Read El vencedor está solo Online
Authors: Paulo Coelho
Se quedó esperando a que Cristina preguntara: «¿Qué es un composite?»Pero no lo preguntó. Otra vez, la mujer se recompuso rápidamente.
—Un composite, como imagino que debes de saber, es una hoja en papel especial, con tu mejor foto y tus medidas a un lado. Detrás, más fotos, en diversas situaciones. En biquini, de estudiante, eventualmente una sólo con la cara, otra con un poco más de maquillaje, para que también te puedan seleccionar en el caso de que necesiten a alguien mayor. Tus pechos...
Otro momento de silencio.
—... puede que tus pechos superen un poco las medidas convencionales de una modelo.
Se dirigió al fotógrafo:
—Hay que disimularlo. Anótalo.
El fotógrafo lo anotó. Cristina —transformándose rápidamente en Jasmine Tiger— pensaba: «¡Pero cuando me llamen descubrirán que tengo los pechos más grandes de lo que imaginan!»
La mujer cogió una bonita carpeta de cuero y sacó una especie de lista.
—Tenemos que llamar a un maquillador. A un peluquero. ¿No tienes ninguna experiencia en la pasarela, verdad?
—Ninguna.
—Pues ahí no se camina igual que se anda por la calle. Si lo haces, acabarás cayéndote debido a la velocidad y a los tacones altos. Hay que colocar los pies uno delante del otro, como un gato. No sonrías jamás. Y, sobre todo, la postura es fundamental.
Hizo tres marcas al lado de la lista del papel.
—Habrá que alquilar alguna ropa.
Otra marca.
—Pero creo que por ahora eso es todo.
Metió otra vez la mano en la elegante carpeta y sacó una calculadora. Cogió la lista, anotó algunos números y los sumó. Nadie en la sala se atrevía a pronunciar palabra.
—Alrededor de dos mil euros, creo. No vamos a contar las fotos, porque Yasser —se volvió hacia el fotógrafo— es carísimo, pero ha decidido hacerlo gratis, siempre que le permitas usar el material. Podemos quedar con el maquillador y con el peluquero para mañana por la mañana, y me voy a poner en contacto con el curso para ver si consigo una plaza. Seguro que sí. Al igual que estoy segura de que, al invertir en ti misma, estás creando nuevas posibilidades para tu futuro, y pronto podrás amortizar ese gasto.
—¿Está usted diciendo que tengo que pagar?
La «coordinadora de eventos» pareció desconcertada de nuevo.
Generalmente, las chicas que llegaban allí deseaban más que nada realizar el sueño de toda una generación; quieren ser las mujeres más deseadas del planeta, y nunca hacen preguntas indiscretas que pueden ocasionar que los demás se sientan incómodos.
—Escucha, querida Cristina...
—Jasmine. Desde el momento en el que entré por esa puerta, me convertí en Jasmine.
El teléfono sonó. El fotógrafo lo sacó del bolsillo y se dirigió al fondo de la sala, hasta entonces completamente a oscuras. Al descorrer una de las cortinas, Jasmine vio una pared cubierta de negro, trípodes con flashes, cajas con luces brillantes y varios focos de luz en el techo.
—Escucha, querida Jasmine, hay miles, millones de personas a las que les gustaría estar en tu sitio. Has sido seleccionada por uno de los fotógrafos más importantes de la ciudad, dispondrás de los mejores profesionales a tu servicio y yo me ocuparé personalmente de dirigir tu carrera. Sin embargo, como cualquier cosa en la vida, es necesario creer que vas a vencer, e invertir para que eso sea así. Sé que eres lo suficientemente hermosa como para tener éxito, pero eso no basta en este mundo extremadamente competitivo. También hay que ser la mejor, y eso cuesta dinero, por lo menos al principio.
—Pero si cree que tengo todas esas cualidades, ¿por qué no invierte su dinero?
—Lo haré más adelante. Por el momento, tenemos que ver cuál es tu grado de compromiso. Quiero estar segura de que realmente deseas ser una profesional y de que no eres una chica deslumbrada por la posibilidad de viajar, de conocer mundo, de encontrar a un marido rico.
El tono de la mujer era severo. El fotógrafo volvió del estudio.
—El maquillador está al teléfono, quiere saber a qué hora tiene que venir mañana.
—Si es realmente necesario, puedo conseguir el dinero... —dice la madre.
Pero Jasmine ya se había levantado y se dirigía hacia la puerta sin darles la mano a ninguno de los dos.
—Muchas gracias. No tengo ese dinero. Y si lo tuviera, lo usaría en otra cosa.
—¡Pero se trata de tu futuro!
—Precisamente. Es mi futuro, no el suyo.
Salió llorando. Primero había ido a una tienda de lujo y no solamente la habían tratado mal, sino que le habían insinuado que era mentira que conociera al dueño. Imaginaba que iba a empezar una nueva vida, tenía el nombre perfecto, y ¡necesitaba dos mil euros para dar el primer paso!
Madre e hija volvieron a casa sin decir nada. El teléfono sonó varias veces; ella veía el número y volvía a guardarlo en el bolsillo.
—¿Por qué no contestas? ¿No tenemos otra reunión esta tarde?
—Precisamente por eso. No tenemos dos mil euros.
La madre la agarró por los hombros. Sabía que el estado de su hija era frágil y tenía que hacer algo.
—Sí los tenemos. Trabajo todos los días desde que tu padre murió y tenemos esos dos mil euros. Tenemos más, si es necesario. Aquí, en Europa, una limpiadora gana bastante porque a nadie le gusta limpiar la porquería de los demás. Y estamos hablando de tu futuro. No vamos a volver a casa.
El teléfono sonó una vez más. Jasmine volvía a ser Cristina y obedeció a su madre. Del otro lado de la línea, una mujer se identificó, dijo que se retrasaría dos horas debido a un compromiso y luego se disculpó.
—No importa —respondió Cristina—. Pero antes de que pierda usted su tiempo, me gustaría saber cuánto me va a costar el trabajo.
—¿Cuánto va a costar?
—Sí. Acabo de salir de otra reunión y me cobran dos mil euros por las fotos, el maquillaje...
La mujer al otro lado de la línea se rió.
—No te va a costar nada. Conozco el truco, hablamos de eso cuando llegues.
El estudio era parecido, pero la conversación fue diferente. La fotógrafa quiso saber por qué su mirada parecía más triste; al parecer, todavía recordaba su primer encuentro. Cristina le comentó lo que le había ocurrido esa mañana; la mujer le explicó que era algo absolutamente normal, aunque actualmente ya estaba más controlado por las autoridades. En ese mismo momento, en muchos lugares del mundo, chicas relativamente guapas eran invitadas a mostrar el «potencial» de su belleza pagando caro para ello. Bajo el pretexto de buscar nuevos talentos, alquilaban habitaciones en hoteles de lujo, colocaban equipos de fotografía, prometían al menos un desfile al año o «devolvían el dinero», cobraban una fortuna por las fotos, llamaban a profesionales fracasados para que hicieran de maquilladores y peluqueros, sugerían escuelas de modelos y muchas veces desaparecían sin dejar rastro. Cristina tenía suerte de haber ido a un estudio de verdad, pero había sido lo bastante inteligente como para rechazar la oferta.
—Forma parte de la vanidad humana y no hay nada de malo en ello, siempre que sepas defenderte, claro. Eso no sólo sucede en el mundo de la moda, sino en muchos sectores: escritores que publican sus propios trabajos, pintores que patrocinan sus exposiciones, cineastas que se endeudan para poder disputarse un lugar con los grandes estudios, chicas de tu edad que lo dejan todo para trabajar como camareras en las grandes ciudades con la esperanza de que algún día un productor descubra su talento y las lance al estrellato.
No, no iba a hacerle las fotos ahora. Tenía que conocerla mejor, porque pulsar el botón de la cámara era el último paso de un largo proceso que empieza por desnudar el alma de la persona. Quedaron en verse al día siguiente para hablar más sobre el tema.
—Tienes que escoger un nombre.
—Jasmine Tiger.
Sí, el deseo había vuelto.
La fotógrafa la invitó a pasar un fin de semana en una playa en la frontera con Holanda, y pasaron más de ocho horas al día haciendo todo tipo de pruebas delante de la cámara. Tenía que expresar con el rostro las emociones que despiertan ciertas palabras: «¡fuego!», «¡seducción!» o «¡agua!». Mostrar el lado bueno y el lado malo de su alma. Mirar hacia adelante, a un lado, abajo, hacia el infinito. Imaginar gaviotas y demonios. Sentirse atacada por hombres mayores, abandonada en el servicio de un bar, violada por uno o más hombres, pecadora y santa, perversa e inocente.
Hicieron fotos al aire libre; su cuerpo parecía congelarse de frío, pero reaccionaba ante cada estímulo, obedecía cada sugerencia. Usaron un pequeño estudio que había montado en una de las habitaciones, en las que sonaban diferentes tipos de música y la iluminación cambiaba a cada momento. Jasmine se maquillaba, la fotógrafa se encargaba de arreglarle el pelo.
—¿Estoy bien? ¿Por qué pierdes tu tiempo conmigo?
—Hablamos después.
La mujer se pasaba las noches observando el trabajo, reflexionando, anotando cosas. Nunca decía si estaba contenta o decepcionada con los resultados.
El lunes por la mañana, Jasmine (Cristina, para entonces, estaba definitivamente muerta) escuchó una opinión. Estaban en la estación de tren de Bruselas, esperando la conexión para Amberes:
—Eres la mejor.
—No es cierto. —La mujer vio que estaba sorprendida.
—Sí, eres la mejor. Trabajo en esto desde hace veinte años, he fotografiado a una infinidad de personas, he trabajado con modelos profesionales y con artistas de cine, gente con experiencia. Pero nadie, absolutamente nadie demostró tu misma capacidad para expresar sentimientos.
»¿Sabes cómo se llama eso? Talento. Para cierta categoría de profesionales, es fácil medirlo: directores que son capaces de ponerse al frente de una empresa al borde de la quiebra y hacer que funcione. Deportistas que baten récords. Artistas capaces de sobrevivir al menos dos generaciones a través de sus obras. Pero para una modelo, ¿cómo puedo decirlo y asegurarlo? Porque soy una profesional. Eres capaz de mostrar tus ángeles y tus demonios a través de la lente de una cámara, y eso no es fácil. No me refiero a jóvenes a las que les gusta vestirse de vampiro y asistir a fiestas góticas. No me refiero a chicas que tienen un aire inocente e intentan despertar la pedofilia escondida en los hombres. Me refiero a verdaderos ángeles y a verdaderos demonios.
La gente andaba de un lado a otro de la estación. Jasmine comprobó el horario del tren y sugirió salir fuera; se moría de ganas de fumar un pitillo y allí estaba prohibido. Pensaba en si debía decir o no lo que sucedía en su alma en ese momento.
—Puede que yo tenga talento, y si realmente es así, soy capaz de demostrarlo por una única razón. Por cierto, durante los días que hemos pasado juntas, no has dicho nada de tu vida privada y tampoco me has preguntado sobre la mía. ¿Quieres que te ayude con el equipaje? La fotografía debería ser una profesión exclusivamente masculina: siempre hay mucho equipo que transportar.
La mujer se rió.
—No tengo nada especial que decir, salvo que me encanta mi trabajo. Tengo treinta y ocho años, estoy divorciada, no tengo hijos y poseo una serie de contactos que me permiten vivir cómodamente, aunque sin grandes lujos. Por cierto, me gustaría añadir algo a lo que he dicho: en el caso de que todo salga bien, nunca, jamás, te comportes como alguien que depende de su profesión para sobrevivir, aunque así sea.
»Si no sigues mi consejo, serás fácilmente manipulada por el sistema. Por supuesto que usaré tus fotos y que ganaré dinero con ellas, pero a partir de ahora te sugiero que contrates a una agente profesional.
Encendió otro cigarrillo; era ahora o nunca.
—¿Sabes por qué conseguí mostrar mi talento? Debido a algo que jamás imaginé que fuera a sucederme en la vida: enamorarme de una mujer, que me gustaría tener a mi lado, guiándome a través de los pasos que voy a tener que dar. Una mujer que, con su dulzura y su rigor, ha conseguido invadir mi alma soltando lo que había de peor y de mejor en los subterráneos del espíritu. No lo hizo a través de largas clases de meditación, ni con técnicas de psicoanálisis, a las que mi madre quería e insistía en que fuese. Usó...
Hizo una pausa. Tenía miedo, pero debía continuar: ya no tenía absolutamente nada que perder.
—Usó una cámara fotográfica.
El tiempo se detuvo en la estación de tren. La gente ya no caminaba, desapareció el ruido, el viento dejó de soplar, el humo del cigarrillo se congeló en el aire, se apagaron todas las luces, salvo los dos pares de ojos que brillaban más que nunca, fijos el uno en el otro.
—Listo —dice la maquilladora.
Jasmine se levanta y mira a su compañera, que camina sin cesar a través del salón improvisado en el camerino, ocupándose de detalles, cogiendo accesorios. Debe de estar nerviosa; después de todo, es su primer desfile en Cannes, y dependiendo de los resultados, puede conseguir un buen contrato con el gobierno belga.
Tiene ganas de acercarse a ella y calmarla. Decirle que todo va a salir bien, igual que hasta ese momento. Oiría un comentario del tipo: «Sólo tienes diecinueve años, ¿qué sabes tú de la vida?»
Le respondería: «Conozco tu capacidad, de la misma manera que tú conoces la mía. Conozco la relación que cambió nuestras vidas desde el día en que, hace tres años, levantaste tu mano y tocaste suavemente mi cara en aquella estación de tren. Estábamos las dos asustadas, ¿recuerdas? Pero sobrevivimos a nuestro propio miedo. Gracias a eso, estoy aquí, y tú, además de ser una excelente fotógrafa, haces eso que siempre has querido hacer: diseñar y producir ropa.»
Sabe que el comentario no es una buena idea: pedirle a alguien que se calme hace que la persona se ponga aún más nerviosa.
Se acerca a la ventana y enciende otro cigarrillo. Está fumando mucho, pero ¿qué puede hacer? Es su primer gran desfile en Francia.
Una chica de traje negro y blusa blanca está en la puerta. Le pregunta su nombre, comprueba la lista y le pide que espere un poco: la suite estaba llena. Dos hombres y otra mujer, tal vez más joven que ella, también están esperando.
Todos educados, en silencio, aguardando su turno. ¿Cuánto tiempo va a tardar? ¿Qué está haciendo exactamente allí?
Se pregunta a sí misma y oye dos respuestas.
La primera le recuerda que debe seguir adelante. Gabriela, la optimista, la que había perseverado lo suficiente para alcanzar el estrellato y ahora debe pensar en el gran estreno, en las invitaciones, en los viajes en avión privado, en los anuncios por las capitales del mundo, en los fotógrafos de guardia permanente frente a su casa, interesados en saber cómo se viste, en qué tiendas hace sus compras, quién es el hombre rubio y musculoso que estaba a su lado en una discoteca de moda. El regreso victorioso a la ciudad en la que nació, los amigos que la miran con envidia y sorpresa, los proyectos benéficos que pretende apoyar.