencia, intensidad y plenitud de su vigor vital rara vez suscitan el sentimiento de: «¡Oh, qué débil y necio era yo entonces!», sino por el contrario el deseo de «¡Oh, si tuviera yo todavía algo de la energía de entonces!»…

Nosotros, los poetas e intelectuales, valoramos muchísimo la memoria, es nuestro capital, de él vivimos; pero si a nosotros esa irrupción desde el mundo inferior de lo olvidado y rechazado nos sorprende, siempre supone el descubrimiento, alegre o menos, de una violencia o de un poder, que no es inherente a nuestros recuerdos cuidadosamente cultivados. A mí me venía a veces la idea o la sospecha de que el instinto de viajar y conquistar el mundo, el hambre de novedades aún no vistas, de viajes y exotismo, conocido por la mayor parte de las personas que no carecen de fantasía, especialmente en la juventud, bien podría ser también un hambre de olvido, de arrinconamiento de lo ocurrido en la medida en que nos presiona, el deseo de cubrir las imágenes vividas con el mayor número posible de imágenes nuevas.

Por el contrario la propensión del anciano a unos hábitos y repeticiones fijas, a la búsqueda siempre renovada de las mismas zonas, personas y situaciones, sería un esfuerzo por conseguir el bien del recuerdo, una necesidad nunca fatigosa de asegurarse lo que se guarda en la memoria y tal vez también un deseo de reencontrar y de añadir al tesoro de lo recordado una ligera esperanza, quizá de ver aún aumentado ese tesoro de lo que se guarda, quizás esta o aquella vivencia de un día, este y aquel encuentro, esta o aquella imagen y rostro, que estaban olvidados y perdidos. Todas las personas mayores, aunque no lo sospechen, van a la búsqueda del pasado, de lo aparentemente irrecuperable, pero que no ha pasado de un modo irrecuperable y absoluto, pues en determinadas circunstancias, por ejemplo a través de la poesía, se recupera y se arranca para siempre del olvido.

De «Engadiner Erlebnisse», 1953

LA VERDAD ES UN ideal típicamente juvenil, mientras que el amor es cosa de la persona madura y de quien a su vez se esfuerza por estar preparado para la descomposición y la muerte. Entre las personas de pensamiento, el entusiasmo por la verdad sólo cesa cuando han observado que el hombre está extraordinariamente mal dotado para conocer una verdad objetiva, hasta el punto de que la búsqueda de la verdad no puede ser la actividad propiamente humana. Pero incluso quienes nunca llegan a tales intuiciones hacen el mismo viraje en el curso de la experiencia inconsciente. Tener la verdad, llevar razón, poder distinguir con precisión el saber, el bien y el mal, y en consecuencia poder y deber juzgar, castigar, condenar, hacer la guerra, son cosas juveniles y algo que encaja perfectamente bien con el joven. Uno se hace mayor y persiste en esos ideales, se marchitan esas facultades, de todos modos ya no violentas, para «despertarse» y para conjeturar sobre la verdad sobrehumana que los hombres poseemos.

La vejez y la esclerosis hacen progresos, a veces la sangre no quiere seguir corriendo de forma tan normal a través del cerebro. Pero esos males acaban teniendo también su lado bueno; ya no se acepta todo de forma tan clara y apasionada, se pasa de largo sobre muchas cosas, ya no se acusan muchos golpes o alfilerazos, y una parte del ser que en tiempos se llamaba yo, ya está allí donde pronto se instalará el todo.

Sentimos curiosidad por conocer las ensenadas no descubiertas del Mar del Sur, los polos de la Tierra, la comprensión de los vientos, las tormentas, los rayos, los aludes…, pero estamos infinitamente más interesados en la muerte, en la suprema y más audaz vivencia de esta nuestra existencia terrena. Porque creemos saber que de todos los conocimientos y vivencias sólo los bien merecidos y satisfactorios pueden contar para que entreguemos la vida de buena gana.

Cuando uno envejece y ha realizado su obra, tiene en su mano el alegrarse por la paz de la muerte. No necesita de las personas; las conoce y las ha visto lo suficiente. Lo que necesita es tranquilidad. No es oportuno visitar a una persona así, dirigirle la palabra y atormentarlo con parloteos. Conviene pasar de largo por la puerta de su estancia, cual si fuera la vivienda de nadie.

IMAGEN ANTIQUÍSIMA DE BUDA DESMORONÁNDOSE EN EL DESFILADERO DE UN BOSQUE JAPONÉS

Apacible y demacrado, de muchas lluvias

y de muchos hielos víctima, verdes de musgos,

tus suaves mejillas, tus grandes párpados caídos

marchan tranquilos al encuentro de la meta,

de la desintegración voluntaria, del deshacerse

en el todo, en lo disforme infinito.

Aún se anuncia el gesto desvanecido

de la nobleza de tu misión regia

y busca ya en humedad, fango y tierra,

libre de las formas, la consumación de su sentido.

Mañana será raíz y murmullos del follaje,

agua será para espejar la pureza del cielo,

se rizará en hiedra, algas y helechos…

Imagen de todo cambio en la eterna unidad.

PARÁBOLA CHINA

UN ANCIANO DE nombre Chunglang, es decir, «Maestro Peñas», poseía un pequeño terreno en los montes. Un día sucedió que perdió uno de sus caballos. Acudieron entonces sus vecinos para expresarle su sentimiento por aquella desgracia.

Pero el anciano preguntó: «Cómo pretendéis saber que eso es una desgracia?». Y hete aquí que algunos días después apareció el caballo acompañado de toda una manada de potros salvajes. De nuevo comparecieron los vecinos para darle sus parabienes por aquel golpe de fortuna.

Pero el anciano del monte replicó: «¿De dónde pretendéis saber que eso es un golpe de fortuna?».

Al disponer de tantos caballos el hijo del anciano empezó a cultivar una afición por la monta, y un día se rompió una pierna. Una vez más acudieron los vecinos para expresarle su condolencia y una vez más les respondió el anciano: «¿Cómo pretendéis saber que eso es una desgracia?».

Al año siguiente apareció en los montes la comisión de «Los hombres grandotes», con el fin de escoger varones vigorosos para el servicio de botas del Emperador y como portadores de la silla de mano. No escogieron al hijo del anciano, que continuaba con su pierna rota.

Chunglang no pudo menos que sonreír.

EL DEDO LEVANTADO

El Maestro Djü-dshi era, según se nos cuenta,

de natural tranquilo y manso y tan modesto

que renunció por entero a la palabra y enseñanza,

pues la palabra es apariencia, y preocupado estaba

por evitar cualquier apariencia.

Cuando muchos estudiosos, monjes y novicios,

gustosos se entregaban a discutir en lenguaje noble

y agudo el sentido del mundo y el bien supremo,

él se mantenía silencioso y vigilante,

atento siempre a evitar cualquier exceso.

Y cuando acudían a él con sus preguntas,

tanto las fútiles como las graves, sobre el sentido

de las viejas Escrituras, el nombre de Buda,

la iluminación, el origen del mundo

y su destrucción, permanecía en silencio

señalando sólo suavemente con el dedo hacia arriba

cada vez más íntimo y monitorio: hablaba,

enseñaba, alababa, castigaba, señalando tan certero

al corazón del mundo y de la verdad, que luego

muchos jóvenes entendieron el silencioso

levantamiento del dedo, temblaron y despertaron.

NOSOTROS HEMOS vivido la desgracia y la enfermedad, hemos perdido amigos con la muerte, y la muerte no sólo ha llamado desde fuera a nuestra ventana, se ha adentrado también en nuestro trabajo y ha hecho progresos. La vida, que antes era tan autónoma, se ha convertido en un bien precioso, siempre amenazado, la posesión autónoma se ha transformado en un préstamo de incierta consistencia.

Pero el préstamo con un plazo de despedida impreciso no ha perdido en modo alguno su valor, sino que su carácter aleatorio más bien lo ha elevado. Amamos la vida hoy como ayer y queremos mantenernos fieles a la misma, entre otras cosas por motivos de amor y de amistad, que como un vino de buena cepa con los años, lejos de mermar, crece en su contenido y valor.

Other books

Malice by Danielle Steel
Chemical Burn by Quincy J. Allen
Undercover Tailback by Matt Christopher
Saddlebags by Bonnie Bryant
Jo Beverley - [Rogue ] by An Arranged Mariage
The Small Hand by Susan Hill
The Gum Thief by Douglas Coupland
The Moneychangers by Arthur Hailey