El templo de Istar (17 page)

Read El templo de Istar Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El templo de Istar
4.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

El guerrero hizo ademán de retroceder, tropezó hacia atrás, encorvó el cuerpo para contrarrestar su peso y, sin caerse como era de prever, comenzó a andar por la senda, canturreando en un gorgoteo apenas inteligible.

—Todas las posaderas de ti están prendadas, tienes cien amigos en cada lugar, al viento dices lo que sientes.

Tas echó a correr tras él, retorciéndose las manos y seguido de cerca por Bupu.

—El árbol no se ha incendiado —comentó la enana con severidad.

—¡Claro que no! Pero él cree…

—Es un pésimo mago. Mi turno —interrumpió ella, y se puso a revolver la enorme bolsa que llevaba colgada en bandolera y que periódicamente, se enredaba en su saya. A los pocos segundos emitió un grito de triunfo, a la vez que extraía de su interior una rata muerta, rígida y algo descompuesta.

—Ahora no, Bupu —le rogó el kender, atenazado por la molesta sensación de que se le escapaban los últimos resquicios de cordura. Caramon, que aún llevaba la delantera, había abandonado su tarareo y proclamaba a voces que iba a envolver el bosque en telarañas.

—Cuando pronuncie la fórmula mágica no escuches —advirtió Bupu a Tas—. Se desvelaría el secreto.

—No te preocupes, no pienso hacerlo —contestó el kender impaciente. Aceleró el paso temeroso de perder a Caramon quien, pese a su verbosidad, avanzaba a un ritmo considerable.

—¿Seguro que no? —persistía Bupu, entre jadeos a causa de la carrera.

—No. —Tasslehoff suspiró en un intento de controlarse.

—¿Por qué?

—Porque no quiero desobedecer tus instrucciones.

—Pero si no escuchas, no oyes. ¿Cómo sabes entonces cuándo has de taparte las orejas? —lo imprecó Bupu disgustada—. Pretendes robar mi frase mágica. Regreso a casa.

La enana se detuvo abruptamente, dio media vuelta y se alejó por el sendero con un brioso trotecillo. Tas, sin saber a quién acudir, también hizo un alto, si bien la acción de Caramon resolvió el problema. El guerrero se abrazó a un árbol cercano para conjurar a una hueste de dragones con delirantes gritos. Como no hiciera ademán de deponer su actitud, el kender farfulló un reniego y corrió en persecución de Bupu.

—¡Espera! —le rogó. No tardó en darle alcance y sujetarla por un montículo de harapos, que confundió con su hombro—. Prometo no robar nunca tu versículo mágico.

—¡Ya lo has hecho! —lo recriminó ella agitando la rata muerta frente a sus ojos—. Lo has dicho.

—¿Qué he dicho? —preguntó el kender.

—Lo que no debías. Lo has pronunciado, y no por casualidad —lo acusó Bupu en pleno acceso de rabia—. ¡Mira el resultado! —Tras apartar el roedor de su campo de mira, extendió el índice hacia un punto de la senda y exclamó—: Las palabras arcanas eran «versículo mágico», no te hagas el desentendido. Y ahora presenciamos ese tórrido encantamiento.

Tas se llevó la mano a la cabeza, mareado a causa de tanta sinrazón.

—¡Fíjate! —persistió Bupu con aire triunfante por ser ella la depositaria del enigma, olvidado su enfado casi antes de que naciera—. Hemos provocado un fuego. «Versículo mágico» nunca falla. Él es un mal hechicero.

Al centrar la mirada en el paraje que le indicaba la enana gully, Tas pestañeó perplejo. Sobre el camino mismo se elevaba un haz de llamas.

«Soy yo quien regresa a su hogar, a Kenderhome. Compraré una casa, o me instalaré en la de algunos amigos hasta que me sienta mejor», musitó para sus adentros.

—¿Quién anda ahí? —preguntó una voz cristalina.

Aquella llamada fue como un bálsamo para Tasslehoff. La encontró tan tranquilizadora que estuvo a punto de provocarle un arrebato histérico.

—¡Es una fogata de campaña! —confirmó, desbordado de júbilo. Sin el menor recelo se encaminó hacia el lugar, una mancha iluminada en la negrura de su entorno, a la vez que se identificaba—. Soy Tasslehoff Burrfoot, y por el timbre puro con que nos has invocado creo haberte reconocido como… ¡Ay!

Este lamento fue ocasionado por Caramon, quien había alzado al kender en el aire y, sosteniéndolo en volandas con uno de sus poderosos brazos, le selló la boca mediante la mano libre.

—Chitón —le ordenó al oído, y los efluvios de su aliento casi produjeron un desmayo al hombrecillo—. ¡Alguien merodea junto a esa luz!

No sería decoroso repetir aquí las imprecaciones mentales de Tasslehoff, de modo que nos limitaremos a decir que se debatió en los brazos de su amigo en un ímprobo esfuerzo para liberarse. Trataba de lanzar culebras por la boca, que no llegaron a materializarse al contenerlas la manaza del guerrero.

—Es quien yo temía —afirmó éste, asintiendo con la cabeza al mismo tiempo que su palma estrujaba la faz del desvalido kender.

Asfixiado, Tas comenzó a ver estrellas de colores y su forcejeo se tornó desesperado. Arañaba con ansia a su grueso compañero en un alarde de energía, pero pronto se habría marchitado la breve y excitante vida del kender de no haber aparecido Bupu en escena.

—«¡Versículo mágico!» —declaró una vez más, plantándose a los pies del colosal humano y arrojando la rata a su nariz. Los fulgores de la fogata se reflejaron en los ojos del putrefacto cadáver y perfilaron los afilados dientes, fijos en una perpetua y siniestra sonrisa.

Sorprendido por el inesperado proyectil, Caramon emitió un alarido y soltó a Tas. Cayó el kender como un fardo y casi sin resuello.

—¿Qué sucede? Empiezo a impacientarme —los apremió la misma voz, ahora más fría.

—Hemos venido a rescatarte —acertó a explicar Tasslehoff entre jadeos.

Una figura ataviada de blanco y cubierta con una capa de piel se detuvo en la senda, cerca del trío. Bupu la inspeccionó con desconfianza.

—«Versículo mágico» —repitió obsesionada a la que ella suponía un fantasma, y que no era sino la Hija Venerable de Paladine.

—Me disculparás si no me deshago en parabienes y frases de agradecimiento —comentó Crysania a Tasslehoff un poco más tarde, sentados en torno a la fogata.

—Siento mucho lo sucedido —respondió el kender, tan trastornado que su cuerpo se encorvaba sobre sí mismo como si quisiera ocultarse—. Siempre lo complico todo, pregúntale a quien quieras. En numerosas ocasiones me han reprochado que vuelvo locas a las personas, pero hasta hoy no me había juzgado capaz de hacerlo realmente.

Deprimido y con el llanto a flor de piel, el kender contempló anhelante a Caramon. El gigantesco humano estaba al lado del fuego, arropado en su capa, y debido al influjo aún latente del alcohol su personalidad seguía oscilando entre la de Raistlin y la suya propia. Como guerrero cenó con un apetito voraz y atiborró sus insaciables mandíbulas de todos cuantos bocados cayeron en sus manos, además de obsequiar a sus acompañantes con varias baladas obscenas que hicieron las delicias de Bupu. En efecto, la enana gully lo animaba con palmadas iniciadas a destiempo y hacía las veces de coro. Tas, mientras, se enfrentaba al acuciante dilema de estallar en carcajadas o arrebujarse bajo una roca y morir de vergüenza.

De todos modos, el kender decidió con un estremecimiento que prefería al humano concupiscente antes que soportarlo en su versión Caramon-Raistlin.

Aún sopesaba en su mente los pros y los contras cuando ocurrió la transformación, en medio de una tonada. La enorme carcasa del guerrero pareció venirse abajo, convulsionada por un acceso de tos, para un instante después imponerse silencio con los párpados arrugados en estrechas líneas.

—Su estado no es culpa tuya —sosegó la sacerdotisa a Tas, estudiando a Caramon con frialdad— sino de la bebida. A su natural tosquedad hay que añadir el embotamiento de su mente y la pérdida de autocontrol. Ha permitido que sus instintos más bajos se adueñen de su persona. Se me antoja extraño que Raistlin y él sean hermanos gemelos. ¡El hechicero es tan sobrio, disciplinado, inteligente, y posee un refinamiento tan fuera de lo común!

Calló unos minutos y agregó entre suspiros:

—Desde luego, no niego que esta ruina humana merezca nuestra piedad. —La dignataria religiosa se levantó del círculo, se acercó al lugar donde estaba atado su caballo y comenzó a desabrochar las correas que afianzaban su lecho de campaña a la grupa—. Lo recordaré en mis oraciones a Paladine —ofreció.

—Estoy seguro de que tus plegarias no le harán daño —repuso Tas con tono incierto—, pero opino que en estos momentos necesita más un té o un café bien cargado.

Crysania giró el rostro y escudriñó al kender en actitud de reproche.

—Estoy segura de que no pretendías blasfemar, de modo que aceptaré tus palabras en el sentido en que han sido pronunciadas, sin concederles mayor importancia. No obstante, he de rogarte que adoptes una postura más seria ante las circunstancias…

—No te comprendo —la interrumpió él—. Hablaba con total seriedad al aseverar que lo que le conviene a Caramon es ingerir una taza colmada de té fuerte.

La sacerdotisa enarcó tanto sus oscuras cejas que Tasslehoff enmudeció, incapaz de adivinar qué podía haberla perturbado hasta ese extremo. Para romper la tensión se aplicó a desenrollar sus mantas, con el ánimo más alicaído que recordaba haber albergado jamás en su pecho. Sin causa justificada se avivó en su memoria la imagen de aquel día remoto en que cabalgaba junto a Flint a lomos de un dragón, durante la batalla en los llanos de Estwilde. El reptil se había internado en un banco de nubes y acto seguido surgió de él a una velocidad de vértigo, trazando piruetas en el aire.

Todo se volvió del revés, caían hacia el cielo para de nuevo elevarse en dirección a la tierra en un galimatías que no lograba sino marearle cuando, súbitamente, el animal se introdujo en otra nube y perdió el mundo de vista, invertido o no.

Constató que, en el fondo, la confusión de entonces guardaba cierto paralelismo con la actual, quizá por eso había evocado la escena. Crysania admiraba al perverso Raistlin y se compadecía de Caramon, lo que al kender le parecía irracional aunque no acababa de vislumbrar el motivo. El guerrero era él mismo y al mismo tiempo su gemelo, las posadas se desvanecían por arte de magia, debía oír una frase secreta a fin de saber cuándo le estaba prohibido escucharla… y, para colmo de desventuras, sugería algo tan lógico como administrar a un borrachín un té fuerte y recibía una reprimenda por blasfemo.

—Después de todo —rezongó entre dientes, sacudiendo las prendas de abrigo que usaría durantela noche— Paladine y yo somos íntimos amigos. Él conoce mis intenciones sin intermediarias que se las expliquen.

Lanzó un suspiro y hundió la cabeza en su improvisada almohada, una capa doblada varias veces sobre sí misma. Bupu, por entero convencida a estas alturas de que Caramon era Raistlin, dormía con las piernas encogidas y la cabeza apoyada en el pie de su héroe de antaño. El guerrero, por su parte, permanecía sentado y en perfecta relajación, cerrados los ojos, tareareaba una cantinela en quedos susurros. En los breves intervalos de tos exigía a Tas en voz alta que le trajera el libro de hechizos a fin de perfeccionar su magia, mas pronto se zambullía de nuevo en su pacífico sopor. El kender confiaba en que el sueño disiparía los efectos del aguardiente enanil.

Crysania extendió su lecho junto al fuego, convertido ahora en meros rescoldos, sobre una capa de pinaza que había reunido con el propósito de aislarse de la humedad. Tasslehoff bostezó, no sin reconocer que la sacerdotisa se desenvolvía mejor de lo que él había imaginado. Había elegido un emplazamiento idóneo donde acampar, cerca del camino y de un riachuelo de aguas límpidas. No le hubiera apetecido tener que adentrarse demasiado en aquel bosque lóbrego y siniestro, hechizado.

«Bosque lóbrego» ¿Qué le recordaba esta expresión? Se sorprendió a sí mismo dispuesto a traspasar las fronteras del mundo de la vigilia y se conminó a despertar: debía despejarse, rememorar algo importante. Bosque siniestro, lóbrego, frecuentado por espíritus que hablaban al viajero.

—¡El Bosque Oscuro! —exclamó alarmado, a la vez que se incorporaba como impulsado por un resorte.

—¿Qué has dicho? —indagó Crysania, que acababa de envolverse en su capa para calentarse y aún no estaba acostada.

—¡El Bosque Oscuro! —repitió el Kender muy excitado—. Nos encontramos en sus lindes, y queríamos prevenirte contra sus peligros. ¡Sería terrible que te internaras en esa espesura en solitario! Aunque quizá ya estemos todos en él, lo que tampoco resulta muy tranquilizador.

Caramon, al oír la mención de un paraje tan perturbador, levantó los párpados sobresaltado y se puso a estudiar los alrededores a pesar de su amodorramiento.

—Supersticiones absurdas —declaró la Hija Venerable de Paladine acomodando, sin inmutarse, su cabeza en la almohadilla que siempre llevaba en sus alforjas—. Todavía no hemos llegado al Bosque Oscuro, mas en cuanto lo hagamos pienso visitarlo. Si no me equivoco se yergue a unas cinco millas de aquí, y mañana nos tropezaremos con una senda que nos conducirá hasta sus entrañas.

—¡Así que te propones atravesarlo! —Tas no daba crédito a las declaraciones de la sacerdotisa.

—Por supuesto —respondió ella con su habitual frialdad—. Su más alto dignatario puede ayudarme, y debo persuadirle de que lo haga. Tardaría varios meses en recorrer el trecho que me separa de la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth, incluso a caballo, así que tracé el plan de recurrir a los Dragones Plateados que moran en ese frondoso lugar. El Señor del Bosque les ordenará que me transporten a mi destino en un abrir y cerrar de ojos.

—Pero los espectros, el rey fantasma y su cohorte de seguidores… —comenzó a nombrar trabas el kender.

—Fueron liberados de sus letales cadenas cuando respondieron a la llamada del Bien para combatir a los Señores de los Dragones —fue la contestación de la dama, quizás algo tajante—. Te conviene estudiar mejor la historia de la guerra, Tasslehoff, más aún después de haber participado en ella. En el instante en que las fuerzas humanas y elfas se aliaron a fin de recuperar la perdida Qualinesti, los espíritus del Bosque Oscuro se enrolaron en sus filas y, al hacerlo, rompieron el encantamiento que los ligaba a una existencia perpetua entre las sombras. Abandonaron Krynn una vez concluida la liza, y ningún ser viviente ha vuelto a verlos por estos contornos.

—¡Ah! —fue todo cuanto pudo esbozar el sobrecogido hombrecillo. Tras unos segundos de meditación, no obstante, se repuso y pudo continuar, ahora con entusiasmo—: Tuve ocasión de conocer a las huestes espectrales. Todos sus miembros eran muy corteses, bruscos en sus idas y venidas pero en extremo educados.

Other books

The Sound of Many Waters by Sean Bloomfield
House of Ghosts by Lawrence S. Kaplan
Dancing Dead by Deborah Woodworth
A Ghost to Die For by Elizabeth Eagan-Cox