El uso de las armas (4 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El uso de las armas
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¿Cuánto tiempo debía perder? El hombre era justamente tal y como ella deseaba que fuese, pero una amistad cargada de emociones y matices haría que el desenlace resultara mucho más significativo. Ese largo y exquisito intercambio de confidencias que se irían haciendo más y más íntimas, la lenta acumulación de experiencias compartidas, la espiral de esa lánguida danza de seducción, el ir y venir repetido una y otra vez donde cada paso les acercaría un poquito más a la meta hasta que toda esa maravillosa falta de prisas quedara sublimada en el calor del desquite y la satisfacción finales… Sí, resultaría mucho más satisfactorio de esa manera.

–Me halaga, Sma –dijo él mirándola a los ojos.

La mujer le devolvió la mirada alzando un poco el mentón. Era agudamente consciente de todos los matices y señales que componían el delicado tapiz de su lenguaje corporal. La expresión que había en su rostro ya no le parecía tan infantil. Sus ojos le recordaron la piedra de su brazalete. Sintió que la cabeza le daba vueltas, y tuvo que tragar aire.

–Ejem…

La mujer se quedó totalmente inmóvil.

El carraspeo había venido de atrás, a un lado de ella. Vio como la mirada de Sussepin se nublaba y cambiaba de dirección.

Sma mantuvo el rostro impasible mientras giraba sobre sí misma y clavaba los ojos en el armazón gris blanquecino de la unidad con tanta fijeza como si quisiera llenarla de agujeros.

–¿Qué ocurre? –preguntó en un tono de voz que habría sido capaz de arañar el acero.

La unidad tenía el tamaño de una maletita, y su forma era bastante parecida a la de ese objeto. Flotó lentamente hacia su rostro y la mujer la siguió con la mirada.

–Hay problemas, encanto –dijo la unidad.

La unidad se desvió a un lado mientras se inclinaba unos centímetros con respecto al suelo. El ángulo de su estructura hizo que la mujer tuviera la impresión de estar contemplando la negrura de tinta del cielo que se extendía al otro lado de los paneles que formaban la semiesfera cristalina.

Sma clavó la mirada en el suelo de ladrillos del parque y frunció los labios permitiéndose un meneo de cabeza tan leve que resultó casi imperceptible.

–Señor Sussepin… –Sonrió y extendió las manos hacia él–. Esto me resulta terriblemente molesto, pero… ¿tendría la bondad de…?

–Naturalmente.

El hombre ya se había puesto en movimiento y pasó rápidamente junto a ella asintiendo con la cabeza.

–Quizá podamos hablar después –dijo ella.

El hombre volvió la cabeza sin dejar de caminar hacia la salida del parque.

–Sí, yo… Le aseguro que me encantaría… Si…

Pareció perder la inspiración y volvió a asentir nerviosamente con la cabeza. Apretó el paso, llegó a las puertas que había al otro extremo del parque y salió por ellas sin mirar hacia atrás.

Sma se volvió en redondo hacia la unidad, la cual estaba zumbando inocentemente. La máquina había enterrado la parte superior de su estructura en una flor de colores bastante chillones y parecía absorta en su contemplación, pero acabó dándose cuenta de que estaba siendo observada y se apartó de los pétalos. Sma separó las piernas y apoyó un puño en una cadera.

–Así que encanto, ¿eh? –exclamó.

El campo de auras que envolvía a la unidad emitió un parpadeo que se desvaneció casi enseguida. La mezcla de perplejidad gris acero y contrición púrpura no resultó nada convincente.

–No lo entiendo, Sma… Se me escapó. Fue un mero desliz verbal, nada más.

Sma golpeó una rama muerta con la punta del pie y clavó los ojos en la unidad.

–¿Y bien? –preguntó.

–No va a gustarte –dijo la unidad en voz baja.

Retrocedió cosa de medio metro y su campo se oscureció para expresar toda la magnitud de la pena que sentía.

Sma vaciló. Apartó la mirada durante unos momentos, dejó que se le encorvaran los hombros y acabó tomando asiento sobre una raíz que asomaba del suelo. La tela del traje se arrugó alrededor de su cuerpo.

–Se trata de algo que guarda relación con Zakalwe, ¿verdad?

Los campos de la unidad Se convirtieron en un arco iris. La reacción de sorpresa fue tan rápida que Sma tuvo la impresión de que quizá fuese sincera.

–Galaxias y nebulosas –dijo–. ¿Cómo…?

Sma movió una mano igual que si la pregunta fuese un insecto molesto al que quisiera alejar.

–No lo sé. El tono de tu voz, la consabida intuición humana… Ya iba siendo hora, ¿no? La vida empezaba a resultar demasiado agradable. –Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la rugosa corteza del tronco–. Adelante.

La unidad Skaffen-Amtiskaw descendió hasta quedar a la altura del hombro de la mujer y se acercó un poco más a ella. Sma abrió los ojos y la contempló.

–Volvemos a necesitarle –dijo.

–Ya me lo imaginaba.

Sma suspiró y apartó a un insecto que acababa de posarse sobre su hombro.

–Bueno, el caso es que… Sí, me temo que es la única solución. Tiene que ser él.

–Ya, pero… ¿he de ser yo?

–Es…, es el consenso de opinión general al que se ha llegado después de muchas discusiones.

–Magnífico –dijo Sma con voz apesadumbrada.

–¿Quieres oír el resto?

–¿Mejora?

–No, la verdad es que no.

–Diablos… –Sma se golpeó el regazo con las manos y las deslizó lentamente arriba y abajo alisando la tela del traje–. Supongo que será mejor que me entere de todo ahora.

–Tendrías que salir mañana.

–Oh… ¡Venga, unidad! –Sma ocultó el rostro entre las manos. Cuando alzó la cabeza vio que Skaffen-Amtiskaw había empezado a juguetear con una ramita–. Estás bromeando.

–Me temo que no.

–¿A qué viene todo esto? –Sma alzó una mano y señaló hacia las puertas que daban a la sala de turbinas–. ¿Qué pasará con la conferencia de paz? ¿Qué vamos a hacer con esa turba de ojos porcinos y manos acostumbradas a recibir sobornos? ¿Queréis echar por la borda el trabajo de tres años? Y ¿que ocurrirá con todo el jodido planeta que…?

–La conferencia seguirá adelante.

–Oh, claro. ¿Y ese «papel básico» que se suponía iba a desempeñar en ella?

–Ah –dijo la unidad mientras colocaba la ramita delante de la banda sensorial que había en la parte delantera de su estructura–, respecto a eso… Bueno…

–Oh, no.

–Oye, ya sé que no te hace ninguna gracia.

–No, unidad, no se trata de eso.

Sma se puso en pie y fue hacia la pared de cristal para contemplar la noche que se extendía al otro lado.

–Dizita… –dijo la unidad yendo hacia ella.

–No me hagas la rosca.

–Sma… No es real. Es un sustituto, ¿comprendes? Electrónico, mecánico, químico, electroquímico… Es una máquina controlada por una Mente. No está viva. No es un clon o…

–Sé muy bien lo que es, unidad –dijo ella colocando las manos a su espalda.

La unidad se acercó un poco más y proyectó un campo sobre sus hombros. Sma sintió el suave apretón, se apartó lo suficiente para liberarse de él y miró hacia abajo.

–Necesitamos tu permiso, Diziet.

–Sí… También lo sé.

Alzó los ojos buscando las estrellas doblemente ocultas por las nubes y las luces del parque.

–Si lo deseas puedes quedarte aquí, naturalmente. –La voz de la unidad estaba impregnada de remordimientos y parecía haber enronquecido un poco–. La conferencia de paz es importante, desde luego. Necesita…, necesita alguien que resuelva los pequeños problemas que irán surgiendo a medida que siga adelante, de eso no cabe duda alguna.

–Y ¿cuál es ese asunto tan condenadamente crucial que debo ir corriendo a resolver?

–¿Te acuerdas de Voerenhutz?

–Me acuerdo de Voerenhutz –respondió Sma con voz átona.

–Bueno, la paz ha durado cuarenta años pero no va a durar mucho tiempo más. Zakalwe trabajó con un hombre llamado…

–¿Maitchigh?

Sma frunció el ceño y volvió la cabeza unos cuantos centímetros hacia la unidad.

–Beychae. Su nombre es Tsoldrin Beychae, y se convirtió en presidente del grupo de sistemas después de nuestra intervención. Consiguió mantener en pie la estructura política mientras ocupó el poder, pero ya hace ocho años que abandonó el cargo para dedicarse al estudio y la contemplación…, mucho antes de lo que habría debido hacerlo, si quieres que te dé mi opinión al respecto. –La unidad emitió una especie de suspiro–. Las cosas han ido empeorando poco a poco desde ese momento. Beychae vive en un planeta cuyos líderes son sutilmente hostiles a las fuerzas que él y Zakalwe representaban y a las que prestamos nuestro apoyo, y están empezando a asumir un papel de primera fila en la disgregación del grupo. Ya han estallado varios conflictos a pequeña escala y se están incubando muchos más. La guerra a gran escala que involucrará a todo el grupo de sistemas es inminente.

–¿Y Zakalwe?

–Bueno…, básicamente se trata de una situación que requiere una intervención desde fuera. Zakalwe tendría que desplazarse al planeta para convencer a Beychae de que sigue siendo necesario, y suponiendo que no lo consiga debería persuadirle para que emita un comunicado en el que exprese su preocupación por la situación actual. Pero eso quizá requiera una cierta presión física, y lo que complica todavía más las cosas es que Beychae puede resultar muy difícil de convencer.

Sma pensó en lo que acababa de decirle sin apartar los ojos de la noche.

–Y ¿no podemos emplear ninguno de los trucos habituales?

–Los dos se conocen demasiado bien el uno al otro, y el único que tiene alguna posibilidad de convencerle es el auténtico Zakalwe…, y lo mismo ocurre con Tsoldrin Beychae y la maquinaria política del grupo de sistemas. La cantidad de recuerdos involucrados es excesivamente grande.

–Sí –dijo Sma en voz baja–. Hay demasiados recuerdos… –Se pasó la mano por los hombros desnudos como si tuviera frío–. Bueno, ¿y el armamento pesado?

–Hemos empezado a reunir una flota categoría nebulosa. El núcleo está formado por un Vehículo de Sistemas Limitado y tres Unidades Generales de Contacto estacionadas alrededor del sistema, con unas ochenta UGC esparcidas en un radio de un mes. Durante el año próximo tendría que haber unos cuatro o cinco VGS situados a una distancia de entre dos y tres meses…, pero queremos reservarlos como último recurso si todo lo demás fracasa.

–Las cifras de megamuerte nunca tienen muy buen aspecto y resultan algo engañosas, ¿verdad?

Sma usó un tono de voz bastante áspero.

–Si prefieres expresarlo de esa forma… –replicó Skaffen Amtiskaw.

–Oh, maldita sea –dijo Sma en voz baja, y cerró los ojos–. Bien… ¿A qué distancia se encuentra Voerenhutz? Se me ha olvidado.

–Sólo está a cuarenta días de distancia, pero antes tendríamos que recoger a Zakalwe, así que digamos…, unos noventa días para todo el viaje.

Sma se volvió hacia la unidad.

–Y ¿quién se encargará de controlar al sustituto si he de ir en la nave?

Alzó los ojos hacia el cielo.

–La
Sólo era una prueba
se quedará aquí ocurra lo que ocurra –replicó la unidad–. Han puesto a tu disposición al
Xenófobo
, un piquete ultrarrápido. Puede despegar mañana, un poco después del mediodía o incluso más temprano…, como desees.

Sma permaneció inmóvil durante unos momentos con los pies juntos y los brazos cruzados. Tenía los labios fruncidos y el rostro bastante tenso. Skaffen-Amtiskaw aprovechó esa pausa para dedicarse a la introspección, y acabó llegando a la conclusión de que la compadecía.

La mujer siguió inmóvil y en silencio durante unos segundos más, se levantó con un movimiento muy brusco y fue hacia las puertas que daban a la sala de turbinas. Sus talones repiqueteaban sobre el sendero de ladrillos.

La unidad fue detrás de ella a toda velocidad y se colocó junto a su hombro.

–Lo que desearía es que tuvieras un poco más de sentido de la oportunidad –dijo.

–Lo siento. ¿He interrumpido algo importante?

–Oh, no, nada de eso… Oye, ¿qué diablos es ese «piquete ultrarrápido» del que me has hablado antes?

–Es el nuevo nombre adjudicado a las antiguas Unidades de Ofensiva Rápida (Desmilitarizadas) –dijo la unidad.

Sma se volvió hacia ella. La unidad osciló en el aire, el equivalente a su encogimiento de hombros.

–Se supone que suena mejor.

–Y se llama nada menos que Xenófobo… Bueno, bueno. ¿Cuándo podemos recoger al sustituto?

–Al mediodía de mañana. ¿Tendrás tiempo suficiente para transmitir los…?

–Mañana por la mañana –dijo Sma.

La unidad se colocó delante de ella y abrió las puertas extendiendo un campo de su aura. Sma cruzó el umbral y subió los escalones que daban acceso a la sala de turbinas moviéndose tan deprisa que la falda de su traje se arremolinó alrededor de su cuerpo. Los hralzs doblaron la esquina a toda velocidad y se apelotonaron junto a ella chillando y dando saltos. Sma se detuvo y permitió que los animales le olisquearan el traje e intentaran lamerle las manos.

–No –dijo volviéndose hacia la unidad–. He cambiado de parecer. Lo haremos esta noche. Me libraré de esa multitud lo más pronto posible. Voy a hablar con el Embajador Onitnert. Busca a Maikril y dile que Chuzlei debe reunirse con el ministro en el bar de la turbina uno dentro de diez minutos. Transmite mis disculpas a los enviados de Tiempos del Sistema, haz que los lleven a la ciudad y regálale una botella de Flor Nocturna a cada uno. Cancela la cita con el fotógrafo, proporciónale una cámara fija y deja que tome… sesenta y cuatro fotos, e insiste en que necesita autorización completa para cada una. Quiero que alguien se encargue de buscar a Relstoch Sussepin y le diga que tiene una cita conmigo en mi apartamento dentro de dos horas. Oh, y…

Sma se quedó callada y se inclinó para tomar en sus manos el morro ahusado de uno de los gimoteantes hralzs que la rodeaban.

–Ya lo sé, Elegante, ya lo sé… –dijo mientras el animal se quejaba y le lamía la cara. Su vientre estaba mucho más abultado que el de los otros animales–. Quería estar aquí para ver nacer a tus bebés, pero me temo que no podrá ser… –Suspiró, rodeó al hralz con sus brazos y le alzó la cabeza con una mano–. ¿Qué me aconsejas, Elegante? Podría hacerte dormir hasta mi regreso y ni tan siquiera te enterarías de lo ocurrido, pero supongo que entonces tus amiguitos te echarían mucho de menos.

–Duérmeles a todos –sugirió la unidad.

Sma meneó la cabeza.

–Cuidad de ella hasta que regrese –dijo mirando a los otros hralzs–. ¿De acuerdo?

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