El Secreto de Adán (4 page)

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Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El Secreto de Adán
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Un proverbio dice que la vida del hombre es una línea entre dos puntos: un pasado que no recordamos y un futuro que no sabemos cómo será.

21 de diciembre de 2012, sólo una parte de la humanidad —la que expanda su visión interior y su capacidad de atravesar el gran portal dimensional— tendrá la posibilidad de conocer su origen y volver a mirar desde su interior hacia las estrellas.

1

Nueva York, 18 de julio de 2012

Adán Roussos despertó abruptamente con el ring del teléfono junto a su cama. El reloj digital sobre su mesa de noche indicaba que eran las cinco de la mañana en la ciudad de los rascacielos. El sonido del teléfono lo interrumpió justo en su fase R.E.M. (
Rapid Eyes Movement
), la más profunda de su descanso, en medio de un sueño con playas y arena caliente. Somnoliento y confuso, giró sobre las blancas sábanas de seda su metro noventa de estatura y cogió el auricular con dificultad. Le costó articular las palabras.

—Mmm… hola —pronunció con poco énfasis.

Del otro lado de la línea, lo saludó una VOZ sexagenaria, cargada de entusiasmo.

—¡Adán!, querido amigo, soy yo, Aquiles, te llamo desde Grecia.

—¿Aquiles? —los ojos de Adán brillaron por un instante—. ¿Aquiles Vangelis? ¡Qué gusto oírte! ¿Sabes qué hora es en este lado del mundo?

—Lo sé, lo sé —repitió el hombre casi con un susurro—, pero créeme que si te llamo ahora es por algo muy importante que no puede esperar. No se trata de una mala noticia, sino todo lo contrario.

Adán hizo una amplia inhalación.

—Comprendo, pero… ¿no podías esperar a que amaneciera? —Adán restregó con su mano derecha sus entrecerrados ojos marrones para comprobar que aquello no era un sueño—. ¿De qué se trata? ¿Qué es eso tan importante?

—No puedo contártelo por teléfono —el tono de Aquiles era agitado—, pero te anticipo que se trata de un descubrimiento que puede cambiar muchas cosas. Adán, por favor, ¡te necesito aquí, en Grecia!

Al escuchar eso, Adán se despertó finalmente.

—Pero.

—Es muy importante que vengas —insistió—. Me urge verte. Tú eres la persona capaz de ayudarme con lo que he descubierto, eres sexólogo y además experto en religiones —argumentó—. Mi descubrimiento tiene que ver con la sexualidad, la iglesia cristiana y los habitantes de la antigua Atlántida —pronunció aquellas palabras con énfasis. Y, sin dar tregua, arremetió—: Si este milagroso hallazgo es lo que presiento, te prometo que lograremos darle un dolor de cabeza al cristianismo y a las demás religiones.

Adán se quedó pensativo.

—Entiendo —su VOZ sonaba más animada—, pero tengo que ver mi agenda, tengo conferencias, pacientes.

—Busca un relevo en tu equipo, Adán —Aquiles lo interrumpió con vehemencia—, eso es rutina para ti, lo que te espera es posiblemente la aventura más importante de tu vida.

Al escuchar aquella petición tan urgente, Adán ya estaba sentado al filo de la espaciosa cama de roble. Trató de organizar con claridad sus pensamientos.

—Veo que se trata de algo trascendente, Aquiles. Veré más tarde de qué manera me organizo.

—Cuento contigo, amigo mío. Lo que he hallado… —hizo una pausa y contuvo un suspiro— te dejará atónito; no sólo a ti sino al mundo entero —tras decir estas palabras, colgó.

Un silencio seco, seguido por un torbellino de pensamientos —similar a un enjambre de abejas—, circuló por la mente de Adán Roussos. Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina a prepararse un café.

Por el gran ventanal del dormitorio, tras un cielo plomizo, apenas amanecía en Nueva York. En la mente de Adán surgió el hilo de luz necesario para ponerse en actividad.

Un escalofrío recorrió toda la columna vertebral de Adán cuando sus pies descalzos cambiaron el cálido contacto del
parquet
del
living
por el frío mármol de la cocina. Necesitaba ordenar sus ideas. Aquella mañana traería un despertar distinto en su vida.

Un despertar especial en todos los sentidos. Adán Roussos sabía que su viejo amigo Aquiles Vangelis —un excéntrico y vigoroso hombre de contextura fuerte, aunque delgado— era una persona comprometida, un hombre de palabra. Además de llevar dos décadas como asesor profesional en arqueología científica y paleontología educativa de la Unesco, lo que le daba influencia política y social, había sido por más de veinticinco años un incansable buscador independiente de los restos de la Atlántida. Tenía en su haber más de cincuenta expediciones extraoficiales en busca de indicios sobre la antigua civilización que Platón, el filósofo griego, ya había comentado miles de años atrás, en sus conocidos Diálogos,
El Critias y el Timeo
.

Con aquellas investigaciones fuera del establecimiento, el profesor Vangelis ponía en peligro no sólo su vida sino también su carrera como arqueólogo y paleontólogo educativo, ya que era sabido que todo científico que se preciase de serio veía la Atlántida como un mito y una leyenda más que como un hecho real.

Las palabras del sabio y veterano arqueólogo fueron pronunciadas con certeza y poder. Aquiles tenía cierta influencia para pedirle que abandonara todo por seguirlo, ya que Adán le debía el favor de haber conseguido su actual trabajo en el
Sexuality Institute of New York
. En poco tiempo, con sólo cuarenta y un años de edad, Adán Roussos fue nombrado director de área, un cargo que había conseguido, además de sus buenas facultades profesionales, por gestión personal del profesor Vangelis.

Pensativo, Adán bebió su café mirando una de las esculturas, regalo de un amigo y paciente, colocada bajo los cuadros que decoraban su lujoso y cálido departamento neoyorkino. Hecha de cristal tallado, representaba a un atleta griego. Descansó su pensamiento y sus ojos en aquella inspiradora obra, al tiempo que deslizaba su mano por el cabello, tratando de esclarecer lo que pasaba en su interior. Siempre que necesitaba pensar lo despejaban dos cosas: pasar los dedos entre sus rizos y deslizar el índice por el lomo de su nariz griega.

Adán vivía en la zona del Village, amaba el aura mística y elegante de aquel barrio lleno de artistas, restaurantes, galerías de arte y personajes; prefería la bohemia de aquella zona en vez de
Tribeca
o del
West Side
.

No podía estar quieto, se puso de pie y caminó reflexionando mientras la sombra de su estatura se reflejaba en la pared, generando una aureola de misterio al proyectarse por el
living
. Allí había estatuas de Apolo y Dionisio que se encontraban cara a cara con Afrodita. Como cada mañana antes de ir a trabajar, oprimió el interruptor de la fuente de mármol blanco junto a las obras de arte y comenzó a salir un suave hilo de agua, eso le daba un aire de relajación a la sala principal.

Adán Roussos era conocido en el ambiente de la ciudad como "Dr. Amor". A menudo lo entrevistaban las cadenas televisivas y las revistas especializadas debido a sus revolucionarios sistemas de sanación sexual. Había agitado al mercado editorial con su libro Misterios metafísicos de la sexualidad humana, que era usado como texto de estudio en algunas universidades.

Los críticos decían de él: "Sus trabajos sobre sexualidad son como una primaveral brisa fresca entre tantos años de encierro invernal", refiriéndose a los siglos de represión y condenación de todo lo referente a la sexualidad por parte de algunas religiones y sociedades moralistas.

Adán gozaba de excelente reputación, una considerable posición económica y un buen nivel de vida. Se dedicaba con fervor a su vocación obteniendo excelentes resultados dentro de su extensa cartera de pacientes. Por otro lado, su inquieto espíritu aventurero e investigador lo tentaba con el llamado del arqueólogo.

"Aquiles tendrá algo muy poderoso entre manos", suspiró al recordar su querida Grecia, tierra que había dejado hacía ya una década. Añoraba sus costumbres, sus comidas, su danza, su gente y el Sol. No había vuelto desde que le anunciaron que había muerto su padre, hacía ya algunos años. Antes de aquella pérdida, solía regresar cada verano para visitar a sus padres y sus amigos, y gozaba del Sol mediterráneo en las islas.

Si aceptaba la petición de Aquiles, sólo tendría que adelantar un mes sus vacaciones, que de cualquier forma iba a tomar en agosto. Necesitaba poner en orden lo que sentía y lo que pensaba. En aquel momento su voz interior le hizo tomar conciencia de que debía apoyar a su amigo.

Se duchó, liberó su mente bajo la tibieza del agua y al salir del baño, cuando el reloj de la pared marcaba las seis y media de la mañana, dejó de lado la incertidumbre; sin dudarlo fue hacia su escritorio con la toalla sujeta a la cintura y el cabello aún mojado, encendió su Mac portátil y reservó en internet el próximo vuelo hacia Atenas, programado para el día siguiente.

2

La relación amistosa de Aquiles Vangelis con Adán Roussos se remontaba casi veinte años atrás, cuando Nikos Roussos, el padre de Adán, se fue a vivir a la isla de Thira, hoy conocida como Santorini. Allí Aquiles tenía su laboratorio científico y arqueológico, donde dedicaba la mayor parte de su tiempo a investigar con fervor todo lo relacionado con la mítica civilización atlante.

Por cuestiones del destino, Nikos Roussos también llevaba muchos años tras los restos de la Atlántida y sus avanzadas modalidades tecnológicas, místicas y espirituales. En una de las múltiples reuniones y eventos de la Unesco en la que ambos coincidieron los presentó otro colega. Desde aquella época fueron inseparables compañeros profesionales.

A los dos arqueólogos, apasionados por los relatos de Platón y los hallazgos de pistas, excavaciones y piezas sueltas —hechos en su mayor parte por el padre de Adán—, los había hermanado la búsqueda de huellas sobre aquella civilización desaparecida, que al parecer descendía del mítico héroe Atlas, un hijo del mismísimo Poseidón.

Dentro de la comunidad científica, quienes buscaban la Atlántida eran tildados de "locos incurables" y poco profesionales, pero ellos hacían oídos sordos ante los motes y las burlas. Sabían que a diario mucha gente usaba términos como "atlántico", "atlético", "atletismo", sin saber que derivaban de "Atlas", el mítico rey de la Atlántida; incluso la palabra "atlantismo" se mencionaba para describir la actitud política de adhesión a los principios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que favorecía a su extensión y afianzamiento en Europa.

A Vangelis y a Roussos no sólo los unía la misma relación profesional, sino también el mismo destino conyugal ya que ambos se habían divorciado —casi al mismo tiempo—, al no haber podido equilibrar la pasión por las investigaciones con el poco tiempo que tenían para dedicarles a sus ex mujeres.

Nikos Roussos desapareció en una trágica expedición submarina, investigando restos arqueológicos en Santorini; su cuerpo nunca fue hallado, pero después de un tiempo lo consideraron oficialmente muerto. Los demás integrantes del equipo de investigación corrieron con mejor suerte aquel día en que una terrible tormenta los sorprendió en pleno mar Egeo.

En aquella época, Nikos Roussos lideraba un equipo de investigaciones submarinas para el prestigioso canal de documentales
National Geographic
. Hombre extrovertido, rebelde y desafiante —lo opuesto a su hijo—, Nikos buscaba equilibrar el sentimiento apasionado con el pensamiento consciente. En cambio, Adán solía parafrasear a Aristóteles: "
La virtud está en el término medio
".

En varios países Nikos era conocido como un importante e influyente defensor de la naturaleza y de las reliquias de los griegos antiguos. Había sostenido discusiones con representantes del Museo Británico, ya que alegaba que los frisos y esculturas exhibidos por ellos en la actualidad deberían volver a Atenas. "Fueron robados hace muchos años, y sería decoroso que los regresaran", argumentaba.

También había estado estrechamente relacionado con esferas políticas y, años antes, ayudó a que la gente tomara conciencia sobre el calentamiento global, incluso mucho antes de las intensas campañas que en 2007 realizó Al Gore.

Adán heredó las investigaciones de su padre, pero le había dado aquellos valiosos datos y el seguimiento de sus hallazgos a Aquiles, quien también lamentaba la desaparición de Nikos y siguió llevando la antorcha sobre la búsqueda de la Atlántida.

—El trabajo de mi padre —le decía Adán— ha quedado inconcluso, ojala puedas tú continuar su obra.

El cuerpo de Nikos nunca fue hallado, y eso le impedía a Adán cerrar del todo su herida afectiva. Sabía que en su mundo emocional algo no estaba del todo claro y sanado con respecto al misterioso desenlace de su progenitor. Siempre que volvía a Grecia un perfume de añoranza y nostalgia se apoderaba de él. Santorini lo recibía en su casa familiar, una típica construcción griega, de color blanco, en la zona de Oia, un precioso enclave en la roca que brindaba un inigualable panorama de belleza y luz. No quería vender aquella propiedad heredada, llena de recuerdos. Adán sentía como si, en términos de belleza, la energía creadora de la vida hubiera sido más generosa en aquella isla; aquel sitio emanaba energía, magia y encantamiento.

De más joven, Adán volvía allí en los veranos. Amaba degustar los manjares de los típicos restaurantes y tabernas bajo el Sol mediterráneo; corría y nadaba para mantenerse en forma, y se juntaba con algunos conocidos a jugar baloncesto. Gozaba de los placeres, las transparentes aguas turquesa, las danzas griegas nocturnas y se excedía con los exquisitos vinos de la isla.

Supuestamente, esta vez iría a Grecia por algo más de acción y menos placer. Había sido un año duro de trabajo y esperaba con ansia sus vacaciones, aunque ahora no sabía con lo que iba a encontrarse. "Viniendo de Aquiles, puedo esperar cualquier cosa", pensaba. Recordaba al viejo amigo y compañero de su padre que lo llamó con tanta urgencia, como si su vida dependiera de ello.

Y aquel extraño sentimiento le confirmaría que estaba en lo cierto.

3

Atenas, 20 de julio de 2012

—Kalimera! —le dijo la joven del módulo de información en el aeropuerto Eleftherios Venizelos de la capital helena.

—Kalimera —contestó Adán, en su griego natal mientras pasaba delante del mostrador.

Era un día soleado, lo cual bien valía el "buenos días", ya que el cielo se encontraba con poco viento y sin nubes, típico de Atenas los meses de verano.

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