Read El Séptimo Secreto Online
Authors: Irving Wallace
—¿Sabes adónde va? —preguntó Tovah.
—Tengo una ligera idea —dijo Kirvov—. No puedo estar seguro, pero esperemos a ver qué pasa.
La pesada espera, intensificada por sus expectativas, duró casi cuarenta minutos.
—Ya la veo —anunció de pronto Kirvov—. Separémonos ahora. Dejemos que camine un cuarto de manzana delante nuestro y luego la seguimos.
Las dos mujeres se alejaron rápidamente de Kirvov, mientras el ruso avanzaba varios metros hacia un lado para situarse frente a un escaparate de fotografía. Emily y Tovah se distanciaron más y se concentraron en otro escaparate con las últimas confecciones de la moda francesa.
Kirvov no perdió de vista la esquina, y cuando Evelyn Hoffmann apareció la vio dirigirse precipitadamente hacia la Kurfürstendamm sin preocuparse ni de echar una ojeada a los escaparates. Era evidente que tenía en mente algún destino concreto. Cuando se hubo sumergido en la corriente del tráfico de peatones, Kirvov hizo una seña a Emily y a Tovah. Ambas se acercaron jadeantes.
—Todavía la veo —dijo Kirvov—. Vamos.
Los tres en fila, con Kirvov a la cabeza, se abrieron paso entre la multitud de compradores, siguiendo a Evelyn Hoffmann, sin perderla nunca de vista.
Se detuvo en el semáforo de la Ku'damm, esperó a que cambiara la luz y cruzó la avenida con los demás peatones. Kirvov levantó una mano cuando Emily y Tovah se acercaron.
—Creo que sé adónde se dirige —dijo. Señaló al otro lado de la calle un letrero que rezaba «MAMPES GUTE STUBE»—. El mismo restaurante adonde la seguí ayer. Veamos si entra.
Los tres se quedaron al acecho.
Evelyn Hoffmann dejó la acera y penetró en el Mampes Gute Stube.
—¿Qué hacemos ahora? —quiso saber Tovah.
—Nos apostamos cerca del restaurante —dijo Kirvov—. Probablemente haya entrado para encontrarse con aquel individuo corpulento con quien la vi ayer, el llamado Wolfgang. Me pregunto quién es.
—Dejadme descubrirlo —se ofreció Tovah—. Si se separan a la salida, vosotros dos podéis pegaros a ella mientras yo sigo al tipo.
—Buena idea —dijo Kirvov.
—¿Cuánto tiempo vamos a esperar aquí? —preguntó Emily. —Yo diría, basándome en lo de ayer, que saldrán dentro de media hora o una hora.
—Entonces, descansemos un rato —dijo Emily, indicando con la cabeza la terraza de un pequeño café con media docena de mesas metálicas—. Tengo hambre. Podemos tomar algo de comer mientras los vigilamos.
Encontraron una mesa en el pequeño café y pidieron Kasetorte y café. Cuando les sirvieron y hubieron tomado sus consumiciones había pasado ya media hora.
Al cabo de treinta y cinco minutos, y cuando Kirvov estaba pagando la nota, Emily le agarró por el brazo.
—Nicholas, allí está, con un hombre, probablemente el mismo que mencionaste. ¿Los ves?
Kirvov frunció los ojos, mirando a través del tráfico de vehículos, y luego asintió:
—Sí, el mismo de ayer. Evelyn Hoffmann y su amigo Wolfgang. —Se puso en pie—. Me imagino que ahora se despedirán. Tovah, tú síguele. Nos encontraremos después en el Kempinski. Emily, ahora probablemente cruce la Ku'damm y camine hasta la parada del autobús de la próxima esquina. Al menos, eso espero. Síguela. Así tendré tiempo de ir a buscar el coche. Te recogeré allí y me dices entonces si ha subido al autobús.
Miraron a Evelyn Hoffmann y a Wolfgang entretenidos en una corta conversación en la acera, delante de Mampes Gute Stube.
Luego Hoffmann y el hombre se dieron la mano y se separaron, caminando en direcciones opuestas.
—Muy bien —dijo Kirvov de modo apremiante—. Ya sabéis lo que hay que hacer.
Se dirigió hacia su coche corriendo.
Al cabo de unos minutos estaba dentro de él y recorría la Ku'damm intentando encontrar a Emily, que le hacía señas desde la acera. Abrió el seguro y empujó la puerta del acompañante. Emily se dejó caer en el asiento de al lado señalando con el índice hacia adelante.
—El autobús —dijo sofocada Emily—. Tenías razón. Acaba de coger el autobús, aquel que va a una manzana delante nuestro.
—Perfecto —dijo Kirvov, virando el coche y acelerando.
Se acercó al autobús manteniéndose detrás y comprobó que seguía el mismo itinerario que había recorrido él el día anterior. Al cabo de quince minutos vieron bajar del autobús a Evelyn
Hoffmann, cruzar Stresemann Strasse y entrar en el café Wolf.
—Ya hemos cerrado el círculo —dijo Emily mientras Kirvov aparcaba el vehículo en un hueco, que les ofrecía una perspectiva sin obstáculos de la entrada al café Wolf.
Emily frunció el entrecejo.
—Y ahora qué hacemos?
—Esperar, Emily —dijo Kirvov—. Nos quedamos aquí sentados y esperamos a ver si esta vez sale.
—¿Y si no vuelve a salir? ¿Qué hacemos entonces?
—No lo sé.
—Yo sí —dijo misteriosamente Emily—, pero esperemos a ver qué pasa.
Transcurrió una hora.
Al final habían transcurrido otras dos horas.
Emily se estaba poniendo cada vez más nerviosa.
—¿Cuándo cierra este maldito sitio?
—En menos de una hora.
—Esto es perder el tiempo —dijo Emily con impaciencia. Echó mano al tirador de la puerta—. Ella no sale. Pero yo voy a entrar.
Emily estaba abriendo la portezuela del coche cuando Kirvov la agarró por el brazo.
—Espera. No puedes entrar ahí.
—¿Por qué no? —replicó Emily—. Es un restaurante público. Yo soy el público y quiero tomar algo. También quiero ver si Evelyn Hoffmann está ahí dentro.
—No lo hagas, Emily. Puede ser peligroso.
—Tonterías —dijo ya fuera del coche.
—Emily, lo que le pasó a tu padre no fueron tonterías. Quizás es una neonazi. Por favor, recuerda a tu padre...
La mención de su padre hizo que Emily retrocediera hacia el coche. Se inclinó hacia Kirvov y examinó su semblante preocupado.
—Estoy acordándome de mi padre —dijo con calma—. Por eso he de enterarme de lo que pasa ahí dentro.
—Entonces te acompaño.
—No, Nicholas. Tú te quedas aquí. Probablemente no pase nada, haya una explicación inocente a todo esto y podamos dar por acabada esta inútil persecución. Pero si pasa algo... Vamos a ver, yo saldré de ahí dentro y estaré de regreso antes de que cierren. Si no es así, entonces ya sabes qué hacer. Se lo cuentas a Rex Foster y que vaya a la policía.
—No lo hagas, por favor —le suplicó Kirvov.
—He de hacerlo —dijo Emily.
Cerró la portezuela del coche y se dirigió hacia el café Wolf. Kirvov la miraba como hipnotizado, y finalmente la vio entrar en el café Wolf.
Dentro del café Wolf Emily intentó orientarse. Recorrió rápidamente con la mirada su interior. Otro restaurante de barrio de clase media, pero limpísimo. A su izquierda, una barra con una hilera de taburetes marrones, una escalera circular, una cabina telefónica, una maceta con plantas. A su derecha unas cuantas mesas redondas, una de ellas ocupada por dos mujeres sumidas en su conversación. En la barra, una chica vestida con una camiseta, pantalones de piel y una servilleta sobre el brazo, que parecía la camarera, se reía de lo que contaba el joven barman.
La camarera vio a Emily y se dirigió hacia ella.
—Fräulein, ¿prefiere sentarse?
La camarera retiró una silla de madera de una mesa y Emily se sentó.
—Sólo quiero comer algo —dijo Emily.
La camarera dijo con aire apenado:
—Lo siento pero la cocina está cerrando, y dentro de media hora cerraremos el café. Tal vez pueda traerle un tazón de Bohnensuppe. Voy a ver si...
—Eso no —dijo Emily que no tenía ganas de tomarse ahora una sopa de judías.
—¿Quizá le apetece un café o una cerveza?
—Una cerveza está bien. Una cualquiera.
Mientras la camarera regresaba con presteza a la barra, Emily examinó la sala con más detenimiento. Las dos mujeres que ocupaban una mesa cercana a ella se levantaban para marcharse. Las dos tenían kilos de más y sus trajes eran poco elegantes. Ninguna se parecía ni remotamente a Evelyn Hoffmann.
Cuando ambas se marcharon Emily continuó examinando el local. Sólo había dos sitios adonde podía haberse dirigido Evelyn Hoffmann. Uno era la escalera circular ascendente que tal vez conducía a una vivienda o despachos; el otro el interior de la cocina.
Había una puerta giratoria que daba a la cocina y junto a ella una especie de ventana abierta donde el cocinero dejaba los platos preparados.
La camarera volvió con una cerveza y la nota.
Emily tragó un poco de espuma y observó que la camarera recogía los saleros y pimenteros para rellenarlos. La camarera entró en la cocina y el barman salió a la puerta, y Emily se quedó sola y pensó lo que podía hacer. Decidió investigar adónde llevaba la escalera.
Se puso de pie y se dirigió rápidamente a los peldaños. Cuando pisó el primer escalón, vio dos letreros clavados a la pared de su izquierda. El primero rezaba: «ACHTUNG STUFEN!» (¡Cuidado con el escalón!) El otro era más desalentador. Decía: «TOILETTEN». Emily, para asegurarse, continuó subiendo los empinados peldaños de puntillas. En el rellano vio dos puertas. Una tenía dibujada la silueta de una mujer, la otra la silueta de un hombre. Los lavabos, sí, y no había nada más en el rellano. No obstante, abrió la puerta del lavabo de mujeres. Había un pequeño vestíbulo con un lavabo y dos wáters, ambos visibles y vacíos. Tras un momento de duda, abrió la puerta del servicio de hombres. Como ya esperaba encontró sólo un urinario y un wáter vacíos, y un lavabo.
Emily, descorazonada, bajó las escaleras hasta el restaurante. La camarera aún no estaba a la vista. Emily volvió a su mesa y a su cerveza, y consideró su próxima maniobra.
Vio que la camarera volvía a entrar en la sala, la miraba y luego se acercaba de nuevo diciéndole:
—Lo siento, pero dentro de cinco minutos cerramos. ¿Le importaría pagar la nota?
—Desde luego —dijo Emily.
Abrió su bolso, encontró dos marcos alemanes, y se los dio a la camarera. Por un momento pensó en interrogarla, describiendo a Evelyn Hoffmann y preguntando adónde había ido. Antes de que pudiera decidirse, la camarera se dirigió hacia la cocina.
Con un suspiro, Emily se levantó para marcharse.
Desde la puerta giratoria, la camarera se dio la vuelta y gritó:
—Auf Wiedersehen.
Y desapareció en el interior de la cocina.
Cuando ya estaba en la puerta de entrada, Emily dudó. Lanzó una mirada por encima del hombro. La cocina era la única posibilidad que no había investigado.
¿Por qué no? Tal vez descubriría si existía otra puerta trasera por donde Hoffmann podía haber salido. O al menos podría preguntar cualquier cosa que se le ocurriera a la camarera. ¿Y por qué no?
Emily dio media vuelta y se dirigió resueltamente a la cocina. Sin dudarlo más empujó la puerta giratoria y entró. Era la típica cocina de azulejos blancos. Un fregadero de aluminio, mostradores, tajos de madera, fogones, una nevera, armarios.
Emily miró en torno suyo. La camarera no se veía por ninguna parte. Pero había una especie de pasillo, justamente enfrente. Emily avanzó por el pasillo.
De repente, asomó gigantesco de la tenue luz indirecta del pasillo un joven alemán, alto, musculoso y rubio, sin duda el cocinero, porque llevaba un gorro de chef y un delantal blanco.
Emily, sobrecogida, detuvo sus pasos y le mire parpadeando.
—Fräulein —dijo amablemente—, su carnet de identidad, por favor.
—¿Mi qué?
—Su carnet de identidad. Tengo la obligación de pedirlo.
—Yo... yo no sabía que... —balbuceó.
Pero el joven alto la interrumpió preguntando con un tono duro en su voz:
—¿Quién es usted?
—¿Yo? ¿Por qué? Soy una clienta... y sólo quería... pero no, mejor me marcho.
—Mejor que no. —El joven buscó algo bajo su delantal y sacó una eficaz Mauser 7.65 automática—. Usted viene conmigo. —Esgrimió la pistola amenazadoramente—. Camine delante de mí. Schnell.
Emily, con el corazón desbocado y las piernas atenazadas, se vio obligada a pasar delante de él y a entrar en el terrorífico pasillo.
El café Wolf había cerrado sus puertas.
Y ni rastro de Emily Ashcroft.
Primero Evelyn Hoffmann. Ahora Emily Ashcroft.
Kirvov estaba de pie en la oscuridad creciente de la Askanischer Platz, con la mirada clavada en la puerta del restaurante cerrado y apagado al otro lado de la calle. Trató de imaginar lo que podía haber sucedido, pero no tenía la más mínima pista. Sólo sabía que era grave y siniestro, y que había que hacer algo.
Su primer instinto había sido precipitarse a la puerta principal, penetrar en las arenas movedizas del café Wolf, encontrar a Emily si era posible y descubrir el misterio de una vez por todas.
El sentido común le frenó. Si entraba allí y desaparecía también, nadie en el exterior tendría ni idea de lo que les había sucedido a Emily y a él. Mientras él siguiera a salvo en la calle, sería el único contacto de Emily con el mundo exterior, el único testigo capaz de organizar el rescate. Recordó las últimas instrucciones de Emily: «Saldré del café y estaré de vuelta antes de que cierren. Si no es así, se lo cuentas a Rex Foster y él puede avisar a la policía.»
Emily tenía razón. No había otra opción más sensata.
Kirvov avanzó dando traspiés hacia su coche, arrancó y se fue en busca de ayuda.
Al llegar al mundo más luminoso, más normal, del hotel Bristol Kempinski, dejó su coche al portero y corrió hacia el vestíbulo.
Mientras se dirigía a grandes zancadas a recepción para llamar a Foster, vio a una joven rubia que iba del mostrador hacia el bar. Luego se dio cuenta de que era Tovah Levine.
—Tovah —gritó Kirvov, corriendo para detenerla.
Ella se paró y levantó la mano con un saludo.
—Ah, hola, Nicholas.
—Tovah, ha sucedido algo terrible. Tengo que encontrar a Rex inmediatamente. Debemos avisar a la policía.
Tovah examinó un momento su expresión angustiada, luego, con aspecto preocupado ella también, le cogió por el brazo diciendo:
—Ahora mismo iba a encontrarme con alguien que... que conoce a la policía. Ven, puedes contarnos a ambos lo que ha pasado. Kirvov se detuvo.
—Tovah, esto es urgente. No puedo perder ni un minuto —le urgió.
—Por favor, Nicholas —insistió ella—, ven conmigo.
Kirvov cedió de mala gana, cruzando junto a ella el largo vestíbulo. El lujoso recinto del bar parecía estar vacío, aparte de un hombre con barba que tocaba el piano Steinway marrón. Después, Kirvov observó que un individuo se levantaba de una de las sillas agrupadas en torno a una mesa de un rincón oscuro de la sala.