El Secreto de Adán (7 page)

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Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El Secreto de Adán
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—¿Por qué crees que desapareció? ¿No estará en otro sitio?

—No. Hoy cuando fui a su casa para encontrarme con él estaba todo revuelto, sus cajones totalmente desordenados, el colchón de la cama, los armarios, su biblioteca, todo invadido y tirado por el suelo. Allí supuse que mi padre no sólo había desaparecido sino que estaba secuestrado.

—¡Secuestrado! —Adán se mostró alarmado.

—Había recibido amenazas anónimas que le "sugerían" abandonar sus investigaciones. Pero, tú lo conoces, es el hombre más terco y obstinado que existe.

Adán asintió, mientras intentaba asimilar la situación.

—¿De qué se trata? ¿Qué ha descubierto?

—Te contaré todo desde el principio para que comprendas mejor.

Alexia bajó las ventanillas y una tibia brisa le llegó al rostro al tiempo que aceleró el coche. Ambos estaban inquietos.

—Necesito aire puro para pensar.

—Está bien. Ahora dime, ¿qué podemos hacer?

—Con mi padre habíamos desarrollado lo que llamamos "Plan de urgencia".

—¿Plan de urgencia?, ¿qué es eso?

—Tiene que ver con información que yo debería dar a conocer si a él le pasaba algo. Siempre aconsejé a mi padre que tuviera cuidado y luego de las amenazas recibidas le dije que podía brindarle apoyo.

—¿Cómo podías ayudarlo? ¿De qué forma? —preguntó Adán.

—Estoy trabajando en Londres con una importante ONG de protección del medio ambiente, además de mi asesoría como geóloga y bióloga —Alexia lo observó como un águila observa a un venado—. Supongo que no te adelantó nada, ¿verdad?

—Me llamó a las cinco de la mañana, completamente exaltado y me dijo que había descubierto algo relacionado con la antigua Atlántida, la sexualidad, y que su descubrimiento podía desmoronar al cristianismo y a las demás religiones.

—Eso es sólo una parte —respondió ella, mirando atentamente a un coche oscuro que se colocó cerca de ellos.

—¿Sólo una parte? ¿Por qué me dijo que necesitaba mi ayuda para descifrar algo?

Alexia volvió a acelerar y dobló una esquina pasándose un semáforo.

—Te explicaré. Poco a poco han ido saliendo a la luz restos de culturas milenarias que poseían conocimientos científicos y metafísicos extraordinarios. Tal como mencionaba Platón, a quien mi padre admira tanto, un día ocurrió una catástrofe de enormes proporciones que las barrió parcialmente de la faz de la Tierra. Lo más alarmante de todo es que quizás ése sea el mismo destino que nos aguarda.

—Lo mismo que mi padre estaba investigando —respondió él—, he leído su libro casi una docena de veces.

—Adán, el libro de tu padre habla sobre la relación de los antiguos sabios mayas de México, sobre su desaparición y sus siete profecías sagradas.

—Sí. Él estaba trabajando en eso cuando desapareció —mencionó Adán.

—Ése es el trabajo que mi padre estaba completando, justo donde tu padre lo dejó. Son vaticinios de importancia vital para la humanidad sobre el mensaje urgente que anuncia la séptima profecía maya.

Adán se acomodó un poco sobre su asiento, le dolía la espalda después de once horas de vuelo.

—Hoy es 20 de julio de 2012 —añadió ella—, y las profecías hablan del "fin de una era, una transformación vital y esperanzadora para la humanidad el 21 de diciembre de 2012".

"Sólo cinco meses", pensaron al mismo tiempo.

—Además —continuó Alexia—, las seis profecías anteriores se cumplieron totalmente; no habría motivo para que pronto la séptima no se cumpliese.

Se refería a que las seis profecías en los antiguos códices mayas, investigados por científicos expertos contemporáneos, pronosticaron eclipses con fechas exactas, guerras, enfermedades, movimientos geológicos, terremotos y cambios en los gobiernos.

—Adán, mi padre descubrió algo trascendente que podría dar a conocer información clave sobre la séptima profecía, mejor dicho… —se frenó como si quisiera escoger mejor las próximas palabras—. Para hacernos entender qué es lo que sucederá. Es algo relacionado con la nueva elevación de la conciencia, y dicha elevación haría que la humanidad tuviese acceso directo a un conocimiento existencial vital y de una magnitud tremenda, ya que se cree que después de la desaparición de la Atlántida, el estado de conciencia expandido, el conocimiento original y el nexo directo con el origen de la vida que se poseía comenzó a desaparecer, es algo que podría desvelar el.

Hizo una pausa que pareció durar siglos. Alexia miró por el espejo retrovisor. Aceleró. El coche oscuro que pensó que podía estarlos siguiendo ya no estaba, pero ella seguía intranquila.

—Mi padre tiene entre manos un hallazgo que podría nada más ni nada menos que revelar el verdadero origen del hombre.

—¿El origen del hombre? ¿Te refieres al primer hombre?

—Sí, a tu homónimo, amigo mío. El primer Adán. A su proyecto lo llama El secreto de Adán.

El sexólogo se quedó sorprendido y la miró fijamente. Trató de digerir esas palabras y se quedó pensativo mirando el camino a través del parabrisas.

—¿Adónde nos dirigimos?

—A buscar el plan de urgencia, en su estudio secreto. Un salvoconducto. Si hay algo que debemos saber, tiene que estar ahí. Para entender qué le pudo haber pasado, necesitamos averiguarlo. Debemos conocer concretamente qué es lo que ha descubierto.

6

Raúl Tous era el cardenal más joven entre los futuros veinte aspirantes a ser el próximo Papa de la iglesia católica. Había nacido en la capital de Portugal, Lisboa. Para una gran parte de los portugueses, representaba la esperanza de tener un Papa algún día. También era uno de los pocos que podían exhibir una figura física medianamente decorosa. A sus cincuenta y tres años, su espalda estaba todavía fuerte, no se había encorvado como sucedía con la mayoría de los altos jefes eclesiásticos. Al creer que el peso de la cruz se llevaba por dentro, esta idea hacía mella en los religiosos, les hacía somatizar, en una marcada cifosis dorsal que los llenaba de dolor desde el sacro hasta las cervicales. Aquel dolor no estaba dentro de él.

El cardenal Tous se mantenía recto debido a la práctica regular de gimnasia y natación, pero ante todo por sus ansias de poder. Le era más fácil dar un zarpazo con sus palabras y actos que arrodillarse a rezar. Calculador y endemoniadamente inteligente, más que relacionarse con la gente, tejía hilos políticos e iba proyectando intereses creados. Estaba acostumbrado a la sensación de mando que había obtenido, y eso le ayudaba a compensar un enorme complejo de inferioridad que venía desde su niñez, pues tuvo cuatro hermanas y él, que era el menor, recibía menos atención de sus padres. No sólo lo ignoraban ante sus hermanas; sus padres, católicos devotos, también ponían más interés en la Biblia y en lo que decía el párroco de su templo, así que para llamar su atención Raúl Tous decidió hacerse sacerdote.

Sus padres, al creer que se trataba de una verdadera vocación, aceptaron de buena gana y eso cambió su relación. Para sus progenitores era un honor tener un sacerdote en la familia. Y así, el joven aspirante pronto demostró cualidades a la hora del estudio y la dura formación de párroco. El tiempo, el hambre de poder y la necesidad de ser reconocido y respetado que siempre lo persiguieron a la postre dieron su recompensa. Con esfuerzo había llegado a lo más alto, un cardenal reconocido e inmerso en las garras del poder. Sus tramas y ocultos ideales le habían otorgado la jerarquía de la religión a la que representaba.

—Viajo de civil hacia Atenas —le había dicho el cardenal Tous a su ayudante personal.

Marchar de civil equivalía a viajar en primera clase, pero no en el avión que el Vaticano les proporcionaba tampoco con guardia ni escolta. Sólo en dos casos especiales el astuto cardenal Tous viajaba de esa manera: cuando tomaba vacaciones en algún rincón relajado de Italia —poseía una villa en la Toscana— o bien, como en este caso, cuando tenía alguna reunión secreta de extrema urgencia.

Para aquel viaje, el cardenal estaba vestido con una informal aunque elegante chaqueta granate de hilo peruano, un valioso reloj en su muñeca y un pantalón negro.

Siempre hablaba de manera concisa y con VOZ potente. Tenía cabello espeso y cano que acariciaba a menudo para no despeinarse, cosa que odiaba. Sus ojos podían quedarse fijos durante minutos sin pestañear cuando alguien le hablaba, como si le diese tiempo a su mente para elaborar varias respuestas y elegir la más conveniente para su propio interés.

A las cinco menos veinte de la tarde de Portugal —donde se hallaba en una importante reunión acompañado de su secretario privado— había recibido la llamada a su teléfono desde Atenas por parte del capitán Viktor Sopenski.

—El profesor Vangelis ha confesado, tengo la grabación —le había dicho, lleno de orgullo.

Tras aquellas palabras el cardenal había decidido viajar inmediatamente a la capital griega, ya que así tendría en sus manos los importantes descubrimientos del arqueólogo e impediría que un secreto tan antiguo como el mismísimo comienzo de la especie humana saliera a la luz.

Si bien mucha gente alrededor del globo lo creía más como leyenda que como realidad, para la iglesia católica era un dogma de fe el afirmar que el primer hombre se había llamado Adán y había sido hecho de barro por Dios, mientras que Eva —la primera mujer— había salido de una costilla de ese primer hombre.

El capitán Viktor Sopenski se hallaba doblemente satisfecho. Según él, había logrado —a través de amenazas contra la vida de su hija— que el famoso arqueólogo le revelara su importante descubrimiento y, por otro lado, al fin conocería al Mago, tal como conocían a Tous dentro de la organización. Curioso apodo había elegido el prelado, viniendo de uno de los más altos mandatarios de una religión que había abolido a todo aquel que practicase la magia, desde que había surgido Jesús hasta la actualidad, con la represión en el medioevo, la caza de brujas y la santa Inquisición.

A los lobos del ambiente político de varios países —que anhelaban el poder dentro de algunos años— les convenía apoyar a un "futuro Papa", para tener luego el apoyo desde dentro para gobernar las mentes y los destinos de gente débil que se apoyaba en creencias estrictas y en tradiciones sin cuestionamiento científico.

En Lisboa, el cardenal Tous subió la escalerilla del avión de
Olympics Airways
justo en el mismo momento en que Alexia y Adán, en Atenas, detenían el coche a tres calles del laboratorio secreto de Vangelis.

7

Si bien había muchas civilizaciones que parecían haber desaparecido sin dejar rastro, la más popular de todas ellas era, sin duda, la Atlántida. La evidencia más importante sobre ella se encontró en los libros Critias y Timeo escritos por Platón alrededor del año 355 a.C., cuando el sabio filósofo griego contaba con setenta años aproximadamente.

La bella e imponente imagen de la Atlántida descrita por Platón representaba una Edad de Oro de la Humanidad: un completo paraíso terrenal antes de la caída, en términos bíblicos. La representación del jardín del Edén había sido tan rica e influyente que las especulaciones sobre ese sitio han continuado, más o menos ininterrumpidas, desde el momento en que el sabio mencionó el tema.

En su apasionante e inmortal relato, Platón escribió que Timeo oyó contar estas historias a Solón, uno de los siete sabios de Grecia, quien, a su vez, las había escuchado de los labios de un sacerdote egipcio.

Por aquel entonces, más allá de las Columnas de Heracles, existía una isla del tamaño de uncontinente, más extensa que Libia y el Asia Menor juntas, a la que llamaron "Atlántida" en honor de suprimer rey y fundador: Atlas, hijo de Poseidón.

Del contexto se desprende que estaba en medio del Océano Atlántico y que se trataba de un archipiélago, pues se afirmaba que yendo de una isla a otra, se podía pasar entre continentes.

En el reparto del mundo que se hicieron los dioses, la isla correspondió a Poseidón, señor de los mares. Ahí estaba uno de los hombres que originalmente habían nacido en la Tierra: Eveneor, conviviendo con la mortal Leucida, con la que había tenido una hija llamada Clito, de extraordinaria belleza. Al morir los padres de ella, Poseidón deseó a Clito y se unió a la mujer mortal. De dicha unión nació una serie de hijos, con los que poblarían la isla durante el reinado del hijo primogénito de ambos: Atlas.

Para proteger a sus hijos y apartar a su amada del resto de los mortales, el dios Poseidón decidió fortificar el territorio por medio de un canal de cien metros de ancho, otro tanto de profundidad y diez kilómetros de largo, que conducía a otro canal interior que hacía las veces de puerto, en el que pudieran fondear los navíos más grandes de la época. Luego se abrieron esclusas para atravesar los otros dos cinturones de tierra que rodeaban a la ciudadela, situada en el islote central, de forma que sólo pudiera pasar una nave cada vez. Estos canales estaban techados, por lo que la navegación se hacía por debajo de la superficie.

El primer foso tenía quinientos metros de ancho, igual que la porción de tierra que circundaba a modo de atolón. El segundo era algo menor: trescientos veinte metros, lo mismo que el siguiente anillo de tierra. Por último, había una tercera franja de agua, de ciento cincuenta metros de anchura, que rodeaba la ciudadela o Acrópolis, con un diámetro de sesenta y nueve kilómetros. Este islote central estaba totalmente amurallado con torres de vigilancia de piedra de diversos colores, blanco, negro y rojo, de belleza inigualable y con abundantes combinaciones artísticas que desplegaban al máximo el talento humano.

El muro que protegía al primero de los islotes estaba revestido enteramente de cobre y el del segundo, de estaño fundido. Algo muy importante que caracterizaba a la ciudad de la Atlántida era que tenía un muro cubierto por un desconocido metal: el
oricalco
, que etimológicamente quiere decir "cobre de las montañas", de gran valor, sólo superado por el oro.

En el centro de la Acrópolis de la Atlántida se levantaba un templo dedicado a Poseidón y Clito, rodeado de una cerca de oro. Tenía doscientos cincuenta metros de largo, cincuenta y cinco de ancho, y una altura acorde a esas medidas. El exterior estaba revestido en plata, menos las esquinas del techo, que estaban cubiertas de oro. El interior era de
oricalco
con arte grabado en marfil y adornos de oro y plata. Presidía el Templo una estatua de Poseidón, de oro macizo, rodeado por nereidas montadas sobre delfines.

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