El sol sangriento (17 page)

Read El sol sangriento Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: El sol sangriento
6.88Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Supongo que éste es mi bárbaro —dijo.

—¿Tuyo? —Taniquel arqueó las cejas en dirección a la joven del vestido carmesí, soltó una risita y luego agregó con su voz suave y leve—: Mío.

—Que nadie se pelee por mí —repuso Kerwin. No podía evitar sentirse un poco divertido.

—No te jactes —le espetó Auster.

Elorie irguió la cabeza y lanzó a Auster una mirada aguda y directa. Para gran asombro de Kerwin, Auster bajó la cabeza como un perro apaleado.

Taniquel miró a Kerwin con esa sonrisa especial —como si ambos compartieran algún secreto— y dijo:

—Esta es nuestra Celadora, Elorie de Arilinn. Ahora que estamos todos, puedes sentarte, comer y beber algo y recuperarte un poco. Sé que la noche ha sido larga y muy dura para ti.

Kerwin aceptó la bebida que ella puso en su mano. Kennard alzó su copa hacia Kerwin.

—Bienvenido a casa, muchacho.

Los otros se reunieron en torno a él, Taniquel con su sonrisa felina, Corus con esa extraña mezcla de curiosidad y timidez, Rannirl con una sonrisa reservada aunque amistosa, Neryssa estudiándolo y evaluándolo abiertamente. Elorie fue la única que no sonrió ni habló, sino que lanzó a Kerwin una mirada directa por encima del borde de su copa y luego bajó los ojos. Él sintió como si también ella le hubiera dicho «Bienvenido a casa».

Mesyr dejó su copa con firmeza.

—Eso es todo. Y ahora, como todos nos hemos quedado toda la noche levantados para ver si conseguían traerte de regreso con éxito, sugiero que nos vayamos a la cama a dormir un poco.

Elorie se restregó los ojos con los puños cerrados como una niña y bostezó. Auster se acercó a ella.

—¡Te has agotado otra vez! Por
él…
—le regañó, lanzando una feroz mirada a Kerwin. Siguió hablando, pero ahora en un idioma que Kerwin no pudo comprender.

—Ven —le dijo Mesyr, haciéndole un gesto con la cabeza—. Te llevaré arriba y te buscaré una habitación. Las explicaciones vendrán más tarde, después de que todos durmamos un poco.

Uno de los no-humanos les precedió con una luz cuando Mesyr le guió a través de un amplio vestíbulo lleno de ecos y ascendieron una larga escalera de mosaicos.

—El lugar no escasea —explicó—. De modo que, si no te gusta esta habitación, busca otra que esté vacía y múdate. Este lugar fue construido para albergar a veinte o treinta personas; solía haber aquí tres círculos completos, cada uno con su propia Celadora, y ahora somos ocho…, nueve, contándote a ti. Por supuesto, por esa razón estás aquí. Uno de los
kyrri
te traerá lo que quieras comer; si necesitas ayuda para vestirte o alguna otra cosa, díselo. Lamento que no tengamos sirvientes humanos, pero no pueden trasponer el Velo. —Antes de que él pudiera hacerle alguna pregunta, Mesyr añadió—: Te veré al atardecer. Enviaré a alguien que te muestre el camino. —Y se marchó.

Kerwin permaneció inmóvil y miró la habitación.

Era grande y lujosa; no una simple habitación, sino una suite. El mobiliario era viejo y los tapices que pendían de los muros estaban descoloridos. En un cuarto interior, sobre una tarima, había una gran cama; generaciones de pies habían ido desgastando los mosaicos; las sábanas eran frescas y blancas y olían levemente a incienso. En unos anaqueles había algunos libros y rollos viejos; en otro, un par de instrumentos musicales. Kerwin se preguntó quién habría sido la última persona que había vivido en esa habitación y cuánto tiempo atrás. El pequeño no-humano peludo iba abriendo las cortinas para dejar entrar la luz en el cuarto exterior, cerrando otras para oscurecer el cuarto interior y preparando la cama. Al explorar la suite, Kerwin descubrió un baño de lujo casi sibarítico, con una bañera empotrada con suficiente profundidad como para nadar en ella; halló otros objetos igualmente lujosos, de aspecto extraño pero equipados con todo lo que un ser humano podía desear y con unas cuantas cosas más que a él mismo no se le hubieran ocurrido. En un anaquel había algunos recipientes de plata o marfil tallado; con curiosidad abrió uno de ellos. Estaba vacío, sólo quedaba en el fondo un poco de crema seca y resinosa. Cosmético o perfume, un espectro de alguna
leronis
del Comyn, muerta mucho tiempo atrás, que había habitado alguna vez estos cuartos. ¿Estaría la habitación llena de fantasmas? El perfume desenterró otro de esos recuerdos sepultados en su mente; supuso que lo habría olido siendo muy pequeño y se quedó inmóvil, tratando de reconstruir torpemente el recuerdo, que le eludió… Sacudió la cabeza con resolución y cerró el frasco. El recuerdo se alejó, como un sueño dentro de un sueño.

Regresó a la sala de la suite. Había allí una pintura de una esbelta mujer de cabello color cobre, debatiéndose cautiva de un demonio. Los recuerdos infantiles que Kerwin tenía de las leyendas darkovanas le permitieron identificar a las figuras míticas: el demonio Zandru raptando a Camila. Había otras pinturas que representaban leyendas darkovanas. Reconoció algunas como procedentes de la
Balada de Hastur y Cassilda:
la legendaria Cassilda ante su telar de oro, inclinándose sobre la figura inconsciente del Hijo de la Luz en las costas de Hali, Camila llevándole frutos y cerezas, Cassilda con una flor estelar en la mano, Alar en su forja, Alar encadenado en el infierno con la loba que le comía el corazón, Sharra alzándose entre llamas, Camila atravesada por la espada de sombras. Recordó vagamente que el Comyn alegaba descender del mítico Hastur, Hijo de la Luz. Se preguntó qué tendría que ver el Dios de las leyendas con los actuales Hastur del Comyn. Pero estaba demasiado cansado como para preguntárselo durante demasiado tiempo o para hacerse otras preguntas. Se quitó la ropa y se metió en la enorme cama. Al poco rato se quedó dormido.

Cuando despertó, el sol declinaba y uno de los sigilosos no-humanos se movía en el baño, vertiendo agua levemente perfumada. Recordando lo que le había dicho Mesyr acerca de una reunión al atardecer, Kerwin se bañó, se afeitó y comió un poco de los alimentos que le trajo el no-humano. Pero cuando la peluda criatura le indicó la cama, donde había extendido algunas ropas darkovanas, Kerwin meneó la cabeza y se vistió con el oscuro uniforme del Servicio Civil terrano. Se sintió amargamente divertido consigo mismo. Si entre los terranos sentía necesidad de acentuar su sangre darkovana, aquí sentía una súbita compulsión de no negar su herencia terrana. No estaba avergonzado de ser hijo de un terrano, a pesar de lo que dijera Auster… ¡Que lo llamaran bárbaro si se les antojaba!

Sin llamar, sin una palabra siquiera de advertencia, la muchacha Elorie entró en la habitación. Kerwin se sobresaltó, sorprendido por la intrusión: si hubiera llegado dos minutos antes, ¡lo habría pescado desnudo! Aunque ya estaba vestido, sólo le faltaba ponerse las botas, su entrada lo desconcertó.

—Bárbaro —le dijo ella, soltando una suave risa—. ¡Por supuesto que lo sabía! Soy telépata, ¿recuerdas?

Enrojeciendo hasta la raíz de los cabellos, Kerwin se calzó el otro pie. Obviamente, las convenciones en vigencia en un grupo de telépatas no eran aquéllas a las que él estaba habituado.

—Kennard temía que te perdieras si intentabas llegar solo al gran salón, y yo le dije que vendría a mostrarte el camino.

Elorie ya no llevaba puesto el pesado vestido habitual, sino una túnica transparente, bordada con ramilletes de flores estelares y racimos de cerezas. Estaba de pie justo debajo de una de las pinturas legendarias, y la semejanza resultaba inmediatamente visible. Él paseó la mirada de la pintura a la muchacha y preguntó:

—¿Posaste tú para ese retrato?

Ella levantó la vista con indiferencia.

—No, ésa fue mi tatarabuela. Las mujeres del Comyn, algunas generaciones atrás, tenían pasión por que las pintaran como personajes mitológicos. Sin embargo, sí copié el vestido de esa pintura. Vamos.

No se mostraba demasiado amistosa, ni siquiera muy cortés, pero parecía aceptarlo de hecho, como todos los otros.

Al final del corredor, a punto de bajar un tramo de escaleras, Elorie se detuvo y se dirigió a una ventana, en la que un profundo nicho en la pared dejaba ver el paisaje crepuscular.

—Mira —dijo, señalando—. Desde aquí puedes ver la cumbre del pico de Thendara…, si tus ojos están entrenados para ello. Hay otra Torre del Comyn allí. Aunque la mayoría de ellas están vacías ahora.

Kerwin forzó la vista, pero sólo pudo ver llanuras y las distantes laderas que desaparecían en una bruma azul.

—Todavía estoy confundido —replicó—. No sé con certeza qué es el Comyn, ni qué es una Celadora…, aparte de ser —agregó, sonriendo— una mujer muy bella.

Elorie simplemente le miró. Ante esa mirada directa y explícita, Kerwin bajó los ojos. Le había hecho sentir que el cumplido había sido grosero e intrusivo.

—Sería más fácil explicar lo que hacemos que lo que
somos
—habló ella—. Lo que
somos…
Hay tantas leyendas, tantas viejas supersticiones… que de alguna manera tenemos que responder a todas ellas. —Por un momento, su mirada se perdió en la distancia. Luego agregó—: Una Celadora, básicamente, trabaja en la posición central, centropolar si quieres, de un círculo de técnicos de matrices. La Celadora… —Una leve arruga apareció entre las dos cejas pálidas de Elorie, mientras la joven pensaba cómo podía expresarse con palabras que él comprendiera—. Técnicamente, una Celadora no es más que una operadora de matrices entrenada de modo que pueda reunir a todo su círculo de telépatas en una unidad, actuando como una especie de coordinadora central para lograr los vínculos mentales. La Celadora es siempre una mujer. Nos pasamos toda la infancia entrenándonos para eso y, a veces… —se volvió hacia la ventana, mirando hacia las montañas—, perdemos nuestros poderes al cabo de unos pocos años. O los abandonamos por propia voluntad.

—¿Perderlos? ¿Abandonarlos? No comprendo —dijo Kerwin.

Pero Elorie sólo se encogió levemente de hombros y no le respondió. Sólo mucho tiempo después Kerwin sabría hasta qué punto Elorie sobreestimaba sus capacidades telepáticas. En toda su vida, la joven no había conocido a ningún hombre, a nadie, que no pudiera leer, desde tan cerca, cualquier pensamiento de ella. Kerwin todavía no sabía nada de la fantástica reclusión en la que vivían las jóvenes Celadoras.

Al cabo de un rato, la joven prosiguió:

—La Celadora es siempre una mujer… Desde la Época de Caos, ningún hombre ha trabajado legalmente de Celador. Los otros, monitores, mecánicos y técnicos, pueden ser hombres o mujeres. Aunque en esta época es más fácil encontrar hombres para el trabajo, tampoco resulta sencillo. Espero que me aceptes como Celadora y que seas capaz de trabajar muy cerca de mí.

—Suena como un trabajo muy agradable —dijo Kerwin, mirando con cariño a la adorable muchacha que estaba ante él.

Elorie se giró como un torbellino y le miró con fijeza, con la boca muy abierta, incrédula. Después, con ojos centelleantes y las mejillas en llamas, le reprendió:

—¡Basta!
¡Basta!
¡Hubo una época en Darkover, bárbaro, en la que podría haberte hecho matar por mirarme de ese modo!

Kerwin, confundido y atónito, dio un paso atrás.

—Tranquila, señorita… ¡señorita Elorie! —se excusó, medio atontado—. No he querido decir nada que te ofendiera. Lo siento… —Meneó la cabeza, sin comprender—. Pero recuerda, si te ofendí, ¡que no tengo la menor idea de cómo, ni por qué!

Las manos de Elorie se asieron a la balaustrada con tanta fuerza que Kerwin vio que los nudillos se le ponían blancos. ¡Se veían tan frágiles esas manos blancas, delgadas, con dedos delicadamente afilados! Al cabo de un momento de silencio, un momento que se alargó en demasía, ella soltó la balaustrada, echando la cabeza atrás con un pequeño movimiento de impaciencia.

—Lo había olvidado. He oído que también insultaste a Mesyr, sin tener idea de que lo habías hecho. ¡Si Kennard va a actuar como tu padre adoptivo aquí, será mejor que te enseñe un poco de cortesía elemental! Basta de esto, ahora. Has dicho que ni siquiera sabías qué era el Comyn…

—Creí que era un cuerpo gubernamental…

Ella meneó la cabeza negativamente.

—Sólo de manera reciente, y no demasiado; en su origen, los Comyn eran las siete familias telépatas de Darkover, los siete Dominios, y cada una de ellas poseía uno de los principales Dones del
laran
.

—¡Yo creí que todo el lugar estaba atestado de telépatas! —barbotó Kerwin.

Ella desestimó la exclamación con un encogimiento de hombros.

—Todas las personas tienen un pequeño grado de
laran
. Yo estoy hablando de especiales dones psi y psicoquinéticos, los Dones del Comyn, engendrados en nuestras familias durante siglos… antiguamente se creía que eran hereditarios, que el Comyn descendía de los siete retoños, algunos dicen siete hijos, pero a mí me resulta difícil creerlo, de Hastur y Cassilda; tal vez porque en la antigüedad los Comyn eran conocidos como parientes de Hastur, o como los Hijos de Hastur. De modo específico, los Dones del
laran
se centran en la capacidad de utilizar una matriz. Supongo que sabes qué es una matriz.

—Vagamente.

Sus pálidas cejas volvieron a arquearse.

—Me dijeron que tenías la matriz que pertenecía a Cleindori, cuyo nombre está inscrito aquí como Dorilys de Arilinn.

—La tengo —dijo Jeff—, pero no tengo la menor idea de qué
es
en esencia y menos aún de para qué sirve.

Había decidido hacía mucho que la clase de cosas que Ragan hacía con su pequeña matriz eran esencialmente irrelevantes, y esta gente parecía ser muy seria al respecto.

Ella meneó la cabeza, casi maravillada.

—¡Y sin embargo te encontramos y te guiamos a través de ella! Eso nos probó que habías heredado un poco de… —Se interrumpió y agregó, furiosa—: ¡
No
me estoy mostrando evasiva! ¡Estoy tratando de expresarme con palabras que puedas comprender! ¡Eso es todo! Rastreamos la matriz de Cleindori por medio de los bancos de monitores y las redes transmisoras, lo que nos demostró que habías heredado la marca de nuestra casta. Una matriz es, ante todo, un cristal que recibe, amplifica y transmite pensamientos. Podría hablarte de pantallas espaciales, de redes neuroelectrónicas, de canales nerviosos y de energones quinéticos, pero dejaré que Rannirl te explique todo eso. Él es nuestro técnico. Las matrices pueden ser tan simples como ésta… —tocó un cristal diminuto que, desafiando por completo la gravedad, retenía su vestido transparente en el cuello— o pueden ser enormes pantallas, construidas sintéticamente y denominadas
grillas
en lenguaje técnico en las que cada cristal constituyente responde a la amplificación impuesta por una Celadora. Una matriz o, más bien, el poder del pensamiento, del
laran
, controlado por un técnico de matrices hábil o por un círculo de Celadora, puede liberar la energía pura del campo magnético de un planeta y canalizarla, ya sea como fuerza ya sea como materia. El calor, la luz, la energía quinética o potencial, la síntesis de las materias primas en formas utilizables… se hacían en una época por medio de matrices. ¿Sabes que los ritmos del pensamiento, las ondas mentales, son de naturaleza eléctrica?

Other books

The Company of Wolves by Peter Steinhart
djinn wars 01 - chosen by pope, christine
Duplicity by Charles Anikpe
Ashes 2011 by Gideon Haigh
Echo House by Ward Just
Independence by John Ferling
The Christmas Thief by Mary Higgins Clark and Carol Higgins Clark
Near Enemy by Adam Sternbergh