Read El Séptimo Secreto Online
Authors: Irving Wallace
—Sí, claro, intentaré demostrar que pudo haber sucedido excavando en el búnker del Führer, si consigo el permiso.
—Y yo también quiero excavar —dijo Tovah, medio levantada de su asiento—, excavar en cualquier otra parte, intentar descubrir más cosas sobre los dobles de Hitler. —Como si temiera que Emily fuera a objetar algo, Tovah continuó diciendo rápidamente—: Soy periodista, una investigadora de prensa. Estoy acostumbrada a excavar por todas partes en busca de la verdad.
Emily contrajo los labios y dijo:
—Esto no es una noticia para la prensa. Aún no. Recuerda lo que le sucedió a mi padre.
—No te expondría jamás a ningún peligro —prometió Tovah—. Yo sólo quiero ayudarte a descubrir la verdad, pero también quiero ayudar a mi país. Sabes que medio Israel ha estado persiguiendo a todos esos nazis que faltan, Martin Bormann y el resto. Pero encontrar a Adolf Hitler, al mayor monstruo, a quien los israelíes querrían llevar a la horca...
—Eso si sobrevivió —dijo Foster pensativamente—. Emily, me gustaría también ayudarte.
—Gracias, Rex —dijo Emily—. Necesitaré toda la ayuda que puedan ofrecerme. —Se detuvo—. Pero recordad. Mi padre también vino aquí a buscar la verdad. Ahora está muerto. Así que —miró con insistencia a Foster y a Tovah— actuemos con cuidado. Con mucho cuidado.
A la mañana siguiente temprano, cuando la alarma de su despertador acababa de sonar, oyó el teléfono. Emily descolgó el auricular medio dormida aún, e inmediatamente se despertó del todo.
El profesor Blaubach estaba al otro lado del hilo.
—Emily —dijo—, sobre el permiso para que excaves en el búnker del Führer...
Mientras esperaba la respuesta, el corazón empezó a latirle con fuerza.
—...al parecer es necesario dar un paso más. Los miembros del consejo desean conocer los límites de tu excavación. Debo presentarles un informe completo. Después sabremos su decisión.
Emily estaba desconcertada y preguntó:
—¿Cómo puedo saber los límites de mi excavación si no examino antes el lugar personalmente?
—Exactamente eso —dijo Blaubach— es lo que he conseguido. Si me acompañas después de comer entraremos juntos en la zona de seguridad. Puedes examinar el marco tú misma, mostrarme hasta dónde piensas excavar y entonces presentaré tu solicitud al consejo.
Emily se irguió sentándose en la cama y sintió una ráfaga de pánico; expresando en voz alta su inquietud dijo:
—Desde luego, estaré allí cuando usted diga, pero hay algo que me preocupa. Nunca he visitado la zona. Recuerdo las fotografías que hicieron los rusos cuando llegaron allí por primera vez en 1945. Pero actualmente no sé cuáles son las dimensiones subterráneas del búnker, ni sé exactamente dónde estaba la fosa y el cráter de bomba del jardín.
—Entonces trae un mapa o un plano para guiarte —respondió con paciencia Blaubach—. Seguramente tienes alguno. O tengo una idea mejor. ¿Sabes de alguien de Berlín que conozca la zona mejor que yo y que pueda decirte dónde deberías excavar?
Inmediatamente pensó en Rex Foster y sus conocimientos de arquitectura nazi.
—Sí, conozco a alguien —dijo recobrando la confianza.
Pero Blaubach ya le estaba dando instrucciones sobre dónde reunirse con él en Berlín oriental, y Emily tomaba nota de la dirección en el bloc que había junto al teléfono.
—A las tres en punto de la tarde estaré allí —prometió Blaubach—. Nos encontraremos a las tres y seguiremos juntos hacia la zona.
Luego Emily intentó calmar su excitación actuando de una forma ordenada.
En primer lugar necesitaba una ducha para despejarse.
Después se vistió con sus ropas de trabajo, un mono de dril azul sobre su camisa de algodón rojo y un pañuelo rojo y blanco atado al cuello, y empezó a pensar en la investigación. De entrada, revolvió el montón de carpetas buscando el plano de la zona del búnker del Führer. Lo encontró, lo empezó a estudiar y se dio cuenta de que quizá no bastaba con localizar los puntos precisos donde debía excavar. El día anterior, mientras estaba con Nitz, había visto desde la plataforma de observación el lugar del objetivo tal como se le presentaría hoy. Un montículo de tierra rodeado de hierba. Se dio cuenta de que el anonimato del terreno apenas la orientaría. Blaubach tenía razón. Necesitaba ir con alguien que lo conociera y que le enseñara dónde había estado cada cosa en 1945 y dónde debía excavar en 1985.
Mientras pedía el desayuno al servicio de habitaciones, trató de recobrar la calma antes de despertar a Rex. Sin duda él conocería detalles exactos del búnker del Führer. Pero la idea de tenerle cerca era ya excitante por sí misma. Llamó a su habitación. El teléfono sonó repetidamente. Nadie contestaba. Se había marchado temprano. Quizá pasaría fuera todo el día.
Maldita sea. ¿Había alguien más a quien poder llamar?
De repente se le ocurrió otra persona y sin perder un segundo marcó el número de Ernst Vogel. El viejo guardia de las SS había estado en el lugar, había descrito los acontecimientos y narrado la supuesta muerte de Hitler de un modo tan gráfico, que seguramente podría ser más útil que Rex o Blaubach.
Afortunadamente Vogel estaba en casa y contestó al teléfono.
Emily iba a presentarse de nuevo, pero no fue necesario. Vogel recordaba su reciente entrevista. Le explicó lo que había planeado hacer aquella tarde, aunque no le dijo el motivo real de su exploración. Era algo, le dijo, relacionado con su libro, pero sola no podría hacerlo con suficiente precisión. Su contacto en Berlín oriental le había aconsejado que fuese con otra persona, con alguien que hubiera conocido en el pasado el lugar del búnker.
—¿Quiere decir yo? —preguntó Vogel—. ¿Quiere que yo vaya con usted?
—Eso querría, sí. Me pareció que usted recordaba con fidelidad dónde sucedieron las cosas allí abajo en 1945, y pensé que quizás...
—¿Que si lo recuerdo todavía? De eso puede estar segura. Nunca lo olvidaré. Será un momento memorable visitar el viejo lugar después de tanto tiempo. Desde luego, estaré encantado de acompañarla.
—Tengo un plano del búnker del Führer. Lo llevaré conmigo.
—No hace falta —dijo Vogel—. Me llevaré el mío. Sé que el mío es exacto.
—Vendré en un coche con chófer y le recogeremos no más tarde de las dos y media.
—Bien, estaré listo.
Faltaba localizar el coche y el chófer. Tampoco hubo ningún problema. Irwin Plamp y su Mercedes estarían en el Kempinski a las dos en punto.
Irwin Plamp detuvo su Mercedes cerca de una alta valla de Niederkirchnerstrasse en Berlín oriental, y Emily vio al profesor Otto Blaubach que los esperaba delante de un jeep, frente a una garita de centinela, en la puerta de entrada electrónica. Emily le saludó con la mano y él devolvió el saludo.
Emily dijo girándose hacia Ernst Vogel:
—Aquí nos bajamos.
Levantó el pestillo de la puerta de atrás para salir, pero Plamp se había apresurado ya a dar la vuelta al coche para ayudarla a bajar.
—Gracias, Herr Plamp —dijo Emily—. Espérenos aquí hasta que hayamos terminado. No tardaremos más de una hora. Herr Vogel, venga conmigo.
Caminaron hacia la verja donde esperaba el profesor Blaubach, quien saludó afectuosamente a Emily y miró interrogativamente a Vogel. Emily los presentó sin dilación. Mientras Blaubach los guiaba hasta el jeep, donde un soldado de Alemania oriental uniformado los esperaba detrás del volante, Emily explicó las credenciales de Vogel.
—Herr Vogel fue un guardia de honor de las SS, tanto fuera como dentro del búnker, durante los diez días anteriores a la llegada de los rusos. Recuerda perfectamente la distribución interior, y presenció el entierro y la incineración de Hitler en el jardín.
Blaubach ayudó a Emily a instalarse en el asiento trasero del jeep, lanzó a Vogel una fría mirada y dejó que se montara solo en la parte de atrás. Blaubach, con gran agilidad para una persona de su edad, se subió delante y se sentó junto al conductor.
—Al búnker del Führer —ordenó en alemán.
Cruzaron la verja rodando lentamente y pasaron frente a la garita del centinela desde la cual dos soldados alemanes saludaron al profesor Blaubach.
Entraron en la cercada zona de seguridad pasando por un estrecho camino de tierra flanqueado por una valla de cadenas, unidas a postes de cemento, con amenazadoras señales a cada tramo «GRENZGEBIET» (Zona fronteriza) estaba también escrito en inglés, francés y ruso. Debajo, en el mismo letrero, se leía «PROHIBIDO EL PASO» en cuatro idiomas.
Mientras avanzaban por el polvoriento camino, dejando atrás senderos espinosos, obstáculos de tanques y torres de control con soldados, Emily vio que se iban acercando cada vez más al montículo de tierra que se elevaba sobre el terreno, no muy lejos del muro interior. E inexplicablemente se estremeció.
En seguida comenzaron a avanzar paralelamente al montículo, y el jeep giró bruscamente a la izquierda, dejó el camino y atravesó lentamente y dando tumbos un prado lleno de hierba, sembrado de pedruscos, y cubierto de rastrojos, en dirección al montículo que asomaba. Emily estaba demasiado fascinada por el espectáculo para poder hablar. La oblonga joroba de tierra, mezclada de escombros y trozos de roca, se elevaba unos cinco o seis metros por encima del jeep.
Éste se detuvo bruscamente. Blaubach les hizo señas para que bajaran, se apearon todos y recorrieron bajo el sol el trecho que los separaba de la base del montículo.
—Aquí es —anunció Blaubach—; la tumba del búnker del Führer. —A lo que añadió desdeñosamente—: La catacumba de Hitler. —Y volviéndose hacia Vogel preguntó con cierta sorna—: ¿Así que lo reconoce usted?
Vogel se quedó de pie, recorriendo inquieto la zona con la mirada, mientras se ajustaba el audífono.
Emily miraba a Vogel con expresión preocupada:
—¿No le dice nada esto, Herr Vogel? Tengo que saber exactamente dónde se encuentra el búnker del Führer bajo este montón de tierra, y la localización de la fosa donde enterraron e incineraron a Hitler y a Eva, y del cráter de bomba donde fueron enterrados de nuevo y donde los investigadores soviéticos hallaron sus restos.
Vogel se puso unas gafas oscuras y sacó del bolsillo de su chaqueta una hoja doblada de papel. Desplegó la hoja, que como Emily pudo ver era un meticuloso mapa del búnker y un mapa de la zona circundante y lo empezó a estudiar. Levantó la vista, escudriñó la zona una vez más y al final miró fijamente en línea recta hacia adelante. De pronto, su rostro se iluminó.
Señaló a un lado del montículo, hacia el sur.
—Estoy seguro de que allí se extendía, a lo largo de cuatro decenas de kilómetros, la nueva Cancillería del Reich por Voss Strasse —dijo y luego pidió la confirmación de Blaubach—. ¿No es cierto?
Blaubach asintió brevemente con la cabeza.
—Sí, allí estaba situado.
—Entonces el resto es sencillo —dijo Vogel con una confianza cada vez mayor—. La vieja Cancillería estaba justamente a nuestro lado. Por lo tanto —miró detenidamente la superficie del montón de tierra—. Vengan, síganme. Les enseñaré con exactitud cómo estaba situado el búnker del Führer debajo del montículo. Por favor, síganme.
Después del montículo Vogel se detuvo, y esperó a que los otros dos le alcanzaran.
Por un momento el buen humor de Vogel se desvaneció. Parecía transportado en el tiempo. Al final dijo gesticulando:
—Ahora estamos en la nueva Cancillería, en la sala de ceremonias. Ustedes tienen una cita para ver a Hitler, así que siguen un largo túnel hasta la vieja Cancillería situado por aquí cerca, entran en el pasadizo Kannenberg, o la despensa del mayordomo, así llamado por el gordo mayordomo de Hitler, Arthur Kannenberg, y descienden por una escalera circular hasta las tres puertas reforzadas con acero, la tercera de ellas guardada por dos soldados de las SS. Ésta conduce al nivel superior del búnker del Führer...
Vogel aterrizó de nuevo en el presente y fue midiendo con pasos la distancia desde un trozo de bordillo hasta un punto situado justamente antes del montículo de tierra.
—...exactamente aquí —dijo Vogel, dibujando una línea en la hierba con el talón de su zapato.
Emily se puso a su lado.
—¿Cuándo estuvo el búnker del Führer listo para ser utilizado? —quiso saber.
—El nivel superior o Vorbunker fue excavado y construido bajo la Cancillería del Viejo Reich y su jardín en 1936. En esa época sólo había diez metros de profundidad. Dos años después Hitler decidió que no era lo bastante grande. En 1938 ordenó ampliarlo y así se hizo. Luego, cuando en 1943 las cosas empezaron a ir mal en la guerra, Hitler mandó que la compañía constructora Hochtief reforzara su búnker, y al final, en 1944, ordenó que se construyera un segundo búnker mucho más profundo bajo el Vorbunker, el búnker normal de encima. Así que, como ve, en el búnker del Führer hay dos plantas o niveles. El inferior, el que utilizaban Hitler y Eva Braun, estaba a dieciocho metros por debajo del nivel del suelo.
—¿Dónde estaba la entrada del búnker? —quiso saber Emily.
Vogel pisó la línea que había trazado con el zapato.
—Aquí justamente descendía un tramo corto de escalones de cemento que comunicaba con el nivel superior del búnker. En este nivel superior había trece habitaciones pequeñas, sin decoraciones y con enyesados mal acabados. Seis habitaciones a un lado, seis a otro, y el comedor al fondo. Las habitaciones de este piso superior se destinaban a los alojamientos de los criados, depósito de leña, espacio para almacenar alimentos, bodega, un, despacho para la agencia de prensa oficial nazi, Deutsches Nachrichtenbüro, un receptor de radio para captar los informativos de la BBC, un Diatküche o cocina vegetariana y un comedor comunitario con una mesa de roble en la que comían todos. Cuando el propio Hitler se trasladó al búnker del Führer, vivía más abajo, en el nivel inferior, y raras veces subía a la planta alta.
—¿Cómo se conseguía bajar a ver a Hitler? —preguntó Emily. Vogel removió la punta del montículo de tierra y dijo:
—Aquí había una escalera de cemento con doce escalones que bajaban en una pronunciada pendiente en forma de curva a la planta inferior. Se llegaba entonces al piso de abajo, donde se desarrollaba la actividad principal.
Emily había escalado el montículo de tierra para acompañar a Vogel mientras el profesor Blaubach se quedaba abajo.
—Herr Vogel —dijo Emily—, puede usted explicarme la distribución del nivel inferior.