Daneel tampoco pidió explicaciones. Semejante intromisión en los pensamientos humanos hubiera sido muy poco robótica. Baley se paseaba de un lado a otro como un león enjaulado, temiendo que se aproximase la hora de dormir, en que su temor al vacío aumentaba, lo mismo que su nostalgia de la Tierra. Sentía un deseo casi febril de entregarse a la acción. Volviéndose a Daneel le dijo:
—¿Podría ver de nuevo a la señora Delmarre? Haz que el robot me ponga con ella.
Ambos pasaron a la sala de visualización, y Baley observó cómo el robot establecía contacto con sus hábiles dedos de metal. Miraba a través de la confusa neblina de sus pensamientos, que se desvaneció de pronto cuando se vio contemplando, sorprendido, una mesa opíparamente servida que pareció llenar media habitación.
—Hola —le saludó la voz de Gladia quien, un instante después, penetró en el campo visual para sentarse a la mesa—. No ponga esa cara de sorpresa. Es la hora de la cena. Y, como puede ver, voy correctamente vestida.
Así era, en efecto. El color dominante de su vestido era el azul pálido, que cubría todos sus miembros, hasta las muñecas y los tobillos. Una gorguera amarilla le rodeaba cuello y hombros. Era de color algo más claro que su cabello, que a la sazón llevaba peinado en ondas disciplinadas.
—Siento interrumpirle la cena—dijo Baley.
—Aún no he comenzado. ¿Por qué no me acompaña?
Baley le dirigió una mirada suspicaz.
—¿Yo... , acompañarla?
Ella lanzó una carcajada.
—¡Qué gracia me hacen los terrestres! No quiero decir que me acompañe a cenar personalmente. ¿No comprende que eso es imposible? Quiero decir que vaya a su comedor, y así usted y su compañero podrán cenar conmigo.
—Pero si me voy de aquí...
—Su técnico en visualización puede mantener el contacto.
Daneel asintió gravemente y, no sin incertidumbre, Baley se volvió y se dirigió hacia la puerta. Gladia, juntamente con la mesa, la habitación que ocupaba y sus adornos, se movió en su seguimiento.
La señora Delmarre le dirigía alentadoras sonrisas.
—¿Ve usted? Esto es un juego de niños para su técnico en visualización.
Baley y Daneel subieron por una rampa movible, que el primero no recordaba haber atravesado con anterioridad. Por lo visto había numerosas rutas posibles entre dos habitaciones distintas en aquella especie de casa tan pintoresca, y él sólo sabía unas cuantas. Daneel, desde luego, las conocía todas.
Avanzando a través de las paredes, a veces algo por debajo del nivel del piso, y en otras ocasiones a un palmo por encima, en todo momento les seguía Gladia con su mesa ricamente servida.
De pronto, Baley se detuvo para murmurar:
—Resulta algo difícil acostumbrarse a esto.
Inmediatamente, Gladia le preguntó:
—¿Le marea, acaso?
—Un poco.
—Entonces, voy a decirle lo que debe hacer. Ordene a sus técnicos que me inmovilicen aquí. Cuando se encuentre en su comedor y esté dispuesto a cenar, me reuniré con ustedes.
Daneel intervino:
—Ya daré yo esas órdenes, camarada Elías.
Cuando llegaron al comedor, la mesa estaba servida. En los platos humeaba una sopa de color oscuro en la que flotaban trocitos de carne, y en el centro de la mesa una gran ave estaba dispuesta para ser trinchada. Daneel habló brevemente con el robot camarero, el cual, con suma diligencia, colocó las dos sillas a un extremo de la mesa.
Como si esto fuera una señal, la pared opuesta pareció avanzar y la mesa estirarse, y Gladia quedó sentada al extremo opuesto. Un comedor se unió al otro, y las dos mesas se convirtieron en una sola con tanta perfección que de no haber sido por el distinto dibujo que mostraban las paredes y el piso y por la diferencia de las vajillas, no hubiera costado nada creer que los tres cenaban juntos.
—Bueno, ya está —dijo Gladia, satisfecha—. ¿No le parece cómodo y agradable?
—En efecto —respondió Baley, probando la sopa con precaución. Al encontrarla deliciosa, empezó a llevarse cucharadas a la boca sin remilgos—. ¿Conoce usted a Hannis Gruer? ¿Sabe qué le ha sucedido?
La preocupación ensombreció el bello rostro de Gladia, que dejó la cuchara sobre la mesa.
—Ha sido terrible, ¿verdad? ¡Pobre Hannis!
—Le llama por su nombre de pila. ¿Se conocen, acaso?
—Yo conozco a casi todas las personas importantes de Solaria. Y la mayoría de los solarianos se conocen entre sí. Es algo natural.
«Sí, muy natural—se dijo Baley— teniendo en cuenta lo escaso de la población.»
—En ese caso —indagó— es probable que conozca también a! doctor Altim Thool; el que atiende a Gruer.
Gladia rió suavemente. Su robot camarero le cortó la carne en cl plato, añadiéndole pequeñas patatas asadas y lonjas de zanahoria.
—Claro que lo conozco. También me atendió a mí.
—¿Cuándo?
—Poco después de... aquello. Lo de mi marido, quiero decir.
Estupefacto, Baley exclamó:
—¿Es el único médico que existe en este planeta?
—¡Oh, no! —Por un momento, Gladia movió los labios como si estuviese contando en voz baja—. Hay por lo menos diez. Y, además, un joven está estudiando Medicina. Pero el doctor Thool es uno de los mejores y con mayor experiencia. ¡Pobre doctor Thool!
—¿Por qué, pobre?
—Como usted comprenderá, la profesión de médico es repugnante. A veces, los médicos tienen que ver a sus pacientes e incluso tocarlos. Pero el doctor Thool parece estar resignado a ello, y no le importa ver a un paciente cuando lo cree necesario. Me ha cuidado desde niña y siempre se ha mostrado tan cariñoso y amable conmigo que debo confesarle que apenas me importaría que me viese. A decir verdad, en esta última ocasión me vio.
—¿Después de la muerte de su esposo?
—Sí. Ya puede imaginarse lo que sintió al verme tendida junto al cadáver de mi esposo.
—Me habían dicho que sólo visualizó el cadáver —observó Baley.
—El cadáver, sí. Pero, tras cerciorarse de que yo vivía y no corría peligro, ordenó a los robots que me pusiesen una almohada bajo la cabeza, me diesen una inyección y luego se fuesen. Fue entonces cuando vino en un reactor. ¡En un reactor, sí, amigo Elías! Tardó menos de media hora en llegar y me atendió, comprobando que se cumplían sus instrucciones. Yo estaba tan aturdida cuando desperté, que creía que sólo le estaba visualizando, e hizo falta que me tocase para darme cuenta de que nos estábamos
viendo
. Entonces, lancé un chillido. ¡Pobre doctor Thool! Se sentía terriblemente cohibido, pero comprendí sus buenas intenciones.
Baley asintió.
—Supongo que en Solaria los médicos no tienen mucho que hacer.
—Ojalá no lo tengan nunca.
—Ya sé que no existen gérmenes infecciosos. Pero, y desórdenes del metabolismo? ¿Arteriosclerosis? ,Diabetes? ¿Y otras enfermedades parecidas?
Sí que existen, y sus efectos son terribles. Los médicos se limitan a hacer la vida más soportable a las personas aquejadas de esos males, pero nada más.
—¿De veras?
—Se lo aseguro. Significa que, en tales casos, el análisis genético se realizó imperfectamente. No creerá que permitimos, intencionadamente, que se desarrollen taras como la diabetes. Cualquier persona que sufra estas enfermedades tiene que someterse a nuevos y detallados análisis. Se anula la asignación de pareja, lo cual resulta terriblemente embarazoso para dichas personas. Y significa que no se pueden tener (su voz se convirtió en un susurro) hijos.
Con voz completamente normal, Baley preguntó:
—¿Esas personas no pueden tener hijos?
Gladia se sonrojó.
—Me cuesta mucho pronunciar esta palabra. ¡Es tan indecente! ¡Hi... jos!
—A poco que la repita, le resultará más fácil —observó Baley secamente.
—Sí, pero si yo me acostumbrase a ella, cualquier día la pronunciaría en presencia de otro solariano, y me moriría de vergüenza. Bueno, pues volviendo a lo que decíamos, si esa pareja hubiese tenido hijos —¡fíjese, lo he dicho otra vez!— había que encontrarlos y examinarlos —a propósito, esa era una de las tareas de Rikaine— y..., en fin, una completa desgracia.
¡Vaya con Thool!, pensó Baley. La incompetencia demostrada por el viejo médico era una consecuencia de la sociedad en que vivía, y en sí misma no tenía nada de siniestra. Nada que fuese necesariamente siniestro. Había que prescindir del doctor.
Observó a Gladia mientras comía. Era pulcra, precisa y delicada en sus movimientos, y su apetito parecía normal. (El ave que Baley comía era deliciosa. En lo que se refería a la comida, por lo menos, aquellos Mundos Exteriores le habían conquistado.)
—¿Qué opina usted del envenenamiento, Gladia?
Ella levantó la cabeza.
—Me esfuerzo por no pensar en ello. Últimamente han ocurrido demasiadas cosas horrendas. Quizá no fuese veneno.
—Lo era.
—Pero no había nadie en las inmediaciones.
—¿Cómo lo sabe usted?
—No podía haber nadie. Hannis no tiene mujer, actualmente, porque ya ha cumplido su cupo de hi... Ya sabe a lo que me refiero. Por lo tanto, nadie podía envenenar el agua que bebió, así es que no comprendo cómo pudo suceder.
—Pues le envenenaron. Hay que rendirse a la evidencia.
Sus ojos se nublaron.
—¿Supone usted que se envenenó?
—Lo dudo. ¿Por qué tenía que hacerlo? Y, además, en público.
—Entonces, nadie puede haberlo hecho, Elías. Es imposible.
—Nada de eso, Gladia —observó Baley—. Pudo hacerse con gran facilidad. Y le aseguro que sé exactamente cómo.
Gladia contuvo el aliento por un momento. Luego, lo dejó escapar a través de sus labios fruncidos en lo que casi parecía un silbido.
—La verdad, no comprendo cómo pudo hacerse. ,.Sabe usted quién lo hizo?
—El mismo que dio muerte a su marido.
—¿Está usted seguro?
—¿_Y usted no? El asesinato de su esposo fue el primero de la historia en Solaria. Un mes más tarde se comete otro asesinato.
Puede ser simple coincidencia? Dos asesinatos distintos cometidos con un mes de diferencia, en un mundo donde el crimen no existe. Considere, además, que la segunda víctima se ocupaba de esclarecer el primer asesinato y, por lo tanto, era un grave peligro pira el asesino.
—¡Bravo! —exclamó Gladia, sirviéndose los postres. Entre bocado y bocado, dijo—: Considerando así las cosas, esto quiere decir que soy inocente.
—¿Cómo, Gladia?
—Pues verá usted, Elías. En mi vida he estado ni siquiera a cien kilómetros de la hacienda de Gruer. Por lo tanto, no puedo haber envenenado al pobre Hannis. Y si no he sido yo quien lo ha hecho... tampoco puedo ser la autora de la muerte de mi marido.
Entonces, observando que Baley guardaba un severo silencio, su ánimo pareció decaer y su boca se plegó en un rictus desolado.
—¿No le parece, Elías?
—No estoy tan seguro —respondió éste—. Como le he dicho, conozco el método empleado para envenenar a Gruer. Es muy ingenioso y cualquier habitante de Solaria podría haberlo empleado, aunque no se hallase en la hacienda de la víctima. Añadiré que podía realizarlo igualmente, aunque nunca hubiese estado en ella.
Gladia apretó fuertemente los puños.
—¿Afirma usted que lo hice yo?
—Yo no afirmo eso.
—Lo está insinuando. —Apretó furiosa los labios, mientras sus pómulos salientes temblaban—. ¿Para eso tenía tanto interés en verme? ¿Para hacerme preguntas capciosas? ¿Para tenderme una trampa?
—Vamos, mujer...
—¡Y pensar que me resultaba usted tan simpático y tan comprensivo! Usted... un terrestre.
Su voz de contralto sonó ronca y estridente al pronunciar esta última palabra.
Daneel inclinó su rostro perfecto hacia Gladia para observar:
—Permítame que le diga, señora Delmarre, que empuña el cuchillo con demasiada fuerza y puede cortarse. Tenga cuidado, por favor.
Gladia contempló iracunda el corto cuchillo de hoja roma que tenía en la mano, indudablemente ofensivo, y con un movimiento espasmódico lo levantó sobre su cabeza.
Baley le dijo:
—No puede usted alcanzarme, Gladia.
Ésta daba afanosas boqueadas.
—¿Quién habla de alcanzarle? ¡Puah! —Se estremeció dando muestras de un disgusto exagerado y exclamó—: ¡Quiten el contacto de inmediato!
Debió de pronunciar estas últimas palabras dirigiéndose a un robot o robots situados fuera del campo visual. Gladia y su comedor desaparecieron súbitamente, siendo sustituidos por la auténtica pared.
Daneel observó:
—¿Me equivoco al suponer que sigues considerando culpable a esta mujer?
—No —respondió Baley tajante—. El autor de estos crímenes necesita poseer un temple muy superior al de esta pobre chica.
—Pues tiene un genio muy vivo.
—¿Y qué? Esta es una característica común a muchas personas. No olvides, además, que ha estado sometida a una gran tensión durante un tiempo considerable. Si yo me hubiese encontrado bajo idéntica tensión y alguien me hubiese acosado, como ella imaginaba que la acosaba, es posible que hubiera hecho algo más que blandir un inofensivo cuchillo de mesa.
—Aún no he podido deducir cuál fue la técnica empleada para envenenar a distancia —dijo Daneel— como tú afirmas haber descubierto.
A Baley le gustó poder decir:
—Ya sé que no lo has conseguido. Te falta la capacidad necesaria para resolver este rompecabezas.
Lo dijo con gran énfasis, y Daneel se tomó esta afirmación con la misma flema de siempre. Baley prosiguió:
—Tengo dos tareas para ti, Daneel.
—¿En qué consisten, camarada Elías?
—Primero tienes que ponerte en contacto con el doctor Thool y enterarte del estado en que se hallaba la señora Delmarre cuando su Marido fue asesinado, cuánto tiempo necesitó asistencia médica, y ;aros detalles por el estilo.
—¿Deseas averiguar algo en concreto?
—No. Sólo quiero reunir datos, lo cual no resulta fácil en este mundo. En segundo lugar, indaga quién ocupará el puesto de Gruer como Director General de Seguridad, y prepárame una entrevista visual con él para mañana por la mañana a primera hora. En cuanto a mí —dijo sin la menor amenidad en su voz, reflejo de su estado de gran preocupación interior—¿iré a acostarme y espero poder dormir. —Con cierta jactancia, añadió—: ¿Crees que podré encontrar un libro audiovisual que valga la pena en esta casa?