Paró de hablar otra vez por un momento, y la rara ternura de su voz, nos acariciaba aún el oído, en el silencio. Su acento me conmovía más aunque sus palabras; ¡tan humano era tan femenino! Leo también estaba muy afectado. Hasta aquel instante había sido fascinado, a pesar de los dictados de su razón, así como se supone que la serpiente fascina al pajarillo; mas, a la sazón, supongo, que la fascinación había pasado, y que realmente amaba a esa peregrina y bellísima criatura tal como Yo... ¡ay!... también la amaba. Como quiera que fuese vi que se le llenaron de lágrimas los ojos, que se dirigió apresuradamente hacia ella, le soltó los nudos de su velo, y, tomándola por la mano, y clavando la mirada en sus pupilas profundísimas, le dijo en voz alta:
—¡Ayesha te amo de todo corazón... y te perdono, en cuanto es posible lo absoluto del perdón, la muerte de Ustane!.. En cuanto a lo demás, cosa es que corresponde a tu Creador y a ti, y yo no tengo que ver en ello...
—Ahora —replicó Ayesha con altiva humildad, —cuando mi señor habla tan generosamente y tanto dona con su mano real, no me toca quedarme atrás y esperar a que me rueguen mis favores... Escucha...
Y tomándole de la mano se la puso sobre la adorable cabeza y se inclinó de modo que por un instante, rozó con el suelo la rodilla
—En señal de sumisión, me inclino ante mi dueño.
Luego lo besó en la boca:
—En señal de mi amor de esposa te beso los labios.
Le puso la mano en el corazón:
—Por los pecados que he cometido, por los luengos siglos solitarios que esperándote pasé y que lavaron mi crimen por mi inmenso, amor y por el Espíritu... el Arcano Eternal que produce toda la vida de donde surge, y a la cual retorna, yo juro... juro, en esta primera y sacratísima hora de mi femineidad perfeccionada, ¡juro que abandonará el Mal y adoraré el Bien! ¡Juro que siempre me dejaré guiar por su voz en el recto camino del Deber! ¡Juro, que odiaré la Ambición, y que por el espacio todo de mis días, casi sin término, elevará la sabiduría ante mis ojos, para que sea la estrella polar que me conduzca hacia la Verdad y al conocimiento de la Justicia! ¡Juro, también, que te honrará y te amaré, Kalikrates, a quien la ola del tiempo echó de nuevo en mis brazos, hasta nuestro fin, próximo o remoto que sea!.. ¡Y como dote de bodas te aporto la corona de mi belleza y mi misma vida casi imperecedera y mi saber sin medida y riquezas, que radie puede calcular!.. ¡Escucha!.. Los grandes de la tierra se arrastrarán a tus pies y sus bellas mujeres se taparán los ojos con las manos, deslumbradas por la hermosura de tu rostro, y los sabios te reputarán cual su maestro... ¡Leerás en los corazones humanos como en un libro abierto, y los conducirás aquí y acullá, adonde plazca a tu albedrío!.. ¡Cómo esa vetusta esfinge egipciaca echado te mantendrás durante las edades y las estirpes de hombres te rogarán llorando que les resuelvas el secreto de tu grandeza inmarcesible y siempre, siempre las burlará tu silencio!.. ¡Y ya que está resuelto... luzca el sol, o ruja la borrasca en mal o en bien en vida o en muerte; lo hecho queda y no se deshará!.. ¡Porque en verdad que, lo que es, es y una vez hecho, para siempre queda hecho, y deshacerse no puede jamás!.. ¡Y ya lo he dicho!.. Vamos allá, pues y que todo se cumpla a su tiempo.
Y tomando una de las lámparas, adelantóse hacia el fondo del recinto que estaba cubierto por la peña moviente, y allí se detuvo.
Seguímosla y vimos que en la pared del cono había una escalera o para hablar con más, propiedad, que algunas prominencias del muro, habían sido esculpidas groseramente, como para formar una escalera. Por ella empezó Ayesha a bajar, saltando como una cervatilla y nosotros, con mucha menos gracia íbamos detrás.
Cuando hubimos descendido unos quince escalones vimos que a continuación seguía una senda rocosa en plano inclinado, muy pina, que corría hacia fuera y luego hacia dentro, como el declive de un cono invertido o embudo.
Aunque, muy empinada era la senda, a trechos casi vertical, siempre, era practicable y por ella íbamos, sin saber adónde hacia el seno mismo del volcán muerto.
Largo tiempo bajamos así, como media hora me parece, hasta que después de hallarnos a una profundidad de muchos cientos de pies del punto de donde habíamos salido, noté que llegábamos al vértice del cono invertido.
En este mismo punto re abría un pasadizo estrecho y tan bajo que teníamos que ir en fila india uno detrás de otro, y muy inclinado el cuerpo para no golpear el cráneo contra la roca A unas cincuenta yardas ensanchóse el pasadizo y nos hallamos en una caverna tan enorme que no pude ver ni sur, muros ni su bóveda. Sólo sabía que era una caverna por el eco que, despertaban nuestros pasos y por la pesadez y tranquilidad del aire ambiente.
Varios minutos anduvimos así en medio del más absoluto silencio, que nos oprimía el corazón, como almas perdidas en lo hondo del Tártaro, siguiendo la blanca y fantástica figura de Ayesha, hasta que la caverna se transformó de nuevo en pasadizo, que volvió a ensancharse en una nueva caverna mucho más pequeña que la primera. Y al fin entramos en otro pasadizo por el que se traslucía un débil resplandor.
Oí entonces que Ayesha daba un suspiro como de satisfacción.
—Bien está —murmuró; —preparaos a penetrar en la misma matriz del mundo. ¡Donde la tierra concibe la vida que veis brotar en los hombres y las bestias... y en los árboles!..
Rápidamente avanzó entonces y dando traspiés, como pudimos, fuimos detrás con los corazones como si fuesen vasos rebosantes de una mezcla de terror y de curiosidad. ¿Qué íbamos, a ver?..
—Conforme adelantábamos por el túnel, el resplandor lejano aumentaba y nos lanzaba reflejos periódicos como un faro, que de trecho en trecho alumbra las tinieblas del mar. Y no era esto todo, porque con los resplandores venía rodando un rumor como el del trueno, y el de árboles que caen y se desgajan, que nos agitaba el alma. Llegamos al fin del túnel y nos encontramos en una tercera caverna de unos, cincuenta pies de largo y otros tantos de altura. Cubierto estaba el suelo de blanca arena finísima y todos los costados pulidos por la acción de no sé, qué desconocida agencia. No era obscura la caverna aquélla como las demás, sino que la inundaba una luz rosácea muy agradable a la vista.
Al principio no vimos reflejo ninguno, ni oímos ningún rumor de trueno; mas, de súbito, mientras que maravillados mirábamos un torno, calculando la fuente de la radiación rosada se verificó un fenómeno tremebundo, aunque bellísimo.
Del fondo más lejano de la caverna con un rumor atroz y crujiente (tan espantoso que todos temblamos y Job cayó sobre sus rodillas), surgió un pilar de fuego arremolinado, diverso en colores como el arco iris deslumbrante como el relámpago.
Durante un espacio como de cuarenta segundos, vimos la llamarada misteriosa resonando y girando sobre sí misma lentamente hasta que por grados cesó el tronido temeroso y desapareció con el fuego, no sé cómo, ni por dónde dejando tras sí el resplandor suave y rosado que al principio vimos.
—¡Acercaos, acercaos! —exclamó Ayesha con la voz vibrando de intensa exaltación. Contemplad la fuente y el corazón de la Vida tal como late en el seno del inmenso mundo!.. Contemplad la substancia de qua las cosas todas toman su energía al radiante Espíritu del Globo, sin el cual su existencia sería imposible y se tornaría helado, exánime como la cadavérica luna. Acercaos, lavaos en las vivientes llamas, y colmad vuestras flojas estructuras de su virtud, en toda su virgínea potencia.. Y no cual ahora que solamente irradia en vuestros senos, derramada en ellos a través de los filtros finísimos de miles de existencias intermedias, sino cual aquí se halla en su propia fuente y asiento del Ser Vital...
Seguímosla entre el róseo resplandor al fondo de la caverna hasta que, al fin, nos encontramos ante el lugar mismo en que el grandioso pulso latía en que surgía la sublime columna Allí nos miramos los unos a los otros al resplandor anímico, y reímos con risa sonora (hasta el mismo Job rió después de tanto tiempo que no lo hacía), por lo ligero que sentíamos el corazón en medio de la divina ebriedad de nuestros cerebros...
Yo, por mi parte, diré que me sentí entonces como en posesión de todos los varios genios de que es capaz el intelecto humano... ¡Podría haber hablado en versos libres de belleza shakespeariana; toda suerte de grandes ideas cruzaban relampagueando por mi mente; parecíame que se habían aflojado las tablas carnales y que mi espíritu libre se cernía por el empíreo de sus prístinos dominios!..
¡Inefables sensaciones se me derramaban encima!.. Parecíame que vivía más sutilmente, que alcanzaba una alegría superior, que, a sorbos, bebía de un vaso de pensamientos más depurados de cuantos hasta entonces había tenido... Era otro yo mismo, glorificado, y todas las vías de la posibilidad me parecían abiertas para recibir las huellas de la realidad. Súbitamente, entonces mientras yo me regocijaba en ese espléndido vigor de una nueva esencia personal exaltada de lejos, de muy lejos, vino un rumoroso son que creció, creció, tornándose trueno, combinando cuanto es terrible y magnífico, empero, en las capacidades del sonido.
Acercóse más y más aún, hasta que estuvo junto a nosotros mismos, rodando como, todas las ruedas de la artillería del cielo, arrebatadas por los corceles del rayo... Y surgió afuera y con él la gloriosa cegadora columna de llamaradas de colores varios, que estuvo girando ante nosotros un momento lentamente, y luego, llevándose en pos suyo la pompa del sonido, desapareció no sé cómo... Tan tremebundo fue el espectáculo que todos nosotros a una menos
Ella
que se adelantó un paso extendiendo las manos hacia la llamarada caímos abrumados y hundimos nuestros rostros en la arena. Al desaparecer la ígnea columna Ayesha habló:
—¡Ahora Kalikrates —dijo, —el momento, tremebundo se presenta!.. Cuando la gran llamarada retorne, debes bañarte en ella. Despéjate primero de tus ropas, porque las quemaría aunque a ti mismo no te dañe... Estar debes en la llamarada mientras que resistirla puedan tus sentidos, y cuando te abrace absórbela hasta el mismo corazón, y déjala que lama todas las partes de tu cuerpo, y que por ella retoce, porque no pierdas átomo alguno de su virtud. ¿Me escuchaste, Kalikrates?
—¡Ayesha te escuché!.. Mas, aunque en verdad no soy cobarde me impone el efecto del fuego ¿Cómo sabré yo que no me consumirá por entero y perdiéndome yo mismo, no te pierda a ti también? Empero, me hundiré en la llama si leo quieres.
Meditó Ayesha un momento, y dijo luego:
—¡Nada de extraño tienen tus dudas! Pero, dime Kalikrates ¿si tú me ves entrar en ella y salir después intacta entrarás también?
—¡Sí, entraré en ella aunque me consuma! He dicho ya que entraré de todos modos.
—Y yo entraré también —exclamé.
—¡Cómo, Holly! —dijo
Ella
riéndose con gana. —¿No dijiste que te repugnaba alargar tus días? ¿Por qué has variado tu pensamiento?
—No lo sé —exclamé, —mas, algo dentro de mí me impulsa a probar la llama y la inmortalidad.
—Está bien, Holly mío; aunque no te habrás perdido por entero en tu locura. Pues bien: por la segunda vez me bañaré en este baño de vida. Con gusto aumentaré mi belleza y mis días, si eso es posible. Y si no lo es, no creo que pueda dañarme.
Después de una corta pausa continuó:
—También existe una razón más grave para que yo me lave de nuevo en ese fuego. Cuando primeramente probé su virtud, colmado tenía el corazón de odio contra la egipcia Amenartas, y así ha sido que por más que he hecho por librarme de él, el odio desde entonces se ha sellado en mi alma. Pero ahora es de otro modo. Ahora mi humor es feliz y mis pensamientos son purísimos, y corro ahora ¡siempre quisiera ser!.. Por tanto, Kalikrates, me he de lavar de nuevo, para depurarme, y hacerme de ti más digna. Así también, cuando a tu vez penetres en el fuego, vacía todo el mal de tu corazón, y que un dulce contentamiento reine en tu mente. Despliega las alas de tu espíritu y colócate en el mismísimo borde de la contemplación sagrada; piensa en los besos de tu madre, y vuélvete hacia la imagen del mayor bien que hayas visto sobre sus argentinas, alas pasar por el silencio de tus ensueños... Pues del germen que contenga el alma en tan tremendo instante, será el fruto de su futuro é incalculable tiempo... ¡Y disponte ahora, disponte como si fuese para tu última hora; cual si fueses a penetrar en el seno de las sombras, y no por las puertas de una existencia más gloriosa!.. ¡Disponte, digo!..
Hubo entonces una pausa de algunos momentos, durante la cual, parecía que Ayesha estaba reuniendo todas sus fuerzas para la prueba suprema y nosotros nos agrupamos esperándola en absoluto silencio.
Por fin, desde lejos, desde muy lejos, vino el primer murmullo del sonido, que creció y creció, hasta que empezó a crujir y mugir en la distancia. Al oírlo Ayesha se desprendió de sus finas envolturas, soltó el broche de su cinto de sierpe de oro y envolviéndose con movimientos de la cabeza y de las manos en su cabellera, cual si fuese una vestidura hizo bajo de ella deslizarse al suelo la túnica y encima de los cabellos se apretó de nuevo el cinto.
Quedó entonces como debió quedar Eva ante Adán, vestida sólo de sus copiosos rizos, sostenidos en torno del talle por la metálica faja y mis palabras son incapaces de explicar lo dulce, lo divino que lucía. Más y más se aproximaron las ruedas tonantes del fuego, y Ella entonces sacó de entre las masas obscuras de sus crenchas prodigiosas un brazo de marfil con el que rodeó el cuello de Leo.
–¡Amor mío, amor mío! –murmuró. ¡Si supieras cuánto te amo!..
–Y le besó en la frente. Luego le dejó, adelantándose hasta ponerse en el paso mismo de la
Flama de la Vida
. Conmovióme extrañamente su beso sobre la frente, su acento. El beso me pareció tan puro como el de una madre y tan solemne como una bendición extrema.
Adelantábase el crujiente, retumbante sonido, tan inmenso que parecía como si extraordinaria tempestad abatiese una selva entera y la arremolinase toda echándola a rodar revuelta por las faldas pedregosas de los Alpes. Más se aproximó, más; relámpagos brotaron en el aire rosado, precursores del girante pilas como dardos, y surgió por fin su ígneo chapitel. Volvióse a él Ayesha extendiendo los brazos para recibirlo. Lentamente brotaba envolviéndola de llamas. Vi que el fuego le subía por sus formas. Vi que
Ella
lo alzaba con las manos como si fuera agua derramándolo luego sobre la cabeza. Y aún vi que abría la boca y que, por ella se lo introducía a los pulmones... ¡Oh, cuán tremenda y maravillosa visión!