Read El valle de los caballos Online
Authors: Jean M. Auel
»A estas alturas, Durc ya estará grande. También Ura está creciendo. Oda se pondrá triste cuando Ura se vaya para convertirse en la compañera de Durc y vivir en el clan de Brun..., no, ahora es el clan de Broud... ¿Cuánto falta para la próxima Reunión del Clan?»
Metió la mano detrás de la cama para sacar el haz de varas marcadas; seguía haciendo una muesca todas las noches. Era un hábito, un ritual. Desató el haz y tendió las varas sobre el suelo, y entonces trató de contar los días desde que encontró su valle. Metió los dedos en las muescas, pero había demasiadas, habían transcurrido demasiados días. Tenía la impresión de que debía existir un medio de reunir y sumar las muescas para saber cuánto tiempo llevaba allí, pero no sabía cuál. Era una frustración demasiado grande. Entonces comprendió que no necesitaba la vara; podía contar los años contando las primaveras. «Durc había nacido en la primavera anterior a la última Reunión del Clan», pensó. Hizo una señal en la tierra. «Después fue su año de caminar»; hizo otra marca. «La primavera siguiente habrá sido el final de su período de lactancia y el comienzo de su año de destete..., pero ya estaba destetado.» Hizo la tercera marca.
«Eso fue cuando me marché», tragó saliva y parpadeó rápidamente, «y aquel verano encontré el valle y a Whinney. A la primavera siguiente encontré a Bebé.» Hizo la cuarta marca. «Y esta primavera...» No quiso pensar en que había perdido a Whinney como una forma de recordar el año, pero era un hecho, y marcó otra vez.
«Eso representa todos los dedos de una mano», levantó la izquierda, «y es la edad que tiene ahora Durc».
Alzó el pulgar y el índice de la mano derecha. «Y falta esto para la siguiente Reunión. Cuando regresen, Ura estará con ellos, para Durc. Por supuesto, no tendrían todavía edad suficiente para unirse. Al mirarla sabrán que es para Durc. ¿Se acordará de mí? ¿Tendrá recuerdos del Clan? ¿Cuánto de él proviene de mí y cuánto de Broud..., del Clan?»
Ayla recogió sus varas marcadas y observó cierta regularidad en el número de marcas entre las muescas adicionales que hacía cuando combatía su espíritu, y sangraba. «¿Qué tótem de hombre puede estar batallando con el mío, aquí? Aunque mi tótem fuera un ratón, nunca quedaría embarazada. Hace falta un hombre, y su órgano, para iniciar un bebé. Eso es lo que yo creo.
»¡Whinney! ¿Sería eso lo que estaba haciendo el semental? ¿Estaba iniciando un hijo dentro de ti? Tal vez vuelva a verte alguna vez con esa manada, y entonces sabré. ¡Oh, Whinney, sería maravilloso!»
Al pensar en Whinney y el garañón, se puso a temblar; su respiración se aceleró. Entonces pensó en Broud y las sensaciones agradables se disiparon. «Pero fue su órgano lo que inició a Durc. De haber sabido que me daría un hijo, nunca lo habría hecho. Y Durc tendrá a Ura. Tampoco ella es deforme. Creo que Ura fue iniciada cuando ese hombre de los Otros forzó a Oda. Ura es justo lo que Durc necesita. Es en parte Clan y en parte aquel hombre de los Otros. Un hombre de los Otros...»
Ayla estaba agitada. Bebé se había ido, y ella sentía la necesidad de moverse. Salió y caminó por la línea de arbustos que bordeaban el río. Llegó más lejos que otras veces, aunque había cabalgado mucho más allá con Whinney. Iba a tener que acostumbrarse de nuevo a caminar, y a llevar un canasto a la espalda. En el extremo más distante del valle siguió el río rodeando el ángulo del alto declive en dirección hacia el sur. Justo después del recodo, la corriente se arremolinaba alrededor de rocas que daban la sensación de haber sido colocadas adrede, por lo cómodas que resultaban para cruzar el río al estar situadas a espacios regulares. La alta muralla sólo era una cuesta pronunciada en aquel punto; la subió y contempló desde allí la estepa occidental.
No existía una verdadera diferencia entre este y oeste, salvo que el terreno era algo más áspero, y ella no estaba familiarizada con el lado oeste. Siempre supo que cuando abandonara el valle lo haría por el oeste. Dio media vuelta, cruzó el río y caminó por el largo valle para regresar a casa.
Casi había oscurecido cuando llegó, y Bebé aún no había regresado. El fuego estaba apagado, y la caverna, solitaria y fría. Parecía más vacía ahora que cuando se instaló en ella y la convirtió en su hogar. Encendió una fogata, puso a hervir agua para hacerse una infusión, pero no tenía ganas de cocinar. Cogió un trozo de carne seca y unas cerezas pasas, y se sentó en la cama. Hacía mucho tiempo que no se había quedado sola en su caverna. Fue al lugar donde su viejo canasto estaba arrumbado y revolvió en su interior hasta encontrar el manto de Durc. Haciéndolo un ovillo, se lo pegó al estómago y se quedó mirando las llamas, y cuando se tendió, se envolvió en él.
Durmió con el sueño interrumpido por pesadillas. Soñó con Ura y Durc, adultos y apareados. Soñó con Whinney, en un lugar distinto, con un potro bayo. Despertó sudando de miedo; sólo cuando estuvo bien despejada comprendió que había tenido su pesadilla habitual de tierra que tiembla y terror. ¿Por qué soñaría aquello?
Se puso de pie y atizó el fuego, calentó la tisana y la bebió a sorbitos; Bebé seguía sin regresar. Ayla recogió el manto de Durc y recordó la historia que había contado Oda sobre el hombre de los Otros que la había forzado. «Oda dijo que se parecía a mí. Un hombre como yo..., ¿qué cara tendría?»
Ayla trató de imaginar un hombre similar a ella. Trató de recordar sus facciones tal y como las había visto reflejadas en la poza, pero lo único que pudo recordar fue su cabello enmarcándole el rostro. Entonces lo llevaba suelto, no hecho muchas trencitas, para que no la estorbara. Era amarillo, como el pelaje de Whinney, pero de un color más rico, más dorado.
En cualquier caso, cada vez que pensaba en un rostro de hombre, veía a Broud, con una expresión sardónica. No podía imaginar el rostro de un hombre de los Otros. Se le cansaron los ojos y se volvió a acostar. Soñó con Whinney y el semental bayo. Y soñó con un hombre; sus facciones eran vagas, en sombras. Lo único claro era que tenía el pelo amarillo.
–Lo estás haciendo bien, Jondalar. Creo que llegaremos a convertirte en hombre del río –dijo Carlono–. En las barcas grandes no importa mucho que te falle un golpe de remo; lo peor que puedes hacer es romper el ritmo, puesto que no eres el único remero. En los botes como éste, el control es importante. Fallar el golpe puede ser peligroso o fatal. Recuerda siempre el río..., nunca olvides lo imprevisible que puede ser. Aquí es profundo, de manera que parece tranquilo. Pero sólo tienes que hundir el remo para notar la fuerza de la corriente. Es una corriente difícil de contrariar..., tienes que trabajar con ella.
Carlono seguía haciendo comentarios mientras Jondalar y él maniobraban con la pequeña piragua para dos, cerca del muelle Ramudoi. Jondalar sólo escuchaba a medias, concentrándose en manejar convenientemente el remo para que el bote fuera adonde él quería, pero al nivel de sus músculos comprendía el significado de las palabras.
–Tal vez creas que resulta más fácil seguir la corriente, porque así no tienes que luchar contra ella, pero ahí está el problema. Cuando vas contracorriente, tienes que estar pensando todo el tiempo en el río y la embarcación. Sabes que si te abandonas, perderás todo lo que hayas ganado. Y puedes ver con tiempo lo que llegue, para evitarlo. Pero si sigues la corriente, es demasiado fácil dejarte llevar, permitir que tu mente vagabundee y que el río se adueñe de ti. Hay rocas en medio del río cuyas raíces son más profundas que él; y la corriente puede arrojarte sobre ellas sin que te des cuenta; o quizá haya un tronco empapado por debajo del nivel del agua y te golpee. «Nunca le des la espalda a la Madre»: es una regla que no debe olvidarse. Está llena de sorpresas. Justo cuando crees que ya sabes a qué atenerte, que la tienes dominada, hará lo inesperado.
El hombre mayor se echó hacia atrás y sacó el remo del agua. Examinó detenidamente a Jondalar, comprobando su concentración. Tenía el cabello rubio echado hacia atrás, atado con una tira de cuero en la nuca, como precaución. Había adoptado la ropa de los Ramudoi, que era una adaptación de la de los Shamudoi, para vivir junto al río.
–¿Por qué no regresas al muelle y me dejas allí, Jondalar? Creo que ya es hora de que lo intentes solo. La cosa es diferente cuando estás a solas con el río.
–¿Crees que ya estoy preparado?
–Para no haber nacido en ello, aprendes rápido.
Jondalar tenía grandes deseos de probar su capacidad a solas en el río. Los muchachos Ramudoi solían tener sus propias piraguas antes de convertirse en hombres. Hacía tiempo que había demostrado sus aptitudes entre los Zelandonii. Cuando no era mucho mayor que Darvo y ni siquiera había aprendido su oficio ni alcanzado su estatura definitiva, mató su primer venado. Ahora era capaz de arrojar una lanza con más fuerza y más lejos que la mayoría de los hombres, pero, aunque podía cazar en el llano, no se sentía totalmente igual allí. Ningún Ramudoi podía considerarse realmente hombre antes de haber pescado con el arpón uno de los grandes esturiones, y otro tanto podía decirse de los Shamudoi de tierra firme, antes de haber cazado su propio gamo en la montaña.
Había decidido que no se uniría a Serenio antes de haberse demostrado a sí mismo que podría ser a la vez un Shamudoi y un Ramudoi. Dolando había intentado convencerle de que no era necesario hacer ninguna de las dos cosas antes de unirse; nadie abrigaba dudas. Si alguien hubiera dudado, la caza del rinoceronte habría bastado. Jondalar se había enterado de que ninguno de ellos había cazado anteriormente un rinoceronte; los llanos no solían ser un terreno habitual de caza.
Jondalar no trataba de explicarse por qué creía tener que ser mejor que todos los demás, a pesar de que nunca se había sentido obligado a superar a nadie en el arte de la caza. Su principal interés, la única habilidad en la que siempre quiso sobresalir, era la talla del pedernal. Y no era un sentimiento competitivo. Obtenía una satisfacción personal con el perfeccionamiento de su técnica. El Shamud habló más adelante a Dolando en privado y le dijo que el alto Zelandonii necesitaba trabajar para ganarse su aceptación.
Llevaban tanto tiempo viviendo juntos Serenio y él, que le parecía que debería convertir su vínculo en algo oficial. Era casi su compañera y casi todos la consideraban como si lo fuera. La trataba con afecto y consideración, y para Darvo era el hombre del hogar. Pero después de la noche en que se quemaron Tholie y Shamio, siempre había una cosa u otra que se interponía, y el humor nunca era exactamente el más apropiado. «¿Importa eso realmente?», se preguntaba Jondalar.
Serenio no apremiaba –seguía sin exigirle nada– y conservaba su distancia defensiva. Pero recientemente la había sorprendido mirándole con una expresión perturbadora que le salía del fondo del alma. Él era el que siempre se sentía desconcertado y se apartaba primero. Decidió imponerse la tarea de demostrar que podía ser un hombre Sharamudoi total, y empezó a dejar que se conocieran sus intenciones. Algunos lo tomaron como anuncio de una Promesa, aunque no se celebró ninguna Fiesta de Compromiso.
–Por esta vez no te alejes demasiado –recomendó Carlono, desembarcando–. Concédete la posibilidad de acostumbrarte a manejarlo solo.
–Pero me llevaré el arpón. No me hará ningún daño familiarizarme con él, ya que estoy en esto –dijo Jondalar, tomando el arma que estaba en el muelle. Colocó el largo mango en el fondo de la canoa debajo de los asientos, enrolló la cuerda al lado, colocó la punta de hueso con púas en el soporte fijado al costado y lo sujetó. La parte extrema del arpón, con su punta aguda y sus púas vueltas hacia atrás, no era un dispositivo que pudiera quedar suelto en el bote. En caso de accidente, resultaba tan difícil sacárselo a un ser humano como a un pescado... sin hablar de lo laborioso que era dar forma al hueso con instrumentos de piedra. Los botes que se volcaban no solían hundirse, pero las herramientas sueltas sí.
Jondalar se instaló en el asiento de atrás mientras Carlono sujetaba el bote. Cuando quedó asegurado el arpón, agarró el remo doble y se apartó de la orilla. Sin el peso de otra persona en la proa, la pequeña embarcación no se hundía tanto en el agua; era más difícil de manejar. Pero después de hacer algunos ajustes iniciales para cambiar la flotación, se apartó ligeramente siguiendo la corriente, empleando el remo como gobernable por un lado junto a la popa. Entonces decidió que remaría de nuevo río arriba. Sería fácil luchar contra la corriente mientras estaba descansado, y dejar que el río le trajera de vuelta más tarde.
Se había deslizado más río abajo de lo que creía. Cuando finalmente volvió a ver el muelle delante, estuvo a punto de atracar, pero lo pensó mejor y siguió remando. Estaba decidido a dominar todas las habilidades que se había impuesto aprender, y nadie podría acusarle de haber aplazado el compromiso cuyo cumplimiento se había impuesto. Sonrió a Carlono, que le hacía señas con la mano, pero no renunció.
Río arriba el curso se ensanchaba, y la fuerza de la corriente era menos fuerte, lo cual facilitaba el manejo de los remos. Vio una orilla en el lado opuesto del río y se dirigió hacia allá. Se acercó mucho, evitando sin dificultad los escollos con aquel bote ligero, relajándose un poco y dejando que la embarcación volviera un poco hacia atrás mientras él timoneaba con el remo. Estaba mirando el agua sin fijarse hasta que su atención fue atraída súbitamente por una forma grande y silenciosa bajo la superficie.