El Último Don (28 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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—Los ricos se arrepentirán; llegará un día en que detendrán a todo Wall Strett con esta ley RICO.

El hecho de que los Clericuzio le hubieran retirado la confianza a su viejo amigo Ballazzo en los últimos años no había sido fruto del azar sino de la previsión. Ballazzo se había convertido en un personaje demasiado llamativo para su gusto. El New York Times había publicado un reportaje sobre su colección de coches antiguos, y Virginio Ballazzo había sido fotografiado al volante de un Rolls Royce del año 1935, tocado con una divertida gorra de visera. Virginio Ballazzo había salido en la televisión durante el Derby de Kentucky con una fusta de montar en la mano, comentando la belleza de aquel deporte de reyes. Allí había sido presentado como un próspero importador de alfombras. Todo aquello era demasiado para la familia Clericuzio, que empezó a recelar de él.

Cuando Virginio Ballazzo inició sus contactos con el fiscal de distrito de Estados Unidos, fue el abogado de Ballazzo quien informó a la familia Clericuzio. El Don, que ya estaba semirretirado, le arrebató inmediatamente el mando a su hijo Giorgio. La situación exigía una mano siciliana.

Se celebró una conferencia de la familia. Don Clericuzio, sus tres hijos, Giorgio, Vincent y Petie, y Pippi de Lena, Era cierto que Ballazzo podía causar graves daños a la estructura de la familia, pero las consecuencias las sufrirían sobre todo los niveles inferiores. El traidor podía facilitar información muy valiosa; pero no pruebas legales. Giorgio señaló que en el peor de los casos siempre les quedaría el recurso de establecer su cuartel general en el extranjero, pero el Don rechazó airadamente la propuesta. ¿En qué otro lugar hubieran podido vivir sino en América? América los había hecho ricos, América era el país más poderoso del mundo y protegía a los ricos. El Don citaba a menudo el dicho “Es preferible que cien culpables queden en libertad antes de que se castigue a un inocente”. Y después añadía “Qué hermoso es este país”. Lo malo era que todo el mundo se ablandaba a causa de la buena vida. En Sicilia, Ballazzo jamás se hubiera atrevido a convertirse en traidor, y jamás se le hubiera ocurrido quebrantar la ley de la omertá. Sus propios hijos lo hubieran matado.

—Ya sóy demasiado viejo para irme a vivir a ottro país —dijo al Don, No permitiré que un traidor me expulse de mi hogar.

Virginio, que en símismo no era más que un pequeño prohlema, consistía un síntoma de la infección. Había otros muchos como él. Hombres que no se regían por las viejas leyes que los había hecho fuertes. Había un bruglione de la familia en Luisia otro en Chicágo y otro en Tampa que exhibían su riqueza y mostraban su poder ante el mundo y después cuando atrapaban aquellos caponi; entonces procuraban por todos los medios evitar el castigo que había ganado con su negligencia, quebrantando la ley de la omertá; traicionando a sus compañeros. Se tenía que erradicar aquella corrupción. Ésa era la postura del Don Pero ahora escucharía a los demás. A fin de cuentas ya era viejo; y a lo mejor había otras soluciones.

Giorgio hizo un esbozo de la situación. Ballazzo está negociando con los abogados del Gobierno Accedería a ir a la cárcel siempre y cuando el Gobierno le prometiera no invocar la ley RICO, y su mujer y sus hijos pudieran conservar su fortuna. Como es natural estaba negociando también la forma de librarse de la cárcel, para lo cual tendría que declarar ante los tribunales con las personas a las que había traicionado. Él y su mujer serían colocados en un Programa de Protección de Testigos y vivirían el resto de sus vidas bajo falsas identidades. Se someterían a unas intervenciones de cirugía plástica. Sus hijos vivirían el resto de sus vidas con una respetable comodidad Aquél era el trato.

Cualesquiera que fueran sus defectos, Ballazo era un buen padre; en eso estaban todos de acuerdo. Tenía tres hijos. Un hijo estab a punto de terminar sus estudios, su hija Ceil era propietaria de un elegante establecimiento de productos cosméticos en la Quinta Avenida; y el otro hijo trabajaba como técnico de informática en un programa espacial. Todos se merecían la suerte que habían tenido. Todos eran auténticos americanos y vivían el sueño ámericano.

—Pues bueno —dijo el viejo Don; enviemos a Virgilio un mensaje muy claro. Puede informar sobre todos los demás, puede enviarlos a todos a la cárcel o a la mierda, me da igual; pero si dice una sola palabra sobre los Clericuzio, sus hijos estarán perdidos.

—Las amenazas ya no asustan a nadie últimamente —dijo Pippi de Lena.

—La amenaza procederá directamente de mí —dijo Don Doménico. Él me creerá.

—No le prometáis nada padre. Él lo entenderá.

—Jamás conseguiremos establecer contacto con él en cuanto lo coloquen en el Programa de Protección —dijo.

—Y tú, martello míó qué dices a eso? —preguntó el Don, dirigiéndose a Pippi dé Lena.

Pippi de Lena se encogió de hombros

Cuando haya declarado, aunque lo esccondan bajo el Programa de Protección lo podremos localizar. Pero se armará un gran follón y habrá mucha publicidad. ¿Merece lapena? ¿Servirá para modificar la situación?

—Merecerá la pena precisamente por la publicidad y el revuelo —dijo el Don. De esta manera enviaremos al mundo nuestro mensaje. En realidad, en caso de que se haga tendremos que hacer bella f
antasía
, un buen papel.

—Podríamós simplemente dejar que los acontecimiento siguieran su curso —dijo Giorgio. Diga lo que diga Ballazzo, jamás nos podrá hundir. Tu respuesta es una respuesta a corto plazo, papá.

El Don reflexionó un instante.

—Lo que dices es cierto. ¿Pero es que hay algo que pueda tener una respuesta a largo plazo? Puede que sí o puede que no, pero ten por seguro que a algunos se los parará. Ni el propio Dios ha podido crear un testigo. Hablaré personalmente con el abogado de Ballazzo. Él me comprenderá, le transmitirá el mensaje y Ballazzo lo creerá.

Hizo una breve pausa y después lanzó un suspiro. Cuando terminen los juicios haremos el trabajo.

—¿Y su mujer? —preguntó Giorgio.

—Es una buena mujer —contestó el Don, pero se ha vuelto demasiado americana. No podemos permitir que una desconsolada viuda proclame a los cuatro vientos su dolor y sus secretos.

Era la primera vez que intervenía Petie. Era un asesino nato

—¿Y los hijos de Virginio?.

—No si no es necesario. No somos unos monstruos —contestó Don Domenico. Ballazzo jamás les ha hablado a sus hijos de sus negocios. Ha querido que el mundo lo considere un criador de caballos, pues dejemos que se vaya con sus caballos al carajo.

Nadie dijo nada. Al cabo de un rato, el Don añadió tristemente:

—No les hagáis daño a los pequeños. Al fin y al cabo vivimos en un país donde los hijos no vengan a sus padres.

Al día siguiente se envió un mensaje a Virginio Ballazzo a través de su abogado. El lenguaje de tales mensajes solía ser muy florido. Cuando habló con el abogado, el Don le manifestó su esperanza de que su viejo amigo Virginio Ballazzo sólo guarde inmejorables recuerdos de los Clericuzio, los cuales siempre cuidarían de los intereses de su desventurado amigo. El Don añadió que Ballazzo jamás debería temer por sus hijos en los lugares donde pudiera acechar el peligro, ni siquiera en la Quinta Avenida pues él mismo velaría por su seguridad. Él sabía lo mucho que Ballazzo apreciaba a sus hijos; sabía que ni la cárcel ni la silla eléctrica ni todos los demonios del infierno hubieran podido atemorizar a su valiente amigo. Virginio sólo temía el espectro del daño que pudieran sufrir sus hijos.

—Dígale —le aseguró el Don al abogado-que yo personalmente, yo, Don Domenico Clericuzio, le garantizo que no sufrirá ninguna desgracia.

El abogado transmitió el mensaje palabra por palabra a su cliente, el cual contestó de la siguiente manera:

—Dígale a mi amigo, a mi queridísimo amigo que se crió con mi padre en Sicilia, que confío en sus garantías con mi mayor gratitud. Dígale que sólo guardo los mejores recuerdos de todos los Clericuzio y que mis recuerdos son tan profundos que no tengo palabras para expresarlos. Beso su mano.

Después Ballazzo miró a su abogado y se puso a cantar Tra la la... Será mejor que tengamos cuidado con la declaración. No podemos comprometer a mi viejo amigo...

—Sí —dijo el abogado, y así se lo comunicó más tarde al Don en su informe.

Todo se desarrolló según lo previsto. Virginio Ballazzo quebrantó la ley de la omertá y declaró, enviando a numerosos subordinados a la cárcel e implicando incluso a un teniente de alcalde de Nueva York, pero no hubo ni una sola palabra sobre los Clericuzio. Después los Ballazzo, marido y mujer, se perdieron en el Programa de Protección de Testigos.

La prensa y la televisión no cabían en sí de contento; la poderosa Mafia había caído. Se publicaron centenares de fotografías y en la televisión se multiplicaron los reportajes en directo en los que se mostraba el momento en que aquellos malvados eran conducidos a la cárcel. Ballazzo ocupó las páginas centrales del Daily News: CAE EL MÁXIMO DON DE LA MAFIA. En el reportaje se le veía con su colección de coches antiguos, sus caballos del Derby de Kentucky y su impresionante vestuario de Londres. Toda una orgía.

Cuando el Don le encomendó a Pippi la misión de localizar al matrimonio Ballazzo y castigarlo por su acción, —le dijo:

—Hazlo de tal manera que tenga la misma publicidad que ellos están teniendo ahora. No queremos que se olvide fácilmente.

Pero el Martillo tardaría más de un año en cumplir el encargo.

Cross recordaba afectuosamente a Ballazzo como un hombre generoso y jovial. Él y Pippi habían comido en su casa pues la señora Ballazzo tenía fama de ser una excelente cocinera italiana, sobre todo por sus macarrones y su coliflor con ajo y hierbas aromáticas, un plato que él todavía recordaba con deleite. Había jugado en su infancia con los hijos de los Ballazzo e incluso se había enamorado de su hija Ceil cuando ambos eran adolescentes. Ella le había escrito desde la universidad después de aquel mágico domingo, pero él jamás le había contestado. Ahora, a solas conPippi, dijo:

—No quiero participar en esta operación.

Su padre lo miró con una triste sonrisa en los labios. Después le dijo:

—Cross, son cosas que a veces ocurren, tienes que acostumbrarte. De lo contrario, no sobrevivirás.

Cross sacudió la cabeza.

—No puedo hacerlo —dijo.

Pippi lanzó un suspiro.

—De acuerdo. Les diré que voy a utilizarte en la planificación. Haré que me asignen a Dante para la operación.

Píppí puso en marcha la investigación. La familia Clericuzio, con cuantiosos sobornos, atravesó la pantalla de Programa de Protección de Testigos.

Los Ballazzo se sentían seguros con sus nuevas identidades, sus falsas partidas de nacimiento, sus nuevos números de la Seguridad Social, su certificado de matrimonio y la cirugía estética que les había modificado la cara, confiriéndoles el aspecto de unas personas diez años más jóvenes. Sin embargo sus figuras, sus gestos y sus voces los hacían más fácilmente identificables de lo que ellos pensaban.

Los viejos hábitos nunca mueren. Un sábado por la noche Virginio Ballazzo y su mujer se trasladaron en su automovil a la pequeña localidad de Dakota del Sur, cerca de la cual habían establecido su nueva residencia, para jugar en un pequeño tugurio de mala muerte que dependía de la sección local. Durante el camino de vuelta, Pippi de Lena y Dante Clericuzio, junto con un equipo de seis hombres, los interceptaron. Dante, incumpliendo las normas del plan, no pudo resistir la tentación de darse a conocer antes de apretar el gatillo de su escopeta de caza.

No se hizo el menor intento de ocultar los cadáveres. No se robaron objetos de valor. El hecho se consideró un ajuste de cuentas y sirvió para enviar un mensaje al mundo. Un torrente de indignación inundó la prensa y la televisión, y las autoridades prometieron que se haría justicia. Se armó tal escándalo que todo el imperio Clericuzio pareció correr peligro.

Pippi se vió obligado a permanecer dos años escondido en Sicilia. Dante se convirtió en el Martillo número uno de la familia. Cross fue nombrado bruglione del imperio Occidental de los Clericuzio. Se había tomado buena nota de su negativa a participar en la ejecución de los Ballazzo. Estaba claro que no tenía madera de auténtico Martillo.

Antes de su desaparición de dos años en Sicilia, Pippi celebró una última reunión y una comida de despedida con Don Clericuzio y Giorgio.

—Debo pedir disculpas por mi hijo. Cross es joven, y los jóvenes son sentimentales —dijo. Apreciaba mucho a los Ballazzo.

—Nosotros apreciábamos a Virginio —dijo el Don. Era el hombre que más me gustaba.

—¿Pues entonces por qué lo matamos? —preguntó Giorgio. Nos ha causado tantos problemas que no merecía la pena.

Don Clericuzio lo miró con dureza.

—No se puede vivir sin orden. Si tienes poder lo debes utilizar por simple sentido de la justicia. Ballazzo cometió un grave delito. Pippi lo comprende, ¿no es cierto, Pippi?

—Por supuesto que sí, Don Domenico —contestó Pippi. Pero usted y yo pertenecemos a la vieja escuela. Nuestros hijos no lo comprenden. Hizo una breve pausa. También quería darle las gracias por haber nombrado bruglione del Oeste a Cross durante mi ausencia. No le defraudará

—Lo sé —dijo el Don. Confío tanto en él como en ti. Es inteligente y sus escrúpulos son los propios de la juventud. El tiempo le endurecerá el corazón.

La comida la había preparado y la estaba sirviendo una de las mujeres cuyos maridos trabajaban en el Enclave del Bronx. Había olvidado llevar a la mesa el cuenco de queso parmesano rallado del Don y Pippi fue a la cocina por el rallador y el cuenco. Ralló cuidadosamente el queso y observó cómo el Don hundía su enorme cuchara de plata en el amarillento montículo, se la llevaba a la boca y después tomaba un buen trago de fuerte vino casero.
Menudo apetito tiene este hombre
, pensó Pippi.
Más de ochenta años y todavía es capaz de decretar la muerte de un pecador y de comerse este queso tan fuerte, regado con este vino tan áspero
.

—¿Está Rose Marie en casa? —preguntó con aire ausente. Me gustaría despedirme de ella.

—Le ha dado uno de sus malditos ataques —contestó Giorgio. Menos mal que se ha encerrado en su habitación, pues de lo contrario no nos hubiera permitido disfrutar en paz la comida.

—Vaya —dijo Pippi. Yo pensaba que mejoraría con el tiempo.

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