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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

El Reino de los Muertos (29 page)

BOOK: El Reino de los Muertos
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Nos separamos.

30

Tutankhamón estaba sentado en su trono de viaje, con la vista clavada en la lejanía, sosteniendo en su regazo al mono muerto como si fuera un bebé. Incliné la cabeza y esperé a que hablara.

—Me has salvado la vida —dijo al fin en tono inexpresivo.

Yo guardé silencio.

—Serás recompensado —continuó—. Levanta la vista.

Obedecí, y me di cuenta aliviado de que algo importante había cambiado en él.

—Confieso que todo lo sucedido durante estas últimas semanas ha embargado mi corazón de un gran temor. A veces, tenía miedo de estar vivo, y el miedo se convirtió en mi amo. Pero el rey de las Dos Tierras no debe tener miedo. Ha llegado el momento de domeñarlo, de no concederle ninguna autoridad. De lo contrario, ¿qué seré, si no la presa de las sombras?

—El miedo es humano, señor —dije con cautela—, pero es sabio aprender sus engaños y poderes, con el fin de controlarlos y derrotarlos.

—Tienes razón. Y al hacerlo, aprendo los engaños de aquellos que utilizarían el miedo contra mí, los que utilizarían imágenes de la muerte para aterrorizarme. Pero si no concedo influencia al miedo, este carecerá de influencia sobre mí. ¿No es eso cierto, Rahotep?

—Es cierto, señor. Pero es normal temer a la muerte. Es un miedo razonable.

—Y sin embargo, ya no puedo permitirme seguir viviendo con miedo.

Contempló el mono muerto y acarició con ternura su pelaje.

—La muerte solo es un sueño, del que despertamos en un lugar más glorioso.

Yo no podía darle la razón, y por consiguiente guardé silencio.

—Ahora te conozco bastante bien, Rahotep, y sé que no estás diciendo lo que piensas.

—La muerte es un tema que me resisto a discutir.

—Y sin embargo, tu profesión gira en torno a la muerte.

—Tal vez, señor, pero no me gusta.

—Yo habría imaginado que, habiendo visto tanta, debes considerarla algo decepcionante —comentó con gran acierto.

—Es decepcionante y notable al mismo tiempo. Contemplo los cuerpos que un día antes vivían, hablaban y reían, cometían sus delitos insignificantes y disfrutaban de sus relaciones amorosas, y ahora ¿qué queda, salvo un saco de sangre y vísceras inerte? ¿Qué ha sucedido? Mi mente se queda en blanco al pensar en la experiencia de estar muerto.

—Ambos estamos vivos, ambos pensamos demasiado —comentó y sonrió.

—Es peor de madrugada. Me doy cuenta de que la muerte está un día más próxima. Temo la muerte de mis seres queridos. Temo mi propia muerte. Pienso en el bien que no he hecho, y en el amor que no he alimentado, y en el tiempo que he perdido. Y cuando he terminado con todos estos inútiles remordimientos, pienso en el vacío de la muerte. No estar aquí. No estar en ninguna parte…

No dijo nada durante un momento. Me pregunté si habría ido demasiado lejos. Pero entonces dio una palmada y rió.

—¡Eres una compañía maravillosa, Rahotep! Tanto optimismo, tanta alegría…

—Tienes razón, señor. No paro de rumiar. Mis hijas me dicen que levante el ánimo.

—Hacen bien. Pero estoy preocupado. No oigo ni una palabra de fe en los dioses en lo que dices.

Hice una pausa antes de contestar, pues de repente el suelo de nuestra conversación se me antojó frágil como un papiro.

—Me debato con mi fe. Y me esfuerzo por creer. Tal vez es mi manera personal de tener miedo. La fe nos dice que nuestro espíritu nunca muere. Pero yo descubro que, por más que lo intento, no puedo creer en esa historia.

—La vida es sagrada, Rahotep. El resto es misterio.

—Cierto, señor. Y a veces, cuando estoy abismado en mis inútiles pensamientos, la luz aún está encendida en mí. Llega la aurora, los niños despiertan y las calles se llenan de gente y actividad, como sucede en todas las calles, en toda la ciudad, en todas las ciudades del país. Y yo recuerdo que hay trabajo que hacer. Y me levanto.

No dijo nada durante un momento.

—Tienes razón. El deber lo es todo. Hay mucho trabajo por hacer. Todo lo que ha sucedido en fechas recientes solo me ha animado en mi absoluta determinación de estar a la altura de mi reinado, en la línea de mis grandes antepasados. Cuando regresemos a Tebas, estableceré un nuevo orden. El gobierno de la oscuridad será abolido. Ha llegado el momento de llevar luz y esperanza a las Dos Tierras, en el nombre glorioso de los reyes de mi dinastía.

Incliné la cabeza de nuevo al escuchar aquellas valientes palabras. Me pregunté cómo sería el mundo si la luz, por fin, se impusiese a las tinieblas.

Sirvió dos copas de vino, me pasó una y me invitó a tomar asiento en un taburete.

—Comprendo a los que tienen motivos para desear mi muerte. Horemheb ansia el poder. Me considera un estorbo para crear su propia dinastía. Ay se opondrá al nuevo orden, porque le niega su autoridad. Pero Anjesenamón y yo nos ocuparemos de él como corresponde.

—La reina es muy valiosa —dije.

—Tiene inteligencia para la estrategia, y yo, para la apariencia. Una combinación afortunada. Confiamos el uno en el otro. Hemos dependido mutuamente desde que éramos niños, al principio por necesidad, pero eso dio paso enseguida a una profunda admiración.

Hizo una pausa.

—Háblame de tu familia, Rahotep.

—Tengo tres gloriosas hijas y un hijo pequeño, por cortesía de mi esposa.

Asintió.

—Eres muy afortunado. Anjesenamón y yo aún no lo hemos logrado, y es fundamental que tengamos hijos que nos sucedan. Dos veces hemos fracasado, pues nacieron muertos. Niñas, me dijeron. Su muerte obró un grave efecto en nosotros. Logró que mi esposa se sintiera… malograda.

—Pero ambos sois jóvenes. Hay tiempo.

—Tienes razón: hay tiempo. El tiempo está de nuestro lado.

Ninguno de los dos habló durante un momento. La tenue luz del brasero proyectaba sombras sobre las paredes de la tienda. De pronto, me sentí cansado.

—Esta noche dormiré delante de tu tienda —dije.

Negó con la cabeza.

—Eso es innecesario. Ya no tendré miedo de la oscuridad. Mañana volveremos a cazar, y tal vez la fortuna nos traiga lo que buscamos: un león.

Me levanté, hice una reverencia, y ya estaba a punto de salir de la tienda, cuando el rey volvió a hablar.

—Rahotep, cuando regresemos a Tebas deseo que seas mi guardaespaldas personal.

Me quedé atónito en el silencio.

—Me siento honrado, señor, pero es Simut quien posee ese cargo.

—Deseo nombrar a alguien que se concentre en mi seguridad de manera exclusiva. Puedo confiar en ti, Rahotep, estoy seguro. Eres un hombre de honor y dignidad. Mi esposa y yo te necesitamos.

Debí de aparentar desconcierto, porque continuó.

—Será un cargo recompensado con generosidad. Estoy seguro de que tu familia se beneficiará. Ya no tendrás que preocuparte por tu futuro en los medjay de la ciudad.

—Me honras en exceso. ¿Podemos hablarlo de nuevo cuando regresemos a Tebas?

—Sí, pero no puedes negarte.

—Vida, prosperidad y salud, señor.

Asintió, y yo me incliné y caminé hacia atrás, pero antes de que saliera de la tienda volvió a llamarme.

—Me gusta hablar contigo, Rahotep. Más que con cualquier otro hombre.

Cuando salí miré la luna, y pensé en lo extraño que era el destino, en las cosas dispares que me habían conducido hasta ese lugar, ese desierto y ese momento. Y me di cuenta de que, pese a todo, estaba sonriendo. No solo por la extrañeza de mis audiencias con el hombre más poderoso del mundo, que todavía era un niño, sino por lo impredecible de la fortuna, de la suerte, que ahora me ofrecía lo que no había pensado nunca conseguir. Un ascenso. Me regodeé en una rara y deliciosa sensación: la idea de triunfar sobre aquel patán autoritario, Nebamun. Me encantaría ser testigo de su rabia cuando le dijera que ya no necesitaba nada de él.

31

Un rastreador llegó con noticias aquella noche. Había descubierto las huellas de un león, pero lejos, en el interior de la Tierra Roja. Nos reunimos en la tienda de Simut.

—Es un nómada —dijo el rastreador.

—¿Qué significa eso? —preguntó Simut.

—No se siente vinculado a ninguna manada. Los leones jóvenes machos viven solos en el desierto, antes de encontrar una manada en la que puedan integrarse de nuevo, con el fin de reproducirse. Mientras que las hembras siempre cazan juntas, y permanecen en sus manadas de origen. Por lo tanto, hemos de seguirle hasta sus dominios.

Accedimos a levantar el campamento y trasladarnos al punto donde habían descubierto las huellas. Desde el nuevo campamento sería posible esperar, seguir el rastro del león y elegir el momento de cazar. Contábamos con suficientes reservas de comida y agua para aguantar al menos otra semana. Y si el león se internaba más en el desierto, nos desplazaríamos más lejos aún, incluso hasta llegar a los oasis lejanos, si fuera necesario, en busca de comida y agua.

Vi que desmantelaban nuestra vivienda provisional. Todos los muebles dorados, los utensilios de cocina y los animales enjaulados fueron cargados en carros. Volvieron a atar juntas las cabras. Los ganchos, cuchillos y calderos del cocinero se cargaron a lomos de mulas. Y por último, desmontaron la tienda del rey, el poste central y su bola dorada, y doblaron y guardaron la tela. De repente, era como si nunca hubiéramos estado allí, tan fugaz era la huella que habíamos dejado en la inmensidad del desierto. Lo único que quedaba era el caos de nuestras pisadas y el círculo de cenizas negras del brasero, que la brisa del norte ya se estaba llevando. Aplasté las cenizas bajo mi pie y recordé el círculo negro en la tapa de la caja encontrada en el Palacio de las Sombras. De todos los signos, era el que más me obsesionaba. Aún desconocía su significado.

El sol ya había dejado atrás su cénit cuando nos internamos en la Tierra Roja. El aire rielaba sobre el yermo y desolado paisaje. Atravesábamos con parsimonia un amplio lecho vacío de esquisto y arenilla, rodeado de riscos bajos, que quizá había sido un gran río en la antigüedad, pues se sabe que el viento y las arenas cambiantes han desenterrado en ocasiones los huesos de extraños animales marinos. Pero ahora, como consecuencia de una catástrofe provocada por el tiempo y los dioses, todo en este mundo se ha transformado en esta roca y polvo gris y rojo bajo el horno del sol. Los grandes mares lentos de arena, de los que había oído hablar en historias de viajeros, tenían que encontrarse mucho más al oeste.

Iba al lado de Simut.

—Tal vez la fortuna nos está favoreciendo por fin —dijo en voz baja, porque todos los sonidos viajaban en el aire silencioso.

—Lo único que debemos hacer es seguir el rastro del león.

—Y luego, hemos de hacer todo lo posible por ayudar al rey en su triunfo —contestó.

—Está decidido a matarlo en persona, pero una cosa es matar un avestruz entre una manada de animales aterrorizados, y otra muy distinta plantar cara y matar a un león del desierto —dije yo.

—Estoy de acuerdo. Tendremos que rodearlo de los mejores cazadores de nuestro grupo. Tal vez si pueden derribar al león, se contentará con asestar el golpe definitivo. De esta forma, lo habría matado él.

—Eso espero.

Continuamos sin hablar un rato.

—Da la impresión de que se ha recuperado bien de la muerte del mono.

—En todo caso, ha fortalecido su resolución.

—Nunca me gustó ese patético animal. Le habría retorcido el pescuezo hace mucho tiempo…

Reímos en voz baja.

—Me compadezco de sus sufrimientos, pero al final nos resultó útil.

—Como probador de comida, y gracias a su gula, como un ser de fábula moral, su final fue infortunado —contestó, con una sonrisa irónica que pocas veces exhibía.

Después de atravesar con parsimonia el océano abandonado de grava y polvo gris durante horas, llegamos por fin a un paisaje diferente, extraño y salvaje, donde la maestría del viento había tallado pilares de roca pálida de fantásticas formas, iluminados ahora en amarillos y anaranjados por la gloria del ocaso. Se dispuso al punto el brasero, las tiendas resucitaron, y los olores de los guisos no tardaron en perfumar el aire puro.

El rey apareció en la entrada de su tienda.

—Ven, Rahotep, vamos a dar un paseo antes de que oscurezca.

Caminamos entre las formas curiosas de las rocas y disfrutamos del aire fresco.

—Esto es otro mundo —dijo—. ¿Cuántos más, de todavía mayor extrañeza, se hallan en el interior de la Tierra Roja?

—Tal vez el mundo es mucho más extenso de lo que sabemos, señor. Tal vez la Tierra Roja no es la única tierra de los vivos. Hay historias de países de nieve, y tierras donde todo es verde, siempre —contesté.

—Me gustaría ser el rey que descubriera y cartografiara tierras extrañas y pueblos nuevos. Sueño que un día la gloria de nuestro imperio se prolongue hasta mundos desconocidos, hacia el futuro lejano. ¡Quién sabe si nuestros logros sobrevivirán al tiempo! ¿Por qué no? Somos un gran pueblo, con oro y poder. Lo mejor de nosotros es hermoso y verdadero. Me alegro de haber venido, Rahotep. Tuve razón cuando di la orden. Lejos de palacio, lejos de aquellos muros y sombras, me siento vivo de nuevo. Hace mucho tiempo que no me sentía tan vivo. Es estupendo. La fortuna me sonreirá ahora. Presiento la gloria del futuro, que me llama a materializarlo…

—Es una gran llamada, señor.

—En efecto. La siento en mi corazón. Es mi destino como rey. Los dioses están esperando a que lo haga realidad.

Mientras hablábamos, las estrellas brillantes, en toda su gloria y misterio, habían aparecido en el gran océano de la noche. Los dos nos quedamos parados bajo ellas y las admiramos.

32

Al día siguiente partirnos en los carros, armados y aprovisionados como era debido, cuando el sol se estaba poniendo. Los rastreadores habían reconocido el terreno y descubierto más señales. El territorio del león parecía centrarse en los bajos y sombreados riscos que se alzaban a escasa distancia del campamento. Sin duda proporcionaban refugio a la vida salvaje capaz de sobrevivir en ese inhóspito lugar. Nos llevamos el cadáver de otra cabra sacrificada para tentarle. Esperamos, con los carros desplegados en un amplio abanico, y observamos desde una cautelosa distancia mientras un rastreador atravesaba a caballo el paisaje gris con el animal muerto, lo depositaba y volvía sobre sus pasos. El rastreador se acomodó a mi lado.

—Estará muy hambriento, pues la caza es limitada en estos parajes, y le hemos ofrecido un buen banquete. Espero que muerda el anzuelo antes de que oscurezca.

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