El sol sangriento (29 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: El sol sangriento
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—Creo que no comprendo —replicó lentamente Kerwin, rebelándose—. ¿Por qué tiene que ser necesario el celibato?

Kennard le respondió con otra pregunta.

—¿Por qué crees que se les exige a las Celadoras que sean vírgenes?

Aunque Kerwin no tenía la menor idea, de repente se le ocurrió que eso explicaba a Elorie. Superficialmente, era una joven adorable, sin duda tan bella como Taniquel, pero tan asexuada como una niña de siete u ocho años. Rannirl había dicho algo acerca de la virginidad ritual… Y Elorie, por cierto, era tan inconsciente de su propia belleza y atractivo como la criatura más pequeña. Más aún: mientras la mayoría de las niñas, a los ocho o nueve años, eran bastante conscientes de su propia femineidad y ya se podía ver en ellas el germen de la atracción, Elorie parecía completamente inconsciente de la suya propia.

—En la antigüedad se consideraba como algo ritual —explicó Kennard—. Yo creo que es una superchería, pero aún tiene vigencia el hecho de que es terriblemente peligroso para una mujer trabajar en la posición centropolar de un círculo de matriz, uniendo los flujos de energones, si no es virgen. El proceso tiene que ver con las corrientes nerviosas. Incluso en las posiciones más exteriores del círculo, las mujeres observan una castidad estricta durante bastante tiempo antes. En cuanto a ti…, ten por seguro que necesitarás hasta la última migaja de tu energía nerviosa y de tu fuerza esta noche. Taniquel lo sabe. Por eso es mejor que duermas un rato. Solo. Y será mejor que te advierta, por si todavía no lo has descubierto por tu cuenta, que no servirás de mucho con una mujer durante varios días después. No dejes que eso te preocupe; es tan sólo un efecto colateral del drenaje de energías. —Puso una mano amable, casi paternal, sobre la muñeca de Kerwin—. El problema, Jeff, es que te has convertido hasta tal punto en uno más de nosotros que nos olvidamos de que no siempre has estado aquí; suponemos que sabes todas estas cosas aunque nadie te las haya dicho.

Jeff agradeció en voz baja, conmovido por el afecto de Kennard:

—Gracias, pariente.

Usó la palabra sin timidez por vez primera. Si Kennard había sido hermano de crianza de Cleindori, la madre de Jeff… Kerwin ya sabía que la adopción, en Darkover, creaba lazos familiares que en muchos casos eran más fuertes que los lazos de sangre.

—¿Conociste a mi padre, Kennard? —preguntó, llevado por un impulso.

Kennard vaciló. Después respondió con lentitud:

—Sí. Supongo que se podría decir que le conocí bastante bien. No, no tan bien como hubiera deseado, pues si no las cosas podrían haber sido diferentes. Eso no me ayudó a cambiar nada.

—¿Cómo era mi padre?

Kennard suspiró.

—¿Jeff Kerwin? No muy parecido a ti. Tú te pareces a mi hermana. Kerwin era grande y moreno y práctico; nada de tonterías. Pero también tenía imaginación. Lewis, mi hermano, le conoció mejor que yo. Él se lo presentó a Cleindori. —De repente, Kennard frunció el ceño y agregó—: Mira, no hay tiempo para esto. Vete a descansar.

Kerwin percibió que Kennard estaba alterado. Abruptamente, ya fuera porque había captado una imagen de la mente de Kennard o porque había percibido algo, preguntó:

—Kennard, ¿cómo murió mi madre?

La mandíbula de Kennard se tensó.

—No me preguntes Jeff. Antes de que aceptaran permitirte que vinieras aquí… —Se interrumpió, pensando qué decir. Kerwin advirtió que se había bloqueado para impedir que él captara siquiera un jirón de sus pensamientos—. También yo estaba en Arilinn —prosiguió Kennard—. Me pidieron que regresara porque estaban escasos de gente, después… después de lo que ocurrió. Pero, antes de que aceptaran permitirte que vinieras, me hicieron… me hicieron jurar que no respondería a ciertas preguntas, y ésta es una. Jeff, el pasado es
pasado
. Piensa en hoy. Todos los de Arilinn, todos los de los Dominios hemos tenido que dejar atrás el pasado y pensar en lo que estamos haciendo por Darkover y por nuestro pueblo. —Había un atisbo de dolor en su rostro, pero seguía cuidadosamente amurallado—. Jeff, cuando viniste aquí, todos dudábamos bastante de ti. Pero ahora, triunfemos o fracasemos, eres uno de nosotros. Un verdadero darkovano… y un verdadero Comyn. Esa idea tal vez no te tranquilice tanto como tener contigo a Tani —agregó, con un intento de picardía—, pero debería ayudarte un poco. Ahora vete a dormir, pariente.

Le despertaron cuando salió la luna. La Torre de Arilinn se veía extraña y silenciosa en medio de la noche, y la cámara de matrices estaba colmada con esa quietud extrañamente sonora. Se reunieron, hablando en susurros, sintiendo el silencio como algo vivo a su alrededor, como una presencia real a la que no querían molestar. Kerwin se sentía flojo, vacío, exhausto. Advirtió que Kennard renqueaba más que de costumbre, que Elorie se veía somnolienta e irritada y que Neryssa respondió con aspereza cuando Rannirl hizo algún comentario gracioso.

Taniquel tocó la frente de Kerwin, y él sintió el roce leve de sus pensamientos, el contacto rápido y seguro. Ahora no lo rechazó.

—Él está bien, Elorie.

Elorie paseó la mirada de Taniquel a Neryssa.

—Tú monitoreas, Tani. Necesitamos a Neryssa en el círculo —explicó, ante la mirada ofendida que le lanzó Neryssa—. Ella es más fuerte y ha estado trabajando desde hace más tiempo. —Luego se dirigió a Kerwin—: Cuando trabajamos en un círculo como éste, necesitamos un monitor fuera del círculo. Y, como Tani es la mejor émpata que tenemos, permanecerá en contacto telepático con cada uno de nosotros; así, si alguno se olvida de respirar o sufre un calambre muscular, ella lo sabrá antes que nosotros e impedirá que nos agotemos o que suframos daño. Auster, tú te ocuparás de las barreras —ordenó, y agregó para beneficio del recién llegado—: Todos nosotros anulamos nuestras barreras individuales, y él se ocupa de alzar una barrera común que evita las filtraciones telepáticas. Percibirá si alguien trata de interferir. En otras épocas había fuerzas ajenas a Darkover; tal vez todavía existan, por lo que sabemos. La barrera que rodea la
gestalt
formada por nuestras mentes nos protegerá.

Kennard sostenía una pantalla de matrices más pequeña, una de las pantallas con superficie de vidrio como la que habían construido. La hacía girar hacia uno y otro lado, hacia cada uno de ellos, frunciendo el ceño y haciendo algunos ajustes en un dial calibrado. En las profundidades de la pantalla centelleaban unas lucecitas aquí y allá.

—La barrera de Auster debería resistir —dijo abstraído—, pero sólo por seguridad activaré un apaciguador y lo concentraré alrededor de la Torre. ¿Segundo nivel, Rannirl?

—Tercero, creo —respondió Elorie.

Kennard arqueó las cejas.

—¡Todo el mundo en los Dominios sabrá que hay algo en marcha en Arilinn esta noche!

—Que lo sepan —replicó Elorie con indiferencia—. Ya les solicité que sacaran a Arilinn de la red de transmisión esta noche. Es asunto nuestro.

Kennard terminó de hacer lo que estaba haciendo con el apaciguador y empezó a colocar mapas sobre la mesa, frente a ellos, y también un gran número de lápices de colores.

—¿Quieres que yo marque los mapas? —preguntó—. ¿O pediremos a Kerwin que lo haga?

—Márcalos tú —respondió Elorie—. Quiero a Corus y Jeff en el círculo exterior. Corus tiene PK suficiente, de modo que tarde o temprano podremos hacer extracciones con él, y Jeff tiene un fabuloso sentido de percepción estructural. Jeff… —Lo situó justo más allá de Rannirl—. Y Corus aquí.

La gran pantalla matriz yacía en su canasto ante ella.

—Todo listo aquí —dijo Auster.

A Kerwin le pareció que el silencio, iluminado por la luna, se hacía más profundo; parecían estar de algún modo aislados en el aire quieto; sus respiraciones se hicieron más profundas, despertando ecos en torno a ellos. Una imagen flotó en su mente, y supo que Corus había establecido algún contacto con él:
una fuerte muralla de vidrio nos rodea, que permite ver, pero es impenetrable…

Podía percibir las murallas de la Torre de Arilinn, no de la Torre real sino de una imagen mental de ella, semejante pero diferente, una Torre arquetípica, y escuchó que alguien del círculo pensaba:
Ha estado aquí, así, durante cientos y cientos de años…

Las manos de Elorie estaban plegadas. A Kerwin le habían advertido una y otra vez:
nunca toques a una Celadora, ni siquiera accidentalmente, dentro de un círculo
. Era evidente que ninguno de ellos tocaba jamás a Elorie, aunque a veces Rannirl, que era el técnico, la sostenía por un momento, poniéndole una mano en el hombro. Tampoco Elorie tocaba jamás a nadie. Kerwin había advertido que ella podía acercarse a ellos, podía entregarles algunas píldoras, quedarse al lado, pero en realidad nunca
tocaba
a nadie, era simplemente parte del tabú que rodeaba a una Celadora, que prohibía hasta el más mínimo contacto físico. Sin embargo, aunque podía ver las manos de la joven plegadas sobre la mesa, al mismo tiempo
sentía
que ella las extendía hacia todos; parecía que todo el círculo se unía de la mano, mezclándose en un lazo fuerte. A Kerwin le parecía —y sabía que todos compartían la sensación— que Elorie sostenía una mano y Taniquel, que monitoreaba, la otra. Kerwin tragó saliva, sintiendo la boca súbitamente seca, cuando los grises ojos de Elorie se cruzaron con los suyos. Los ojos de la joven centelleaban como el brillo fundido de la matriz. Sintió que ella los atraía como si fueran una red tendida entre sus manos fuertes, una red de hebras centelleantes en las que ellos estaban engarzados como gemas, cada uno de un color resplandeciente. El cálido gris rosado de la vigilancia de Taniquel, la brillantez dura como un diamante de Auster, Corus con su brillante lustre incoloro, cada uno de ellos con su propio sonido y su propio color en la red de luz de luna que era Elorie…

A través de los ojos de Kennard vieron el mapa extendido sobre la mesa. Kerwin flotó hacia él y sintió como si se elevara, como si volara, sin cuerpo, sin alas, sobre una gran extensión de terreno, con la fuerza de la pura muestra metálica que yacía en el canasto junto a la pantalla matriz. Parecía extenderse indefinidamente, ignorando los límites de su cuerpo. Luego Rannirl proyectó con rapidez una estructura giratoria y Kerwin, sin sorpresa, se descubrió trazando, con toda su mente y su conciencia, un modelo molecular como alguna vez sus dedos habían dado forma a las esferas y varas de arcilla de las maquetas. A través de los sensibles dedos de Corus percibió los electrones que giraban, la extraña amalgama de núcleo y protones, la estructura atómica del metal que buscaban.

Cobre. Su estructura parecía relucir y girar en remolino desde el mapa, como si estuviera sintonizada con el terreno en el que el mapa se había convertido de pronto. Kerwin podía
sentir
allí el metal. No era semejante a entrar en la estructura cristalina del vidrio. Era curiosamente diferente; como si a través del mapa y las fotografías que tenían, de alguna manera, él situara las corrientes magnéticas palpables, la textura del suelo y las rocas y las hierbas y los árboles, dejando de lado todas las estructuras atómicas irrelevantes. Era cien veces más sensible al terreno que se extendía bajo sus… ¿manos? ¡No! Bajo su mente, sus pensamientos. Sin embargo, de algún modo, exploraba el suelo mismo en busca de la centelleante y compleja estructura de los átomos de cobre, los lugares donde se apiñaban… ricos depósitos minerales…

Un dolor sordo y punzante le invadió. Se retorcía
a través
de los átomos de cobre; se había
convertido
en cobre, enredado con otros electrones desconocidos, con otras estructuras, tan enredado que le resultaba imposible respirar, entre átomos que giraban y se mezclaban y chocaban. Estaba
dentro
de las corrientes de energía; vagaba y fluía en ellas. Por un momento, con sensibilidad desencarnada, miró a través de los ojos de Rannirl las complejas estructuras, miró un terreno extraño y aplastado que intelectualmente sabía que era el mapa, pero que de alguna manera seguía siendo una enorme perspectiva aérea de las Kilghard Hills extendidas debajo de él, de sus cimas y grietas y abismos, rocas y árboles… A través de todo eso, trazó las secuencias de átomos de cobre. Veía y sentía por los ojos de Kennard; se movía en la punta de un lápiz anaranjado hasta la superficie del mapa, una marca que no significaba nada, absorto como estaba en el remolino de las estructuras, átomos de puro cobre enredados con dificultad en las complejas moléculas de ricos minerales… Sabía que Kennard le seguía, midiendo distancias y transmutándolas en mediciones y marcas sobre el mapa… Siguió adelante, entremezclado con las centelleantes capas de la pantalla matriz que, sin saber cómo, se había convertido en el mapa y en la superficie misma del planeta…

Nunca supo, porque el tiempo dejó de tener sentido, cuánto tiempo giró y exploró y centelleó suelo, roca, lava, fluyendo en las corrientes magnéticas, cuántas veces las percepciones de Rannirl le atraparon y se unió a la punta del lápiz de Kennard, para que toda su sustancia se transmutara en las marcas sobre el mapa. Por fin, el movimiento se hizo más lento y se detuvo. Sintió que Corus (un líquido que se cristalizaba, que se enfriaba hasta convertirse en cristal) se separaba de la fusión como un vidrio que se astillaba; percibió que Rannirl salía de algún abismo invisible; Elorie abrió su mano suavemente y dejó caer a Kennard (unos dedos invisibles hicieron caer un muñeco sobre la mesa); después el dolor, parecido a la agonía de respirar agua, invadió a Kerwin mientras sentía que empezaba una caída libre hacia la nada; Auster (un vidrio que se quebraba, liberando al prisionero) soltó una exclamación de agotamiento, deslizándose hacia adelante hasta apoyar la cabeza en la mesa. Una soga invisible se cortó y Neryssa cayó, acalambrada, como desde una gran altura. Lo primero que vio Kerwin fue a Taniquel, que suspiraba con cansancio mientras estiraba su cuerpo entrecogido. Los nudosos dedos de Kennard, hinchados y tensos por el dolor, soltaron lo que quedaba de un lápiz mientras el hombre hacía una mueca de dolor y sostenía una mano con la otra. Kerwin pudo ver que tenía los dedos hinchados, percibió la tensión en ellos y por primera vez fue consciente de la enfermedad de las articulaciones que había disminuido a Kennard y que llegaría a paralizarlo si vivía lo suficiente. El mapa estaba cubierto de símbolos crípticos. Elorie se cubrió el rostro con las manos con una exclamación de agotamiento, y Taniquel se puso de pie y se acercó a ella, con aspecto preocupado. Hizo correr sus manos sobre la joven por medio del monitor, a pocos centímetros de la frente de Elorie.

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