El Terror (70 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #Terror, #Histórico

BOOK: El Terror
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Pero aquí eso no es ningún problema. Con Excepción de los hermanos que sirven juntos en esta Expedición, y Thomas Hartnell perdió a su hermano mayor en la isla de Beechey, no hay parientes que acudan al hielo o a esta Terrible Isla de viento, nieve, hielo, relámpagos y niebla. No hay nadie que pueda identificarnos cuando muramos, ni mucho menos Enterrarnos.

Doce de los hombres de la Enfermería se están muriendo de Escorbuto, y más de Dos Tercios de los 105 supervivientes, incluyéndome a mí mismo, tenemos un síntoma o más de la enfermedad.

Nos quedaremos sin zumo de limón, nuestro antiescorbútico más efectivo, aunque su Eficacia ha ido Declinando regularmente a lo largo del año pasado, en menos de una semana. La única Defensa que tendremos entonces es el Vinagre. Hace una semana, en la Tienda Almacén en el hielo, en el exterior del
HMS Terror,
yo personalmente presencié el trasvase del Vinagre que nos quedaba desde unos barriles repartido en 18 Barrilitos, uno por cada uno de los botes enviados en trineos al campamento
Terror
.

Los hombres odian el Vinagre. A diferencia del zumo de limón, cuya Acidez se puede disfrazar de algún modo con una dosis de Azúcar y Agua, o incluso de Ron, el Vinagre sabe a veneno a los hombres cuyos paladares ya se han visto estragados por el Escorbuto que se apodera de sus organismos.

Los oficiales que han comido más Alimentos Enlatados de Goldner que los marineros, que comían más bien su amadísimo aunque rancio Cerdo Salado y Buey hasta que los barriles quedaron vacíos, al parecer son más proclives a caer con síntomas avanzados de Escorbuto que los simples marineros.

Esto confirma la teoría del doctor McDonald de que falta algún Elemento vital (o sobra algún Veneno) en las carnes en lata, verduras y sopas, a diferencia de las vituallas estropeadas, pero antes frescas. Si existe alguna forma milagrosa de poder descubrir ese Elemento (ya sea veneno o antídoto) no sólo tendría una buena Oportunidad de salvar a estos hombres, posiblemente hasta al señor Hoar, sino que también tendría una excelente Oportunidad de ser nombrado Caballero cuando seamos rescatados o nos hallemos sanos y salvos por nosotros mismos.

Pero no hay forma de hacerlo, dadas nuestras habituales Condiciones y mi carencia de Aparatos Científicos. Lo mejor que puedo hacer es insistir en que los hombres coman toda la carne fresca que puedan conseguir nuestros cazadores. Hasta la grasa y las visceras, creo, contra toda lógica, que pueden fortalecernos contra el Escorbuto.

Pero nuestros cazadores no han encontrado ningún ser vivo al que disparar. Y el hielo es demasiado espeso para intentar abrirlo y pescar.

La noche pasada, el Capitán Fitzjames vino como suele hacer al principio y final de cada uno de estos largos, larguísimos Días, y después de hacer su Ronda habitual ante los hombres dormidos, preguntándome los Cambios de Situación de cada uno de ellos; yo me sentí lo suficientemente Atrevido para plantearle la pregunta que me atormenta ya hace muchas semanas.

—Capitán —le dije—, comprendo que está usted demasiado ocupado para responder, si prefiere no hacerlo..., ya que sin duda es una perogrullada, no me cabe duda de ello, pero llevo mucho tiempo preguntándome..., ¿por qué dieciocho botes? Al parecer nos hemos traído Todos los Botes del
Erebus
y del
Terror,
pero sólo tenemos 105 hombres.

El Capitán Fitzjames dijo:

—Venga fuera conmigo si lo desea, doctor Goodsir.

Le dije a Henry Lloyd, mi Cansado Ayudante, que vigilase a los hombres, y seguí al Capitán Fitzjames al exterior. Yo había observado en la Tienda de la Enfermería que su Barba, que pensaba que se estaba volviendo Pelirroja, en realidad estaba sobre todo Gris y orlada de Sangre seca.

El capitán se había llevado una Linterna extra para la Enfermería, y abría el camino con ella hacia la Playa de grava.

No había Mar Color Vino que lamiese la Orilla de aquella Playa, por supuesto. Por el contrario, el amontonamiento de Enormes Icebergs costeros que formaban una Barrera entre nosotros y la Banquisa todavía se alineaban en la Costa.

El Capitán Fitzjames levantó la linterna ante la larga línea de botes.

—¿Qué ve usted, Doctor? —preguntó.

—Botes —aventuré yo, sintiéndome como un auténtico Perogrullo, tal y como yo mismo había denunciado.

—¿Puede observar la diferencia que hay entre ellos, Doctor Goodsir?

Yo los examiné con mucho cuidado a la luz de la linterna.

—Estos cuatro primeros no van sobre Trineos —dije.

Ya había notado aquello la primera noche que estuve aquí. No tenía ni idea de por qué sucedía tal cosa, cuando el señor Honey había puesto tanto Cuidado en hacer Trineos especiales para todos los que Quedaban. Me parecía un Flagrante Descuido.

—Sí, tiene usted razón —dijo el Capitán Fitzjames—. Esos Cuatro son las Balleneras del
Erebus
y el
Terror.
Nueve metros de largo. Más ligeras que las Demás. Muy fuertes. Seis remos cada una. Con dos extremos, como las canoas..., ¿lo ve?

Ahora sí que lo veía. Nunca había observado que las balleneras parecían tener dos proas, como una canoa.

—Si tuviéramos diez balleneras —continuó el capitán—, todo habría sido perfecto.

—¿Y eso por qué? —pregunté.

—Son fuertes, Doctor. Muy fuertes. Y ligeras, como he dicho. Y podríamos amontonar los suministros en ellas y arrastrarlas por el hielo sin tener la necesidad de construir Trineos como hemos hecho para las Demás. Si encontramos Agua Abierta, podríamos botarlas directamente desde el hielo.

Yo meneé la cabeza. Sabiendo que el Capitán Fitzjames pensaría que yo era un Completo Idiota en cuanto hiciese la pregunta, la hice de todos modos:

—Pero ¿por qué se pueden arrastrar las balleneras por el hielo y en cambio las otras no, capitán?

La voz del Capitán Fitzjames no mostraba impaciencia alguna cuando dijo:

—¿Ve usted el timón, Doctor?

Miré a ambos extremos pero no lo vi. Se lo confesé al capitán.

—Exacto —dijo él—. Las balleneras tienen una Quilla Poco Honda, y no tienen Timón fijo. Es un remero en la popa quien la gobierna.

—¿Y así va bien? —le pregunté.

—Sí, si lo que quiere es un barco ligero pero robusto, con una quilla poco honda y sin frágiles timones que se puedan romper cuando se va arrastrando —dijo el Capitán Fitzjames—. Perfecto para arrastrarlo por encima del hielo, aunque tiene 9 metros de largo y puede llevar a una Docena de Hombres, con espacio para los Suministros.

Yo asentí como si comprendiera. Casi lo hice..., pero estaba muy cansado.

—¿Ve su mástil, Doctor?

Volví a mirar de nuevo. Una vez más, no conseguí ver lo que se me pedía. Lo admití de inmediato.

—Es porque las balleneras tienen un solo mástil «abatible» —dijo el Capitán—. Está ahí doblado, debajo de la Lona que han Aparejado los hombres por encima de sus bordas.

—Ya había notado que hay lona y madera cubriendo todos los botes —dije yo, para demostrar que no era poco observador—. ¿Es para que no les caiga encima la nieve?

Fitzjames estaba encendiendo la pipa. Se había quedado sin Tabaco hacía mucho tiempo. No quise Imaginar qué era lo que quemaba en ella.

—Las Cubiertas de los Botes las han puesto para proteger a las Tripulaciones de los 18 Botes, aunque quizá sólo nos llevemos 10 —dijo, bajito.

La mayoría de los hombres del campamento estaban durmiendo. Los hombres de guardia caminaban llenos de frío hasta el borde de la luz de la linterna.

—¿Iremos «debajo» de esa lona cuando crucemos el Agua Abierta hacia la boca del Río del Pez Grande? —pregunté.

Nunca había imaginado que iríamos agachados debajo de Lona y madera. Siempre había supuesto que iríamos remando felices a la luz del Sol.

—Quizá no usemos los Botes en el Río —dijo, exhalando unas nubes aromáticas de algo que parecía excremento humano seco—. Si las Aguas a lo largo de la Costa se abren este Verano, el Capitán Crozier preferiría que Navegásemos hacia un lugar Seguro.

—¿Todo el camino hacia Alaska y San Petersburgo? —pregunté.

—Hasta Alaska al menos —dijo el capitán—. O quizá la Bahía de Baffin, si los Canales de la Costa se abren hacia el Norte —dio varios pasos e hizo oscilar la linterna más cerca de los Botes con Trineo—. ¿Conoce usted estos Botes, Doctor?

—¿Son distintos, Capitán? —Yo sentía una Fatiga tan terrible que era un Incentivo para la Sinceridad sin Bochorno alguno.

—Sí —dijo Fitzjames—. Estos dos siguientes unidos a los Trineos especiales del Señor Honey son nuestros Cúteres. Seguramente los vio cuando fueron colocados en Cubierta o en el hielo junto a los Barcos durante estos Tres Últimos Inviernos, ¿verdad?

—Sí, por supuesto —dije—. Pero ¿está diciendo que son diferentes de los primeros, de las balleneras?

—Muy diferentes —dijo el Capitán Fitzjames, tomándose el tiempo necesario para volver a encender la pipa—. ¿Observa usted algún mástil en estos botes, Doctor?

Aun a la débil luz de la linterna, yo veía dos mástiles que se elevaban de cada una de aquellas embarcaciones. La Lona había sido colocada de una forma muy Ingeniosa, cortada y Cosida en torno a ellos. Le comuniqué al Capitán mi observación.

—Sí, muy bien —dijo. No sonaba Condescendiente.

—¿Y estos mástiles abatibles no han sido abatidos por algún motivo especial? —pregunté, tanto para demostrar que antes había escuchado como por cualquier otro motivo.

—No son abatibles, Doctor Goodsir. Estos mástiles van Aparejados con velas al Tercio..., o también pueden conocerse como Cangrejas. Son permanentes. ¿Y ve los timones que van fijos en éstos? ¿Y la quilla más profunda?

Sí, en efecto, lo veía.

—¿Los Timones y las Quillas son los motivos por los cuales no se pueden arrastrar como las balleneras? —aventuré.

—Exacto. Ha Diagnosticado usted el Problema, Doctor.

—¿Y no se pueden quitar los Timones, Capitán?

—Posiblemente, Doctor Goodsir, pero las Quillas profundas... habrían quedado Enganchadas o Destrozadas por la primera Cresta de Presión, ¿no le parece?

Yo asentí de nuevo y coloqué mi mano enguantada en la borda.

—¿Es mi imaginación, o estos dos botes son ligeramente más cortos que las balleneras?

—Tiene usted buen Ojo, realmente, Doctor. Ocho metros y medio de largo, a diferencia de los 9 metros de las balleneras. Y más pesados..., los Cúteres son más Pesados. Y con la popa cuadrada.

Por primera vez observé que aquellos dos Botes, a diferencia de las balleneras, decididamente tenían una Proa y una popa cuadrada. No se trataba de Canoas.

—¿Cuántos hombres pueden llevar los Cúteres? —pregunté.

—Diez. Y llevan 8 Remos. Tienen Espacio para unos cuantos Víveres, y también Espacio para que todos nosotros nos acurruquemos abajo, si hay Tormenta, incluso en Mar Abierto, y con los dos mástiles los Cúteres ofrecerían el doble de Lona al viento que las balleneras, pero los Cúteres no serían tan buenos como las Balleneras si tenemos que subir por el río del Gran Pez de Back.

—¿Y eso por qué? —pregunté, notando que ya tendría que saberlo, que él ya me lo había dicho.

—Por el calado más profundo, señor. Veamos los dos siguientes..., los esquifes.

—Parecen más largos que los cúteres —dije.

—Sí lo son, Doctor. Nueve metros de Largo cada uno. Igual que las balleneras. Pero más Pesados. Incluso más que los Cúteres. Una gran prueba, con sus 400 kilos, arrastrarlos en trineos por el hielo hasta aquí nada menos..., se lo aseguro. El Capitán Crozier puede que decida que los dejemos aquí.

Yo le pregunté:

—Pero, entonces, ¿no deberíamos haberlos dejado atrás, en los barcos?

El meneó la cabeza.

—No. Debemos poder elegir los botes que mejor se adapten para permitir a 100 hombres sobrevivir durante varias semanas o meses en el mar, o incluso en el río. ¿Sabía usted que los Botes..., que todos esos Botes, deben ser Aparejados de forma distinta para navegar por mar o para captar el Viento río arriba, Doctor?

Me tocó a mí entonces menear la cabeza.

—No importa —dijo el Capitán Fitzjames—. Entraremos en las disquisiciones sobre la diferencia de aparejo de río y aparejo de mar en otra ocasión, preferiblemente un día Soleado y Cálido muy al Sur de aquí. Estos últimos 8 Botes..., los dos primeros son Pinazas, los Cuatro siguientes son Lanchas y los Dos últimos son Chinchorros.

—Los Chinchorros parecen mucho más cortos —dije yo.

El Capitán Fitzjames exhaló el humo de su execrable pipa y asintió como si yo le hubiese revelado alguna Perla de la Sabiduría de una Escritura Sagrada

—Sí—dijo tristemente—, los Chinchorros sólo tienen tres metros y medio de Largo, a diferencia de las Pinazas, que tienen ocho y medio, y de las Lanchas, que tienen seis y medio. Pero ninguno de ellos se puede aparejar para poner palos y navegar y todos ellos llevan unos Remos muy ligeros. Los hombres de esos Botes pasarían un Mal Rato si nos viéramos en Mar Abierto, me temo. No me sorprendería que el Capitán Crozier decidiera dejarlos.

Yo pensé: «¿mar abierto?». La idea de navegar de verdad en cualquiera de aquellas embarcaciones en algo más extenso que el río del Gran Pez de Back, que imaginaba más bien como el Támesis, nunca se me había ocurrido hasta aquella noche, aunque había estado presente en varios consejos de guerra en los que se discutían tales posibilidades. Me parecía, mirando aquellos Chinchorros pequeños y de aspecto más bien delicado y aquellas Lanchas atadas a sus Trineos, que los hombres que saliesen al mar en ellos estarían condenados a ver cómo se alejaban los Cúteres con sus Dos Mástiles y las Balleneras con su Único Mástil navegando hacia el horizonte.

Los hombres de los Botes más Pequeños estarían Condenados. ¿Cómo se elegirían las tripulaciones? ¿Habían sido elegidas ya en secreto, por los dos Capitanes?

¿Y qué bote y qué Destino me habían asignado a mí?

—Si cogemos los Botes más Pequeños, se sortearán —dijo el Capitán—. Las plazas en las pinazas, esquifes y balleneras se asignarán según equipos de tiro.

Yo debí de mirarle alarmado.

El Capitán Fitzjames se echó a reír, una risa que acabó en una ronca tos, y golpeó la pipa contra su Bota para quitar las cenizas. El viento había arreciado y era muy frío. Yo no tenía ni idea de la hora que era, algo después de Medianoche, suponía. Había oscurecido hacía al menos siete horas.

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