Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (13 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
10.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Estaba tratando de leer las piedras…

Tenía que encontrar una salida a su vago terror, pero su lengua sólo pudo hacer una sencilla declaración.

Tarod le preguntó, más amablemente:

—¿Y qué viste?

—Algo entró por la puerta… —murmuró ella.

El esperó, pero ella no le dio más explicaciones, y las pocas palabras que había pronunciado le inquietaron. Algo entró por la puerta… O Cyllan había sufrido una alucinación o había atraído sin querer una fuerza que no hubiese debido existir en el Castillo, a menos que él mismo la hubiese conjurado deliberadamente. ¿Otra presencia, desconocida? No, era imposible…

La voz de Cyllan interrumpió bruscamente sus pensamientos.

—Pensé —dijo, lenta y deliberadamente— que eras tú el responsable.

Los ojos de Tarod brillaron, irritados.

—¿Crees que no tengo nada mejor que hacer que divertirme asustando a mujeres indefensas? ¡Gracias por el cumplido!

Cyllan no estaba segura del terreno que pisaba, pero ahora que aquel recuerdo de pesadilla cedió el paso a la razón, sólo pudo encontrar esta respuesta :

—Entonces, ¿quién fue el responsable? ¿Drachea? ¡Lo dudo!

Su resuelto ataque divirtió a Tarod. Ella no le tenía miedo y, por alguna razón inexplicable, esto le gustó. Se echó a reír y Cyllan se volvió de espaldas.

—Búrlate de mí, si esto te divierte —dijo—, pero aquí no he visto más poder que el tuyo. ¡Y no parece preocuparte mucho tu manera de emplearlo!

Tarod suspiró, y su momentáneo regocijo dejó paso a la irritación.

—Puedes creer lo que quieras —replicó fríamente—. No me interesa la opinión que tengas de mí, y te aseguro que nada tuve que ver con lo que te ha sucedido. Si tuviese algo que ganar con… —Se interrumpió, súbitamente furioso al darse cuenta de lo que estaba diciendo—. ¡Maldición! ¿Por qué tendría que justificarme a tus ojos? Si prefieres seguir sufriendo e ignorar la verdad, ¡allá tú!

Cyllan no replicó, sino que se dio la vuelta y escondió la cara en la almohada, con mudo resentimiento. Tarod, furioso, alargó una mano y la agarró de un brazo.

—Mírame, Cyllan. —Ella se resistió y él le sujetó la barbilla, obligándola a mirarle—. ¡He dicho que me mires!

Entonces ella le miró, irritada y dolida y desafiadora al mismo tiempo, y él le dijo, suave y maliciosamente:

—No te alces contra mí. No me gustaría hacerte daño, pero que prosperes o perezcas carece de importancia para mí.

Levantó la mano libre, doblando los dedos en un ademán casual, gracioso, pero que heló la sangre a Cyllan, y bruscamente la dejó caer de nuevo. Sería muy sencillo inspirarle un terror en comparación con el cual su alucinación sería insignificante, pero ¿de qué habría servido? Pudo percibir ahora el miedo de ella, aunque Cyllan hacía todo lo posible por disimularlo, y de pronto, sintió asco de sí mismo. Ella carecía de importancia; la idea de malgastar energía por su causa era demasiado mezquina para contemplarla, y sin embargo, había estado a punto de pegarle, como reaccionando a alguna ofensa personal.

La soltó y ella se echó rápidamente atrás, acurrucándose contra la pared. Tarod se levantó, irritado, pero antes de que cualquiera de los dos pudiese hablar se abrió la puerta del dormitorio y entró Drachea.

—¡Cyllan! Mira lo que… —y se interrumpió, abriendo mucho los ojos al ver a Tarod.

Tarod le hizo una ligera reverencia, poniendo todo su desprecio en este ademán aparentemente despreocupado.

—Heredero del Margrave, ¡espero que tus exploraciones hayan sido fructíferas!

Su mirada se fijó en el grueso libro que llevaba Drachea en las manos y, después, se trasladó, divertida, al rostro del joven. Drachea palideció y Tarod cruzó la habitación para quitarle el volumen y estudiar la cubierta.

—Muy divertido. —Volvió un par de hojas y, después, le devolvió amablemente el libro—. Si te cuesta entenderlo, estoy a tu disposición.

Dos manchas lívidas aparecieron en las mejillas de Drachea, que se dispuso a replicar, enojado; pero un breve movimiento de la mano de Tarod produjo una fuerza que le obligó a retroceder tambaleándose. Su espina dorsal chocó dolorosamente contra la pared y, cuando hubo recobrado el aliento y el equilibrio, el Adepto había desaparecido.

Drachea miró sin decir nada la puerta que todavía retemblaba, y después, con violento movimiento, giró en redondo y arrojó furiosamente el libro contra la pared. La antigua encuadernación se partió por la mitad y las hojas se desparramaron por el suelo.

—¡Maldito sea! En nombre de todos los infiernos, ¿qué ha venido a hacer aquí?

La pregunta no podía ser más insolente. Tarod había humillado a Drachea en presencia de Cyllan, y éste la empleaba ahora como chivo expiatorio de su cólera. Comprendiendo la acusación subyacente, Cyllan respondió, airada:

—No sé lo que él quería…, ¡no he tenido tiempo de preguntárselo! Algo ocurrió mientras tú estabas ausente, algo que…

El la interrumpió, sin prestar atención a lo que iba a decirle.

—¡Dejemos eso! Tengo cosas más importantes de que hablar. —Hurgó debajo de su chaqueta y sacó el fajo de papeles que había encontrado en el despacho del Sumo Iniciado—. Tarod puede burlarse de un libro de la biblioteca del Castillo, pero si supiese que yo tengo esto, ¡no estaría tan tranquilo! Mira, ¡mira esto! —Le arrojó los papeles, con ademán de desafío—. Ya sé la verdad sobre tu amigo Adepto, Cyllan. Adelante, ¡léelo tú misma!

Cyllan no hizo ningún movimiento para tomar los papeles. Las secuelas de su impresión, junto con el hecho de que Drachea no mostrase ningún interés por lo que le había ocurrido, y la tensión provocada por su escaramuza con Tarod, le habían irritado los nervios, y se limitó a mirar a Drachea echando chispas por los ojos.

—Por todo lo que es sagrado —dijo él—, ¡éste no es momento de andarse con chiquilladas! Estos documentos son vitales. En nombre de Aeoris, ¿quieres leerlos de una vez?

Cyllan apretó los labios y dijo, secamente:

—¿Y dónde crees que aprendí a leer?

El la miró, perplejo.

—¿Quieres decir… que no fuiste a la escuela?

—No. No sé escribir ni leer. ¿Tanto te sorprende? Mi clan no me envió a ningún maestro… ¡Estaba demasiado ocupada aprendiendo a destripar pescados y a conducir ganado!

Se sentía molesta, aborreciéndose por tener que confesar su ignorancia. Drachea siguió mirándola, con una expresión que podía ser de desdén o de compasión; ella no sabía de qué era. Entonces hizo un brusco movimiento para poner fin a la discusión.

—Bueno, ¿qué importa esto? Si no sabes leer yo te leeré los documentos, ¡pero tienes que escuchar! —La agarró de un brazo y la obligó a cruzar con él la habitación—. Tienes que saber lo que ocurrió realmente aquí…, lo que hizo Tarod, ¡y lo que él es!

El tono apremiante de su voz hizo que Cyllan olvidase su resentimiento. Si él había descubierto algo vital, no podía haber disputas y tensiones entre ellos, y cuando él se sentó en la cama, ella lo hizo a su lado, mirando los papeles por encima de su hombro.

—Esto —dijo Drachea, mostrando lo que ella pensó que era una carta— fue escrito por la Señora Kael Amion, superiora de la Residencia de la Hermandad en la Tierra Alta del Oeste, y creo que nadie puede poner en duda sus palabras. Escucha; dice así: 

Mi querido Keridil, he puesto esta carta en manos de mi colega, la Hermana Erminet Rowald. Tu informe me impresionó terriblemente y sólo puedo dar gracias a Aeoris que, en Su sabiduría, frustró los planes del fugitivo Tarod, que fue aprehendido en mi Residencia la noche pasada. La Novicia Sashka Veyyil, cuyas circunstancias te son desde luego conocidas, tuvo el valor moral de darse cuenta de cuál era su deber, y gracias a su rápida acción, podemos poner a este hombre bajo tu custodia. Es triste para el Círculo y para la Hermandad el día en que se descubren males como éste, pero, guiados por la Luz y la Ley, saldremos triunfantes. La caridad me obliga a rezar por el alma del condenado; por consiguiente, te agradecería que me comunicases la fecha de la ejecución de Tarod

Cyllan le interrumpió, en voz baja y con incredulidad:

—¿Ejecución?…

Drachea lanzó una risa seca.

—¡Oh, sí! Y hay más, mucho más. —Dejó la carta a un lado y tomó otro documento—. Aquí está, ¡de puño y letra de Keridil Toln! Es el informe del Sumo Iniciado sobre el juicio y la condena a muerte de nuestro amigo Tarod.

Cyllan miró, pasmada, los papeles. La escritura no significaba nada para ella, y se lamentó de su incapacidad. Algo en su interior le decía que Drachea tenía que estar equivocado, que el Círculo no

podía haber tenido nunca motivos para condenar a uno de los suyos…

—Pero Tarod es un alto Adepto —dijo, con inquietud—. Esto sabemos que es verdad.

—Puede ser un Adepto. Pero, ¿qué hombre puede llevar su alma en una piedra preciosa?

—¿Qué?

—Es la pura verdad. Tarod no es un mortal como los demás; nunca lo ha sido. El Sumo Iniciado descubrió su verdadera identidad. —Drachea hizo una pausa para dar un efecto dramático a sus palabras y añadió—: ¡Tarod no es humano!

Cyllan sintió un escalofrío en lo más hondo de su ser, como por efecto de una premonición inexplicable e indescifrable.

—Entonces ¿qué es?

Drachea miró a su alrededor, como pensando que una presencia maligna les estaba observando. Las sombras estaban inmóviles y silenciosas y, antes de que el valor le abandonase, murmuró:

—Caos.

Esta palabra se clavó como un cuchillo en el sistema nervioso de Cyllan, que hizo instintivamente la señal de Aeoris delante de su cara. Todo su instinto se rebelaba contra aquel concepto: era imposible. Y Tarod, uno de los propios servidores de Aeoris…

—El Caos está muerto… —Apenas reconoció su voz—. No… no puede ser verdad, Drachea. ¡No puede ser verdad!

—Cuando era pequeño —dijo Drachea—, oí una vez a un Adepto hablar en una fiesta del Primer Día de Verano. Nos exhortó a tener siempre fe en la causa por la que vinieron los dioses a este mundo y entablaron la última gran batalla contra los Ancianos. Nos advirtió que debíamos estar siempre alerta, por si volvía algún día el Caos. Y ahora, yo diría que su exhortación estaba bien fundada.

—¡Pero el propio Aeoris desterró el Caos! —protestó Cyllan—. Sugerir que los poderes de las tinieblas pueden desafiar a los dioses… —Se estremeció—. Parece una blasfemia.

—Entonces, ¿llamas embustero al Sumo Iniciado? —replicó Drachea. Y viendo que Cyllan abría mucho los ojos, prosiguió— : Keridil Toln lo supo. Descubrió lo que era en realidad Tarod y se empeñó en destruirlo. —De nuevo miró alrededor de la estancia y añadió— : Parece que no lo consiguió.

Cyllan se levantó y se acercó a la ventana, y contempló la inquietante vista, que se había hecho familiar, de la noche iluminada por aquel resplandor infernal. Sin proponérselo, dirigió la mirada a la Torre del Norte. Ninguna luz ardía allí, y miró a otra parte.

Caos.

No podía creerlo. Tiempo atrás, en el acantilado de la Tierra Alta del Oeste, había conocido a un hombre, no a un demonio. Y sin embargo, recordaba su terror cuando se había despertado en esta habitación y se había encontrado con que Tarod le había asido la mano. Había declarado que no sabía nada de las pesadillas de ella; pero ahora, sus dudas se estaban convirtiendo en temerosa certidumbre de que sólo él podía haber sido responsable de aquéllas. Una parte ilógica de su mente quería otorgar a Tarod el beneficio de la duda; pero sabía que si lo hacía, se pondría ella misma y pondría a Drachea en un peligro inimaginable. No podía arriesgarse.

Volviéndose hacia la cama, dijo pausadamente:

—Léeme los papeles, Drachea. Por favor. Quiero… quiero saber todo lo que dicen.

Y así, con ella sentada en silencio a su lado, leyó Drachea el detallado informe del Sumo Iniciado. El relato empezó a formar una imagen espantosamente coherente: Tarod a punto de morir por una sobredosis de narcótico elaborado con Raíz de la Rompiente; la muerte del Sumo Iniciado, Jehrek Benamen Toln; el encuentro con Yandros, Señor del Caos, y la revelación de que en la gema del anillo de Tarod se encontraba una esencia vital creada por los poderes caóticos… y había mucho más, al empezar los conflictos entre Tarod y el Sumo Iniciado. Pero el documento planteaba su propio misterio, al terminar con la simple declaración de Keridil Toln (sin expresar la fecha) de que «
el ser llamado Tarod morirá esta noche
».

Cuando Drachea terminó la lectura, se hizo un silencio absoluto. Cyllan siguió con el dedo el sello de cera aplicado al pie de la orden de ejecución; él se lo había leído, y su fría sencillez era, en cierto

modo, la más terrible condena. Palpó el contorno del símbolo del Sumo Iniciado, el doble círculo partido por un rayo, y dijo al fin, a media voz:

—Pero no murió…

Drachea le dirigió una mirada imposible de interpretar.

—No… Frustró sus planes. Deteniendo el Tiempo. ¡Dioses! —La idea le hizo temblar, pero se rehizo y consiguió esbozar una sonrisa—. Pero fue una falsa victoria, ¿no? El mismo se vio metido en la trampa, y ahora no puede escapar.

Cyllan cruzó inquieta los brazos y dijo:

—A menos que pueda recuperar la piedra de que habló y emplearla para poner de nuevo en marcha

el Tiempo.

—¡Sí, y ahora conocemos la verdadera naturaleza de aquella gema! Un alma nacida del Caos…, algo impensable. —Se levantó y empezó a pasear por la habitación—. Imagínate las consecuencias que podría tener la recuperación de aquella piedra. Sin ella, es bastante poderoso, y me ha dado pruebas de ello. El Círculo fracasó una vez en su empeño de aniquilarle… ¿Te imaginas de qué sería capaz, si volviese a poseer la piedra?

Cyllan se lo imaginaba, y rechazó la idea. Pero no podía aludir a otra consideración que la inquietaba y para la cual no podía hallar respuesta alguna. Dijo, vacilando:

—Y sin embargo, sin la piedra, estamos tan atrapados como Tarod. No podemos marcharnos de aquí, y ni siquiera él tiene poder para liberarnos.

—Si quisiera hacerlo… —dijo lúgubremente Drachea.

Cyllan sonrió con ironía al recordar lo que le había dicho Tarod.

—¿Por qué no habría de querer? Nosotros no le interesamos, no le servimos de nada.

—¿Ah, no?

Ella frunció el entrecejo.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que tal vez podríamos triunfar donde él fracasó y recobrar aquella gema. Hay algo, algún poder que le impide apoderarse de ella. Pero si nosotros no estamos atados por el mismo poder, tenemos para Tarod un valor inestimable.

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
10.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Coincidence by David Ambrose
Catering to Three by Kalissa Alexander
Holes by Louis Sachar
The Sugar Barons by Matthew Parker
Witch by O'Rourke, Tim
Hurt: A Bad Boy MMA Romantic Suspense Novel by London Casey, Ana W. Fawkes
The Swimming-Pool Library by Alan Hollinghurst