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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (19 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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Prescindiendo resueltamente de las dolorosas palpitaciones de su corazón, puso el pie en el primer peldaño.

Parecía que la negra espiral no terminaría nunca, Cyllan había subido y subido, tratando de no flaquear pero teniendo que detenerse de vez en cuando para dar un descanso a sus doloridos músculos y recobrar el aliento. Las paradas se hicieron más frecuentes; le ardían las piernas, y el prolongado esfuerzo en aquella terrible e inmutable oscuridad adquirió proporciones de pesadilla. No podía volver atrás; no sabía cuántos escalones había dejado tras de sí, pero podían ser miles; la idea de renunciar ahora y volver a enfrentarse con la oscuridad era más de lo que podía soportar. Y sin embargo, a pesar de que rezaba para llegar a su meta, la escalera seguía subiendo y subiendo, sin descanso.

Resbaló y se tambaleó, cayendo de rodillas sobre la fría piedra negra y sollozando de agotamiento. No podía quedar mucho trecho; a menos que se hubiese extraviado en otra dimensión, que hubiese sido víctima de una broma pesada, la escalera tenía que terminar en alguna parte… Se levantó, apoyó las manos en la pared implacable y ordenó a sus miembros que la obedecieran. Ahora no podía vacilar…

E inesperadamente, Cyllan se encontró con que el séptimo escalón que subió, ahora era el último.

La sorpresa la sacó de su hipnótico estado, y se apoyó en la pared, teniendo que emplear toda la fuerza que le quedaba para impedir que las piernas se doblasen bajo su peso. Estaba en un oscuro rellano circular y, en la penumbra, sólo pudo distinguir los vagos contornos de tres puertas. Todas estaban herméticamente cerradas, y la ya débil confianza de Cyllan flaqueó todavía más. Si se había equivocado y Tarod no estaba allí… o si se negaba a ayudarla…

Rechazó estos pensamientos y se acercó tambaleándose a la puerta más cercana. Pero antes de que pudiese llamar, se abrió la más lejana, brotó de ella una luz fría y apareció la silueta de un alto personaje en el umbral.

—¡Cyllan! —La voz de Tarod era suave, débilmente curiosa—. ¿Qué te trae por aquí?

Ella respiró hondo, pero apenas podía hablar; había pagado el precio de la subida y estaba agotada.

—Drachea… —murmuró, medio atontada—. Está enfermo… he venido…, he venido a buscar ayuda…

De pronto se tambaleó, y Tarod se acercó a ella y la tomó de un brazo.

—¡Al diablo con Drachea! ¡Creo que eres tú la que necesita ayuda! Vamos, entra.

Cyllan se apoyó en él, incapaz de sostenerse, y él la condujo amablemente a través de la puerta. La luz, aunque débil, cegó a Cyllan después de la terrible oscuridad de la escalera. Aunque deslumbrada creyó vislumbrar una habitación pequeña y atestada, y Tarod la llevó hasta un diván y ella, agradecida, dejó que sus piernas se doblasen hasta que se encontró medio sentada y medio tendida entre los almohadones. Poco a poco su visión se fue adaptando y fue recobrando el aliento, hasta que pudo mirar a Tarod, que estaba sentado observándola.

—¿Te has recobrado? —preguntó él.

—Sí…, sí, bastante. —Sus miradas se cruzaron—. Gracias.

El inclinó ligeramente la cabeza.

—Conque Drachea no se encuentra bien, y tú has subido a esta gran altura para buscarme. Eres muy fiel, Cyllan. Espero que el joven heredero del Margrave sepa apreciar tu amistad.

Su tono la irritó.

—Cualquiera habría hecho lo mismo —dijo.

—Lo dudo. ¿Cuál es su mal?

Ella sacudió la cabeza.

—No lo sé… Le encontré tumbado en la escalera principal. Estaba casi inconsciente y… ¡en un estado terrible! No sé lo que le llevó a esta condición, pero estaba… Sus manos, sus ojos…

Se esforzaba en encontrar la manera de explicárselo, pero se interrumpió al ver la expresión del semblante de Tarod. No mostraba sorpresa, ni siquiera interés, y una débil y maliciosa sonrisa torcía las comisuras de sus labios.

El vio que le estaba observando, vio que empezaba a comprender, y dijo llanamente:

—Drachea tiene la costumbre de meterse en dificultades. Y si es lo bastante imbécil para robar lo que no le pertenece, debería pensar en las consecuencias.

La inquietante sospecha se convirtió de pronto en dolorosa certidumbre en la mente de Cyllan. Tarod había sorprendido a Drachea cuando éste trataba de devolver los documentos comprometedores al estudio del Sumo Iniciado… Poco a poco, se puso de pie.

—Tú… —Tenía un nudo en la garganta—. Tú le hiciste eso.

Tarod la miró fríamente.

—Sí. Yo se lo hice.

Ella lo sabía ya; sin embargo, oír que Tarod confesaba la verdad con tanta indiferencia, era aún más impresionante. Todas sus dudas y su confusión se borraron de pronto de su mente, y sólo sintió asco.

—¡Dioses! —Escupió la palabra—. ¡Eres un monstruo!

Tarod suspiró.

—Ciertamente. Un monstruo cruel, que hace voluntariamente estragos en las mentes y los cuerpos de víctimas inocentes. —Tenía un brillo acerado en los ojos—. ¡No comprendes nada!

—Sí que comprendo —replicó ella, con voz temblorosa—. ¡Comprendo demasiado bien lo que eres! Contarme tu hazaña sin el menor remordimiento; reaccionar como si no significase nada, enorgullecerte de ella…

—¿Enorgullecerme? —Se puso de pie con tanta rapidez que ella se echó instintivamente atrás—. Muy bien; completaré el retrato que has hecho de mí, ¡ya que me conoces tanto! No tengo conciencia, no tengo moral; soy lo que ves en tu propia mente, Cyllan. Me gusta atormentar a los otros por el placer que obtengo de ello, ¡es por lo único que vivo! —Se dominó y añadió, con controlada furia—. ¿Estás satisfecha?

La estaba desafiando, incitándola a plantarle cara, y un sentimiento de rebeldía hizo que Cyllan no diese su brazo a torcer.

—¡Sí! —le replicó furiosa—. Estoy satisfecha, Tarod, porque esto me demuestra que Drachea tenía razón y yo estaba equivocada. Tú eres el mal, ¡y sé de dónde procede tu maldad!

Y, desafiadoramente, hizo la Señal de Aeoris delante de su cara.

Drachea se lo había dicho… Con la rapidez de un gato, Tarod levantó una mano y le agarró la muñeca. Su propia cólera iba en aumento, con tanta rapidez que apenas podía dominarla. Ella lo sabía… y le había condenado, como habían hecho los otros, sin reflexionar, como él sabía que haría. De pronto, otra cara suplantó a la de Cyllan en su mente; una cara noble, hermosa, de ojos límpidos que ocultaban el corazón calculador y egocéntrico que había detrás de ellos. Quería herir el alma que disimulaba aquella cara, tomarse la venganza a que tenía derecho desde hacía tiempo…

Su visión se aclaró y ahora vio las finas facciones y los grandes ojos ambarinos de Cyllan. La belleza había desaparecido, pero no el orgullo. Cyllan tenía también bastante orgullo, pero era de una clase diferente… y tenía el valor de echarle en cara lo que sabía, en vez de herirle por la espalda.

Ella estaba inmóvil, vigilante y alerta, dispuesta a liberarse a la menor oportunidad. Pero Tarod no se la daba. La presa sobre su muñeca se apretó hasta que el dolor se manifestó en el semblante de Cyllan, pero ésta no dijo nada. El podía haberle roto el brazo; podía haberla matado con sólo chascar los dedos…

—Crees que me conoces —murmuró furiosamente él—, pero te equivocas, Cyllan. ¡Te equivocas!

Ella se retorció tratando de liberarse; él la retuvo sin esfuerzo, pero tuvo que combatir una oleada de pura y cruda emoción que estaba surgiendo en su interior.

—¡No me equivoco! —El dolor se reflejaba en la voz de Cyllan, y ésta respiraba con fuerza—. ¡Sé quién eres!

—¿Lo sabes?

—¡Sí! He visto los documentos, Tarod. Drachea me los leyó, ¡y ahora sé por qué te vengaste con tanta crueldad! ¡Eres un miembro del Caos!

Un miembro del Caos… Sus palabras dieron en el blanco, y el dique que aguantaba la marea se rompió. Tarod sonrió de nuevo y, esta vez, su sonrisa hizo que Cyllan se estremeciese de horror. Había ido demasiado lejos…, él la mataría, y una parálisis de miedo agarrotó sus músculos al prever el golpe final, fatal.

Pero no lo descargó. En vez de esto, Tarod se echó a reír como si se tratase de una broma.

—El Caos —dijo suavemente—. No, Cyllan; esta vez no te equivocas. —La atrajo hacia sí, hasta que el cuerpo de ella quedó apretado contra el suyo y pudo sentir los rápidos latidos de su corazón—. Pero andas… desencaminada.

Levantando la mano libre, apartó los pálidos cabellos de la cara de ella. Gotas de sudor brotaban de su frente, y ahora pudo advertir que estaba temblando. Había ira en su mente; quería golpear, vengarse, y sin embargo, había más, mucho más, detrás de aquel impulso.

—No soy un demonio… —dijo, en tono ligeramente amenazador—. Soy bastante humano.

Y antes de que Cyllan pudiese apartarse, inclinó la cara sobre la de ella y la besó. Fue un beso violento, tomado, no pedido; y ella se resistió con una fuerza que le sorprendió, retorciéndose en su abrazo y arañándole. Era ágil y flexible como un gato y su furiosa determinación pulsó otra cuerda en Tarod. El la besó de nuevo, esta vez más sensualmente. Las nuevas sensaciones que le invadían le daban vértigo; la venganza fue eclipsada por algo más fuerte y más apremiante, y dejó completamente de pensar en Sashka.

Cyllan se desprendió desalentada, y sus miradas se cruzaron brevemente. Los ojos ambarinos de ella echaban chispas. De pronto, con una rapidez que casi pilló a Tarod desprevenido, Cyllan sacó la daga del cinto y la levantó trazando un arco en el aire.

Con un movimiento reflejo, Tarod le hizo perder el equilibrio al descargar ella el golpe, y la hoja centelleó a una pulgada de su hombro. Con la mano izquierda agarró la muñeca derecha de Cyllan y la retorció hasta que ella ahogó un grito involuntario; después apretó una vez con el pulgar y el cuchillo se desprendió de su mano.

Cyllan le miró furiosa, jadeando. Podía tener miedo, pero no se dejaba amilanar; Tarod comprendió que, a la menor provocación, lucharía contra él como un animal salvaje, y esta constatación le provocó una nueva descarga de adrenalina.

—Sabes manejar un cuchillo —dijo, entrecortadas sus palabras por los sofocantes latidos del corazón—. Pero yo hace más tiempo que tengo que luchar… ¡y sé defenderme! —Sonrió, mostrando los dientes—. ¿Puedes darme algo mejor, Cyllan?

Ella sacudió enérgicamente la cabeza.

—¡No!

Los ojos verdes que se fijaban en los suyos parecieron inflamarse de pronto, y Cyllan sintió que su voluntad flaqueaba ante la mirada implacable de Tarod. Trató de resistir, pero se estaba debilitando; una voz interior le recordó que no luchaba con un mortal ordinario, y el miedo surgió de nuevo pero mezclado con lo que era un eco de antiguos sentimientos que creía que había desterrado para siempre, un deseo abrumador…

—Cyllan… —La voz de Tarod era sibilante, persuasiva; anulaba sus defensas—. ¿No tengo calor? ¿No tengo vida?

Ella trató de negarlo, pero no pudo articular las palabras. Las manos de él sobre su piel eran reales, físicas, y una necesidad largo tiempo dormida dentro de ella respondió con una fuerza que no podía combatir. Jadeó cuando los dientes de él rozaron su hombro, y la camisa, ya desgarrada, dejó al descubierto su blanca piel.

—Tarod… no. Por favor, no…

La protesta quedó interrumpida cuando Cyllan se tambaleó hacia atrás bajo una suave pero irresistible presión. Tropezó con el diván, cayó; sintió el peso y la fuerza del cuerpo de Tarod sobre el suyo. Esta vez, cuando él la besó, no pudo dejar de responderle. El terror daba paso al deseo, y ya no podía seguir luchando contra él; ya no quería luchar contra él.

Tarod levantó la cabeza. La luz salvaje de sus ojos fue de pronto mitigada por una expresión que Cyllan no se atrevió a tratar de interpretar, y él sacudió la cabeza, apartando un mechón de cabellos negros de su cara. El gesto era tan humano que ella se sintió de nuevo confusa: dijera lo que dijese el Círculo, fuera lo que fuese lo que había hecho él, seguramente no era un demonio…

—Eres valiente —dijo suavemente—. Y eres honrada…, luchas con nobleza. Podría vencerte fácilmente, Cyllan, y nada podrías contra mi deseo…, pero no lo haré. Todavía conservo algún sentido del honor… y tú no quieres rechazarme, ¿verdad? —Sus manos, ligeras y frescas sobre su piel, apartaban las molestas prendas—. ¿ Vas a hacerlo ?

El cuerpo de Cyllan le respondía, contra su voluntad, atormentándola con un deseo doloroso y largo tiempo reprimido que hacía que tuviese ganas de llorar y de gritar, de apartarle y sin embargo retenerle al mismo tiempo. Un gemido brotó de su garganta, y sus labios articularon involuntariamente una sola palabra.

—No…

Gritó al sentir la famélica violencia de él al poseerla, pero Tarod le impuso silencio besándola de nuevo y haciendo que cediese a pesar de ella misma. Y después de la primera resistencia, hubo placer al mismo tiempo que dolor; un fiero y tembloroso alivio cuando ella le rodeó con sus brazos desnudos, echada hacia atrás la cabeza y mordiéndose el labio inferior hasta hacerlo sangrar. Volvió a luchar otra vez contra él; pero él la tranquilizó y ella volvió a doblegarse debajo de él.

Por fin, saciado su deseo, Tarod recorrió con las manos, lenta y suavemente, el cuerpo de Cyllan, siguiendo la ligera curva de sus senos. Ella yacía, quieta, en sus brazos y con los ojos fuertemente cerrados, como si tratase de negar la verdad. Las lágrimas que se había negado tercamente a verter brillaron ahora en sus oscuras pestañas, y un sentimiento que podía ser de arrepentimiento despertó en Tarod.

Pronunció su nombre, y Cyllan abrió los ojos, expresando una mezcla de incertidumbre y acusación y vergüenza. Él quería decir más, pero no pudo hacerlo. En vez de esto, levantó una mano e hizo un ademán sobre ella.

Cyllan cerró de nuevo los ojos y su respiración se calmó con el ritmo ligero y regular propio del sueño. Él no quería recriminaciones, no ahora…

Cuando el cuerpo de ella se relajó y comprendió Tarod que se había sumido en la inconsciencia, la atrajo hacia sí y la besó ligeramente en una pálida mejilla. Después la soltó de mala gana, se levantó y cruzó la habitación hasta la estrecha ventana, reprimiendo los pensamientos que amenazaban con apoderarse de él y romper las barreras que había levantado contra sus ataques.

CAPÍTULO VIII

C
yllan despertó y sintió el contorno desigual del diván en que yacía y la tosca textura de algo que parecía una piel de animal y cubría su piel desnuda. Sentía un fuerte dolor en todo el cuerpo y en la boca…, y al darse cuenta de que no había sido un sueño… su estómago se contrajo.

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