El quinto día (26 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El quinto día
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—¡El siguiente!

Poco a poco se fue agilizando la maniobra de salvamento. Uno tras otro se fueron descolgando por los anchos hombros de Greywolf hasta el
Devilfish
. Anawak se preguntó durante cuánto tiempo más tendría fuerzas el mestizo para sostenerse de la escalera. Soportaba su propio peso y el de los pasajeros, estaba colgado de una sola mano y constantemente tenía medio cuerpo bajo el agua, que tiraba de él y lo arrastraba cada vez que el mar se encrespaba. El puente crujía y rechinaba. Un suspiro cavernoso se escuchó desde el interior cuando el material se deformó. Las soldaduras de hierro se partieron con un estruendo. En el puente sólo quedaba el patrón cuando de pronto sonó un chirrido horrible. El puente recibió un golpe. El torso de Jack Greywolf golpeó con violencia contra el lado. El patrón perdió pie y pasó volando al lado del gigante. Del otro lado del barco naufragado se alzó del oleaje la cabeza de una orca. Greywolf soltó la escalera y saltó tras el patrón. Éste emergió resoplando no muy lejos del mestizo y alcanzó la zodiac con unas pocas brazadas enérgicas. Unas manos se extendieron hacia él y lo alzaron hasta el bote. También Greywolf trató de alcanzar el costado, erró y fue alejado por una ola.

Pocos metros detrás de él salió del agua una aleta curva.

—¡Jack! —Anawak se abrió paso entre la gente y corrió hasta la popa. Su mirada estudió las olas. La cabeza de Greywolf apareció en el oleaje. Escupió agua, se sumergió y avanzó rápidamente pegado a la superficie en dirección al
Devilfish
. La aleta de la orca viró al instante hacia él y lo siguió. Los brazos musculosos de Greywolf se estiraron y golpearon contra el casco de goma. La orca alzó su cráneo redondo y reluciente del agua, y recuperó terreno. Anawak lo agarró, otros ayudaron. Entre todos subieron al gigante de dos metros al bote. La aleta describió un semicírculo y se alejó en la dirección opuesta. Greywolf no paraba de maldecir, se liberó de las manos que lo habían ayudado y de un manotazo se apartó de la cara el largo pelo.

«¿Por qué no lo atacó la orca?», pensó Anawak.

«No les tengo miedo a las ballenas. No me hacen nada».

¿Habría algo de verdad en esa tontería?

Después se dio cuenta de que la orca no había podido atacar. La cubierta intermedia inundada debajo de la zodiac no le había dejado una profundidad de agua suficiente. Cerca del
Devilfish
estaban protegidos de las orcas, siempre que no hicieran como sus parientes sudamericanas y prosiguieran la caza en aguas poco profundas o en lo seco.

Hasta que el
Lady Wexham
se hundiera quedaba un período de gracia que debían aprovechar a toda costa.

Se oyó un grito colectivo.

Un ejemplar gigante de ballena gris se había estrellado contra uno de los botes del
MS Arktik
que se acercaban. Volaron pedazos por todos lados. El otro bote hizo aullar el motor, giró y se dio a la fuga. Anawak se quedó mirando el sitio donde la ballena había arrastrado el bote a las profundidades. Espantado, registró varios lomos grises que enfilaban hacia el
Devilfish
desde el lugar de la catástrofe.

«Ahora vuelve a ser nuestro turno», pensó.

Shoemaker estaba paralizado, los ojos parecían salírsele de las órbitas.

—¡Tom! —gritó Anawak—. ¡Tenemos que bajar a la gente de la popa!

—¡Shoemaker! —Greywolf le mostró los dientes—. ¿Qué pasa? ¿Te estás cagando de miedo?

Temblando, el gerente tomó el volante y acercó el
Devilfish
a la plataforma. Una ola levantó la zodiac, la tiró hacia atrás y la arrojó de golpe contra la plataforma. La proa del
Devilfish
chocó violentamente contra la borda, de cuyos puntales se aferraban los náufragos. Desde la profundidad se oyó el quejido de los destrozados materiales. Podía imaginarse perfectamente cómo se estaría rajando el lado y cómo se estaría destrozando su estructura. Shoemaker jadeaba; no lograba meter el
Devilfish
por debajo de la borda como para que la gente saltara a la zodiac.

Los lomos grises se acercaban al
Lady Wexham
, con claras intenciones de chocar contra él. Un golpe terrible recorrió de nuevo el barco naufragado. Una mujer salió despedida de la borda y cayó gritando al agua.

—¡Shoemaker, maldito imbécil! —gritó Greywolf.

Varios pasajeros se acercaron de un salto y subieron a la mujer entre pataleos. Anawak se preguntó cuánto tiempo resistiría el destrozado barco turístico esa nueva ola de ataques. Era evidente que el
Lady Wexham
se hundía ahora más rápido.

«No lo conseguiremos», pensó desesperado.

En ese mismo momento sucedió algo extraño.

A ambos lados del barco se levantaron de las olas dos lomos imponentes. Anawak reconoció de inmediato uno de ellos: las huellas blanquecinas de una serie de cicatrices en cruz le recorrían el espinazo. Lo habían llamado
Scarback
, y seguramente sufrió las heridas de muy joven. Era una ballena gris muy vieja, que había superado largamente la edad promedio de su especie. El lomo de la otra ballena no mostraba ningún rasgo distintivo. Ambos animales flotaban tranquilos en el agua y se dejaban mecer por las olas. Con una estampida se descargó primero el surtidor de una, después el de la otra. El viento les trajo nubes de gotitas finísimas.

La aparición de las dos ballenas grises no fue tan extraña como la reacción de las otras. Se sumergieron de golpe. Cuando sus lomos volvieron a aparecer, se habían alejado un buen trecho. En cambio, había otra vez orcas rodeando el barco, pero también ellas mantenían una cautelosa distancia.

Algo le decía a Anawak que no tenían nada que temer de las recién llegadas. Todo lo contrario, habían ahuyentado, por el momento, a las atacantes. No se sabía con certeza cuánto duraría la paz, pero el giro inesperado les había dado un respiro. También Shoemaker había dominado su pánico. Esta vez metió la zodiac con seguridad por debajo de la borda. Anawak vio que se acercaba una enorme ola y se preparó. Si no lo lograban ahora, habían perdido.

La zodiac salió propulsada hacia arriba.

—¡Saltad! —gritó—. ¡Ahora!

La ola se escurrió debajo del
Devilfish
y desapareció. Algunas personas saltaron tras la zodiac. Cayeron unas sobre otras. Se oyeron gritos de dolor. Aquellos que habían caído al agua, subieron rápidamente al bote con ayuda de los pasajeros, hasta que recogieron a todos.

Ahora les tocaba huir de allí.

Pero no todos habían saltado. En la borda, agachada, se veía la figura solitaria de un chico. Lloraba y tenía las manos clavadas en la baranda.

—¡Salta! —gritó Anawak. Abrió los brazos—. No tengas miedo.

Greywolf se paró a su lado.

—Con la próxima ola lo traigo.

Anawak miró por encima del hombro. Se acercaba una montaña inmensa de agua.

—Creo que no tendrás que esperar mucho.

Desde las profundidades retumbaron nuevamente los sonidos de la destrucción. Las dos ballenas volvieron a hundirse lentamente bajo la superficie. El barco se inundaba ahora cada vez más rápido; el agua gorgoteaba y hacía espuma; el puente desapareció de pronto en un remolino y la popa se elevó. El
Lady Wexham
comenzó a hundirse de proa.

—¡Acércate más! —gritó Greywolf.

De algún modo, Shoemaker logró seguir las instrucciones. La proa del
Devilfish
raspó la cubierta parcialmente inundada, a cuyo extremo se aferraba el chico que lloraba a gritos. Greywolf corrió a la popa dando empujones y codazos. En ese mismo momento, la ola levantó la zodiac. Cortinas de espuma se lanzaron sobre la borda. Greywolf sacó medio cuerpo y logró agarrar al chico. El
Devilfish
se balanceó, Greywolf perdió el equilibrio y se tumbó entre las filas de asientos, pero no había soltado al chico, tenía los brazos alzados como troncos de árboles y las manos como garras cerradas en torno a la cintura.

Anawak contemplaba la escena sin aliento.

Sobre el lugar donde segundos antes había estado colgando el chico, giraban remolinos. Vio desaparecer el
Lady Wexham
en las profundidades; luego la zodiac chocó contra otra ola, y sintió el impacto en el estómago como si estuviera en una montaña rusa.

Shoemaker aceleró a fondo. Desde el Pacífico entraban olas largas, simétricas. No podían representar un peligro para la zodiac, aunque estaba absolutamente repleta, si el patrón no cometía ningún error ahora. Pero Shoemaker parecía haber recordado su mejor época. El pánico había desaparecido de sus ojos. Se montaron a toda velocidad sobre una cresta, la dejaron atrás, cayeron y pusieron rumbo a la costa.

Anawak se quedó mirando el
MS Arktik
. El segundo bote había desaparecido. Entre las olas vio sumergirse una cola. Le pareció como si le hiciera una seña burlona de despedida. La cola de una ballena jorobada. Nunca más iba a poder ver hundirse la cola de una ballena sin pensar lo peor.

En el aparato de radio se había desatado un infierno.

Pocos minutos después habían pasado la franja de islas que separaba el mar abierto de la laguna.

Solamente la circunstancia de no haber perdido también el
Devilfish
pudo levantarle el ánimo a Davie en esos minutos, después que la zodiac, abarrotada como un barco de refugiados, atracó en el muelle. Leyeron los nombres de los desaparecidos. Algunas personas se desmayaron. Luego la estación de observación de ballenas se vació tan rápidamente como se había llenado. Casi todos tenían hipotermia, de modo que la mayoría fueron llevados por amigos o parientes hasta el dispensario más cercano. Otros tenían heridas de consideración, pero era imposible saber cuándo habría un helicóptero disponible para transportarlos al hospital de Victoria. Las malas noticias seguían dominando las comunicaciones por radio.

Davie había tenido que aguantar preguntas desagradables, acusaciones, imputaciones y hasta la amenaza de una paliza si los pasajeros registrados no regresaban ilesos. En algún momento había aparecido Roddy Walker, el novio de Stringer, y les había gritado que ya tendrían noticias de sus abogados. A nadie parecía interesarle mucho quién tenía la culpa de lo sucedido. Sorprendentemente, casi nadie aceptó la explicación más sencilla: que las ballenas habían atacado sin motivos. Las ballenas no hacían algo así. Las ballenas eran pacíficas. Las ballenas eran mejores que los seres humanos. La ignorancia se abrió paso y levantó a los turistas de Tofino contra los observadores de ballenas, como si ellos hubieran liquidado con sus propias manos a los pasajeros del
Blue Shark
y del
Lady Wexham
: idiotas que habían corrido riesgos innecesarios saliendo al mar en barcos decrépitos. El
Lady Wexham
tenía, en efecto, muchos años, lo cual no le hacía la menor mella, póstumamente, a su idoneidad para la navegación. Pero eso era algo que nadie quería escuchar por el momento.

Por lo menos habían traído de vuelta a la tripulación y a la mayoría de los pasajeros. Mucha gente dio las gracias de manera espontánea a Shoemaker y a Anawak, pero los elogios fueron para Greywolf, el verdadero héroe. Estaba en todas partes a la vez, hablaba, escuchaba, organizaba y se ofrecía a acompañarlos al centro médico. Se hacía el bueno, y Anawak se sentía mal sólo de verlo: una Madre Teresa metida en un cuerpo de dos metros.

Anawak maldijo. Tenía que ocuparse de otras cosas y sentía que la situación se le iba de las manos.

Por supuesto que Greywolf había arriesgado su vida. Por supuesto que tendrían que estarle agradecidos, incluso de rodillas. Pero Anawak no tenía en absoluto ganas de hacerlo. Este ataque repentino de altruismo le resultaba profundamente sospechoso. Anawak estaba seguro de que la entrega de Greywolf por los ocupantes del
Lady Wexham
no era en absoluto un arranque de amor por la humanidad. En el fondo, el día había sido sumamente positivo para él. A él lo creían y en él confiaban. En él, que había predicho que el turismo ballenero iba a terminar mal, sólo que nadie quería oírlo, ¡y ahora esto! ¿No lo había advertido sin cesar? ¿Cuántos testigos iban a comparecer voluntariamente para confirmar la lúcida predicción de Greywolf?

No podría haber aspirado a un escenario mejor.

Anawak sintió crecer su furia sin cesar. Se dirigió a la tienda de un humor pésimo. ¡Tenían que averiguar a qué se debía el comportamiento de los animales! Pensó en el
Barrier Queen
. Roberts quería enviarle el informe. Ahora lo necesitaba con más urgencia que nunca. Fue hasta el teléfono, marcó el número de información y pidió que lo pasaran con la compañía naviera.

Contestó la secretaria de Roberts y le dijo que su jefe estaba en una reunión y no se lo podía molestar. Anawak mencionó su implicación en la inspección del
Barrier Queen
y dejó traslucir una cierta urgencia. La mujer insistió en que la reunión de Roberts era más urgente. Replicó que se había enterado del desastre de las últimas horas, que había sido terrible. Compasiva, le preguntó cómo se encontraba, mostró una preocupación maternal, y no obstante, no lo pasó con Roberts. En cambio, si quería dejarle algún mensaje...

Anawak vaciló. Roberts le había prometido el informe confidencialmente, no quería ponerlo ahora en dificultades. Tal vez era mejor no mencionarle lo acordado a la secretaria. Luego se le ocurrió algo.

—Se trata de los moluscos que estaban adheridos a la proa del
Barrier Queen
—dijo—. Moluscos y posiblemente otras sustancias y formas de vida orgánicas. Una parte la enviamos al instituto de Nanaimo. Necesitan refuerzos.

—¿Refuerzos?

—Sí, más muestras. Supongo que a estas alturas el
Barrier Queen
habrá sido investigado de arriba abajo.

—Sí, claro —dijo con un tono raro.

—¿Dónde está el barco ahora?

—En el dique. —Hizo una breve pausa—. Le diré al señor Roberts que es urgente. ¿Adónde debemos enviar las pruebas?

—Al instituto, a la doctora Sue Oliviera. Muchas gracias, es usted muy amable.

—El señor Roberts se pondrá en contacto tan pronto como pueda. —La línea se cortó. Estaba clarísimo que se lo había sacado de encima.

¿Qué significaba eso?

De pronto le temblaron las rodillas. La tensión de las horas anteriores dejaba paso al agotamiento y a la depresión. Se apoyó contra el mostrador y cerró los ojos un momento. Cuando volvió a abrirlos, vio a Alicia Delaware ante él.

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