El templo (58 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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Race frunció el ceño al leerlo.

«Contactar tan pronto como sea posible con Race.» «Su participación es crucial para el éxito de la misión. »Cuando había visto el correo por primera vez, Race no le había prestado demasiada atención. Había dado por sentado que aludía a él, a William Race, y que era con él con quien debían contactar inmediatamente.

Pero, ¿y si era con otra persona con quien el Ejército tenía que contactar? ¿Con algún otro Race?

En ese caso, significaría que tendrían que ponerse en contacto con…

Marty.

Race alzó la vista del portátil horrorizado, cuando justo en ese momento su hermano salió de la fila de los miembros muertos de la Armada y la darpa y le estrechó la mano a Frank Nash.

—¿Cómo estás, Marty? —le dijo Nash con familiaridad.

—Bien, Frank. Me alegro de haber llegado finalmente.

A Race no dejaba de darle vueltas la cabeza.

Sus ojos pasaron de Nash y Marty a los cuerpos muertos sobre la calle embarrada, y de ellos a la copia del manuscrito que yacía en el barro junto a Ed Devereux.

Y entonces todo cobró sentido de repente.

Race vio la caligrafía elaborada del texto, las impresionantes ilustraciones medievales. Era idéntica al ejemplar fotocopiado del manuscrito de Santiago que había traducido para Nash cuando estaban rumbo a Perú.

Oh, no…

—Marty, no…

—Lamento que te hayas visto envuelto en todo esto, Will —dijo Marty.

—Teníamos que lograr como fuera una copia del manuscrito —dijo Nash—. Dios, cuando esos nazis entraron en el monasterio en Francia y robaron el manuscrito auténtico, desencadenaron una persecución increíble. De repente, todo aquel con una Supernova tenía la posibilidad de hacerse con una muestra viva de tirio. Era una oportunidad única. Entonces, cuando interceptamos una transmisión de la DARPA en la que se decía que había una segunda copia del manuscrito, decidimos pedir a alguien de la DARPA que nos fotocopiara esa copia: Marty.

Pero cómo
, pensó Race.
Marty estaba en la DARPA, no en el Ejército. ¿Dónde estaba el vínculo? ¿Qué relación había entre Marty, Nash y la División de Proyectos Especiales del Ejército
?

En ese momento, vio a Lauren acercarse a Marty y besarle en la mejilla.

¿Pero qué…?

Fue entonces cuando Race vio el anillo en la mano izquierda de Marty.

Una alianza.

Miró a Lauren y a Marty de nuevo.

No…

Entonces escuchó la voz de Lauren en su cabeza: «Mi primer matrimonio no salió bien. Pero he vuelto a casarme recientemente».

—Veo que has conocido a mi mujer, Will —dijo Marty dando un paso hacia delante con Lauren cogida de la mano—. No te había dicho que me había casado, ¿verdad?

—Marty…

—¿Recuerdas cuando éramos adolescentes, Will? Tú siempre fuiste el popular y yo el solitario. El tipo con las cejas gruesas y la espalda corvada que se quedaba en casa los sábados por la noche mientras tú salías con todas las chicas. Pero hay una chica a la que no pudiste conseguir, ¿verdad, Will?

Race permanecía en silencio.

—Y parece que yo sí la he conseguido —dijo Marty.

Race estaba aturdido. ¿Era posible que Marty hubiese tenido una infancia tan terrible como para perseguir a Lauren con el único fin de ponerse al nivel de Race?

No. Aquello no era posible.

Esa teoría no se podía usar con alguien como Lauren. Ella no se habría casado con nadie que no quisiera, lo que significaba que no se habría casado con nadie que no supusiera un paso adelante en su trayectoria profesional.

Fue entonces cuando otra imagen se apoderó de la mente de Race.

La imagen de Lauren y Troy Copeland en el Huey hace dos noches, besándose como un par de adolescentes antes de que Race los pillara in fraganti.

Lauren tenía una aventura con Copeland.

—Marty —dijo rápidamente—. Escucha, ella va a traicionarte…

—Cállate, Will.

—Pero Marty…

—¡He dicho que te calles!

Race permaneció en silencio. Un instante después, dijo en voz baja:

—¿Qué te ha ofrecido el Ejército para vender a la harpa, Marty?

—No tuvieron que ofrecerme demasiado —dijo Marty—. Mi mujer me pidió un favor. Y su jefe, el coronel Nash, me ofreció un puesto ejecutivo en el proyecto de la Supernova del Ejército. Will, soy un ingeniero de diseño. Diseño todos los sistemas informáticos que controlan estos dispositivos. Pero en la DARPA no soy nadie. Toda mi vida, Will, toda mi vida, lo único que he deseado ha sido reconocimiento. Ahora por fin voy a tenerlo.

—Marty, por favor, escúchame. Hace dos noches, vi a Lauren con…

—Déjalo, Will. Todo ha acabado. Lamento que tuviera que ocurrir así, pero las cosas han salido de esta manera y no puedo hacer nada por evitarlo. Adiós.

A continuación Frank Nash se colocó delante de Race. Marty fue reemplazado en su campo de visión por el cañón de la SIG-Sauer de Nash.

—Ha sido un placer, profesor. De veras que sí —dijo Nash apretando el gatillo.

—No —dijo Van Lewen de repente. Se colocó entre la pistola de Nash y Race—. Coronel, no puedo permitir que haga eso.

—Apártese, sargento.

—No, señor. No lo haré.

—¡Apártese de una puta vez!

Van Lewen se puso recto. Mientras, la pistola seguía apuntándolo.

—Señor, mis órdenes son claras. Fue usted quien me las dio. Debo proteger al profesor Race a cualquier precio.

—Sus órdenes acaban de cambiar, sargento.

—No, señor. Si quiere matar al profesor Race, entonces tendrá que matarme a mí primero.

Nash frunció el ceño un instante.

Entonces, en menos de un segundo, la SIG que tenía en la mano derecha se disparó y la cabeza de Van Lewen estalló, salpicándole su sangre a Race.

El cuerpo del boina verde cayó al suelo con un golpe sordo, como una marioneta a la que le acabaran de cortar las cuerdas. Race se quedó mirando el cuerpo inerte de Van Lewen.

El alto y noble sargento había sacrificado su propia vida por la suya, había permanecido delante del cañón de la pistola por él. Y ahora, ahora estaba muerto. A Race le entraron ganas de vomitar.

—Hijo de la gran puta —le dijo a Nash.

Nash volvió a apuntarlo con la pistola.

—Esta misión es más importante que cualquier hombre, profesor. Más importante que él, más importante que yo y, decididamente, más importante que usted.

Apretó el gatillo.

Race vio algo marrón pasar volando por delante de su rostro antes de escuchar el zumbido de la bala.

Entonces, justo cuando Nash apretó el gatillo de la pistola, una pequeña explosión de sangre salió del antebrazo del coronel del Ejército. Había sido alcanzado por una flecha.

La mano con la que Nash sostenía la pistola fue alcanzada desde un costado y la SIG se disparó, pero el disparo se desvió a la izquierda de Race. Nash gritó de dolor y tiró el arma justo cuando una lluvia de cerca de veinte flechas más comenzaron a caer a su alrededor. Dos hombres del Ejército murieron al instante.

La lluvia de flechas fue seguida por un grito de batalla que cortó el aire de la mañana como si de un cuchillo se tratase.

Race se giró ante aquel sonido y casi se le desencaja la mandíbula de la visión que contempló al volverse.

Vio a todos los indígenas de la aldea (todos los adultos, al menos cincuenta hombres) cargando contra ellos desde los árboles situados al oeste de Vilcafor. Gritaban fuera de sí mientras se acercaban al centro del pueblo, blandiendo todas las armas que habían encontrado por el camino: arcos, flechas, hachas, palos… Sus rostros tenían algunas de las expresiones más pavorosas que Race había visto en su vida.

La carga de los indígenas fue aterradora.

Su furia era intensa y su ira era casi tangible. Frank Nash había robado su ídolo y querían recuperarlo.

De repente, se escucharon los disparos de un M—16 desde algún punto cercano a Race.

Un par de los pasajeros del helicóptero habían abierto fuego contra los indígenas. Casi al instante, cuatro de los que encabezaban el ataque fueron alcanzados. Cayeron al suelo y su rostro se golpeó contra el fango.

Pero los demás prosiguieron con su carga.

Nash, ahora con una flecha alojada en su antebrazo de cuya punta pendía un trozo de su carne, se giró y corrió en dirección a los dos helicópteros del Ejército. Su gente lo siguió.

Race ni siquiera se había movido. Seguía en el centro de la calle observando estupefacto el ataque de los indígenas.

Entonces, alguien lo agarró con fuerza por el hombro.

Era Renée.

—¡Profesor, vamos! —gritó mientras tiraba de él hacia el Super Stallion vacío que había al otro lado del pueblo.

Los miembros del Ejército llegaron a sus helicópteros.

Nash, Lauren, Marty y Copeland saltaron al compartimiento trasero del Black Hawk II, al mismo tiempo que los dos miembros de la tripulación del helicóptero saltaron a los asientos del piloto y el copiloto.

Los rotores del Black Hawk II comenzaron a girar al instante.

Nash echó un vistazo desde el compartimiento trasero y vio a Race y a Renée corriendo hacia el Super Stallion.

Gritó al miembro de la tripulación que controlaba una ametralladora Vulcan:

—¡Elimine a ese helicóptero!

Mientras los rotores del Black Hawk II ganaban velocidad y el helicóptero comenzaba a despegar lentamente, el copiloto apretó el gatillo y una ráfaga de disparos salieron de la ametralladora.

La ráfaga fue demoledora. Perforó los lados reforzados del Super Stallion con miles de agujeros de bala, cada uno de ellos del tamaño del puño de un hombre.

Justo entonces, cuando Race y Renée se estaban acercando a él, el Super Stallion voló en pedazos.

Los dos se tiraron al suelo un segundo antes de que la lluvia de fragmentos de metal candentes les pasara rozando la cabeza. Los trozos volaron en todas direcciones. Dos fragmentos de metal al rojo vivo golpearon el hombro de Renée. Esta gritó de dolor.

—¡Ahora, elimínelos! —gritó Nash señalando a Race y a Renée, herida.

El Black Hawk II estaba a unos cuatro metros y medio por encima del suelo. Ganaba altura a gran velocidad. El copiloto giró la Vulcan y apuntó al cráneo de Race.

¡Pam
!

La cabeza del copiloto cayó hacia atrás con violencia. Había sido alcanzado por un disparo que había impactado en su frente.

Nash se volvió sorprendido. Miró en el suelo para averiguar de dónde provenía el disparo que había matado a su artillero.

Y lo vio.

Doogie.

Estaba apoyado sobre una rodilla en el borde del foso y sostenía un MP5 de la Armada robado que apuntaba directamente al Black Hawk II. Gaby López estaba detrás de él.

Doogie disparó de nuevo y este impactó en el techo de acero sobre la cabeza de Nash.

Nash le gritó al piloto:

—¡Sáquenos de aquí de una puta vez!

Race corrió hacia el todoterreno de ocho ruedas sujetando a Renée con un brazo.

Los indígenas estaban ahora bajo los dos helicópteros del Ejército y les gritaban llenos de ira, agitando sus palos y disparando en vano las flechas a las estructuras inferiores blindadas de aquellas bestias voladoras de acero.

Race llegó a la parte trasera del todoterreno, abrió la ventanilla circular trasera y ayudó a Renée a entrar por ella.

Justo cuando iba a meterse él, vio a Doogie y a Gaby, que corrían por la calle principal en su dirección, agitando las manos. Gaby estaba ayudando a Doogie que, herido, renqueaba todo lo rápido que podía.

Llegaron al todoterreno.

—¿Qué cono está pasando aquí? —dijo Doogie con el aliento entrecortado. Race vio su pierna izquierda llena de sangre. Se había hecho un torniquete—. ¡Nada más llegar hemos visto cómo el coronel disparaba a Leo en la puta cabeza!

El rostro de Doogie estaba convulso con una mezcla de rabia y confusión.

—El coronel tenía otras prioridades —dijo Race con amargura.

—¿Qué vamos a hacer? —dijo Doogie.

Race se mordió el labio pensativo.

—Vamos —dijo—. Entremos. Esto no ha terminado aún.

Los dos helicópteros del Ejército, el Comanche y el Black Hawk II, se alzaban en el cielo sobre la calle principal de Vilcafor.

Nash miró por el lateral de su helicóptero al grupo de furiosos indígenas que tenían debajo y que gritaban y agitaban sus puños a los helicópteros. Soltó una risotada y alejó la vista de ellos para posarla en el parabrisas delantero.

Los dos helicópteros alcanzaron altura y se situaron por encima de las copas de los árboles.

La sonrisa de Nash se quedó helada.

Había ocho, ocho helicópteros Black Hawk I, muy similares al suyo; modelos anteriores que el Ejército había descartado años atrás. Todos ellos estaban pintados de negro, sin ninguna marca o distintivo, y formaban un círculo de quinientos metros alrededor de Vilcafor como una manada de chacales hambrientos en los márgenes de la batalla, expectantes y listos para recoger las sobras.

De uno de los Black Hawk comenzó a salir una nube de humo y un misil salió despedido de una de sus alas.

Un rastro humeante se extendió por el aire delante del helicóptero mientras el misil se dirigía al Comanche del Ejército. El helicóptero estalló en un segundo y cayó torpemente al suelo. Se golpeó contra una de las cabanas de piedra de la calle principal. El amasijo de hierros en que se había convertido su armazón de metal escupía llamas de fuego.

Race y los demás estaban dentro de la ciudadela, a punto de bajar por el
quenko
, cuando escucharon la explosión.

Corrieron de nuevo al todoterreno e intentaron divisar algo por entre sus estrechas ventanillas para ver qué había ocurrido.

Vieron los restos del Comanche, que había caído de lado encima de una de las pequeñas cabañas de Vilcafor.

También vieron el Black Hawk II de Nash inmóvil en el aire.

Los rotores del Black Hawk del Ejército golpeaban el aire rítmicamente mientras el helicóptero se mantenía inmóvil sobre Vilcafor, en el centro del círculo que formaban los helicópteros negros.

De repente, dos de esos helicópteros salieron de la formación y volaron en dirección al pueblo.

Algunos soldados vestidos de negro que se encontraban apostados en los costados del helicóptero abrieron fuego contra los indígenas y estos se dispersaron al instante. Corrieron a los puentes de madera y se perdieron por entre el frondoso follaje que rodeaba el pueblo.

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