Elegidas (21 page)

Read Elegidas Online

Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

BOOK: Elegidas
8.13Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ellen esbozó una leve sonrisa.

—Gracias, ya sé qué significa ET y VT. —Después continuó—: Siempre se tarda unas horas en poner en marcha las escuchas telefónicas. Si quieres saberlo con exactitud, puedes preguntar a la sección técnica. Además, Tele2 va a proporcionarnos un listado con las llamadas realizadas durante los últimos dos años con el teléfono de Gabriel, aunque no sé cuándo…

—Las he recibido hace una hora —la interrumpió Mats—. Y he controlado la actividad del móvil estos últimos días. Desde que desapareció la niña sólo ha hecho tres llamadas: una a su madre, una a un abogado y otra a un número extranjero que no consigo localizar. Sólo sé que ha llamado a Suiza, por el prefijo. Y ha recibido varios mensajes.

Ellen lo miró, sorprendida.

—¿Suiza?

Mats asintió con la cabeza.

—Sí pero, como te he dicho, no sé a quién. Y si su madre continúa asegurando que no ha visto a su hijo desde hace días, miente. He detectado las torres de comunicación: Gabriel Sebastiansson ha estado activo cerca de la casa de sus padres varias veces desde el martes. La última, hoy a las seis de la mañana.

Ellen soltó un silbido.

—Esto se mueve —dijo pensativa.

—Ya lo creo que sí —respondió Mats.

Fredrika no se anduvo con miramientos al llegar a casa de los Sebastiansson. Esta vez no llamó de antemano para anunciar su visita, y tampoco esperó a que el dedo de Teodora le indicara dónde debía aparcar el coche. Por el contrario, frenó delante de la casa principal y bajó del vehículo casi antes de que se detuviera por completo. Subió por la escalera con tres largos pasos y después llamó dos veces al timbre. Al no obtener respuesta, volvió a llamar. Sólo un momento más tarde oyó manipular la cerradura desde la parte interior y luego la puerta se abrió.

Teodora se puso furiosa al verla.

—Por el amor de Dios, ¿qué significa esto? —rugió la frágil mujer con una sorprendente potencia en la voz—. ¡Entrar en nuestra propiedad con esas maneras y casi tirar la puerta abajo!

—En primer lugar, no estoy segura de que su casa pueda describirse como «propiedad»; en segundo lugar, no he hecho otra cosa más que llamar varias veces al timbre, y en tercer… —Fredrika estaba impresionada por su reacción frente a Teodora, e hizo una pequeña pausa—. Y en tercer lugar, me temo que traigo muy malas noticias. ¿Tiene la bondad de dejarme pasar?

Teodora miró fijamente a Fredrika y ésta le sostuvo la mirada. La mujer llevaba un gran broche prendido en la blusa, justo debajo de la barbilla. Casi parecía que la función de aquella pieza fuera sostener erguida la cabeza.

—¿La han encontrado? —preguntó.

—Preferiría que entráramos —insistió Fredrika en un tono de voz más suave.

Teodora negó con la cabeza.

—No, quiero saberlo ahora.

No apartó la mirada.

—Sí, la hemos encontrado —confirmó Fredrika tras sopesar por un momento lo que significaba darle a una anciana como Teodora Sebastiansson aquella noticia ahí de pie, en el umbral de la puerta.

Ésta permaneció inmóvil un momento.

—Entre —dijo después, mientras se hacía a un lado para que Fredrika pudiera pasar.

Esa vez no miró a su alrededor mientras recorría el corto tramo desde la puerta de entrada hasta la sala de estar.

Teodora se sentó en una silla junto a la mesa de té y, para alivio de Fredrika, no le ofreció nada que beber. Tan discretamente como fue posible, se sentó en una silla al otro lado de la mesa y apoyó la barbilla en sus manos entrelazadas.

—¿Dónde la han encontrado?

—En Umeå —respondió Fredrika.

Teodora dio un respingo.

—¿En Umeå? —repitió con auténtica sorpresa—. Por todos los d… ¿Están seguros de que es ella?

—Sí —respondió Fredrika—, lamento decirlo pero no tenemos ninguna duda. Su madre y sus abuelos maternos han viajado hacia allí para identificarla, pero sí, es ella. ¿Tiene usted alguna relación con Umeå, o sabe si Sara Sebastiansson o su hijo la tienen?

Teodora colocó lentamente las manos sobre las rodillas.

—Como creo que ya le dije la última vez que nos vimos, no sé de qué manera vive su vida mi nuera —replicó con voz áspera—. Pero no, por lo que yo sé, ni ella ni mi hijo, ni yo por mi parte, tenemos ninguna relación con Umeå.

—¿No tienen amigos o conocidos allí?

—Querida, yo nunca he estado allí —insistió Teodora—. Y no conozco a nadie que haya estado. De mi familia, quiero decir. Es posible que Gabriel haya ido por asuntos de trabajo pero, sinceramente, no lo sé.

Fredrika hizo una pausa antes de proseguir:

—A propósito de su hijo —empezó, más decidida—, ¿sabe algo de él?

Teodora se irguió de inmediato.

—No —respondió—. No, la verdad es que no.

—¿Está segura? —preguntó Fredrika.

—Por completo —respondió Teodora.

Las dos mujeres se miraron a los ojos y evaluaron sus fuerzas sobre la mesa del té.

—¿Puedo ver su habitación? —preguntó Fredrika.

—Le respondo lo mismo que la última vez —saltó Teodora con brusquedad—. No puede ver un centímetro cuadrado de esta casa sin una orden de registro domiciliario.

—La tengo —anunció Fredrika al tiempo que oía el ruido de varios vehículos frenar delante de la casa. Los ojos de Teodora Sebastiansson se abrieron, mostrando una sincera sorpresa—. A su hijo no le beneficia en nada que usted se niegue a colaborar con la policía para encontrar al asesino de su nieta —señaló Fredrika mientras se levantaba.

—Si tuviera hijos sabría que nunca, nunca se les traiciona —respondió Teodora con la voz rota, inclinándose hacia ella—. Si Sara Sebastiansson lo hubiera entendido, a Lilian nunca le habría pasado nada. ¿Dónde estaba esa inútil cuando mi nieta desapareció?

Fredrika permaneció en silencio. Fue sólo un segundo, pero aun así pudo ver el cansancio en los ojos de la anciana, su vulnerabilidad.

«Está sufriendo mucho más de lo que quiere aparentar», pensó Fredrika.

Acompañó a Teodora a la puerta de la entrada para dejar pasar a los policías que esperaban fuera.

33

Peder Rydh se hallaba en el centro de la sala de estar de Teodora Sebastiansson y no podía creer lo que veía. Toda la casa estaba decorada como un museo y mostraba claros detalles de mal gusto. No ayudaba tampoco que aquella anciana diminuta y frágil lo mirara fijamente desde la otra punta de la sala. No había hecho un solo gesto desde que se saludaron en la puerta, cuando él le explicó el motivo de su visita. Se limitó a sentarse en un sillón en un rincón de la sala.

Peder dio un rápido recorrido por el piso inferior de la casa. Ni rastro de Gabriel Sebastiansson. Aun así, sabía que había estado allí. Hacía poco. Sentía su presencia de una manera que no podía explicar.

—¿Cuándo vio a su hijo por última vez? —intentó sonsacarle de nuevo Peder tras dar una vuelta por la casa y volver a la sala de estar.

—La señora Sebastiansson no contesta a ninguna pregunta por el momento —respondió una voz brusca justo detrás de él.

Peder se dio la vuelta.

Un desconocido había aparecido de pronto en el salón. Era muy alto y ancho de hombros. Su cara tenía rasgos duros y su piel era olivácea. Peder sintió un involuntario respeto hacia él.

El hombre alargó la mano y se presentó como abogado de la familia Sebastiansson. Peder se la estrechó y le explicó de forma concisa por qué la policía realizaba un registro domiciliario.

—¿Delito por tenencia de material pornográfico infantil? —repitió Teodora a gritos, y se levantó de golpe—. ¿Acaso se han vuelto completamente locos? —Atravesó el salón a pasos cortos y rápidos hasta llegar junto a los dos hombres—. ¡Creía que estaban buscando a Gabriel!

—Como ya le he explicado cuando llegamos, también lo estamos haciendo —respondió Peder con tranquilidad—. Además, aprovecho para informarle de que su hijo está en busca y captura en todo el país. Si lo ayuda puede incurrir en un delito, dependiendo del crimen que llegue a imputársele. Su abogado puede confirmarlo.

Pero Teodora mostraba de nuevo aquella mirada ausente y parecía no escuchar lo que se le decía. Peder ahogó un suspiro, salió de la estancia y subió la ancha escalera que conducía a la planta superior. La habitación de Gabriel Sebastiansson quedaba junto al descansillo.

—¿Qué tal va? —preguntó—. ¿Encontráis algo?

Una compañera bajita que estaba de rodillas mirando debajo de la cama se levantó.

—La habitación parece completamente limpia —constató—. Sin embargo, no hay duda de que ha estado aquí. La cama estaba deshecha, con las sábanas todavía arrugadas. Estoy casi segura de que ha dormido aquí esta noche.

Peder asintió con gesto sereno.

—Debe de tener un ordenador portátil —señaló.

—Seguro —respondió un compañero—, aunque lo más probable es que lo lleve consigo, dondequiera que esté ahora.

—Claro —convino Peder en un tono cansado—. ¿Habéis encontrado fotos sueltas o algo por el estilo?

—Nada en absoluto —respondió la mujer con la que había hablado primero.

—De acuerdo —dijo Peder—, pero de todas formas creo que podemos afirmar con cierto conocimiento de causa que ha dormido aquí esta noche.

Sus compañeros asintieron con la cabeza.

—Bien —murmuró Peder—. Bien. Voy a llamar al otro grupo a ver qué han encontrado en su oficina y en su casa de Östermalm.

Primero llamó a la central y recibió la confirmación de que Ellen y Mats habían podido relacionar a Gabriel Sebastiansson con el domicilio de sus padres. Sin embargo, las llamadas no habían proporcionado pistas, a pesar de que la foto de la niña ya se había publicado en todos los periódicos y medios de comunicación. Por cierto, alguien más había visto cómo se llevaban a Lilian en brazos por el andén de Estocolmo, justo cuando el tren se detuvo, así que consideraban confirmados los datos. Pero por lo demás, nada nuevo.

Peder llamó al grupo que registraba el despacho de Gabriel Sebastiansson. Habían requisado su ordenador y su contenido sería investigado en cuanto se constituyera un grupo de voluntarios dispuestos a visualizar el horror. Los e-mails se investigarían aparte, y seguro que mucho más rápido. Su jefe había confirmado que Gabriel disponía de un ordenador portátil propiedad de la empresa, pero ignoraba dónde estaba. Como era de esperar, el grupo no encontró ninguna pista de pornografía infantil en la oficina, aparte del material almacenado en su ordenador.

Más tarde, Peder intentó contactar con el nuevo colaborador que había enviado a interrogar a los compañeros de Gabriel Sebastiansson. Éste respondió que estaba ocupado y prometió llamarlo al cabo de una hora.

No sabía exactamente cómo gestionar toda la información que habían recopilado hasta el momento. Consideraba como algo positivo que se hubiera confirmado que Gabriel se escondiera para que la policía no lo encontrara. También se alegraba de haber podido corroborar que la madre había mentido para proteger a su hijo, y saber dónde había estado éste los últimos días.

Sin embargo, ¿por qué había sido tan estúpido de archivar contenidos de pornografía infantil en el ordenador de sobremesa cuando tenía uno portátil? ¿Por qué se ocultaba en casa de su madre, cuando debería haber pensado que era el primer lugar donde lo buscaría la policía? Y si Gabriel Sebastiansson había asesinado a Lilian, ¿lo había hecho en casa de sus padres? ¿Había colaborado también la abuela?

Instintivamente, Peder supo que era absurdo.

Por otra parte, ¿podría Gabriel Sebastiansson haber ocultado a Lilian en la casa sin conocimiento de su madre? ¿Tal vez si la hubiera anestesiado? Probablemente, no.

Miró a su alrededor. ¿Había muerto Lilian en aquella casa? En tal supuesto, debía conseguir que el fiscal accediera de inmediato a redactar una orden para ponerla patas arriba y hallar el escenario del crimen. Aunque en la última conversación con Alex, éste le había informado de que, según un primer dictamen forense, Lilian había muerto debido a una inyección de veneno en la cabeza. Una muerte así no podía dejar mucho rastro.

Peder reflexionó. Mats había afirmado que el teléfono móvil de Gabriel Sebastiansson no había estado en ningún momento al norte de Estocolmo. Por el contrario, hacía poco que la señal se había localizado al sur de la ciudad. Si siempre llevaba el móvil consigo, ¿cómo pudo transportar el cuerpo de Lilian hasta Umeå?

Peder se sintió cansado de nuevo. Su embotado cerebro se negaba a colaborar y le volvía a doler la cabeza.

Recibió una llamada del grupo que registraba la casa de Gabriel Sebastiansson en Östermalm. No habían encontrado nada extraño, exceptuando una gran caja de cartón con juguetes eróticos. Si es que aquello podía considerarse extraño. Además, habían requisado unos cuantos CD sin etiqueta. Tal vez hubiera material grabado en ellos.

—¿Habéis encontrado alguna pista de la niña? —preguntó Peder un poco decepcionado.

—La niña tenía una habitación en la casa, eso está claro —respondió su compañero—, pero no, no hemos encontrado nada que indique que ha estado allí estos días. En realidad, parece que nadie haya estado allí. No había basura en el armario de debajo del fregadero y la nevera estaba vacía. O hace mucho que no va nadie o alguien ha vaciado la nevera.

Peder se inclinaba por la segunda hipótesis. Sería interesante saber si el teléfono fijo de la casa había sido utilizado en los últimos días, pero el jefe de Gabriel les había dicho que éste había estado en el despacho trabajando toda la semana anterior.

Algo había ocurrido después para que Gabriel Sebastiansson desapareciera de la faz de la tierra. Cogió vacaciones y engañó a su madre diciéndole que estaría de viaje de negocios. En realidad, ¿por qué era tan torpe? Era evidente que su madre le rendía lealtad. A la vez, si a aquella mujer le quedara un mínimo de honor, aquella lealtad no incluiría ni la pornografía infantil ni el asesinato de una niña.

Peder volvió a la habitación con sus compañeros y les explicó que pensaba pasar por la vivienda de Gabriel en Östermalm. Después abandonó la casa. A esas alturas, Teodora Sebastiansson y su abogado se habían encerrado en la sala de estar y Peder consideró innecesario comunicarles que se marchaba.

Una sensación extraña y abrumadora de alivio le recorrió el cuerpo cuando salió al jardín de gravilla donde estaba estacionado su coche. Miró fijamente un momento la enorme casa de ladrillo. Después contempló el jardín, que parecía un parque. En aquel lugar, el tiempo se había detenido hacía mucho.

Other books

Back To School Murder #4 by Meier, Leslie
Motherstone by Maurice Gee
Lake Charles by Lynskey, Ed
Cyador’s Heirs by L. E. Modesitt, Jr.
Wait for Me by Diana Persaud
Droids Don't Cry by Sam Kepfield