El Séptimo Secreto (39 page)

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Authors: Irving Wallace

BOOK: El Séptimo Secreto
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Había una serie de pequeños comercios. Estaba la Modellbau, una tienda que vendía maquetas de coches y aviones para montar. Luego Küchler, un especialista en autorradio, luego el Gesamt-deutsches Institut, un archivo histórico que por dentro parecía una biblioteca, luego la pizzería Selva, un local de barrio, junto a una peluquería, y al final el café Wolf, junto a una tabacalera y una tienda de libros.

Había ventanas a cada lado de la puerta de entrada al café, y delante de ellas dos filas de jardineras. Kirvov miró hacia el interior y pudo distinguir una barra y varios taburetes, algunas mesas redondas y una máquina de discos. Vio a una camarera con camiseta y tejanos sirviendo a una pareja en una mesa. Pudo ver a otra pareja hacia el fondo. Pero no vio a Evelyn Hoffmann.

Aunque ella no supiese quién era él, Kirvov decidió no seguir buscando en el interior y arriesgarse a llamar la atención. Tampoco quería permanecer indeciso frente al café. Justamente al otro lado de la calle había una isla de cemento con la parada del autobús, Askanischer Platz. A la derecha de la isla había una calle llamada Bernberger Strasse.

Kirvov se alejó del café, volvió a cruzar la calle y se situó en Askanischer Platz, vigilando el café Wolf mientras esperaba que Evelyn Hoffmann saliera de su último paradero. Cuando llegó a la isla sintió que era demasiado visible, y caminó hasta la esquina de Bernberger Strasse. Allí se puso a fumar observando con aire despreocupado cualquier movimiento del café Wolf.

Durante media hora o más no hubo actividad alguna. El día comenzaba a declinar, y pronto anochecería. Kirvov continuó vigilando la entrada del café. Al final salió una de las parejas que había visto dentro. Poco después salió la otra.

Kirvov esperaba con impaciencia la aparición de Evelyn.

Salió del café Wolf un chico. Posiblemente el barman. Tal vez no. Luego la camarera, con un jersey encima de su camiseta y aún en tejanos, salió a regar las plantas, y pronto volvió a entrar. En seguida apareció de nuevo y se marcho.

Pero Evelyn Hoffmann no salió.

Kirvov empezó a sentirse ridículo. No tenía la más mínima prueba de que la señora Hoffmann le fuera a llevar a ningún sitio útil, aparte de tener alguna relación con Klara Fiebig, quien además no había reconocido la pintura de Hitler.

Ya comenzaba a anochecer y Kirvov se alarmó cuando vio apagarse las luces del interior del café.

Decididamente el café Wolf estaba cerrado. Sin embargo, Evelyn Hoffmann, a quien había visto entrar, no había salido. Sorprendente e inexplicable.

Kirvov intentó explicarse este insólito suceso. Quizás Evelyn Hoffmann había salido por otra puerta trasera. Quizás era la dueña del café o estaba casada con el propietario y vivía arriba.

Todo eran posibilidades, sin embargo algo improbables. Eso intuía él, al menos. No había motivo para que saliera por otra puerta sin ser vista. Y por otro lado, sus vestidos y sus maneras eran demasiado adineradas y elegantes para ser la dueña de un café de este tipo o para alojarse en su vivienda.

Sin embargo, había entrado y no había salido.

Era un misterio que se merecía una explicación.

Cansado de estar allí de pie solo, en la oscuridad, sin nada que ver, Kirvov se dirigió hacia su coche. Volvió a mirar de soslayo el café. Nada, cerrado a cal y canto y a oscuras. Y Evelyn Hoffmann inexplicablemente dentro.

Kirvov tenía que contárselo a alguien y descifrarlo. Decidió consultarlo con Emily Ashcroft y Rex Foster, que estaban tan implicados como él, cada uno por sus razones particulares. Kirvov sabía que debía ir en seguida al Bristol Kempinski a buscarlos.

—Tengo que hablar con vosotros de una cosa —dijo Kirvov. Había detenido a Emily Ashcroft, a Foster y a Tovah cuando salían del Kempinski.

—Entonces vente ahora con nosotros —respondió Emily—. Esta noche cenamos temprano. Tengo que volver al búnker del Führer mañana pronto. Oberstadt va a llevar un turno de noche hoy y quiero ver qué tal lo han hecho.

Kirvov, a pesar de su cansancio, los había acompañado, y estaba sentado junto a los demás en una mesa que les daba cierta intimidad, porque estaba separada con mamparas de madera de las mesas ocupadas por otros comensales. Estaban en el restaurante de la segunda planta del café Kranzler, en la esquina de Kurfürstendamm y de Joachimstaler Strasse.

Vino una camarera, y todos consultaron sus menús y pidieron rápidamente. Cuando la camarera se hubo ido, Foster se dirigió a Kirvov, y dijo:

—Nicholas, ¿qué te preocupa?

—Bueno... —Kirvov se mostró reservado de entrada—, tal vez no sea nada serio ni útil para ninguno de vosotros. Es sólo un extraño incidente que pensé que deberíais saber.

Todos estaban atentos cuando Kirvov comenzó a narrar sus múltiples aventuras de todo aquel día. Les habló de su búsqueda de la galería de arte, y de cómo encontró la que había comprado y vendido el cuadro de Hitler. Luego de su visita a Klara Fiebig, y de su insistencia en no haber visto nunca ese cuadro.

—¿Crees que mentía? —preguntó Emily.

—Eso creo —respondió Kirvov—. Al menos eso pensé cuando la dejé, y me quedé rondando por fuera para ver si salía a encontrarse con alguien e informarle de mi visita.

—¿Y salió? —quiso saber Emily.

—No. Pero alguien la visitó, porque después la vi acompañar a esa persona al portal.

Kirvov describió a la persona en cuestión, una mujer de bastante buen tipo y muy elegante, de sesenta o setenta años, llamada Evelyn Hoffmann. Desde luego tenía alguna relación con Klara Fiebig, así que la siguió a Mampes Gute Stube, un restaurante de la Ku'damm. Al cabo de un rato la dama salió con un tipo corpulento llamado Wolfgang. La pareja se separó y la señora Hoffmann cogió el autobús hasta un barrio cercano al Muro, con Kirvov detrás siguiéndola y vigilándola. Se metió en un local llamado café Wolf en Stresemann Strasse.

—Me quedé allí fuera durante horas, esperando a que saliese para ver adónde iba después — terminó diciendo Kirvov—. Pero no salió. El local cerró y ella no volvió a salir. Ése es el misterio.

—¿Es posible que se aloje allí? —preguntó Tovah.

—Dudo que viva en un sitio así —dijo Kirvov—. Es demasiado distinguida para eso.

—¿Tienes alguna explicación? —preguntó Emily.

—Ninguna. Esperaba que vosotros pudierais dármela. Emily se encogió de hombros con impotencia:

—Yo desde luego no. Todo esto se parece a Alicia entrando en la madriguera del conejo.

Foster se dirigió a Kirvov:

—¿Has dicho que este café Wolf está en la zona del Muro?

—En Stresemann Strasse. La calle da directamente al Muro, y el local está a una manzana de distancia.

—Y el montículo del búnker del Führer justamente al otro lado —dijo Foster.

—Tal vez todo sean tonterías mías. ¿Creéis que vale la pena continuar persiguiendo a Evelyn Hoffmann?

—Puede que sea una pérdida de tiempo —dijo Foster—. Y de tiempo es de lo que no disponemos. Consultémoslo con la almohada.

Emily asintió con la cabeza.

Emily y Foster estaban en su suite después de cenar y ambos se preparaban para acostarse cuando sonó el teléfono.

Emily descolgó el aparato. El interlocutor era Kirvov y parecía muy inquieto.

—Estoy muy disgustado —estaba diciendo—. Me encuentro en mi habitación del Palace. Tenía que llamarte.

—¿Qué sucede, Nicholas? —quiso saber Emily.

—Mi pintura de Hitler ha desaparecido. ¿Me la habrán robado?

—¿Qué quieres decir? —dijo Emily—. ¿Dónde estaba?

—La dejé en el maletero de mi coche cuando me reuní con vosotros en el Kempinski. Había alquilado un Opel y puse el cuadro dentro del maletero. Cerré éste con llave y también las puertas del coche.

—¿Dónde aparcaste el coche? —preguntó Emily.

—Había una plaza libre, así que aparqué en la calle. Cuando acabamos de cenar y os dejé, me fui hacia el coche. Las puertas seguían cerradas. Cuando llegué al Palace abrí el maletero para sacar la pintura y subirla a mi habitación, pero no estaba. Alguien la ha robado.

—Pero ¿quién conocía la existencia de la pintura, aparte de nosotros, el tratante de arte y la chica a la que visitaste, Klara Fiebig? —preguntó Emily—. Sólo éstos, ¿no?

—Nadie más, creo...

—Alguien más —le interrumpió Emily—. Me olvidaba de un nombre. Evelyn Hoffmann. Ella podía saberlo también.

—Sí —reconoció Kirvov—. Podía saberlo.

—Hace un rato nos preguntabas si valía la pena seguir a Evelyn Hoffmann —dijo Emily—. Y nosotros pensábamos que sería una pérdida de tiempo. Pues he cambiado de opinión. Creo que se merece más atención. —Durante unos segundos se quedó absorta pensando—. Nicholas, en vista de estos nuevos acontecimientos... bueno, tú has llegado hasta aquí. Ahora hay que seguir. ¿Por qué no te sitúas cerca del café Wolf a primera hora de la mañana y vigilas si la señora Hoffmann vuelve a aparecer? —Vaciló de nuevo un momento, y luego añadió—: En realidad, Nicholas, como Rex tiene permiso para acompañarme en la excavación... —Preguntó, dirigiéndose a Foster—: ¿Rex, puedes sustituirme mañana en el búnker del Führer?

—Con mucho gusto —contestó Foster—. ¿Pero tú dónde vas a estar?

—Voy a hacer compañía a Nicholas en Stresemann Strasse. Quiero echarle un vistazo a esa Evelyn Hoffmann. Suponiendo que vuelva a aparecer. Y creo que sí. Quizás finalmente hayamos llegado a algo.

10

El día comenzó en Stresemann Strasse con tres de ellos, y terminó con uno sólo.

Comenzó a las nueve en punto de una mañana soleada, cuando se hubieron informado de que el café Wolf abría a esa hora. Llegaron un poco antes, Nicholas Kirvov al volante del Opel de alquiler, Emily a su lado y Tovah en el asiento de atrás. Aparcaron en Stresemann Strasse, a menos de media manzana de distancia del café Wolf, en la acera de enfrente.

Su atención se centró de momento en la llegada de dos personas a la puerta del café. Kirvov reconoció en seguida a la joven camarera y al barman. La camarera abrió con la llave la puerta principal y los dos entraron. Kirvov dijo, negando con la cabeza:

—Empleados.

Emily continuó mirando durante un rato la entrada del café.

—Tú eres la única persona que ha visto a Evelyn Hoffmann —recordó a Kirvov—, ni Tovah ni yo tenemos idea de su aspecto. Así que dependemos de ti, Nicholas.

—Confiad en mí —dijo Kirvov—. Estaré atento. Para mí también es un asunto importante.

Kirvov, después de conectar la radio del coche a bajo volumen y buscar una emisora musical para entretener a Emily y a Tovah, dedicó toda su atención a observar a través de la ventanilla del coche la entrada del café Wolf.

Había pasado una hora y media, y Kirvov no había visto salir del café Wolf a nadie que se pareciese a su presa, aunque vieron entrar a cuatro clientes. A las dos horas en punto, los cuatro clientes se habían marchado cada uno por su lado, y eso había sido todo.

Emily comenzó a inquietarse pensando en cómo le iban las cosas a Rex Foster en la excavación, pues seguramente habían empezado ya a cavar el montículo, pero no quiso marcharse para unirse a él.

—Quiero ver a esa Evelyn Hoffmann —afirmó Emily con determinación.

Cogió impacientemente su bolso con la intención de pintarse los labios, cuando de pronto dijo Kirvov:

—¿Quieres ver a Evelyn Hoffmann? Ahora puedes verla. Mira.

Emily se irguió y se inclinó sobre Kirvov para mirar por la ventanilla. Tovah también estaba mirando desde la parte de atrás.

Todos pudieron distinguir a la impresionante mujer de cabello castaño, de quizá metro setenta, esbelta y erguida, que avanzaba con paso decidido, elegantemente vestida con un traje azul pálido, y que cruzó la calle hasta la isla de cemento de Askanischer Platz.

—Evelyn Hoffmann —susurró Kirvov—. Supongo que va hacia la parada de autobús de Schöneberger Strasse.

Había desaparecido de vista, y Kirvov abrió rápidamente la portezuela del coche y se apeó.

—Voy a asegurarme —les dijo.

Paseó calle arriba hasta Askanischer Platz, mirando distraídamente hacia la derecha, y luego se entretuvo en encender un cigarrillo. Apareció un autobús amarillo de dos pisos y se dirigió hacia la parada. Kirvov tiró su cigarrillo al suelo, lo pisó y dio unos cuantos pasos hacia Schöneberger Strasse.

Por un momento desapareció de la vista de las mujeres que esperaban en el coche, pero casi en seguida reapareció y volvió rápidamente hasta ellas. Saltó al asiento del conductor y arrancó el motor.

—Está en el autobús, todo va bien —anunció mientras maniobraba hacia atrás—. Vamos a seguir despacio.

Kirvov comenzó a invertir el trayecto que había recorrido el día anterior persiguiendo al número 29. Se situó detrás, frenando cada vez que éste se detenía para descargar pasajeros, y reanudando su persecución cada vez que el autobús volvía a arrancar. Cuando llegaron a la Kurfürstendamm, Kirvov se quedó un poco atrás, dejando que otros dos vehículos pasaran entre el suyo y el autobús.

Después de un corto recorrido entre el denso tráfico, Kirvov volvió a hablar:

—Se apeará en la próxima esquina, si se dirige adonde yo pienso.

Redujo la marcha, aparcó en doble fila y frunció los ojos cuando el autobús se volvió a detener. Media docena de personas bajaron del autobús. Una de ellas era Evelyn Hoffmann.

Emily y Tovah miraban fascinadas y en silencio.

Kirvov arrancó el coche.

—Ahora subirá por Knesebeckstrasse —predijo Kirvov— y se dirigirá al tercer piso de un bloque de apartamentos, situado en medio de la manzana, para visitar a nuestra Klara Fiebig. Dejemos el coche y veamos si acierto.

Kirvov aparcó apresuradamente cerca de Steinplatz, bajó del coche a la acera y corrió hacia la esquina situada detrás, mirando continuamente a Knesebeckstrasse. Cuando Emily y Tovah le alcanzaron, les dijo gesticulando:

—He acertado. La acabo de ver entrar en un bloque de apartamentos. Voy a comprobarlo, sólo para estar seguro de que es el mismo edificio. Esperadme aquí.

Kirvov se fue sólo unos minutos. Cuando regresó, asintió con satisfacción.

—Es el mismo edificio —afirmó—. Está visitando a Klara Fiebig. —Me pregunto qué estará pasando allí arriba —dijo Emily.

—Lo descubriremos, a pesar de todo —contestó Kirvov—. Quedémonos esperando por aquí. Si todo va como ayer, saldrá pronto. En cuanto salga, nos dispersamos, nos ponemos a mirar escaparates o lo que sea. Cuando esté en la Ku'damm, la podremos seguir a una distancia segura.

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